lunes, 26 de marzo de 2012

SR, UN REPORTE


Padura y Semprún: instrucciones para un texto
Luis Barragán


Novedad alguna reportamos sobre el socialismo real (SR), la malograda experiencia de una parte considerable del planeta que se deshizo en las décadas anteriores, o – penosamente – sobrevive redireccionándose hacia el capitalismo salvaje. No obstante, en Venezuela, por más amarga y evidente que haya sido, ante el fracaso reiterado de otras fórmulas, esa experiencia es retomada de acuerdo a las otras e inevitables circunstancias que, incluso, la disfrazan.

Por abundantes que sean los testimonios del fracaso, nos somete el dicterio publicitario y propagandístico elevándolo como la única opción posible frente a los apátridas, renegados y corruptos incurables de esta y todas las horas que no lo aceptan, u osan un ligero cuestionamiento. Y, suele ocurrir, la literatura de ficción gana mayores inquietudes que toda la evidencia acumulada, objetiva, lacónica y rigurosamente expuesta respecto al gran fiasco histórico.

Sobradas razones existen para el revuelo que ha levantado la última novela de Leonardo Padura (“El hombre que amaba a los perros”, 2009), concitando - si fuese posible - la revisión de un clásico de Jorge Semprún (“La segunda muerte de Ramón Mercader”, 1969). Incluso, ha estimulado el (re) encuentro con las obras de León Trotsky, quien – por cierto – también ha sido reclamado por Chávez (por ejemplo, http://www.aporrea.org/ideologia/n93859.html), quizá por creerse el fiduciario de todas las corrientes marxistas - universales y locales - que pugnan por un cupo en la V Internacional hecha de petróleo.

Difícil y riesgosa conjunción, los problemas políticos, históricos y literarios sobresalen de la más inocente y distraída lectura de las aludidas novelas. Convengamos en una adecuada estrategia de exposición que no tendrá otra vocación que la del debate, porque hay algo más que el entretenimiento, la vanidad y la evasión al exhibir el grueso y costoso tomo de Padura.

SELECCIÓN INICIAL

Establecida la premisa, importa brevemente definir el SR y, para ello, es necesario elegir un título que lo retrate con cercana fidelidad. Elijamos un título, como el de François Furet (“El pasado de una ilusión”, 1995), aunque – dando ocasión a la correspondiente nota a pié de página - Fernando Claudin (“La oposición en el socialismo real”, 1970), tiene por ventaja la de aportar una situación en curso; Hubert Matos (“Cómo llegó la noche”, 2002), da cuenta del caso cubano; u, optando por circunscribirlo al estalinismo, procuremos el capítulo XIII de la conocida obra de Eric J. Hobsbawm (“Historia del siglo XX”, 1994).

Importa interpelar la propuesta desde los supuestos teóricos que la inspiraron y alentaron, ubicando las escenas que bien puedan ilustrar el desarrollo real del socialismo en la vida cotidiana, así como las confrontaciones que ha protagonizado traduciéndose – por lo demás – en las existenciales que reprimió y reprime. Advirtamos algunas diferencias entre Padura y Semprún, coincidentes en la rendición de un homenaje a Isaac Deutscher que ha conciliado el análisis histórico con las vicisitudes de un liderazgo situado por distintas coyunturas.

EL (CONTRA) ESPIONAJE

Digamos que la de Leonardo Padura, es una novela centrada en las certezas y contrariedades de la infiltración y el exitoso espionaje, coronada por el asesinato de León Trotsky. La clave del género que saluda al estrictamente policial, insinuando al “compañero y congénere” Mario Conde, permite adentrarnos no sólo en la vida del victimario, Ramón Mercader del Río, sino en la del propio Iván Cárdenas Maturell, el frustrado escritor después reivindicado gracias a una testificación que tiene por ineludible trasfondo la vida diaria de los cubanos.

Precisemos la denuncia que hace Cárdenas Maturell del régimen castrista con sus asombrosas limitaciones, escaseces, usos y abusos que lo llevan a ejercer como práctico de la veterinaria, según lo aprendido en la revista especializada en la que trabajo periodísticamente, hasta demostrar su pericia con el silenciamiento de los cerdos que, obviamente, los comités de vigilancia no admitirían para el sostenimiento de los hogares. Nos percataremos de la tristeza que se desliza en toda la novela, la frustración generacional, la precaria bonanza isleña, la persecución académica, la huída autorizada de la isla, y las otras circunstancias personales de quien - por fortuna - conoció a Mercader del Río o Jaime López, pudiendo apenas investigar el material existente sobre Trotsky, con la sigilosa y tardía ayuda de los que fungieron como una suerte de albaceas del otrora fanático militante catalán.

