domingo, 17 de abril de 2011

TESTIMONIO


EL NACIONAL - Domingo 17 de Abril de 2011 Siete Días/6
Mi país hermano
PLINIO APULEYO MENDOZA

Sorpresa frecuente: de pronto, encuentro en Bogotá, sea en un restaurante o en la puerta de un supermercado, algún prominente amigo o amiga de nacionalidad venezolana que ahora, gracias a Chávez, ha resuelto radicarse en Colombia. Nunca imaginaron ellos que un día iban a quedar expuestos a que sus propiedades o empresas corrieran el riesgo de ser expropiadas.

Colombia se ha convertido en su providencial refugio y en el nuevo centro de sus actividades.

Cuando me siento a hablar con alguno de ellos de los delirios y barbaridades de Chávez, vuelvo a encontrar vivencias y recuerdos de un país al que quedaron vinculadas tres generaciones de mi familia.

Todo empezó a comienzos de los años cuarenta cuando mi padre fue designado por el presidente Eduardo Santos como embajador de Colombia ante el Gobierno del general Medina Angarita. De este último se hizo gran amigo, así como de dirigentes políticos, escritores, poetas y periodistas venezolanos.

Lo que nunca imaginó es que pocos años después, comprometido en un frustrado movimiento subversivo contra el presidente Ospina Pérez, tendría que refugiarse en la Embajada de Venezuela y partir a este país para iniciar un exilio que duró trece largos años.

Yo me encontraba entonces en París estudiando en el Instituto de Ciencias Políticas, y sumergido, a mis 18 años, en el hirviente mundo existencialista de Saint Germaindes-Près. El exilio de mi padre me creó problemas. No podía contar con sus giros. Gracias a los contactos que me consiguió con El Nacional, de Caracas, empecé a enviar a este diario venezolano crónicas y corresponsalías. Fue mi debut como periodista. Al cabo de dos años de sobrevivir con estas escuálidas entradas, tuve que interrumpir estudios y viajar a Venezuela para reunirme con mi familia.

Fue una experiencia dura e inolvidable que de algún modo me ligó a este país para siempre. Gracias a un providencial protector, Ramón J.

Velásquez, empecé a trabajar en una agencia de publicidad, luego como diagramador de revistas, más tarde como redactor en el diario La Esfera y finalmente en la revista Élite en el cargo de jefe de redacción y finalmente director, a los 23 años de edad.

Muchos personajes, que luego serían famosos, fueron mis amigos. Los artistas, en primer término: Jesús Soto, Cruz-Diez y Jacobo Borges. Cuando era todavía una bella adolescente, hija del comandante Pacanins, alcalde del Distrito Federal, presenté en la sección titulada "Caraqueñas en flor", del suplemento social de La Esfera, a la hoy famosa Carolina Herrera.

Con Gabo ­a quien rescaté de su sus penurias de París para llevarlo a Caracas a trabajar conmigo en la revista Momento­, viviríamos los fulgurantes días de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, el regreso de los exilados y el comienzo de la nueva era democrática del país. Nuestro mundo fue el de los escritores, periodistas y dirigentes políticos de entonces, sin que ninguno de ellos sospechara que el flaco y afanoso Gabo llegaría a obtener el Premio Nobel de Literatura. De nuestro lado, nunca imaginamos que Ramón J.

Velásquez sería un día Presidente de la República. Tampoco imaginamos con Gabo que Luis Herrera Campins, nuestro redactor de informes políticos en la revista Momento, a quien yo regañaba por sus demoras, sería también Presidente de la República. Me abrió los brazos como a un viejo cuate suyo cuando un día, con López Michelsen y otros colombianos, fuimos a saludarlo en el Palacio de Miraflores.

Miguel Otero Silva, Simón Alberto Consalvi, Teodoro Petkoff o Miguel Ángel Capriles, de quien fui amigo hasta el final de su vida, son algunos de los tantos nombres que irrumpen en mis recuerdos de Venezuela. Inolvidables como lo es Ricardo Zuluaga, célebre nieto del fundador de la Electricidad de Caracas y grande y recto hombre de empresa. Con él y con otros cuantos venezolanos que de tiempo en tiempo me voy tropezando en su nuevo e inesperado exilio, revivo muchos recuerdos.

Durante 50 años nunca dejé de ir todos los años a Caracas. Mi hermana Soledad se hizo venezolana, y venezolanos son sus hijos y nietos.

Nada que hacer, Venezuela es sin remedio mi real país hermano.

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