miércoles, 22 de junio de 2011

DE LA OTRA URBE


EL NACIONAL - MIÉRCOLES 22 DE JUNIO DE 2011 OPINIÓN/6
ATres Manos
Miradas múltiples para el diálogo
Intelectuales
ATANASIO ALEGRE*

Como los buenos vinos, algunos de los mejores quesos y, tal vez, los paisajes urbanos más deslumbrantes, el intelectual es un producto francés. Tiene su origen en el siglo XVIII, cuando una serie de filósofos, novelistas y gentes de elevada conversación plantaron cara a la monarquía que tenía sometida a la sociedad con su concepción divina de la autoridad. Para ello se valieron de tres instrumentos: de la palabra convertida en acción; de las ideas, en armas, y de las teorías, en cánones de conducta. De modo que, si en el siglo XVIII el intelectual dio la batalla por la libertad, en el XIX la dará por la instauración de la democracia, y en XX contra los totalitarismos, cuyos residuos todavía son visibles.

El intelectual adquiere, en todo caso, vigencia plena con "el tenebroso asunto" Dreyfus sobre el que Zola escribió el artículo más famoso publicado hasta hoy en la prensa francesa. Se titulaba "J’acusse" y era, en realidad, una carta pública que su autor, en un momento de mala bají literaria personal, enviaba al rey.

Eso acontecía en 1898 cuando el mundo era en blanco y negro y no admitía otros matices: los del gris, por ejemplo, que fue adquiriendo con el tiempo o, mejor dicho, con las nuevas invenciones, de manera que no estaría de más preguntarse ahora si tiene cabida el intelectual en un mundo revolucionado por la segunda era de las comunicaciones después de la de Gutemberg.

Está todavía vigente la influencia de alguno de ellos, a l’ancienne, como ocurre entre nosotros con Uslar Pietri, cuyo legado resumió maravillosamente Manuel Bermúdez en una sola palabra: la uslaridad, capaz de explicar la evolución de tantos adelantos y retrasos en la sociedad venezolana o la presencia de Umberto Eco, que ocupa un lugar de privilegio entre los pensadores del siglo XXI. Lingüista es también Noam Chomsky, que, a diferencia de Eco, pretende conseguir su parcela de eternidad por haberse consagrado a la inútil tarea de la radicalización de una sociedad tan impávida a sus propuestas como la norteamericana.

En un mundo dominado por los mercados, capaces de haber creado en la Unión Europea episodios como los de Grecia y Portugal y el de haber puesto a circular un dicho como: "Entre la España y la pared", con referencia a la península ibérica, pareciera que el puesto de los intelectuales correspondería ahora a los economistas. Pero no existe una figura dominante en la actualidad capaz de representar las grandes causas por las que se mueve el mundo o lo acosan.

Spiglitz no es Keynes, cuya capacidad para afrontar los desafíos de la ética o las estrategias políticas le llevó a la fama. Stiglitz ni siquiera ha sido capaz de plantearlas y menos resolverlas. O encauzarlas. La exigencia de ayuda a los países pobres, la regulación del capitalismo, los desafíos del terrorismo islámico, el rechazo de las exclusiones no lograrían estructurar por sí mismas el destino de la vida colectiva en el mundo actual. A un ferviente defensor del medio ambiente podría tenerle sin cuidado la nuclearización de Irán.

No se echa de ver como sucedía ante un intelectual en jefe, como los de antes.

Esto no quiere decir que estemos pasando por una penuria de grandes espíritus, de grandes científicos y excelentes humanistas, por ejemplo. Lo que pasa es que el papel de los intelectuales han pasado a ocuparlo ahora los especialistas y, ya se ha dicho, el especialista sabe lo que sabe e ignora todo lo demás. Hay atisbos, empero, a este ideal del intelectual en jefe se acerca, en mi criterio, un francés de la hora, el polifacético Bernard-Henri Lévy, autor de La barbarie con rostro humano. Y ello no sólo por la densidad de su obra ­de tan útil aplicación a muchos de los acontecimientos del momento­, sino porque el autor posee una brújula interior que apunta hacia los polos por los que se mueve la sociedad impelida por esa concepción maniquea que impregna la política actual. Cuando enterraron a Zola, su compañero de ideología, Anatole France, se refirió al difunto como a "uno de los grandes momentos de la conciencia humana".

Contribuir a que llegue ese gran momento de conciencia a cada una de las sociedades, incluida la nuestra, es el gran reto que tiene por delante quien acaricie la idea de funcionar como un intelectual en el siglo XXI, con tantas vacantes disponibles.

(*) UCV

Ilustración: Pedro León Zapata (El Nacional, Caracas, 22/06/11)

No hay comentarios:

Publicar un comentario