domingo, 18 de marzo de 2012

¿FINAL DEL ACERCAMIENTO?


EL NACIONAL - Sábado 17 de Marzo de 2012 Opinión/7
Cuando se acerca el fin
SERGIO DAHBAR

Existen momentos históricos en los que resulta difícil mantenerse al margen. En el París de los años cuarenta, cuando entraron los nazis, había 105 cines, 25 teatros, 14 music halls y 21 cabarés. ¿Se prepararon los franceses para lo que se les venía encima? Los parisinos creían que la línea Maginot los defendía. Por eso el 14 de junio de 1940 la Wehrmacht tomó París sin disparar un tiro.

De esa época viene aquella frase que Rick Blaine le recuerda a una Ilsa deslumbrante, en Casablanca: "Los alemanes iban de gris, y tú ibas de azul". En ese ambiente opaco hubo intelectuales que cerraron los ojos y disfrutaron los agasajos de los invasores como si nada hubiera pasado.

Algo similar ocurre hoy en Siria, cuando la familia real defiende el poder de exterminar a su pueblo para mantener los privilegios. Activistas sirios entregaron a periodistas de The Guardian los correos electrónicos de Bashar al Assad y su esposa Asma: su lectura revela una vida exagerada en lujos, autocompasión y frivolidad.

En el París de los años cuarenta Jean Cocteau se negaba a aceptar que la guerra interfiriera en su obra creativa y no se perdía una sola fiesta en la que pudiera "pescuecear" entre las autoridades alemanas. A Céline lo estremecía que los nazis no fueran tan crueles como él esperaba.

Y el admirado Le Corbusier pensaba que los judíos se habían buscado ese cruel destino por "una ciega sed de dinero que ha corrompido el país". Siempre lamentó que el mariscal Pétain no le hubiera hecho un encargo a la altura de su genialidad. Estos y otros desatinos fueron anotados por Alan Riding en Y siguió la fiesta, la vida cultural en el París ocupado por los nazis, publicado el año pasado por Galaxia Gutenberg, en España. Libro devastador.

El ultraderechista Pierre Drieu La Rochelle relanzó la Nouvelle Revue Francaise. Sus colaboradores habían sido asesinados o deportados o se habían escondido. Jean Guéhenno se negó a publicar durante la ocupación, pero reflexionó sobre quienes lo hacían: "La especie del hombre de letras no es una de las más grandes entre las especies humanas".

Más tarde, Drieu La Rochelle se suicidaría.

Gaston Gallimard fue un hombre ambiguo en esos años. Despidió a uno de sus colaboradores más agudos, Jacques Schiffrin, creador de la colección Bibliotèque de la Pléiade, para congraciarse con los nazis. El hijo de Jacques, André, mucho tiempo después sufriría otro holocausto, el que ejecutó Random House al ser adquirida por los alemanes: lo despidieron igual que a su progenitor.

Ernst Junger, capitán de la Wehrmacht, desplumaba las librerías de viejo de París y asistía a los almuerzos de los jueves en casa de la multimillonaria americana Florence Gould, donde concurrían colaboracionistas, aprovechadores y algún que otro miembro de la resistencia camuflado en bohemio irredento. Mientras, Goering saqueaba los museos. El espectáculo debía continuar.

Volvamos a Siria por un momento. ¿Qué nos dicen los correos electrónicos de la familia Assad? Que la frivolidad no tiene ningún problema en manifestarse en medio de una carnicería atroz.

Muchos mensajes van dirigidos a vendedores, en Londres y París, de joyas con incrustaciones de oro y gemas, candelabros, cortinas y pinturas que debían ser enviadas a la residencia real de los Assad.

Mientras los disidentes eran torturados o morían en manos de verdugos, el círculo más selecto del poder andaba preocupado por adquirir una copia de Harry Potter y las reliquias de la muerte II o un diestro utensilio para cocinar fondues.

La imagen de Asma y Bashar que surge de estos correos electrónicos resulta patética. Son caricaturas de gobernantes. Gente educada en las mejores universidades europeas. Pero gente despreciable.

Como la que invadió París en 1940, junto con los que se plegaron servilmente a su barbarie sin levantar la voz. Nada menos que un alemán fue el testigo de excepción de la ruina humana en tiempos de crisis. El 17 de junio de 1944 Jünger presencia cómo Céline exige que se le ponga a salvo en Alemania. Ya el fin se anunciaba en el horizonte.

Y lo inmortaliza en su diario.

"Resulta curioso ver cómo hombres capaces de pedir la cabeza de millones de personas con absoluta sangre fría se pueden preocupar tanto por sus vidas miserables". Es verdad.

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