viernes, 9 de septiembre de 2011

ZAMURO AZUL


EL NACIONAL - MIÉRCOLES 07 DE SEPTIEMBRE DE 2011 OPINIÓN/7
Visiones del Plan Ávila
LEOPOLDO TABLANTE

En más de un sentido, dos de las novelas venezolanas más reveladoras de 2010 y de 2011, Etiqueta azul/Blue Label, de Eduardo Sánchez Rugeles, y Valle zamuro, de Camilo Pino, relatan el mismo cuento e, incluso, cumplen su cometido adoptando itinerarios equivalentes.

El habla de Eugenia Blanc, la protagonista de Etiqueta azul/..., y de sus amigos es sólido y contundente, con base a reflexiones y diálogos llenos de coloquialismos sin advertencias ni guiones que traducen las moralidades de jóvenes que no pasan de los veinte años. Ese lenguaje está en sintonía con el «visceralismo» que consagró al Roberto Bolaño de Los detectives salvajes. Eugenia pertenece a una generación de chicos de clase media caraqueños, beneficiaria relativa del clima hostil de la Venezuela violenta y polarizada, que abriga una visión reaccionaria y pesimista del futuro. Junto a Luis Tévez, su primer amor serio, Eugenia emprende un viaje en un destartalado Fiat Fiorinoal piedemonte andino para buscar a un supuesto abuelo francés, a través de quien podría tramitar el pasaporte europeo que le permita «largarse de aquí».

Luis Tévez es un tipo pedante y con un espíritu autodestructivo equivalente a su celo antichavista. Sigue la corriente del «sabotaje lírico», dirigido desde Mérida por un sempiterno estudiante de psicología de la ULA, Samuel Lauro, una especie de falangista virtual que, a través de un blog, comienza a organizar ataques contra figurones bolivarianos. Luis Tévez y sus amigos celebran happenings, escriben peomas y se divierten con ocurrencias impromptu, a menudo escatológicas.

La fijación oral de Sánchez Rugeles tiene tanta pegada (a mí me suenan Bryce Echenique, Cabrera Infante, Luís Rafael Sánchez, incluso Junot Díaz...) que uno casi se distrae de la estructura circular de Etiqueta Azul/..., un libro que fluye hacia el futuro en que habría sido compuesto: el año 2020, el chavismo aniquilado y Eugenia, la autora, exiliada en París. En cambio, Camilo Pino opta por exhibir un andamiaje lleno narraciones anecdóticas interrumpidas por crónicas de viaje, reportajes especulativos, entrevistas testimoniales, llamadas telefónicas y voces radiofónicas dentro de una atmósfera apocalíptica: el valle de Caracas en medio de una invasión de zamuros y a las puertas de un estallido social.

El protagonista de Valle zamuro, Alejandro Roca, es un creativo publicitario que, días antes del Caracazo de 1989, decide renunciar a su puesto en la agencia Luchsinger & Márquez y al mismo tiempo se enamora, sin ser correspondido, de Romina Neri. Se sabe parte de una frívola clase media/media alta caraqueña, pero a diferencia de los personajes de Sánchez Rugeles, es más conformista, presa de un tibio cargo de conciencia en un país absurdo lleno de «loquitos», un adjetivo que endilga tanto al político «de arriba» como al peor resultado de su indolencia, los indigentes de la calle.

La yuxtaposición de recursos retóricos y el contexto publicitario de la novela me recordaron al Frédéric Beigbeder de 99 francos [14,99 euros] (2000), que no sólo cuenta la caída en barrena, en código humorístico, del protagonista, Octavio Parango, harto de la retórica lúdico-fascista de la publicidad, sino que incluso incorpora a un director de imagen venezolano, Enrique Baducul, el personaje en el que Alejandro Roca habría podido convertirse en su éxodo. Porque, como Eugenia Blanc, Alejandro también se va de Venezuela gracias al favor de un ministro amigo de su familia (a Eugenia la ayuda su padre, alto funcionario del Ministerio de la Cultura), el mismo que ordena su liberación de una celda de la Disip en El Helicoide luego de ser detenido borracho, luego de salir despechado de una fiesta en una mansión de Lomas de El Mirador durante el toque de queda que siguió al sacudón de 1989.

Yo estaba esperando estas dos novelas del desencanto y del exilio explícitos, generosas en emociones e intertextualidades sutiles, base de un código estético formulado para sentirse avergonzado primero y para atomizarse después.

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