martes, 7 de febrero de 2012

TEXTURADO


EL NACIONAL, Caracas, 22 de Mayo de 1998
Cuenta de libros
Las crónicas de Elisa
Alexis Marquez Rodriguez

En la literatura venezolana el caso de Elisa Lerner es muy especial. Elisa es prácticamente la única escritora en Venezuela que ha hecho de la crónica su género por excelencia, que en ella resulta algo así como consustancial. Basta reunirse y conversar con Elisa en una reunión social, en la presentación de un libro, en un café, en un restaurante o en los momentos de convivencia en un viaje compartido, para darse uno cuenta de que siempre habla en el lenguaje de la crónica. Sagaz observadora, sus ojos brillan de una manera especial, con emoción de niño travieso, cuando percibe algo, un detalle, un dato fugaz, un breve episodio que a cualquiera de nosotros pasa inadvertido, pero en el que ella descubre un especial encanto, un destello picaresco, una peculiar iluminación.

Aparte de una famosa obra de teatro, que mucho, por lo demás, tiene también de cronística, Elisa ha escrito innumerables crónicas. Con una aguda inteligencia y una envidiable naturalidad, ha sabido convertir en crónicas todo lo que ha visto y vivido, todo lo que ha pasado ante sus ojos, todo cuanto le ha acontecido en la vida. Muestra preciosa de ello es su libro Carriel para la fiesta, que hace poco, en una segunda edición aumentada, apareció en las librerías caraqueñas. (Editorial Blanca Pantin. Caracas; 1997. 13,5 x 215 cm. 136 pp).

El libro contiene 24 textos, más un prólogo lleno de sugestivas apreciaciones de Milagros Socorro. Son textos autobiográficos, en los que no sólo están gratos momentos de la vida de Elisa, sino también la imagen vivaz de una Caracas reciente, pero ya irremediablemente desaparecida, la que va, más o menos, de la muerte de Juan Vicente Gómez, en diciembre de 1935, hasta mediados de los años 50.

Elisa nació en Valencia; pero muy niña, con apenas tres años de edad, fue traída a Caracas, donde transcurrieron su infancia y su adolescencia, entre la caraqueñísima parroquia San Juan y la urbanización San Bernardino, asiento, ésta última, principalmente de familias judías. La transición de una a otra no fue una simple mudanza, sino también un momento en el proceso de desarrollo de la ciudad, vertiginoso y alocado, que ha hecho de Caracas una ciudad condenada a no envejecer nunca, siempre destruyéndose y reconstruyéndose incesantemente, siempre renovándose al ritmo de los tiempos.

Desfilan por las páginas de este bello libro los elementos definitorios de una Caracas amable, que todavía navegaba entre las dos aguas del provincianismo y el cosmopolitismo. Una Caracas donde la gente -niños, jóvenes, adultos, ancianos, hombres y mujeres por igual- vivían sin sobresaltos, andaban por las calles, aun en las barriadas populares- todavía no existía propiamente la marginalidad- sin riesgos mayores, iban al cine con el deseo de divertirse sanamente, y se vivía, incluso en medio de la pobreza material, dentro de un margen de inestimable felicidad. Elisa evoca todo eso: las películas de Greer Garson, Marleen Dietrich, Mirna Loy, Robert Redford..., vistas en el Rialto o en el Ayacucho; las primeras lecturas "serias": Sartre, Simone de Bauvoir, Nathalie Sarraute o Margarite Duras...; los chismes de moda; la iniciación literaria, en Sardio, de la mano de Salvador Garmendia o Adriano González León; el lenguaje de entonces, entre ingenuo y picaresco, emblematizado por ese "carriel" que asoma en el título del libro...

A diferencia de otros textos suyos, en los de este libro el sentido satírico, muy agudo en Elisa, cede ante una textura finamente irónica, pero cargada de nostalgia, que evoca con gran fidelidad una infancia y adolescencia pobre, pero feliz. Evocación que, al final, se traduce en un dejo de amargura: "Leyendo el periódico, a veces, lloro la muerte de un país".

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