Los capítulos relacionados con el antiguo jefe del Ejército Rojo, y su doloroso e incierto exilio, igualmente exponen los orígenes y el desarrollo del SR, añadiendo el jocoso tratamiento de una de las leyendas del hotel “Moscú” de Alexei Schúsev, las travesuras sexuales de Trotsky con Frida Kahlo, por no acentuar el paciente emboscamiento amoroso de Sylvia Ageloff. El dramático arqueo del estalinismo que, treinta años después, con el encuentro de Mercader con su antiguo jefe y supervisor en la era brézhneviana, llega a un brutal reconocimiento: poco importaba la vida misma del asesino que, por calculado y – ciertamente - heroico sentido de supervivencia, soportó 20 años de cárcel sosteniendo la misma versión, para domiciliarse luego en la URSS y Cuba.

Mercader del Río, Adriano, Soldado 13, Jacques Mornard, Frank Jacson o Ramón Ivanovich López, hizo bien en confiarse a la imaginación de Padura, al igual que María Eustaquia Caridad del Río. Por cierto, ella se hizo acreedora del retrato inigualable y detallista de una trayectoria militante, ciega y fanática, que la salvó de la descomposición moral a la que, definitiva y escabrosamente, parecía condenada. Sin embargo, más allá de la tristemente jocosa ventaja que le prodigaba la condecoración, Padura pudo complementarnos con los actos secretos de su imposición, subiendo el periscopio en las intimidades del Kremlin, fiándonos las otras aristas del acre desencanto de Ramón, plenamente convencido de la calamidad de lo útil de la hazaña que buscó – seguramente – una explicación en los ajados rostros de los grandes jerarcas soviéticos, hederos de un poderío militar que hubiese satisfecho a Trotsky.
Cárdenas Maturell se hace eco de las dudas sembradas por Deutscher en torno al líder histórico de la Revolución de Octubre, relevando un poco más a Mercader de la absurda responsabilidad contraída. Y, probablemente, sincroniza con el jefe de seguridad, Jean Van Heijenoort, quien rindió un testimonio escrito del periplo de Prinkipo a Coyoacán, para dibujar a los amitosos custodios que no se sabían infiltrados.

Aceptemos, igualmente, la atención dispensada por Semprún a la novela del contraespionaje que tuvo por simple pretexto el nombre del protagonista. De una mejor y atrevida elaboración literaria, en correspondencia con el “boom” de los sesenta, contrasta con el fiero ahorro estilístico de Padura, aunque todavía distemos de calificarlo como un cronista policial intimidado por el fogueo metafórico de Deutscher.

El autor madrileño apela a la comprensión del lector, porque “desde hace mucho tiempo que la técnica del espionaje es la menor de nuestras preocupaciones”, innovada escrituralmente. Y nos presenta a Ievgueni Davidovitch Guinsburg que “se provocaba el destino con semejante nombre”, tomando el de Ramón Mercader Avendaño.

Agente de la KGB trastocado en ejecutivo de una empresa de Europa del Este con intereses occidentales, expone el contrapunteo con la CIA que diligencia su deserción. Reverenciado también Trotsky, tratamos de una historia de agentes, reclutado el académico y entusiasta investigador del anarquismo español, tras el telegrama que Mercader Avendaño quiso ocultar al extremo de sacrificar la vida de su esposa.

Ventila las incidencias y conveniencias de la burocracia de (contra) inteligencia del SR, siendo necesario acotar a pié de página una extensa referencia a otra obra de Semprún: “Autobiografía de Federico Sánchez” (1977), en la que espléndidamente reporta las relaciones establecidas en el seno del Partido Comunista Español (PCE), subordinadas a los intereses soviéticos. De modo que, al salir de un rápido cotejo con la novela de Padura, apropiándonos del ensayo, tendremos un idóneo complemento para abordar a Deutscher, cuya famosa trilogía – por cierto – fue mencionada solitariamente por el otrora presidente de la Asamblea Nacional, Fernando Soto Rojas, en un evento guaireño del régimen de un año atrás.

