lunes, 15 de agosto de 2011

ALFA Y BETA


EL NACIONAL - Sábado 13 de Agosto de 2011 Papel Literario/1
La invención de la escritura
En el capítulo "Códigos" de su obra Cabos sueltos: la comunicación mundo que se edita en España, Antonio Pasquali expone la ambiciosa tesis de que los dos mayores saltos exponenciales de la cultura humana, en los siglos XII aC. y XX de nuestra era, se produjeron gracias a la invención de nuevos y más eficientes códigos para expresarse, conservar y comunicar el saber. Ellos fueron la escritura alfabética y el dígito binario. Reproducimos hoy y en una próxima entrega dos amplios fragmentos del citado capítulo
ANTONIO PASQUALI

En las últimas batutas del Fedro, Platón pone en boca de Sócrates --ese coriáceo personaje que nos obligó a admirar-- una memorable filípica contra la escritura, maligna invención de un equivocado dios Thoth y de nefasto parecido con la ya condenada pintura-simulacro, "que volverá la gente olvidadiza porque depositando su confianza en el escrito dejará de ejercitar su memoria" (Ph.275,a); una condena que otros paladines de la pura oralidad o temerosos del progreso harán propia más adelante, como los humanistas Gerónimo Squarciafico con su invectiva de 1477 contra Gutenberg pues "la abundancia de libros hará a los hombres menos estudiosos", y Robert Burton quien en 1621 afirmó que "el gran caos y la confusión de libros" sólo procura a sus usuarios dolor en los ojos y los dedos. El progreso ha demostrado cuán penosamente equivocados estaban, y pasemos caballerosamente por alto el que Platón, Squarciafico y Burton nos hayan legado sus diatribas contra la escritura... por escrito. Pero conviene no olvidar aquella catilinaria del aristócrata ateniense puesta en boca de un Sócrates que nunca quiso escribir nada, quien sabe si por asco a esa invención plebeya traída a Grecia por mercaderes fenicios. Platón, el autor del Banquete, fue uno de los más grandes filósofos y escritores de la humanidad, formalizó el pensamiento dialéctico y construyó una de las más imperecederas utopías políticas, y sin embargo, no pudo deslastrarse de una cierta añoranza por una falsa edad de oro del saber, por una paidéia sin artes ni artificios, de la pura oralidad pre alfabética, no contaminada por la invención venida de los bazares del sur. Esa nostalgia por un seudo paraíso perdido sin códigos lingüísticos, o sin cambios de código, no se perdió en la noche de los tiempos, no es simple curiosidad erudita, y reaparece puntual y vigorosamente ante cada cambio de código o nueva tecnología de comunicación.

El progreso ha demostrado cuán penosamente equivocados estaban, y pasemos caballerosamente por alto el que Platón, Squarciafi co y Burton nos hayan legado sus diatribas contra la escritura... por escrito

Con sus veinticuatro siglos a cuestas, la estocada final del Fedro contra la escritura sigue pertinazmente en boca, mutatis mutandis, de pensadores hoy perplejos ante el nuevo código binario y las nuevas tecnologías que vinieron a democratizar aún más el saber. Hágase el ejercicio mental de leer "Internet", "Google" o "Wikipedia" donde Platón dice "libro", y se confirmará lo dicho: "Cuando tus alumnos se crean repletos de conocimientos gracias al libro sin haber recibido verdadera enseñanza, se creerán capaces de juzgar de mil cosas mientras que la mayoría de las veces carecerán de todo juicio; y además resultarán insoportables, por fingir ser personas instruidas en lugar de serlo de verdad" (Ph. 275,b). En Is Google making Us stupid? (2008), del muy serio y culto Nicholas Carr, el lector ve resurgir esa añoranza, cual ave fénix, en pleno siglo XXI.
Los dos más imponentes avances culturales de la humanidad coinciden con un cambio de código para expresar, almacenar y comunicar el saber: mejor se aprendía a conservar y transmitir conocimientos, más podía avanzar el saber mismo. Ambos códigos, el alfabético analógico y el binario digital, transformaron en profundidad, y para siempre, la historia del homo sapiens. Lo hicieron con silenciador, sin que a los beneficiarios se les ocurriera que debían conmemorarlo; dos artificios absolutos tan perfectos y prêt-à-porter que fueron pronto adoptados, no como aristotélicos téxhnai o arte-factos, como artificio puros, sino mcluhanianamente, como prolongaciones o extensiones de virtudes naturales.
Con una constatación análoga comenzaba su célebre ensayo de 1991, "La Computadora para el Siglo XXI", el malogrado Mark Weiser: "Las tecnologías más fundamentales son las que se vuelven invisibles. Ellas se entretejen con la vida cuotidiana hasta volverse indistinguibles de ella. Considérese la escritura, la primera gran tecnología de la información; ella se volvió pronto ubicua e invisible".
Los dos más imponentes avances culturales de la humanidad coinciden con un cambio de código para expresar, almacenar y comunicar el saber: mejor se aprendía a conservar y transmitir conocimientos, más podía avanzar el saber mismo

