sábado, 25 de junio de 2011

EXISTENCIALIDAD PROFUNDA


EL NACIONAL, Caacas, 17 de Mayo de 1996
``Este octubre nuestro...''
Juan Liscano

Luis Castro Leiva es lo contrario de la levedad intelectual imperante en este tiempo de confusión general, tanto en los países desarrollados como subdesarrollados. Esa liviandad, desgraciadamente, es obra de los medios todos . El espacio de prensa ocupado por el espectáculo, por ejemplo, es mucho mayor que el que corresponde a la cultura en sus aspectos de artes y letras. Gradualmente, la crítica de libros ha desaparecido sustituida por la guía suscinta de eventos.

El jueves 9 de mayo, en el Celarg, Luis Castro Leiva, con motivo de la reanudación de la Cátedra Rómulo Gallegos, ofreció una suerte de recital impactante, al tratar el tema del 18 de octubre de 1945, dividido en dos tempos, la teoría de la concepción de la moral pública centrada en la actuación de Rómulo Gallegos, y la inesperada y franca referencia a sí mismo, en función de su grupo familiar del cual formaban parte su padre, oficial de alta graduación, Raúl Castro Gómez; el primo hermano de éste, Carlos Delgado Chalbaud; la madre de esta figura política asesinada bestialmente, Luisa Elena Gómez Velutini de Chalbaud, hermana de Elisa Antonia, abuela de Luis Castro, casada con el general Graciano Castro, y cuyo fallecimiento envuelve el misterio. Sobre ese grupo familiar al cual estoy vinculado, imperó directa o indirectamente, el singular caudillo Román Delgado Chalbaud, padre del occiso y héroe-víctima del desembarco del Falke en Cumaná en 1928.

Lo expuesto en la teoría del moralismo político, no moralidad, descansa, en lenguaje llano, entre la retórica creada por el republicanismo, el interés de conducción pública, y la verdad interior, el Yo, en sus intuiciones más espirituales y altas. Luis Castro no incurre en una crítica de la falta de moralidad real, sino elevando el tono, estudia en Gallegos lo que este mismo declaró cuando afirmó ` ` que tanto más se pertenece uno a sí mismo cuanto más tenga su pensamiento y voluntad, su vida toda, puesta al servicio de un ideal colectivo'', con lo cual excluía atender a sus ``intuiciones profundas''.

Por eso no construía, en sus novelas, personajes de carne y hueso, minipersonajes de lo cotidiano, sino superpersonajes cercanos a los arquetipos. Por mi parte, esa abstracción me fascina.

La erudición de Leiva lo lleva a envolver su discurso en muchas disgresiones y a desarrollarlo en un espiral raciocinante difícil de seguir, en sus meandros múltiples. Pero en el acto que comento, su enorme capacidad actoral, la brillantez de ciertas observaciones y la altura de miras conceptuales propuestas en una expansión intelectual arrolladora, no sólo sacudió al público, sino sembró en los asistentes un sentimiento favorable de ir a contracorriente, por lo tanto, de oponerse a la masiva actuación embrutecedora de los medios, sobre todo los audiovisuales. El anchuroso discurso de Castro Leiva, por una vez, sumergió el facilismo y la superficialidad con las que informa el sistema audiovisual supercomercial, en un pensar torrencial y a veces reiterativo, de inteligencia cultivada hasta un extremo a veces peligroso y, en cualquier caso, extraordinaria.

El modo de ir a contracorriente de Luis Castro no sólo descoloca al oyente, sino asoma constantemente otras perspectivas de revisión y crítica de gran proyección. En este caso analiza el proceso de formación del moralismo, del republicanismo, de nacionalismo, del civismo, todos ellos, valores que el 18 de octubre puso en trance de revisión. Castro se remonta a la antigüedad griega y sobre todo, romana, para explicar el clasicismo y el romanticismo políticos y este análisis singular, constituye la primera parte, no sólo de su intervención en el Celarg, sino de su libro En este octubre nuestro de todos los días (Fundación Celarg), en el que se fundó para su lección magistral.

El poder de inteligencia crítica de Luis Castro se dispara por todos los lados y, el libro mencionado, queda centrado en lo que él llama ``La paideia cívica de Gallegos'', (parte II), y la III: ``Cómo justificar una revolución''. Penetra en las esencias de nuestra cultura y del actuar público venezolano más determinado por lo exterior que por lo interior. Esa exigencia de interiorizarse, para desde allí asumir una conducta genuina, da lugar a un despliegue inagotable de observaciones, deducciones, contraposiciones, revelaciones, intuiciones, sobre el ser venezolano y el ser humano que, en cada caso, resume el obrar de las inteligencias, desde Bolívar hasta el propio Castro.

El debate sobre el 18 de octubre procede de su interioridad afectada por el drama familiar y se ramifica en su intelectualidad, en una revisión total histórica, cultural, política, del acontecer de nuestro país y de nosotros mismos.

Sólo me queda felicitarme a mí mismo, por el caso que Luis Castro hizo de mis trabajos sobre Gallegos, leídos minuciosamente, para oponer, sin acentuarlo polémicamente, el compromiso en función de existencialidad profunda, a la conducta moralista derivada de la obligatoriedad. Sus trabajos sobre la magna fecha, obedecen, en realidad, a su Yo profundo.

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