miércoles, 21 de marzo de 2012

TELENOVELA Y PODER


El poder telenovelizado: instrucciones para un texto
Luis Barragán


La telenovela ya no atrapa la atención mayoritaria de un país que, ayer, paralizaban los capítulos estelares y finales que la hicieron un respetable rubro de exportación. Por más fútil que creamos la materia, la crisis de la industria amerita de una reflexión.

Una consideración inicial debe remitirnos a una definición del imaginario social, garante de la rentabilidad de un producto que se sostiene en la medida que pueda también influirlo y moldearlo. Para ello, es recomendable la compilación de Elisa Casado y Sary Calonge (“Conocimiento social y sentido común”, 2001), procurándonos un necesario marco teórico para – luego - someter a prueba la hipótesis esencial en torno al fracaso del género, como es la de su apropiación por el poder político.

Convendría abrir una nota a pié de página para dar por sentado el conocimiento que se tiene de los niveles de penetración e influencia de la televisión en Venezuela, aunque observando que la atención a autores como Antonio Pasquale (sobre las industrias culturales), Giovanni Sartori (videopolítica), y Cornelius Castoriadis (institución imaginaria de la sociedad), excedería el objeto del trabajo, obligando a una reformulación del problema. No tengamos reparo en citar - extensa y posteriormente - a autores como Alí E. Rondón (“Medio siglo de besos y querellas. La telenovela nuestra de cada día”, 2006), Carolina Acosta-Alzuru (“Venezuela es una telenovela”, 2007), y Alberto Barrera Tyszka (“Rating”, 2011).

BREVE HISTORIA

Indaguemos en torno al auge de la telenovela producida en Venezuela en los decenios anteriores, como no llegan a suponerlo ahora las más recientes generaciones. Heredera de la radionovela, alcanzó altísimas cotas de popularidad en correspondencia con el drama amoroso que entregaba y acongojaba a la población, evadiendo los problemas cotidianos. No obstante, observemos una cierta evolución de los libretos que la introdujeron en los terrenos de la cultura y de la misma diatriba política.

Adaptando obras de reconocida reputación literaria y reclutando a autores también prestigiosos en el mundo cinematográfico y teatral, la llamada “novela cultural” que también se hizo de los diarios problemas hogareños, reconociéndose en ellos el país, tuvo un sorprendente y prometedor éxito de audiencia. No obstante, asumimos, por el abaratamiento de los costos de producción, acaso para compensar la caída de los ingresos por la publicidad de licores y cigarrillos, prohibida en los ’80, y la dificultad de simplificar extremadamente el contenido, decayó por una decisión de los ejecutivos de la industria.

Igualmente, de elevada popularidad, la telenovela se introdujo en la política como motivación esencial, distanciándose de un tratamiento más tangencial, como ocurrió con la llamada “telenovela histórica”, o la que protagonizó – por ejemplo - Edmundo Valdemar como el “ General Juancho Talavera” a finales de los ’60. Título emblemático, “Por estas calles” irrumpió en los ’80, tan interesadamente en la polémica pública, que nos obliga a consultar y citar lo referido por Ibsen Martínez, su autor, a Mirtha Rivero (“La rebelión de los náufragos”, 2010).

Podríamos extendernos sobre – ésta vez – un recurso de deslegitimación democrática, y de la misma telenovela en Venezuela, al incumplir con sus consabidas finalidades para hacerse un instrumento sospechoso de intereses ocultos. Acá no la invalidaríamos como contribuyente indirecta a la cultura política, por las predisposiciones que recrea al compás de las experiencias colectivas y personales, como puede aclararse a pié de página empleando a Jean Meynaud – Alain Lancelot (“Las actitudes políticas”, 1965), y Ricardo Sucre Heredia (“La amenaza social y el autoritarismo en Venezuela”, 1998), sino a la misma industria televisiva convertida en protagonista de la disputa por el poder.

