lunes, 23 de mayo de 2011

DE LIBRERÍAS Y ANTIPOLÍTICA VIRTUAL


Desliz (arse) por las librerías caraqueñas
Luis Barragán


22/07/02

Recuerdo de muchacho, al cruzar el Centro Simón Bolívar por debajo, la extraña emoción que me brindaba la vitrina de una librería hoy inexistente: colocados contra el vidrio, la copaban toda de tal manera que el desfile de títulos asombraba tanto como el diseño de las portadas, más o menos parecidas al privilegiar a cierta casa editora en ese paisaje desinhibido de literatura marxista que dejaba entrever novelas de reconocida fama. Sencillamente me deleitaban los nombres y logré, con la estrechez presupuestaria de un liceista, adquirir dos o tres títulos, uno de los cuales remontaba la increíble cifra de setenta y cinco bolívares.

Esa sensación no era semejante al acompañar a mi madre para adquirir los útiles escolares, pues, junto al texto, ofrecían lápices, cartulinas y toda suerte de cosas sin el menor comentario, excepto se tratara del alto costo de la vida o –detrás del aparador- del bajo salario. Con el tiempo, pudimos tomar la otra opción, la de visitar lo que se llama una librería en todo el sentido de la palabra, en un local o al aire libre, intercambiando u oyendo intercambiar al elemento fundamental del lugar: el librero.

Imaginamos que la Venezuela de las megabonanzas permitía disfrutar de excelentes obras, estupendamente editadas y catalogadas, prestar a adornar -por la épica estética de sus lomos como por el peso neto del texto preferiblemente ilustrado —cualquier pared de un hogar de clase media hacia arriba y hacia abajo. Clase-eje en el desenfrenado consumo de peroles, incluso peroles ilustrados.

En la esquina de Padre Sierra supe del remate de mejores frutos que los ofertados en una cadena de insumos escolares. No muy viejos, raras veces superaba un (1) bolívar en esa masa que se agigantaba en el suelo o en una mesa y que ya, el mínimo, por los noventa transitaba los quinientos bolívares hasta –hoy- surcar los mil y dos mil bolívares debajo del puente de las Fuerzas Armadas. El adicto podrá dar una mirada a su estante hogareño para saborear la victoria conseguida al forcejear el precio de un ensayo o una novela que guarda con celo, nostálgico de la Caracas de hasta cinco, diez o veinte años atrás, y que hoy sería un imposible en la cadena comercial. Tengo mis modestos triunfos y, para evitarme dar una lista prolongada, señalaría a cien bolívares la primera edición de "Venezuela, política y petróleo" de Betancourt o la república y guerra civil española de Gabriel Jackson a veinte bolívares que, después, quedó robustecida con una magnífica encuadernación. Claro está, es un detalle nimio al saber de la tercera edición de Don Quijote en la biblioteca de un conocido que, por cierto, poco presumido es si lo comparamos con aquél que, exquisitamente empastada unidad por unidad, combinados los lomos con las cortinas, la tiene repleta de publicaciones oficiales o institucionales.

En fin, el asunto estriba en quién o quiénes vendan los libros. Y escasean aquellos capaces de hacerlo con conocimiento y sabor de tertulia. La crisis se ha apoderado de todos los rincones de la ciudad y mal podían salvarse las librerías.

Digamos, acostumbrado ya a la debacle editorial doméstica, los títulos se encarecen asombrosamente y no es posible adquirirlos con la soltura de antes. Muchísimo menos para experimentar una lectura que puede ser un fraude. Compra segura, aseverarán los más avispados antes de arriesgarse a perder el dinero. De hecho, si promediamos nuestra consulta informal, curiosidad disfrazada que ata cabos, la venta ha bajado hasta un 70/80 % y los espacios compiten al ofrecerse celulares y otros artilugios. Las conocidas cadenas o franquicias puede sobrevivir con mayor comodidad por todo lo que es el cálculo de rendimiento sobre grandes volúmenes, ambientación refrigerada, publicidad impecable, pero sus jóvenes y uniformados empleados escasa confianza brindarán a la clientela que hurga más allá, aunque no se pretenda experta en las más variadas materias. Precisamente, el secreto está en la clientela que envejece junto a la librería, la que es reconocida por sus gustos, enfocada de antemano por el posible interés que albergue por determinados títulos.

Las cadenas o franquicias de libros se parecen tanto a las expendedoras industriales de hamburguesas, pollos y pizzas. Hay locales donde intentan combinarlos, asumiendo una atmósfera de frivolidad que se desconoce a así misma con la exhibición empacada de los textos. No creo que sean muchos los materiales de lectura a vender, pero bien vale el esfuerzo de mercadeo para una clase media – eje que, hacia arriba o hacia abajo, marca un patrón de consumo estandarizado y, además, ¿no puede insurgir ese intelectual que se lleva por dentro al lomo de unas cervezas bien resteadas que pongan a prueba la atracción posible de la pareja en vías de conquista? (... conquista heroica, sin dudas).