TROSTSKY DEUTSCHEREANO

La trilogía de Isaac Deutscher en torno a Trotsky, constituye un clásico ineludible que puede auxiliarse con otra más actual como la de Robert Service (2010), el profesor oxfordiano que se ha interesado igualmente por Lenin y Stalin. Extraordinariamente documentado y comprometido con el análisis histórico, aquél es dueño – sobre todo en “El profeta armado” – de una prosa literaria de gran aliento, perfilada sobre las exactitudes que quiso conquistar.

Pocos dudan del estelar rol de Trotsky en la edificación del Estado soviético, convertido en una amenaza real para el liderazgo emergente y literalmente arrollador de Stalin. Este logró desalojarlo del gobierno y perseguirlo hasta el fin del mundo, decidiendo la hora de su muerte.
Imposición del socialismo en un solo país, la industrialización forzada y los llamados Procesos de Moscú, frente a la revolución mundial y permanente de quien – lo comenta Deutscher – pudo incurrir en acciones semejantes a las de su perseguidor, en virtud de los precedentes que marcó en su tránsito por el poder. Es recomendable abrir una incidencia a pié de página para alcanzar la versión deutschereana y descubrirla en la novela de Padura, por lo que el SR – puede finalmente concluirse – hubiese sido similar en las manos de Trotsky, como lo fue en las de Stalin, reconociéndole a aquél un mayor bagaje y convencimiento ideológico que no estratégico, como lo manifestó éste al resultar vencedor en la segunda guerra mundial: se dirá de un falso dilema, que nos conduciría a toda la obra trotskyana, aunque requeriríamos de una contextualización como la que prodiga Fernando Vallespín como editor de los seis volúmenes de “Historia de la teoría política”, publicada en los noventa, complementando a Furet.

Paradójicamente, de superior interés sería la biografía política que escribió Deutscher de Stalin (1949), quien apenas le dedicó un párrafo al consabido asesinato debido al apremio de los otros y más trascendentes asuntos políticos que lo minimizaron, reforzando la inutilidad del crimen y resaltando la heroica supervivencia del homicida material. En todo caso, volumen al parecer obviado por Padura, éste se hizo acertadamente de las memorias de Trotsky (“Mi vida”, 1930), pincelada muy bien su manía de exactitud.

Acotemos que Trotsky negó hacer filosofía de la historia en su autobiografía, aunque empeñado en circunscribirla con el fondo de los acontecimientos sociales, auxiliado por un diario. Ese afán consciente de exactitud revolucionaria que le obliga a la ventilación de una serie de problemas teóricos, dejando al azar lo que estimen los psicoanalistas, lo convencen de “las leyes que rigen los sucesos de la vida”, siendo ésta “una gran escuela de dialéctica”.

Depuesto y desterrado, creemos que Padura evidencia al líder sobredimensionado que, esquivando el fracaso de la convocatoria de la IV Internacional, sobreviviente gracias a los derechos reconocidos por las grandes empresas editoras, pudo – incluso – salir airoso del atentado minimizada su importancia e influencia acelerada e irrevocablemente en las víspera de la gran conflagración mundial. O volver al Kremlin, sin que nada hubiese variado.

EL OTRO SR

Por justas y liberadoras que sean las grandes propuestas, hay un proceso de degeneración que únicamente la democracia y la libertad pueden atajar. He acá el extraordinario drama inherente a toda demanda de transformación histórica que, divorciada de su trajinar cotidiano que es el de la eficacia y plenitud de una vocación humanista, desemboca en un pavoroso y complaciente (auto) engaño colectivo.

Peor todavía, cuando más o menos es tolerada la obra de Padura en su natal Cuba, desconocida la brutalidad represiva de otras épocas, el testimonio no encuentra licencia en la opinión pública venezolana con el impacto al que ha de obligar. Entre los más avisados, unos lo niegan desde las alturas del poder, acaso tildándolo de una orquestada agresión imperialista, mientras que, otros, angustiados, no encuentran interlocutores en las propias filas opositoras gracias a la interesada frivolidad reinante.

Creyendo lo contrario, la potencia petrolera ha comprado su extemporaneidad. Por favor, no molestar.

Fuente:
http://www.noticierodigital.com/2012/03/padura-y-semprun-instrucciones-para-un-texto/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=852621

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