lunes, 26 de diciembre de 2011

CONTRARIEDAD


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Contra el olvido
Luis Barragán

Creído un “viaje al fondo de sí mismo”, decididamente autobiográfico, emergió la necesidad inmensa de hablar sobre lo que ocurre, aunque – inevitable – nos obsequió algunos detalles importantes y quizá inesperados sobre lo ya remotamente ocurrido. “Contra el olvido. Conversaciones con Simón Alberto Consalvi” de Ramón Hernández (Editorial Alfa, Caracas, 2011), con una magnífica fotografía de portada de Lisbeth Salas, obliga a la faena vital – incluso - de estas horas: la palabra.

La angustia del entrevistado es por la ligereza abrumadora que nos lleva a un hastío que no revienta, a pesar de las evidencias. Hay una perplejidad trastocada en tristeza a lo largo de la obra, señalado un pasado no menos complejo y difícil que contrasta con un presente arrollador de la sociedad y sus dirigentes.

Entre las varias constantes, destaca – por una parte – el colapso de los ingresos petroleros, determinante para el del socialismo que paradójicamente se levanta sobre la escasez y la ruina, que personalmente no lo creemos exclusivo y definitivo para el derrumbe del modelo, mientras – por otra – el secreto como la piedra angular de un régimen que no podrá jamás preservarlo o blindarlo, por lo que se desmoronará irremediablemente. Y, al tocar algunos aspectos resaltantes del interviú que no es tal, faltándole poco para que Consalvi se interrogase a sí mismo, nos adelantamos con una acertada observación sobre el acento cubano de Chávez Frías (53), el que tampoco puede ocultar – por ejemplo – el hijo de Jesús Faría, militante del PSUV, en sus regulares intervenciones de la Asamblea Nacional.

Por cierto, hay una reivindicación de la calidad y trascendencia de las deliberaciones parlamentarias ulteriores a 1936, como las de la Constituyente de 1947, distinguidas las minorías (14 s., 120, 205). Y plantea la necesidad de una mayor capacidad intelectual y de investigación hoy, frente a una mayoría diputacional del chavismo que es evaporable (296).

Enunciando un extenso y variado temario, el protagonista versa sobre Gómez y sus intelectuales, las trampas del CNE, la impopularidad real de Chávez Frías, la normalidad de la corrupción, la integración sub-regional, el Directorio Revolucionario y el ascenso de Fidel Castro, Acción Democrática y sus divisiones, la importancia de “Aló, Presidente”, la lucha antidictatorial, el rentismo empresarial, la descentralización y el golpe de Estado, el PCV y Punto Fijo, el atentado contra Rómulo Betancourt y la obra literaria que tiene pendiente, la indiferencia o subestimación de Salvador de la Plaza, la indiferencia del país con los presos políticos, los medios y el 27-F, las élites, la guerra civil, y la reforma tributaria de los sesenta, entre otros asuntos. Empero, deseamos específicamente relacionar tres aspectos.

Por una parte, nos una parece observación esencial y decidora la relacionada con la renuncia de los partidos a sus propias publicaciones, igualmente equivalente a la cancelación del debate (16), apenas la punta de un iceberg de la crisis que todavía evaden y los agobia. Además, hay suficiente tela que cortar sobre las Fuerzas Armadas (123, 175, 214, 254 s., 294, 298), la otra punta de la evasión.

Por otra, el pasado nos señala las manipulaciones de los dos o tres parlamentarios que obtenían dividendos de las denuncias hechas en torno a la corrupción (26), con el predominio de la “tontería política” y de la impuesta banalidad (32) que nos interna en el terreno de la antipolítica: “El venezolano – añade – cree que si no se mete en política no le pasa nada, y que no dejarse ver es mejor todavía” (235). Por ello, la dureza con Arturo Uslar Pietri, incluyendo el “libro más hijo de p...ta” que se haya escrito en medio siglo, llevándonos de los noventa a los cuarenta protagónicos del otro mito – añadimos - de nuestra contemporaneidad (75, 98 ss., 107, 111).

Agreguemos las revelaciones de la noche de los tanques y José Domingo Soler Zambrano, hoy en PDVSA-Barinas, como el caso del entonces coronel Rojas Pérez (180 ss.), que muy asombrosamente no fueron investigados, mostrando hasta dónde llegó la irresponsabilidad de los actores de una democracia que creyeron garantizada por siempre. Invitamos a examinar lo que Consalvi reporta sobre el mito bolivariano, el culto a la personalidad y María Lionza (28, 44, 245 ss.), la llamada Revolución de Octubre y el medino-lopecismo (101 ss.), Marx y el golpe militar (20), la izquierda que hasta “dan ganas” de rescatar y reivindicar (223), la exportación petrolera de la revolución (56), la fusión cubano-venezolana (51, 213), la cuenta de 157 ministros en once años (260), aunque disentimos en relación a lo afirmado sobre el juego que le hacen los partidos a la dictadura militar todavía inaceptada (21, 266), o la mera negación de las condiciones y garantías para el proceso electoral (254): ¿la salida no consiste en algo más que esperar a las respuestas que llegarán (29), al contagio de la protesta (262), o a la recuperación de la legitimidad como salida que no versa sobre el golpe o la revolución (127)?

Finalmente, llamamos la atención sobre el bibliófilo que trabaja para pagarse el chofer y los habanos (155), negado a rayar los libros que ya sabe encuadernar (31); que precisa cuán ineditada es la mejor obra de Ramón Díaz Sánchez, preocupado por el destino de los papeles de Tulio Chiossone (115); y, aunque discrepamos, capaz de soltar una grata irreverencia que ha de suscitar la polémica. “Es una exageración – expresa - llamar intelectual a Rigoberto Lanz o a José Manuel Briceño Guerrero. ¿Dónde está la obra? Además, escriben en pasquines deleznables y cuentan que la gente respetable no los leerá” (241).

Además, siendo el editor adjunto de un importante periódico venezolano, precisamente donde escribe casi a diario Lanz, con la libertad y comodidad que no hallará en los medios oficiales, no sorprenderá el preciso inventario de los problemas que luce intimidatorio e irrebatible para el mismísimo Comandante-Presidente. Valga la coletilla, después de ver tanta agua correr por debajo del puente, Consalvi nos debe sus memorias que jamás lo será el monólogo que ahora tuvo con Ramón Hernández.

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