lunes, 27 de junio de 2011

PRECURSORES


EL NACIONAL - Sábado 25 de Junio de 2011 Papel Literario/1
A propósito del Día del Periodista
Jenofonte y Julio César, reporteros
NELSON RIVERA

Diógenes Laercio 1 lo narra así: Jenofonte, todavía un adolescente, caminaba por una calle estrecha. Se encuentra con Sócrates, quien le cierra el paso con su bastón. Le inquiere: dónde venden cosas para comer, y el joven le señala un lugar. Sócrates le pregunta a continuación si sabía dónde se hacían los hombres buenos y virtuosos. Jenofonte no supo qué contestar. Dijo entonces Sócrates: Sígueme y lo sabrás. Desde ese instante Jenofonte se convirtió en uno de los discípulos del filósofo.

Era un aristócrata ateniense que recibió una educación privilegiada: equitación, formación militar, aritmética, lectura (podía recitar cantos completos de la Ilíada), artes musicales y sociales. A la edad de 20 años ya era un hombre culto, refinado, habitual del buen vivir. Le interesaban los valores aristocráticos asociados a la competición y el heroísmo militar. Llevaba consigo, a diferencia de muchos otros historiadores y filósofos de su época, un agudo sentido de lo práctico. Tuvo una larga vida, inusual para su tiempo: nació alrededor de 430 a.C. y murió en 354 a.C. A diferencia de sus colegas, a Jenofonte le gustaba cabalgar, ir de caza y someterse a los rigores del combate. No tardaría en hacerse soldado.

Tenía algo menos de 30 años, cuando se puso al servicio de Ciro el Joven. Combatió en Cunaxa, al margen del Eúfrates y, a consecuencia de los avatares de la guerra, le correspondió capitanear parte de la retirada de los mercenarios griegos llamados los Diez mil, durante una atroz expedición por todo el continente, en medio de batallas que tuvieron lugar durante un crudo invierno. Esa experiencia es lo que Jenofonte recogió en su Anábasis, que podría ser considerado el primer gran reportaje militar del que tenemos conocimiento.

Más adelante Jenofonte combatiría al lado de los espartanos contra Persia. El haber apresado a un hombre muy rico, le permitió obtener una fortuna por su rescate.2
Se hizo amigo de Agesilao, entonces rey de Esparta. Cuando éste le declaró la guerra a Atenas, Jenofonte combatió al lado de Esparta. Como castigo, Atenas le desterró y confiscó sus bienes. En una campaña posterior, al lado de los lacedemonios, sus enormes logros militares fueron recompensados: Jenofonte recibió una heredad (un conjunto de tierras) donde llevó una vida dedicada a la caza, la escritura, la labranza y la educación de sus hijos.

Fue en aquellos años donde Jenofonte escribió Anábasis, Helénicas (en la que continúa la historia de Grecia en el punto donde la dejó Tucídides, que fue su amigo), Economía, Ciropedia y sus incomparables escritos de recuerdos donde narra, con vivacidad prodigiosa, las prácticas de caza, las cuitas de una cena donde Sócrates presidía con la autoridad de su genio, los beneficios del ejercicio físico o las técnicas que ha aprendido de los campesinos para asegurar el cuidado de la producción en sus tierras.

El hondo impacto que produce leer Anábasis es la voluntad de Jenofonte de casi desaparecer de la narración. Cuando escoge hablar de sí mismo en tercera persona, abre el terreno a lo que sería el fundamento del moderno periodismo: dejar que los hechos ocupen a plenitud el cuerpo de lo que se narra. Hacer del autor una presencia de segundo plano: intencionada, pero que no impida nunca que cuanto se reporta sea afectado por su protagonismo. Aunque un delgadísimo orgullo ondea en el más alejado horizonte de la gesta que es Anábasis, nunca pierde su condición de reportaje, que no sólo designa aquello que ha sido presenciado in situ, sino también lo que ha sido proporcionado al lector (la etimología de reportaje nos remite al latín reportare, que significa "traer desde atrás" o, más precisamente, "traer el atrás").

Jenofonte, cuya prosa nos hace sentir que leemos a un escritor de nuestro tiempo, escribía con tal vivacidad, pálpito y claridad sensitiva, que todo ese complejo relato militar, como ocurre con Helénicas, fluye abierto y comprensivo para sus lectores, veinticinco siglos después de que fueran escritos. Si alguien preguntara por qué escoger a Jenofonte y no a Tucídides como el primer reportero de la historia occidental conocida, diría por la visión histórica y política que predominaba en Tucídides. Incluso su famosa narración de la peste 3
que barrió Atenas en 430 a.C., abarrotada de detalles que hoy podrían lucir un tanto excesivos, está inscrita en el devenir histórico y político. Si el abordaje que Tucídides hace de la realidad es más profundo (se parece más a un estudioso de las Ciencias Sociales de nuestro tiempo), el de Jenofonte es más ligero, directo y sensato, es decir, está más cerca del sentido de la inmediatez propia del periodismo.