Adicional a la dura competencia impuesta por otros países, como Brasil y Colombia por la excelencia de sus productos, el decaimiento de la telenovela en Venezuela coincidió con la primera etapa del gobierno de Chávez Frías. No podríamos inculparlo del colapso, en contraste con el radical éxito de otras épocas, por una decisión ejecutiva directa, pero si atenderlo en relación a las constantes presiones económicas de las plantas, cada vez menos competitivas en los mercados internacionales, y, sincerando el propósito político, a las que condujeron al cierre de Radio Caracas Televisión, precursora de la renovación del género en nuestro país.

CLAVES FUNDAMENTALES DE LA TELENOVELA

Lejos de aventurarnos en un denso ejercicio semiológico, la bibliografía específica y disponible nos permite una aproximación a las claves fundamentales de la telenovelística. Y, al enunciarlas, precisaríamos las charlas, conferencias y discursos de Chávez Frías para establecer una parentela que no se explica sin el correspondiente manejo de las imágenes.

La telenovela clásica, distinta a sus “francas” versiones “culturales” y “políticas”, tiene por característica el tratamiento simplista y maniqueo de los problemas, identificando la maldad y a los malvados, para arribar a soluciones no por predecibles, sorprendentes. Citaríamos a Barrera Tyszka en lo que concierne a la lógica del absurdo, la entronización de un sentido de la realidad que – neutralizándola - raya en lo fantástico, aventajada por una obstinada repetición, la manipulación de las situaciones equívocas o ambiguas, en la larga espera del milagro con el protagonista como garante de la redención y la felicidad.

Parecido a la posición que adopta Chávez Frías en los foros públicos, clamando por el bien y los bondadosos que ha lidera, frecuentemente la protagonista de la telenovela no sólo es acreedora de todas las virtudes, capaz de incurrir en un desliz en nombre del más puro amor que también pregona, sino la mártir que hasta involuntariamente no abandona su papel estelar. Bastará con citar a pié de página a Adriana Bolívar y Carlos Kohn (“El análisis del discurso político venezolano. Un estudio multidisciplinario”, 1999), quizá actualizándonos con otros autores, para convenir en una estrategia retórica que, además de tercamente autorreferencial, tiene el drama por guión principal en el marco de una victimización inmediata, como ha ocurrido a propósito de los grandes o modestos acontecimientos que ha provocado, aún sin reconocerlo.

Paradójicamente, la telenovela puede sostenidamente escucharse, sin perder un ápice de la historia y conmoción que provoca, como asegura Barrera Tyszka trastocándola en una suerte de radionovela con imágenes de apoyo. Sin embargo, quizá perfeccionando el género, a la estrategia comunicacional del régimen le parecerá imposible divorciar las palabras de Chávez Frías con los gestos, posturas, sobreentendidos y, en fin, otras implicaciones que las imágenes refuerzan.

Rápida digresión, el medio televisivo no se explica con ausencia del periodismo de farándula y sus consabidas características. El poder establecido apela a las herramientas escabrosas de la intromisión, burla y descalificación personal de los adversarios, enalteciendo por siempre a quien, directa o indirectamente, los patrocina.

No descartemos como un probable secreto de las antiguas y triunfales telenovelas venezolanas, la escasa rotación de los protagonistas que la anclaban en el seguimiento o fervor popular. Quizá no sea casual un mismo mandatario por largos trece años, añadida la permanencia de otras figuras secundarias y terciarias en el estrado público, turnados en los más variados roles.

Materia prima del género, Rondón acota que “el melodrama trabaja en estas tierras una veta profunda del imaginario colectivo, y no hay acceso a la memoria ni proyección al futuro que no pasen por el imaginario”. La misma que ha explotado, en un primer momento, instintivamente Chávez Frías para, en un segundo momento, convertirla en una continua y compartida experiencia que reclama adhesión incondicional o muerte, con la planificación estratégica de rigor.

CONCLUSIÓN ABIERTA

Desconocemos si es el motivo principal de la crisis de la telenovela en Venezuela, la cual no ha prosperado en las emisoras del Estado, pero lo cierto es que el régimen se apropiado de las claves fundamentales del género. Vale decir, la novela de mayor éxito en el país del siglo XXI, es la que vemos los venezolanos, aunque digamos no creer que la vivimos: la suerte de Chávez Frías en el poder.

Fuente:
http://www.analitica.com/va/sociedad/articulos/7268993.asp

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