domingo, 17 de julio de 2011

(DES) EMPEÑOS SOCIALES


De la Remolacha Mecánica
Luis Barragán


Apenas un instante en nuestro historial deportivo, el empate de nuestra selección futbolística con Paraguay produjo un espontáneo y legítimo estallido de emoción y orgullo. E, incluso, los más desavisados, nos enteramos y celebramos la Copa América como respiro noticioso y alternativo frente al sofocante culto a la personalidad presidencial en boga.

Hay quienes seguidamente apuntaron que mayor jolgorio provocan los éxitos de la selección brasileña, aunque ignoramos si la disciplina pronto se convirtió en emblemática empresa nacional desde los ya remotos inicios del campeonato mundial o, como suele ocurrir, el vecino país emprendió un largo proceso de reconocimiento de las prácticas surgidas de una fuerte y auténtica afición popular. Toda hazaña – enfaticemos – ciertamente genuina, contribuyente al sentido de pertenencia e identidad, suscita la indispensable bocanada de confianza y optimismo en los pueblos que, dejando atrás las proezas militares, las prefieren deportivas hasta por su radical veracidad competitiva.

Nos aventuramos a asegurar que el fútbol se hizo nuestro no sólo con la llegada de la comunicación y programación satelital, sino cuando una emisora privada de la televisión local lo conviretió en fundamental motivo publicitario apoyado en la realidad de los avances que sintetizó la dirección técnica de Richard Páez, en el transcurso de la década. Hasta la coloratura del uniforme, extraña a la bandera nacional, se ha hecho nuestra y, a pesar que los viñedos están en el subsuelo, fortuita hazaña de la naturaleza, el vino tinto es parte de ese imaginario duradero que no se amasa socialmente con artificios y efímeras circunstancias.

Las brevísimas temporadas de béisbol, olvidadas las del basquetbol que pareció compensarlas, pudieran ceder al fútbol el terreno ganado en nuestras representaciones colectivas. No obstante, yendo más allá, cobra importancia un dato esencial: las más grandes victorias, los más espléndidos actos de heroísmo, dependen del esfuerzo paciente, sostenido y creador, por lo que nuestra identificación con la selección vino tinto también está subordinada a la propia noción que tengamos del trabajo, la disciplina y la constancia.

Es más fácil, cómodo y expedito brindar por los triunfos del Real Madrid o Barça que por el ignorado Zaragoza tan querido del Padre Lacasta, o apostar por Brasil cuando está hecho el trabajo y confirmada la tradición. Podemos sostener nuestras legítimas simpatías y expresarlas con la no menos indispensable libertad, pero también acompañar el crecimiento, las marchas y contramarchas de la vino tinto desde una inigualable perspectiva pedagógica, aportante a nuestra identidad mínima y decisiva: la del trabajo.

La premisa es válida para quienes no somos especialmente fanáticos del fútbol, pues el mejor empeño es el de seguir y festejar los éxitos alcanzados como resultado de una orientada voluntad de superación, en lugar de circunscribirnos a los momentos estelares que no tuvieron continuidad alguna en el boxeo, el hipismo, motociclismo o el golf. Ahora, pocos recuerdan a Francisco “Morochito” Rodríguez, Cañonero II, Johnny Cecotto, o – posiblemente – a Jhonattan Vegas, destinados al santuario de la hemerografía.

Valga acotar que nuestra selección futbolística puede ayudar a modificar el ambiente de pesadumbre, zozobra y desconfianza que ha inyectado el poder establecido en nuestro país. Quizá la clave está en el humor inevitable que, por ejemplo, le ha permitido al cuñado de María Efe “pinear” sobre la Remolacha Mecánica, parafraseando la significativa asociación que se hizo de la lejana e inderrotable selección holandesa con la consabida película de Stanley Kubrick, pero lo cierto es que el fútbol asoma oportunidades para revelar al país de las profundidades, con sus vivencias, metas y desafíos.

Fuente: http://www.opinionynoticias.com/noticiasdeportes/8857-de-la-remolacha-mecanica

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