martes, 2 de agosto de 2011

EL REINO DE ESTE MUNDO


EL NACIONAL - Sábado 30 de Julio de 2011 Papel Literario/1
En homenaje a sus 80 años de vida
Alexis Márquez Rodríguez, idiomático
ATANASIO ALEGRE

Cuando apareció El reino de este mundo en 1953, un profesor recién egresado del Pedagógico de Caracas publicó en el Papel Literario una reseña sobre esta novela de Alejo Carpentier. Picón Salas, que dirigía a la sazón el Papel Literario de El Nacional, alabó el ensayo y así se lo hizo saber al propio autor. Alexis Márquez Rodríguez --tal era el nombre del profesor-- se encontraba en aquel momento buscando maestros que le abrieran el camino hacia la especialidad de la crítica literaria. Y cuenta el mismo Alexis, con ese plural con el que trata de quitar peso a sus propias realizaciones, que su alegría fue plena cuando en la tertulia del Pensamiento Vivo, Alejo Carpentier preguntó por el autor de la reseña. Los presentó Rivas Rivas, que conducía con especial gracejo aquellas reuniones. Alejo Carpentier, con mucha vida vivida en ciudades como París y La Habana, publicaba durante su residencia en Caracas una columna bajo el epígrafe de Letra y solfa. Era la demostración o la mostración de su inmenso saber sobre música --sobre la música barroca, de manera especial-- y sobre la instauración en el Renacimiento de unas formas de vida en las que se divinizaba lo humano con la consiguiente inversión del concepto de autoridad que rigió durante la Edad Media.

Cuando apareció la siguiente obra de Carpentier, Los pasos perdidos, Alexis Márquez Rodríguez tenía claro el esquema mediante el cual debía ser juzgada literariamente una novela. En esencia, se resumía en lo siguiente: la calidad de un texto literario obedece a determinados criterios: la elegancia del estilo, la estructura de la obra, la inteligencia de los análisis y la escogencia precisa y oportuna de los hechos que configuran la historia. Y si hay suerte, o lo que es lo mismo, si el talento acompaña al autor, es casi seguro que de la suma de todas esas propiedades nazca un algo que se acerque al criterio con que se valoran las obras maestras. Sobre esta base, la novela puede, además de entretener, ser el vehiculo de un mensaje o, de acuerdo a Sthendal, hacer la función de un espejo por el camino. Dicho en otros términos, podría ser que de la obra salga el intelectual que, enfrentando a ciertas situaciones en un país logre, a través de su notoriedad, ejercer un peso determinado sobre eso que los franceses llaman enjeux politiques, los acontecimientos políticos. Bajo este criterio, Alexis Márquez Rodríguez inició su navegación sobre el pensamiento del tal Capentier, un escritor que estaba revolucionando la novela latinoamericana con el empeño de desengancharla de la llamada entonces novela de la tierra, y que venía siendo, adicionalmente, a resultas de su notoriedad, un intelectual en el más amplio sentido de la palabra.

Carpentier abandonó Venezuela en 1959 y hasta 1974 Alexis no volvió a encontrase personalmente con él. Pero, para ese momento, ya Alexis se había hecho cargo de cómo avanzaba la nave, fletada en astilleros propios, en la que se había embarcado Alejo Carpentier para hacer la travesía desde la unidad cultural latinoamericana hacia una autonomía o independencia cultural (en el sentido de que Madrid no tenía que ser el meridiano intelectual, o lo que es lo mismo, abolir el expediente de que un escritor latinoamericano, para serlo, dependía de la publicación de su obra en España). Diego Rivera había comentado a Alejo Carpentier en París --según apunta Alexis Márquez en la obra de la que voy a ocuparme inmediatamente-- que, en 1921, hubiera sido imposible, a la vez que inútil, pintar un maguey.

De todas formas, uno de los más importantes legados del Renacimiento era haber hecho del hombre un individuo espiritual. Para ello hubo que rescatarlo de una concepción medieval en la que al hombre se le consideraba como tal en función de la raza, pueblo, partido o dentro de cualquier otro abarcador que lo generalizara, sin que gozara de atribuciones singulares como proclamaba el principio de individuación de Boecio. Pues bien, eso es lo que debía hacerse con el hombre latinoamericano a partir del hecho expresivo: individualizarlo. Y esa es la labor, tanto de Carpentier como la de Alexis desde 1953, tal como puede constatarse en la obra: Alejo Carpentier: Teoría y práctica del barroco y lo real maravilloso, de Alexis Márquez Rodríguez, publicada por Taurus en 2008. He dicho de ambos, porque tan poeta es quien escribe el poema como quien es capaz de interpretarlo. Son 611 la páginas que componen este texto monumental sobre las genuinas raíces --olvidadas con más frecuencia de lo que convendría-- en lo que ha sido, es y, tal vez será, la literatura latinoamericana.