Para quienes profesamos con orgullo nuestro analfabetismo funcional, nos entristece la caída de las librerías que constituyen importantes referencias en la ciudad, incluido el remate de las Fuerzas Armadas o la de los pasillos de la UCV. Una caída más lenta o más acelerada, pero deslizamiento en picada al fin. Además, deben competir con la buhonería en masa, la que ha erigido como obras maestras aquella del ladrón del queso, entre una variedad asombrosamente reducida de literatura de autoayuda: una vulgar repetición de autores muy comerciales, cuando no hurtan –como le ocurrió en una ocasión a la librería Suma— una obra que, por su volumen, encuadernación y cuidado si conocimiento del escribiente, es de elevado costo. ¿Quién delinquía antes por un libro, excepto hablasemos de bibliófilos desesperados?.

Los estragos del dólar o los avatares de la importación, rasgan la piel del comercio insigne del libro y los propios libreros asoman la cabeza desesperadamente en el intento de sobrevivir gracias a la tinta y el papel e, incluso, las revistas o magazines para legos y especialistas, las cuales genéricamente podemos denominar "inteligentes" por su contenido, diseño y diagramación. No es la infopista su principal competidora, sino toda la globalidad de una crisis reeditada obstinadamente por un gobierno vocacionalmente ágrafo.

Con el natural y adicional gusto personal, la "Lectura" que hoy se encuentra en el sótano conserva un poco del ambiente, amén de la ocasional copa de vino, de antaño cuando nos deleitaba con sus cuidadosas vitrinas y las huellas de Jorge Luis Borges o Mario Vargas Llosa como firmantes de sus títulos. Y en el mismo Centro Comercial Chacaito, la "Macondo" ciertamente nos maravilla por sus mesas repletas de impresos, encontrando auxilio y algún valioso comentario si encontramos a uno de sus dueños, presumo, periodista merecidamente connotado de las páginas culturales. Noto un vacío en la "Monte Avila" del Teatro Teresa Carreño, magníficamente distribuída con una escalera de caracol que es desafío. "Noctua" en el Centro Plaza captura la atención y sensibilidad del visitante, reabierta aproximadamente tres años atrás y la "Historia" se mudó de local, abandonando aquél que conocí entre humoradas trujillanas y el gesto arqueológico de sus dueños, por cierto, desaparecido el emporio de los viejos libros del Pasaje Zingg. Las atenciones de Julia y de un modesto gran conocedor como Enrique, mantienen en pie la "Suma" de Sabana Grande. Sigue siendo cara la oferta del "Fondo de Cultura Económica" y la de "Luden´s" en Plaza Venezuela, aunque envidiables sus tomos, tan impersonal la del Ateneo de Caracas. Detesté las ferias de depósito del libro en la Zona Rental, ganadas obviamente por la demanda de material esotérico y quisiera apostarla, vendrá el día, a lo largo del boulevard de Sabana Grande, al menos, para desplazar a las mafias buhoneriles. Ya la "San Pablo" de La Candelaria anda por un segundo piso y es inevitable preguntarse, frente a la literatura teológica y de divulgación religiosa, si no es posible ofrecer algo cristianamente más accesible para los interesados.
No deseo concluir estas notas arbitrarias y apresuradas sin mencionar el destino de quienes encontrándose cómodamente, muy a principios de los noventa, debajo del puente de las Fuerzas Armadas apostaron por el triángulo donde culmina el paseo Anauco, hacia la Av. México. Viejolibreros que también pudieron sanear definitivamente el lugar, no prendieron y hasta cambiaron de ramo (las empanadas y las flores, por ejemplo), en el esfuerzo de sobrevivir a la tragedia lluviosa de diciembre de 1999.

Pasamos de la cultura oral a la electrónica, sin pasar por la tipográfica. ¿Cuál es el destino de las librerías en Caracas?, no sé: dependerá de los libreros y , fundamentalmente, de los lectores que sean capaces de crear las escuelas venezolanas en competencia creíble y leal con los medios audiovisuales. En definitiva, incurrir en un desliz al visitarla a pesar de lo que nos ofrezcan las casas del consumo industrial insípidas, incoloras e inodoras.

Fuente: http://www.analitica.com/cyberanalitica/enegocios/6625752.asp
Ilustración: Artículo publicado en el diario Economía Hoy, Caracas, 27/06/98.

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