sábado, 21 de mayo de 2011

LA NOCHE: BOLETO DE IDA Y VUELTA


EL NACIONAL - Sábado 21 de Mayo de 2011 Papel Literario/4
Vicente Gerbasi: voz de abismo y relámpago
La editorial mexicana Laberinto Ediciones ha publicado el magistral libro de Vicente Gerbasi Mi padre el inmigrante, en su colección Poesía de Largo Aliento, que será presentado en Caracas el próximo 12 de junio. El texto que sigue es el prólogo de la cuidada edición, cedido por la autora para los lectores de Papel Literario
JACQUELINE GOLDBERG

Una doble y definitiva madurez inauguran las alucinadas páginas de Mi padre el inmigrante: la de su autor, Vicente Gerbasi, y la de la poesía moderna en Venezuela. Los treinta cantos de este poema de largo y sostenido aliento, publicado en 1945, asume la deuda de la poesía continental con los exilios, el paisaje y la universalidad de la literatura. El libro recupera la figura mítica del padre y a través de ella imágenes raptadas por la melancolía, el sueño, los enigmas metafísicos, la intuición, la sensualidad, la idea de la muerte y la contemplación del trópico.

Gerbasi evoca la naturaleza desde una interioridad inédita hasta mediados del siglo XX en Venezuela, sumando memoria, plenitud y un cierto desasosiego cosmopolita a los telúricos vocablos de su conmoción.

Vicente Gerbasi estaba destinado a un libro como Mi padre el inmigrante.

Nació en 1913 en Canoabo, pequeña población cobijada por cacaotales, cafetales y camburales, anclada en la selva nublada del estado Carabobo, al norte de Venezuela. Allí habían llegado sus padres, Juan Bautista Gerbasi Vita y Ana María Federico Pifano, oriundos de Vibonati, "una aldea viñatera de Italia, a orillas del Mar Tirreno". La zanja entre tan arrobadoras geografías, el sonido distinto de sus lenguas y la necesidad de rehacerse en nuevas tierras, otorgó materia a su futura poesía. Y de ello se hizo sabedor a los tempranos 10 años, cuando su padre --"el viajero, el insomne, el descontento"-- lo envió a estudiar a Italia, como en una vuelta al lugar de la desesperación primigenia. Pero en 1928, inmerso en ese viaje de autoconocimiento y de reconocimiento del mundo, recibió la noticia de la muerte del emblemático padre que "veía pasar las bahías/como la orilla serena y brumosa de la tristeza". No pudo siquiera despedirse de quien ensanchó para siempre su mirada: "Padre mío, padre de mi universal angustia./ Y de mi poesía".

El escritor regresó a Venezuela en 1929. En adelante no supo despojarse del dolor de la orfandad, tampoco de su doble condición identitaria, tan italiana como venezolana, espiritualmente desarraigada y errante. Ello se vislumbra en sus primeros libros: Vigilia del náufrago (1937), Bosque doliente (1940), Poemas de la noche y de la tierra (1943) y Liras (1943).

En los días que distancian la vuelta a la patria natal y lo que sería su libro meridiano, Mi padre el inmigrante, Gerbasi se asomó al periodismo y a una actividad pública que más adelante lo conduciría a labores diplomáticas en Colombia, Israel, Haití, Chile, Dinamarca, Suiza y Polonia.

En 1937 fundó el Grupo Viernes junto a los poetas Pascual Venegas Filardo, Luis Fernando Álvarez, José Ramón Heredia, Oscar Rojas Jiménez, Ángel Miguel Queremel, Otto de Sola y el crítico Fernando Cabrices. El grupo --cuya revista dirigió Gerbasi-- liberó a la poesía venezolana del anacronismo, revelándole los discursos de la vanguardia continental y europea, sobre todo los del surrealismo. Entre 1939 y 1946 fue secretario de la paradigmática Revista Nacional de Cultura, que dirigió luego desde 1971 hasta el día de su muerte, ocurrida en Caracas el 28 de diciembre de 1992.

La impronta de Vicente Gerbasi en la poesía hispanoamericana es indeleble. Los libros que completan la bibliografía del autor dan cuenta de una voz que jamás mermó en su empeño por mantenerse en las más elevadas cimas del asombro: Tres nocturnos (1947), Poemas (1947), Los espacios cálidos (1952), Círculos del trueno (1953), La rama del relámpago (1953), Tirano de sombra y fuego (1955), Por arte del sol (1958), Olivos de eternidad (1961), Retumba como un sótano del cielo (1977), Edades perdidas (1981), Los colores ocultos (1985), Un día muy distante (1987) El solitario viento de las hojas (1990), Iniciación a la intemperie (1990). Entre los designios de estos poemarios Gerbasi alcanzó en 1968 el Premio Nacional de Literatura; en 1989 fue nombrado individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua; y en 1990 fue candidato al Premio Cervantes. Su lucidez dialogó con renovadores poetas de su generación como Octavio Paz, Nicanor Parra, Álvaro Mutis, Gonzalo Rojas, Enrique Molina y Olga Orozco.

Gerbasi tuvo clara conciencia de la substancialidad de la palabra poética y sentenció que ésta escapa a la lógica del lenguaje. En su discurso de incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua apuntó: "La poesía es una ecuación estética en la que van implícitas una gran carga vivencial y poderosas ráfagas de intuición creadora. No cabe duda que en la solución de esta ecuación, contribuye la sensibilidad.

En ésta radica la posibilidad de ser poeta. Pero la sensibilidad por sí sola no basta.

Es necesario ahondarla, depurarla, impregnarla de entusiasmo creador. y esto se logra mediante el estudio y la meditación, es decir, mediante el trabajo".

Y "trabajo" es precisamente lo que tañe bajo la compleja hechura de Mi padre el inmigrante, obra que desde México la editorial Laberinto nos devuelve tras inexplicables años de olvido y ausencia de ediciones incluso en el propio país del autor. Sus textos, impecables y sinfónicamente hilvanados, van dando cuerpo a una emoción enmarcada entre la enigmática frase con la que comienza y culmina el libro: "Venimos de la noche y hacia la noche vamos". Y en ese paréntesis --convidador por demás-- se despliega un río de metáforas de tan contundente rigor e intensidad que a veces obligan a dejar de lado sus temas para sucumbir a una lectura vertiginosa, concentrada en la tremenda belleza de su lenguaje.

El arribo de un nuevo milenio y sus caleidoscópicas propuestas no hacen sino potenciar el esplendor de la poética de Gerbasi, su imaginario cundido de relámpagos y leopardos. Los días reiteran su verbo paradigmático para nuestra lengua y la certeza de un oficio, que al decir del propio Gerbasi, consiste en "descubrir su propio ser, su propia alma, poner en evidencia, con todo el poder de sus sentidos, las experiencias que yacen en la luz y la sombra de sus abismos psíquicos".

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