Henri Cristophe, el esclavo liberto, dueño de esclavos, que es el personaje de la novela de El reino de este mundo, hizo construir en la ciudadela de la Ferriere, en la isla de Haití, un palacio donde instaló un remedo de la corte francesa. A las ventanas del palacio de San Souci se asomaban damas coronadas de plumas. En uno de los suntuosos salones ensayaba una orquesta de cámara.

Los oficiales de casaca roja y bicornio, con espadas al cinto, parecían oficiales napoleónicos. "Negras eran aquellas hermosas señoras, de firme nalgatorio, que ahora bailaban la rueda en torno a una fuente de tritones", se lee en la novela de Carpentier.

¿Qué es lo real maravilloso y qué tan maravilloso ha sido lo real a partir de hechos como estos que tanto se prodigan en esta América que maldice más que lo que reza hoy en castellano? Esta es la gran pregunta a la que de enfrenta en esas 611 páginas de este libro fundamental, Alexis Márquez Rodríguez.

En el barroco literario, como ocurre en el arquitectónico, existe miedo al vacío. Por eso hay que llenar espacios, en el caso de la Arquitectura y en el literario, alterar los tiempos, aplicar una acentuada adjetivación, crear neologismos --como el de engrisar, envejecer, del mismo Carpentier, a partir de gris-- y, en todo ello, proceder con exageración, la exageración que es, en suma, una de las condiciones de la expresión renacentista. La exageración tiene un correlato inmediato: el contraste. Quevedo, Cervantes y Góngora fueron escritores barrocos en la España que inicia su decadencia y es preciso afrontarla con humor y con las florituras del lenguaje aportadas por la picaresca de la época, en contraste con la España imperial. Contraste y exageración fueron tal vez dos de los elementos que Carpertier dedujo en sus largas conversaciones con Uslar Pietri, Miguel Ángel Asturias, el pintor Diego Rivera y el músico Heitor Villalobos, durante los once años de París, sobre la realidad de Hispanoamérica. París, en la primera permanencia de Carpentier hasta 1939, constituye la prehistoria de su novelística, la cual va a encontrar su realización en Caracas, después de una breve residencia en La Habana y una fugaz visita a la isla de Haití.

Y es aquí en Caracas donde Carpentier va a encontrar a su más fiel seguidor, su exegeta y el estudioso más completo de su obra. El más honrado y más consecuente, por otro camino, en virtud de la amistad que los unió.

"Los escritores hijos del Caribe, como Carpertier lo probó con creces, somos hijos dóciles de la exageración", dijo Sergio Ramírez, el escritor nicaragüense, cuando se celebró el centenario de Carpentier.

Pero, habrá que puntualizar que en lo que ha exagerado Alexis es en la dedicación a la obra de Carpentier y en el amor al lenguaje que éste maneja como patrimonio latinoamericano. Con la mudanza de los días, este conocimiento del lenguaje, esta peculiar destreza en la manera de ejercer la crítica convertirán a Alexis en uno de los grandes gramáticos que ha tenido el país, en un conocedor de cuanta regla anterior y posterior ha dictado la RAE en relación a los usos gramaticales. En lo que no ha exagerado ha sido en el estilo, en la metodología misma que se advierte en sus escritos. Dice lo que tiene que decir con un estilo sobrio, directo y lineal, prescindiendo de tropos innecesarios, con regateos al adjetivo, haciendo gala, por otro camino, de una sintaxis precisa y científicamente equilibrada.

No es de uso frecuente, desde que Azorín dejó de utilizarla, la palabra idiomático aplicable a quien mucho sabe de la lengua. Pero después de haber leído la obra de Alexis, Alejo Carpentier: Teoría y práctica del barroco y lo real maravilloso, no me cabe la menor duda de que es esa la palabra que mejor define a Alexis Márquez Rodríguez, por el conocimiento, por su dedicación acumulada y difusora sobre el idioma, sea desde la cátedra, desde la Academia de la Lengua --de la que forma parte desde hace muchos años-- o desde los medios de comunicación en los que no descarta insinuar, en razón de su fina mordacidad, aquello que Karl Kraus ronroneaba sobre ciertos dicentes con mayor o menor connotación pública a quienes enrostraba: de no tener ideas y expresarlas. Entre tanto, la concepción de Alexis Márquez Rodríguez sobre la novela latinoamericana en una de sus encrucijadas más decisivas ha ido ganando cada vez más alumnos, tanto en universidades norteamericanas como europeas.

Fotografía: Alexandra Blanco

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