Veamos cómo revolucionó el primero de dichos códigos el pensamiento y la fábrica cultural del mundo, aún sin acogernos a la tesis algo simplista de que la prehistoria termina con la invención de la escritura.
La arqueología y la paleografía han determinado que tras abandonar su nomadismo hacia el X milenio a.C., practicar el endurecimiento de la arcilla desde el VIII milenio, iniciarse en el riego y la arquitectura en el VI y perfeccionar la contabilidad y la construcción de ciudades-estado en el IV, el hombre del III milenio a.C. comienza a sentirse poseedor de objetos y conocimientos que sería bueno legar a quienes vendrán, constata que las lenguas ágrafas desaparecen sin dejar huella, y experimenta el novedoso deseo de impedir que todo lo pensado, hablado, rezado, calculado e imaginado se pierda en un flatus vocis o quede confiado a una tradición oral acaparada por pocos, de imprecisa recuperación y transmisión. Se convence de que el camino más práctico para guardar memoria de todo aquello es conservarlo analógicamente, por abreviaturas

Muestra de la escritura del alfabeto cuneiforme ugarita transcritas, y da comienzo a la asombrosa y aún inconclusa aventura de asentar signos pictóricos, luego mejor codificados, en cuanto soporte le fuese asequible: piedras, arcilla cruda y cocida, paredes de grutas y guaridas o kilométricas extensiones de terreno, marfiles, huesos, caparazones, maderas y cortezas vegetales, pergamino y otras pieles animales, bronce, cera sobre tabletas, papiros, papeles, emulsiones fotosensibles, plásticos, vinilo, cintas, chips, discos duros... Al comienzo de manera primaria y asintáctica, luego aplicando códigos siempre más refinados. La Escritura, hija predilecta de Mnemosúne y fundamental añadido del hombre a Fúsis, había nacido.
Los primeros escritos de la humanidad son mesopotámicos, sus hallazgos más antiguos, en Uruk, se remontan a 3300 a.C.; los sumerios, luego asiro-babilonios, son sus autores (se considera hoy que todas las culturas no ágrafas posteriores se inspiraron en ese prototipo mesopotámico del que poseemos cerca de medio millón de documentos). Un par de siglos más tarde nace otra forma de escribir en Egipto, unos cinco siglos después otra en China y unos diez siglos más tarde otra en Mesoamérica. Los primeros textos sumerios van de picto-ideogramas a cuneiforme, los egipcios son jeroglíficos, los chinos y mayas emplean ideogramas. La primerísima pictografía es la base cero de la escritura, traza el dibujo de lo que quiere denotar, y da rápidamente paso a la inclusión de cuñas que ya no representan el objeto sino su nombre; algunos signos pictográficos más avanzados remiten a frases o enunciados completos, pero la pictografía nunca alcanzaría a expresar abstracciones y sutilezas conceptuales o emocionales.
El más longevo jeroglífico o sagrada escritura egipcia (sobrevivió hasta el siglo V d.C. degradándose lentamente de jeroglífico a hierático y a demótico, y de éste a copto) es una evolución de la pictografía: la extensión de su "vocabulario" osciló entre los 700 íconos del 2° milenio a.C. y los 5000 del siglo IV d.C.; también fue evolucionando hacia la incorporación de signos siempre más abstractos, pero fue igualmente una escritura bastante limitada en su paleta denotativa.
La ideografía china se compone de grafemas con base en miles de caracteres que representan sílabas; este rasgo pre alfabético le otorgó desde el comienzo una extensión denotativa mayor. También el LinealB, empleado en Creta hasta su derrumbe político en 1380 a.C. fue una escritura silábica de unos 87 signos.
Los lingüistas concuerdan en reconocer que todas las escrituras pre alfabéticas sirvieron básicamente para calcular, medir, alabar las divinidades, los reyes y los muertos, recopilar refranes, cronologías históricas, formular rudimentarias cosmogonías y unas pocas cosas más, con la notable excepción de los cultísimos sumerios, creadores de filosofías, obras poéticas y desarrolladas mitologías.
Pero volvamos a grandes zancadas al filón de donde brotaría el alfabeto. En los siglos XV y XIV a.C., la costa oriental del Mediterráneo --asiento de variopintas poblaciones semitas de alto desarrollo intelectual que venían gestando componentes esenciales de lo que sería la cultura occidental-- es el centro del mundo de entonces y desde luego su principal emporio comercial: allí confluyen las mercancías del lejano oriente y transitan (recordemos que los antiguos privilegiaban la prudente navegación de cabotaje) casi todos los intercambios entre Medio Oriente y Egipto, Creta, Chipre, los grandes imperios mesopotámicos y la parte colonizada del Mediterráneo central y occidental. Ugarit (hoy Ras Shamra en Siria, frente a la península chipriota que apunta cual dedo al continente asiático) era uno de sus principales puertos (probablemente, dicen los historiadores, el primer gran puerto internacional de la historia), souk, meta caravanera y cruce de mercancías y culturas, habitada por gente de sobresaliente inteligencia cuyo acervo paleográfico (cerca de 2.000 textos) no llegó a ser conocido hasta 1929.
Fue en Ugarit, entre mercaderes y escribas políglotas donde nació la idea genial que transfi guró la cultura humana: el ideal de una koiné glóssa, una lengua común a todos los hombres

