martes, 14 de junio de 2011

POR CIERTO, CASTORIADIS (2)


EL NACIONAL - SÁBADO 08 DE DICIEMBRE DE 2007 NACIÓN/15
Pensando en Venezuela
ALBERTO KRYGIER

Según el último informe de la ONU que evalúa los logros de 177 países en diversos aspectos del desarrollo humano, como la salud, el estándar de vida, la educación y el progreso económico, Venezuela bajó a la posición 74, por debajo de países como México (52), Costa Rica (48) y Chile (40). Son muy interesantes estos resultados para evaluar nuestro desempeño.

Aparentemente, durante estos últimos años, otros países se han desarrollado más que nosotros. Todo parece indicar que debemos prestarle mayor cuidado al desarrollo económico y social de nuestra Venezuela en vez de a otros temas de carácter internacional.

Los pronósticos para 2008 requieren nuestra atención: la reconversión monetaria, el cambio del modelo económico, las repercusiones de la posible crisis de los Estados Unidos, las políticas de endeudamiento público, la elevada inflación, la reducción en la inversión privada y extranjera, el abastecimiento y la productividad, así como la necesidad de fuertes inversiones en mantenimiento e infraestructura, en salud, en educación y en seguridad social y personal. ¿Podemos competir con India, China u otros países asiáticos reduciendo la jornada laboral, cuando ellos están trabajando, según algunos, "más de 24 horas diarias", con salarios menores, pero con mayor productividad y menor inflación? ¿Cuando las mentes más brillantes de los países emergentes, entrenadas por las principales empresas globales como Wal-Mart, Google, Microsoft, Shell y Nokia, están dejando su trabajo para formar sus propias empresas? Lo imprescindible para el desarrollo es un crecimiento sostenido y rápido. Sólo la industrialización puede brindarlo, porque la industria es el único sector donde es factible un rápido y sostenido crecimiento en productividad. Pero para industrializarse los países deben incrementar su capacidad tecnológica y gerencial, lo cual puede lograrse si se ayuda significativamente a los emprendedores privados en los sectores apropiados. Eso requiere protección e incentivos.

El notable pensador griego Cornelius Castoriadis decía que cada sociedad crea sus propias formas. Estas formas, a su vez, hacen nacer un mundo en el que esa sociedad se inscribe y se da su lugar. Es así como ella construye su sistema de normas e instituciones en el más amplio sentido del término.

¿Cuáles son las formas del desarrollo que debemos vigilar? El valor fundamental que debemos atesorar es la libertad: que todo ser humano posea la capacidad de escoger y perseguir sus objetivos por su propia voluntad. A este valor debemos añadir la democracia. Ambas, la libertad y la democracia, no pueden estar sometidas a la voluntad y/o coerción de otros.

Un valor primordial que debemos salvaguardar es la justicia social que conlleva la reducción de la pobreza, la promoción del empleo, la productividad y la razonable equidad en la distribución del ingreso y la riqueza para edificar el capital social; el ahorro y la inversión para la construcción del capital físico; la educación, la honestidad, la responsabilidad, el cuidado de la salud, la seguridad social y personal para formar el capital humano; los arreglos institucionales y las políticas públicas conducentes a la estabilidad de los precios y la creación del capital financiero; la diversificación de la economía.

Un sistema económico y social debe ser evaluado según la posibilidad que su población tenga de superarse y de realizar su potencial. Los derechos de los individuos son inalienables y universales y deben fomentar la "armonía" que permita que la gente viva unida y en paz, demostrando que se pueden dejar de lado los intereses egoístas para conseguir un bien común.

Otro mundo sí es posible.

EL NACIONAL - JUEVES 02 DE DICIEMBRE DE 2010 OPINIÓN/8
A Tres Manos
Miradas múltiples para el diálogo
Pasión y medio por la autonomía
ELEAZAR NARVÁEZ*

Al leer el libro Insignificancia y autonomía, uno recibe la agradable invitación a reflexionar sobre un principio clave para la construcción permanente de la condición humana. Yago Franco, Héctor Freire y Miguel Loreti (escritor y filósofo) son los coordinadores de esta obra que presenta los trabajos de más de treinta autores de diversas disciplinas que participan en los "debates a partir de Cornelius Castoriadis", un multifacético pensador nacido en Constantinopla en 1922 y fallecido en París en 1997, en cuya obra destaca su acerba crítica tanto al estalinismo como a todo dogmatismo y a toda impostura totalitaria, y se pone de relieve, asimismo, además de un interés especial por el estudio del imaginario social, una ardorosa defensa del concepto de autonomía política al reivindicar "el proyecto de una nueva sociedad, proyecto de autonomía social e individual".

Ese proyecto, que en las palabras de Castoriadis, "...es creación política en su sentido más profundo, y cuyas tentativas de realización, desviadas o abortadas, han informado ya a la historia moderna", está alimentado por la pasión de la autonomía, la cual, como dice Yago Franco, conduce a un ilimitado movimiento de cuestionamiento de lo instituido; es decir, como una "actividad constante de desinstitución de todo lugar-amo", cuyo ejercicio es placentero en tanto nos posibilita darnos nuestras propias leyes, proporcionarnos de una manera lúcida un modo de lo social opuesto a la heteronomía, concebida ésta como un estado del colectivo en el cual la ley nos es impuesta o nos es dada aún en ignorancia de lo que sucede. Pues, como afirma este autor, "las sociedades tienden a crear a un Amo de la significación, una instancia vivida como exterior a ellas, que tomará la forma de procedimientos de funcionamiento político, orden jurídico-legal o tiranos, brujos, etc., todos vividos como naturales, incuestionables, originados en leyes divinas, o en héroes de una historia devenida novela, etc.".

Pasión por un principio en este tiempo en el que somos víctimas de los efectos del avance de la insignificancia, expresados, entre otros, en la pérdida de orientación para la vida colectiva e individual; y también en circunstancias y lugares donde nos amenazan prácticas totalitarias que persiguen, sutil o abiertamente, el secuestro de nuestras subjetividades y la prohibición de pensar críticamente, ávidas de tener almas rotas subordinadas incondicionalmente al poder. Con toda razón se señala que la noción de autonomía se encuentra en las antípodas de todo totalitarismo.

Es la pasión por la autonomía a la que otros autores también le han prestado atención con ópticas y herramientas conceptuales distintas, como Anthony Giddens, quien se refiere a dicho concepto como "la capacidad de los individuos de reflexionar por sí mismos y de autodeterminarse", de tal manera que estos, con base en sus propios criterios, puedan "deliberar, juzgar, elegir y actuar en diversos modos posibles de acción". Pasión por un principio, según el cual se les reconoce a los individuos iguales derechos y obligaciones en la determinación de las condiciones de sus propias vidas, sin que ello, por supuesto, niegue los derechos de los demás.

Una pasión por la autonomía alimentada además por un imperativo ético, como sostenía Paulo Freire, sin constituir en modo alguno un favor que podamos o no darnos los unos a los otros, y fundamentada en la conciencia de "la inconclusión del ser que se sabe inconcluso" y en "la vocación de ser más propia de los seres humanos".

Y a contrapelo de lo que es un verdadero compromiso político y ético con el principio en consideración, históricamente ha sido patente en diversos países el temor por la autonomía, sobre todo allí donde, como afirma Franco, hombres y mujeres han depositado/delegado su poder en instancias que lo han vuelto contra ellos. Un miedo que se ha hecho bastante visible en un régimen como el que tenemos ahora en el país, en el cual su mal llamada revolución no tiene nada que ver con lo que Castoriadis redefinía como "la institución de la autonomía en el campo político".

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