viernes, 23 de marzo de 2012

VOZ DE VIENTOS


EL NACIONAL, Caracas, 21 de Julio de 1997
ARQUITECTURA
El caracol y la tierra
FEDERICO VEGAS

Hace muchos años que Jorge Romero ha debido recibir el Premio Nacional de Arquitectura. La razón que alejó por tanto tiempo esta deuda tiene algo de espiral y de vasos comunicantes: su mayor triunfo está unido -casi ungido- a un fracaso.

Sus dos obras más notables son el Centro Profesional del Este y El Helicoide. Ambas están animadas por el mismo espíritu: crear una pequeña ciudad dentro de la gran ciudad. El Centro Profesional del Este congrega un grupo de oficinas técnicas en un complejo que incluye banco, gimnasio, restaurante, comercios y oficinas. Ubicada en el último piso estaba la oficina del creador de aquella ciudadela: en sus predios se editaba la revista Integral , la mejor revista de arquitectura que ha tenido Venezuela, y por mucho tiempo funcionó -ya sólo existe para actividades nostálgicas- el Colegio de Arquitectos. Este primer sueño de Romero fue un triunfo; la edificación ocupa un remanso al final de una calle ciega que se conecta a la vitalidad comercial de Sabana Grande. La arquitectura resultó una invitación para los jóvenes profesionales, quienes, en el café del Centro conversaban los mejores ingenieros y arquitectos de Caracas (cuenta la leyenda que Sanabria aún visita su gimnasio).

Todo era propicio a realizar otro experimento, esta vez de mayor escala; Jorge Romero tenía la inteligencia, las ideas y el poder de convocatoria. El segundo proyecto consiste en una rampa de suave pendiente que envuelve a una de las colinas al sur de Caracas. Allí debía funcionar una ciudadela comercial con espacios para grandes exposiciones. El visitante accedía en automóvil e iba ascendiendo hasta estacionarse frente al comercio de su preferencia.

Esta suerte de Guggenheim convexo jamás llegó a funcionar. Con la caída de Pérez Jiménez la Roca Tarpeya retomó su aura de despeñadero y aquella espiral optimista, asociada injustamente con la dictadura, se convirtió en un sumidero que casi se lleva por delante al banco que lo financiaba.

Es difícil entender por qué Jorge Romero escogió aquel lugar, quizás el servir de nodo a las avenidas Medina y Nueva Granada auguraba un desarrollo comercial que no llegó a concretarse. Pero dejemos a un lado las consideraciones sobre la ubicación de El Helicoide y reflexionemos sobre la relación que proponía entre forma y función. La actividad comercial está asociada al ágora, a lo centrípeto; en el caso de El Helicoide ocurre lo contrario: el recorrido es centrífugo, disgregador; el usuario rota por la periferia. Pero había una decisión aún más especulativa: esta vez el arquitecto y promotor, en vez de insertarse en lo urbano, decidió integrarse a lo geográfico. Se apartó de la ciudad tradicional, de la trama existente para crear una especie de Mont Saint-Michel hiperfuncional y subordinado al automóvil.

Lo que me interesa del Helicoide es precisamente la magnitud y la valentía de estos errores, la integridad y la fe con que Romero asumió su propuesta. Podríamos decir que esta visión de una nueva ciudad encarna el espíritu de los cincuenta, pero pienso que esto nos limita, hay algo más universal y eterno, más inquietante y arquetipal en la gesta de Jorge Romero.

López Pedraza explica cómo el triunfalismo histérico asemeja una plataforma donde rebotan todos nuestros aconteceres impidiendo que estos pasen a formar una vivencia psíquica que llegue a tocar abajo, a los pedazos de la historia personal y de la historia del hombre sobre la tierra. En el caso de la arquitectura, este rebotar se ve acentuado por una visión creciente de la naturaleza como decorado y de la materia como material; cuando, precisamente, la materia y la naturaleza deberían ser nuestra primera referencia. Esta suerte de decoración materialista nos impide establecer verdaderos contactos con lo terreno. En el caso de Romero su obsesión por la naturaleza y la materia es evidente, quizás demasiado. Su reverencia se transforma en una pasión total y asfixiante. Vemos en El Helicoide cómo naturaleza y materia se transforman en arquitectura con tal vehemencia que llegan incluso a desaparecer. La geografía se transforma en edificación, y sucumbe. Si la tipología es el paisaje de los conceptos, y la topografía es el paisaje específico descrito y narrado, en el caso del Helicoide ambos topos se integran en un mismo concepto.

Estas conexiones entre la naturaleza y las artes tienen una larga cola. Wolfflin explica ampliamente sobre cómo las proporciones y las formas que proponía el arte clásico se legitimaban en la racionalidad de la naturaleza. Según esta teoría la naturaleza determina ciertas concepciones de belleza que el artista lleva implícitas en su alma, él sólo tiene que descubrirlas, o exteriorizarlas, a través de la observación del reino animal, vegetal o mineral (recuérdese a Durero estudiando las proporciones del caballo). Dice el propio Wolfflin: ``La naturaleza nos ofrece el privilegio de participar en una existencia más amplia y más pura''. Esta oportunidad se ha ido perdiendo: la interpretación de la naturaleza como reflejo de una espiritualidad ha dado paso a un cientificismo donde toda forma debe obedecer a una especie de funcionalidad morfológica. Observamos bajo la premisa de que lo de adentro tiene que determinar a lo de afuera, o bajo el famoso lema: ``la forma sigue a la función''.

El Helicoide proclama esta funcionalidad morfológica, pero al mismo tiempo nos permite ``participar en una existencia más amplia y más pura''. La figura que Jorge Romero aportó como eterna ruina a la conciencia de Caracas ciertamente alude a la historia del hombre sobre la tierra, e incita a la imaginación y el instinto. Para el poeta W.H. Auden, el caracol simboliza una sustancia indiferenciada que la naturaleza crea al imponerle su forma; Jorge Romero asumió hasta sus últimas consecuencias el rol y las trampas del creador al pretender convertir a la naturaleza en arquitectura. Al abandonar las repeticiones finitas de la trama, por las infinitas novedades de la espiral, Jorge Romero se adentraba en un laberinto.

En un poema de Wordsworth aparece un beduino describiendo un caracol y nos dice: ``Que era Dios, y muchos Dioses / Tenía más voces que todos los vientos, y era / Una alegría, un consuelo y una esperanza''. En estos tiempos de mezquino cinismo, sin búsqueda y sin vuelo, El Helicoide de Jorge Romero puede ofrecernos conciencia y amor por el riesgo que nos aguarda en los delirios de la tierra.

Fotografía: http://mariafsigillo.blogspot.com

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