Comerciantes y escribas manejan allí, empleando incluso diccionarios plurilingües, el sumerio con sus variantes, el acadiano (esperanto o "lengua diplomática" de la época), los idiomas de los hititas y de los huritas, los jeroglíficos de los egipcios y de los luvitas, el lineal-B de Creta y Chipre, el hurarteo, el palaíta, el viejo persa y por supuesto su idioma el cananeo que les facilita el manejo de la respectiva lengua madre el arameo (la lengua de una parte de la Bilbia), idiomas que además no empleaban un mismo código escritural, sino tres, el cuneiforme, el lineal minoico y el jeroglífico. Una verdadera maldición idiomática bíblicamente hablando; recuérdese que fue un Jehová tan envidioso del progreso humano como lo serían los dioses olímpicos, temeroso de que "al hablar una misma lengua... nada les impediría llevar a cabo todo lo que se propongan" quien decidió bajar a Babel a imponer su divide et impera lingüístico y "confundir sus lenguajes de modo que no se entiendan los unos a los otros" (una clara intuición religiosa del inmenso poder humano del polinomio palabra/saber/poder). Fue pues en Ugarit, entre mercaderes y escribas políglotas --imaginémoslos conversando de la materia sentados en sacos de mercancía olorosos a grupa de camello-- donde nació la idea genial que transfiguró la cultura humana: el ideal de una koiné glóssa, una lengua común a todos los hombres, podría ser quimérico o sacrílego pecado de una humana úbris que intenta parecerse a Dios; pero poner algún orden en la babelización idiomática simplificando los registros escritos de las lenguas y unificando dispersos y abortados intentos previos, sí era posible.
El trasiego a la cultura griega de la invención ugarita traspuesta en lineal fenicio es uno de los capítulos más apasionantes y menos estudiados de la historia de la cultura humana

