martes, 27 de diciembre de 2011

LUCES, CÁMARA Y... ESCRITURA


Rating
Luis Barragán


Concluyendo el año, Alberto Barrera Tyszka entrega una novela que muy bien puede difundir - si la hubiere - una emisora irreverente: “Rating” (Anagrama, Barcelona-Caracas, 2011). Un reality show, protagonizado por indigentes, y un remoto allanamiento, vergüenza de frivolidad y drogas, marcan el camino de los protagonistas sumergidos en la intimidad quizá insospechable de toda una industria del imaginario social.

La telenovela, diarísima escritura apegada a los sondeos de opinión, angustia crómica del mercado masivo, es un fenómeno de irrebatible presencia en este lado del mundo. Y esto, a pesar de que “en la vida misma todos solemos tener otras obligaciones y deberes aparte de enamorarnos” (110).

La banalidad llega a los extremos, arrojados a la ficción que suplanta o dice suplantar una realidad cotidiana – acaso – detestada. El autor abre las puertas de la industria fundada en las ideas que son “cualquier cosa, puede ser un pálpito, una intuición, una estupidez (…) por lo general, es nada”. Y, obviamente, las que se imponen surgen de los presidentes corporativos, directivos de áreas, ejecutivos de cuenta, secretarias, actores, luminitos, continuistas, empleados de la limpieza, vicepresidentes de Proyectos Especiales; y, valga el testimonio, privilegiados, los dueños del canal y sus hijos, sobrinos, primos y cuñados (15 s.).

Circulan muchísimas propuestas para fundamentar cualesquiera de los programas, incluyendo naturalmente las telenovelas, a sabiendas que la televisión es falaz al otorgar un sentido potable, digerible y verosímil de la realidad (81). Añadimos, harto conocido por el actual gobierno nacional que, a través de sus plantas (que son las del Estado), nos convence de haber dispensado el paraíso que, por lo demás, hay que agradecer.

Barrera Tyszka rasga esa vida creída fácil de los trabajadores de la industria que, por suerte del periodismo de farándula, carece de la privacidad necesaria. El joven protagonista no encuentra todavía evidencias sobre la mítica “operación colchón” (191), aunque el corto e interesado “affaire” con Vivián y el juego de “Los impasibles” no permiten distinguir entre chantajistas y chantajiados: grandes deudores en la materia, parece que nadie puede dar clases de moral (221), como suele ocurrir en otros y menos visibles ámbitos.

Otrora departamento esencial de una planta de televisión, antes que experimentara nacionalmente una crisis de la que aún no se recupera, nos avisa del complejo equipo que hace posible la telenovela (82), caracterizándola: “El llanto es una de nuestras evidencias ontológicas”, trabaja sobre “el exceso sentimental”, el arte es el de la repetición (110 s., 124). Morbo y mentira, ingredientes principales de una industria que puede versar sobre “una monja que se mete a puta” (75), sin pestañar.

Barrera Tyszka nos ha deleitado con sendos tropos: gotas de lluvia adedadas en el cristal, mareo de luz, pupilas como insectos temblorosos, rebote de un grito en el cielo, movimiento que es enderezamiento clavicular, goteo telefónico, (30, 47, 63, 107, 138, 200). Sumamos el “.Que” (148, 178), o la Laura Solieri reiterada (213), como recursos de una creación todavía pendiente habida cuenta del específico lenguaje televisivo.

Modestamente, quisimos una novela más extensa y compleja que un cuento largo alrededor de las dos o tres estupendas anécdotas. En todo caso, nos antojamos de un nutrido ensayo novelado, próximo al reportaje, pues, “no sé si todavía existe la sociología como carrera (…) no sé en concreto qué estudie” (60): la libreta de apuntes de alguien que laboró en la industria, apresurándose a una entrega que atisba otras señas de identidad, como el oxímoron (70).

Pareciera escribir sobre el presente, recuperando la telenovela – innovada por el reality show - su antigua jerarquía, por aviso de un taxista y la posibilidad de un telefonema del presidente de la República (260 ss.). Probablemente, otros fueron los tiempos del predominio total de un género exportable que sucumbió a la crisis del propio medio, ya que – por una parte – la ética se convirtió también en una idea (8; y – por otra – el abuso hizo del Estado un remedio peor que la enfermedad, algo que justos y pecadores poco a poco reconocen.

Nos permitimos acotar, la televisión contaminó la política con una hondura sin precedentes, al entenderla como una sucesión de estereotipos, malentendidos o equívocos, con disgusto por los matices, por siempre infeliz hasta la brevedad vital del capítulo final, afianzada por la narración oral para el festejo del auto-engaño, de acuerdo con los disparos del autor que advierte: “No se puede confiar en la gente que trabaja con su vanidad, su imagen” (131, 161 s., 165, 196, 204, 219).

Extrañamos una pieza de mayor aliento y alcance sobre el género telenovelístico, apenas enunciada por Barrera Tyszka, con las viejas y novísimas deidades artísticas en el galope desesperado de los ejecutivos devorados por la competencia que fue salvaje, paseándonos por la llamada telenovela cultural o por la incursión que hizo un conocido líder político ante las cámaras, a finales de los setenta, por no mencionar el grato oleaje de la transculturalidad. Por cierto, recordando la confesión que hizo Ibsen Martínez a Mirtha Rivero o sus recientes incursiones teatrales, pues, hay expiaciones que también se hacen rentables.

Finalmente, convengamos que la crisis de la telenovela de hoy se debe a un hecho incontrovertible: la actual dirección del Estado se hizo de sus claves, expropiándola. Por ello, el capítulo final puede verse aún lejos, mientras que cualquier truculencia sigue dando los dividendos del caso.

Fuente:
http://www.noticierodigital.com/2011/12/rating/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=827635

No hay comentarios:

Publicar un comentario