miércoles, 22 de junio de 2011

PAREDÓN SOCIAL


Sangre carcelaria
Luis Barragán


La sesión parlamentaria abrió con el planteamiento del homicidio ocurrido a las puertas de la Ferrominera del Orinoco, en medio de un acto electoral del sindicato, respondido por un oficialista que lo reclamó como expresión de la lucha de clases. Quizá se atreverá a repetirlo cuando el chavezato niegue la discusión y la consiguiente fijación de responsabilidades por el desastre carcelario, encontrándonos que las víctimas pertenecen al universo social que dice representar, mientras el mandatario nacional se encuentra fuera del país restableciéndose de una dolencia física que, adentrados en el siglo XXI, trata de ocultar.

Hablamos de doce largos años de gobierno, siendo imposible escudarse en un pasado en el que, por cierto, por lo menos el ministro del ramo hubiese soportado horas de interpelación en el Congreso de la República. Versamos sobre la muerte de numerosos venezolanos que advierten la existencia de una extraña guerra civil, amenazado cualquier diputado opositor – la antítesis - con el despojo de la inmunidad por hacer acto de presencia en el escenario de los hechos.

Los dialécticos de esta vergonzosa versión de la lucha de clases, hecha con sangre y rencores inauditos, no reparan en sus clarísimas incompetencias. “Pa’lante, Comandante”, es la consigna que reemplaza todo cuestionamiento, ni siquiera tratándose de Humberto Prado, quien ofrece un valiosísimo testimonio de trabajo en el Observatorio Venezolano de Prisiones.

Todo venezolano, aún por razones políticas, como ha acaecido después de las legítimas y espontáneas protestas que provoca la prestación de los servicios públicos, por inocente que sea, es candidato susceptible de ingresar a la cárcel común. Y, siendo el infierno que todos sabemos, donde el Estado no garantiza la vida e integridad de las personas, se nos antoja absolutamente constitucional toda negación a ingresar en ellos. No obstante, deseamos hacer una rápida referencia a la acertada observación que hizo en su última homilía el Padre Numa Molina (San Juan, 3: 16-18).

Nuestro querido Padre Molina, cuyas simpatías con el régimen no oculta, aunque jamás ha hecho del púlpito ocasión para el proselitismo partidista, llamó la atención sobre las personas que protagonizan la tragedia carcelaria. Incomprendida la misión que el sacramento comporta, señaló que son muchos los ahijados que no recordamos y se encuentran en los centros penitenciarios.

Inmediatamente, hicimos memoria de los amigos y conocidos que, por una súbita obligación dizque partidista que desea trocarse en una blindada amistad personal, no desean desairar al que ofrece a su hijo para el bautizo, por más que no exista lazo alguno que vaya más allá de un trabajo común. Y esto no ocurre solamente en el ámbito político, sino en todos aquellos donde la relación pública se entiende de otras maneras.

El régimen cuida muy bien de evitarse el costo político correspondiente al baño tan injusto de sangre, tratando de impedir que se haga el planteamiento del problema mismo sobre lo realmente acaecido. Intento criminal el del silencio, o su administración, pues concierne a toda la sociedad venezolana lo que ocurre en sus cárceles.

Hay venezolanos de la estirpe de Prado, Elio Gómez Grillo o el Padre Roberto Martialay que no descansan en sus luchas. Solemos festejar a los expertos petroleros o de cualquier otro ámbito, pero damos gracias a Dios al contar con aquellos que, en los hechos y las palabras, nunca se cansarán de decir lo que debe hacerse en materia penitenciaria.

Fuente: www.medios24.com
Fotografía: Vista parcial de Bernardita Rakos y su obra, tomada del diario El Nacional (careacas, 17/04/10)

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