La genial innovación que impulsaría el homo sapiens a otra dimensión del saber consistió en hacer del escribir una transcripción no ya de cosas, símbolos o sílabas, sino de los principales sonidos o fonemas emitidos por el hablante y poder así conservar todo lo que se puede hablar y que en su mayor parte era imposible representar pictórica o jeroglíficamente; siempre en secuencias de signos pero reducidos ahora a brevísimas letras cada una representando un elemento sónico, un "bit de sonoridad", los puros y segmentados sonidos primarios que se perciben auditivamente dentro del habla. Se dedicaron entonces a determinar cuáles y cuántos eran los sonidos que emite la voz humana hablando, y llegaron a un alfabeto de 30 letras pronto reducido a 22 (un orden de magnitud que perdura). Esta revolución no se produjo de golpe cual Minerva saliendo de la cabeza de Zeus; los ugaritas sólo aislaron sonidos consonánticos, y tocó al aleph hebreo añadir más tarde tres vocales y al griego cuatro más. Por disponer de abundante arcilla, siguieron además escribiendo su nuevo alfabeto en cuneiforme, y lo mismo hicieron al comienzo el hebreo, el arameo, el fenicio, el acadiano y el hurita.
Tocó a sus vecinos del sur, los Fenicios (habitaban aproximadamente el Líbano actual y estaban colonizando el entero Mediterráneo), una doble tarea esencial y llevarse durante siglo y medio todos los honores alfabéticos por haberse ignorado hasta 1929 la existencia del antecedente ugarita.
Como quiera que disponían de papiro en abundancia y monopolizaban su comercio (lo hacían por un puerto que los griegos llamaron Bíblos), abandonaron el alfabético cuneiforme sobre arcilla y convirtieron la invención ugarita en una escritura continua dibujada de izquierda a derecha con pluma y tinta sobre la hoja vegetal, dando así nacimiento hacia 1100 a.C. al lineal fenicio que adoptarían todas las escrituras occidentales. Como formidables navegantes y comerciantes que eran, les tocó además una faena de abejas polinizadoras en su entorno cultural y comercial primero, en una dimensión temporal después. Mientras los asirios continentales mesopotámicos permanecían fieles al sumerio cuneiforme (Asurbanipal llegó a concentrar todo su patrimonio literario en Babilonia, pero el asesinato en masa de los clérigos encargados de cuidarlo, en 539 a.C., pautó el rápido anonadamiento de la civilización asiria y de su escritura), el arameo antiguo, el antiguo hebreo, el moabita, el púnico y otros idiomas menores de la cuenca mediterránea adoptaron tempranamente el lineal fenicio. Sin embargo, el destellante futuro de éste quedaría definitivamente asegurado tras su adopción, hacia el siglo IX a.C., por los griegos: la Filosofía, la Matemática, la Historia, la Poesía, la Literatura y el Drama occidentales nacen fúlgidamente pensados en griego y escritos alfabéticamente en lineal fenicio.
Los calcidenses fundadores de Cuma, una importante colonia itálica de la Magna Grecia, transmitirían el alfabeto a etruscos y romanos que lo dejarían en herencia a toda la cultura occidental (desde entonces lo llamamos alfabeto latino), dando comienzo a una inconclusa expansión por legados sucesivos: de allí al catolicismo que lo regó por naciones no indoeuropeas, y luego en secuencia ininterrumpida hasta nuestra época, con la adopción del alfabeto "latino" por los turcos en 1928, por vietnamitas e indonesios después de la segunda Guerra Mundial, por varias repúblicas asiáticas tras la caída de la Unión Soviética y próximamente, tal vez, por la India y por China, que ensaya una versión alfabética pinyin de su escritura ideográfica. (Esto, sin olvidar que en el siglo XV, y sin mediar contactos con Occidente, el emperador coreano Sejong el Grande, deseoso de democratizar un leer y escribir reservados a la nobleza y que implicaban manejar más de 2.000 caracteres, repite la hazaña hugarita e inventa literalmente el hanguel, un nuevo código de sólo 24 caracteres con el que pudo alfabetizar rápidamente el entero país). De remate, y tras tan largo periplo por incontables culturas, el lineal fenicio terminó asegurándose otros siglos de segura supervivencia al quedar incorporado al ADN de las computadoras.
El trasiego a la cultura griega de la invención ugarita traspuesta en lineal fenicio es uno de los capítulos más apasionantes y menos estudiados de la historia de la cultura humana. Tras la citada y misteriosa desaparición de la inf luyente cultura minoico-cretense en los siglos XIII y XII a.C., se abre para la cuenca cultural griega una etapa de cinco o seis siglos que los historiadores han apodado "la edad oscura" por no conocerse hechos descollantes de ese período, ni si continuaron empleando el lineal-B, ni las causas de tan prolongada catalepsia cultural., ni por qué nada encuentra la arqueología de ese período. Se sabe empero con cierta exactitud que las relaciones comerciales de los fenicios con los griegos se establecen desde el siglo IX a.C., lo que legitima la hipótesis de que la adaptación del habla griega al sistema alfabético y a la nueva escritura lineal fenicia arranca en ese período.
Lo asombroso de este recuento, que nunca precisan las historias oficiales, es que fue apenas un siglo después de tal adopción (o dos, no entraremos en la espinosa quaestio homérica), cuando el pueblo de la "edad obscura", que poco había aportado al acervo cultural de la humanidad, vuelve a irrumpir en la historia con la Ilíada, la Odisea y el resto del ciclo homérico, las más veneradas fabulaciones germinales de la poesía, la cultura y la historia occidentales.
¿Cómo no suponer que fue el nuevo código escritural recibido de los fenicios el que vino no sólo a revitalizar, sino a dar nueva y exponencial dimensión expresiva al inmenso y momentáneamente detenido potencial cultural griego? Esta hipótesis no sólo no es débil y "romántica" como se le ha querido tildar, sino más bien emblemática de las palingenesias culturales que se producirían luego con cada cultura ágrafa, cuneiforme o jeroglífica transfigurada por la adopción de códigos alfabéticos, y puesta por eso mismo en condiciones de mejor memorizarse, autofecundarse, circular y asegurar aportes a la cultura universal.

Fotografía: Orlando Igueto

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