martes, 10 de enero de 2012

¿POR QUÉ OLVIDARLO?


EL NACIONAL - Sábado 24 de Diciembre de 2011 Opinión/7
El Tejado Roto
De poetas y rejas
RAMÓN HERNÁNDEZ

El poeta venezolano Alí Lameda conoció los campos de concentración de Corea del Norte.

Fue un militante comunista que se creyó el cuento de la revolución y quiso vivirlo en carne propia. Convencido de que ese era el destino glorioso de la humanidad aceptó un trabajo como traductor de los discursos de Kim Il-sung, desde una versión francesa.

Le dieron un apartamento, carro y chofer, que le cambiaban todas las semanas para que no pudieran entablar amistad. Al poco tiempo se dio cuenta de que todo era una farsa, que el pueblo moría de hambre y que se trataba de una vulgar y militarizada dictadura. En las cartas y postales que enviaba a su familia en Carora criticaba y se quejaba del régimen, a veces con amargura y otras con desdén y bastante humor. Contaba que los sufridos norcoreanos "se comían todo lo que volaba, menos los aviones".

El 24 de septiembre de 1967, Alí Lameda asistió a un banquete con los empleados del Departamento de Publicaciones Extranjeras. Hubo algunos chistes velados y risas simuladas sobre el "gran líder" Kim Il-sung y sus soporíferos discursos. A los 3 días, nueve esbirros lo fueron a buscar a su casa y se lo llevaron preso.

Sin que mediara acusación alguna lo recluyeron durante 1 año en una celda de 2 metro de largo por 1 de ancho, muy parecida a las del Sebin. Lo sometían a largos interrogatorios, refinadas torturas y a una dieta de 300 gramos. Mucho menos de un cuarto de la cantidad de kilocalorías que el ministro Loyo se ufana de considerar como suficientes para sobrevivir.

Lameda rebajó 22 kilos. Su cuerpo se llenó de llagas y sufría de hemorragias.

Cuando por fin empezó el juicio lo acusaron de agente de la CIA y de haber hablado mal del glorioso Kim, el fundador de la primera dinastía comunista. Los diplomáticos cubanos sirvieron de testigos y falsamente declararon que Lameda era un espía.

Sentenciado a veinte años de trabajos forzados, lo arrojaron a una celda de castigo en el campo de prisioneros de Sariwon. Estuvo esposado por tres semanas y a temperaturas por debajo de cero durmió en el piso, sin cobija ni otro abrigo. Después lo recluyeron en celdas sin calefacción. Se le congelaron los pies y se le cayeron las uñas. Sufrió infinitos simulacros de fusilamiento y no le entregaron ni una de las muchas cartas de sus familiares y amigos.

Vivió una novela de terror. En septiembre de 1974, el presidente Carlos Andrés Pérez logró su liberación. El régimen de Corea del Norte no ha cambiado, camarada. Vendo historia olvidada.

Fotografía: Summa, Caracas, nr. 19 de 1970

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