Tercera persona Martín de Riquer 4 ha sugerido
que es alta la probabilidad de que Julio César haya leído a Jenofonte, en particular Anábasis, y que de esta obra haya aprendido el beneficio de usar la tercera persona para introducirse en el texto, lo que crea esa sensación de objetividad y distancia de los hechos, tan celebradas en su obra como escritor.

Se lee a Julio César con admiración: su categoría como estratega militar sobrepasaría la de Alejandro Magno, porque no estaba presa de la impulsividad e iracundia de aquél: la inteligencia del romano que nació en el julio del año 100 a.C., era fulminante y sosegada. Tenía el genio de sopesar sus posibilidades y de vislumbrar los escenarios plausibles. A su don de mando y a sus enormes facultades como militar, se sumaban las condiciones de un hombre múltiple: orador extraordinario, abogado, político, hombre de Estado y escritor.

Era un hombre valiente, que muchas veces exploró con no más de dos jinetes escoltas, los territorios por los cuales más tarde haría incursionar a sus tropas. Tanto en Las guerras de las Galias como en Guerra civil, los dos libros cuya autoría está confirmada por los expertos, el arte estratégico de Julio César resulta de asombro. Pero no es el líder sino el escritor de quien nos ocupamos aquí.

En su elogioso Observaciones sobre los medios que Julio César usaba para hacer la guerra, 5
Montaigne llama la aten-
ción sobre la alta ejecución que tiene la prosa del emperador: "Y Dios sabe además con qué gracia y con qué belleza adornó esta rica materia, gracias a la forma de decir tan pura, tan delicada y tan perfecta que, en mi opinión, no hay en el mundo otros escritos que puedan compararse a los suyos en este aspecto".

En efecto: la calma y precisa perfección de la prosa de Julio César deriva del uso magro y limpio de sus recursos: apego irrestricto a los hechos, extrema capacidad de síntesis (en tres líneas podía mostrar la complejidad en juego), visión que combina el gran panorama con los hechos específicos, todo dicho con imperturbable elegancia.

Jenofonte y Julio César vivieron separados, al menos por tres siglos, uno del otro. Entre nosotros y ellos han transcurrido más de 2 mil años. Ambos pertenecen al catálogo de los antiguos. Pero nos resultan escritores de asombrosa proximidad. ¿Qué nos causa esa sensación de semejanza, de que no son distintos aún a pesar de la brecha de tiempo? Que en ambos hay la ejecución de un a priori, de una inmediatez que los hace inseparables de cuanto los rodeaba. Parecían escribir sin el peso del lento procesar. Fluían, como si reportaran desde la circunstancia, desde la coyuntura, desde ese constructo que creíamos moderno, que consiste en aventurar lo que pasa desde lo simultáneo.

No eran cronistas, porque no había en ellos el deseo de mirar la realidad a través de colores o estructuras narrativas.

Iban al grano. Elaboraban desde un sujeto narrativo sumiso a lo fáctico. Donde Jenofonte escribía, "el número de muertos del bando del Rey lo proporcionó Ctesias", Julio César no tiene empacho alguno en contar cuando le ha sido suministrada cierta información falsa, con lo que queda subrayada la importancia que tienen las fuentes en sus respectivas técnicas. Si bien aspiran a incorporar una visión compleja a sus respectivos relatos, ambos, de modo tácito o explícito, reconocen sus límites. Lo esencial: cuando especulan, dan cuenta del fundamento que la hace posible.

No van más allá de lo posible, ni siquiera en el momento en que Jenofonte cuenta cómo consulta una decisión al Oráculo de Delfos. Reportan con lógica. Siguen, o lo que sucede o las huellas de lo sucedido. Por ello sentimos, cada vez que nos internamos en sus páginas que todo ello nos concierne, nos alcanza, nos interroga.


NOTAS

1 Poco se sabe de la vida de Diógenes Laercio, historiador nacido hacia finales del siglo III. Su obra principal, Vida, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres, es de una extraordinaria utilidad para aproximarse a la vida cotidiana de la Grecia clásica.

2 Lo reporta Will Durant, en su imprescindible La vida de Grecia.

Dos tomos. Editorial Sudamericana, Argentina, 1952.

3 Forma parte de Historia de la guerra del Peloponeso.

4 Martín de Riquer (1914) es filólogo, profundo conocedor de la lírica medieval, la literatura románica, cervantista de larga tradición y estudioso de los textos antiguos.

5 Forma parte del segundo volumen de sus ensayos. Sigo aquí la traducción de Jordi Bayod Brau, publicada por El Acantilado, en el año 2007.

Ilustración: Shirin Neshat

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