viernes, 22 de abril de 2011

DE LA (IN) COHERENCIA


EL NACIONAL - LUNES 17 DE ABRIL DE 2000 / OPINION
Del dolor a la alegría
Ovidio Pérez Morales

"Días santos". Así se ha denominado tradicionalmente el conjunto de la "Semana Mayor". Puede decirse, sin embargo, que todo día, todo tiempo es "santo", en cuanto obra de Dios, la santidad misma, el bien en su perfección absoluta, el amor, como dice san Juan en su primera carta (4, 8).

La expresión "días santos" se justifica, sin embargo, porque en ellos, y de modo muy concreto en el llamado triduo pascual, se conmemora el acontecimiento fundamental de la salvación por Cristo, mediante su muerte y resurrección.

Por factores que no es del caso examinar aquí, se produjo históricamente una especie de reducción de la Semana Santa, al viernes, y éste interpretado casi sólo como "de dolor", por cuanto dedicado a conmemorar la muerte del Señor. Por eso la concentración allí de la atención y la devoción.

La renovación litúrgica ha venido a retomar lo más auténtico y tradicional de la celebración de la Iglesia. En ello influyó el movimiento ecuménico y, más en concreto, la valoración de la práctica litúrgica de los orientales ortodoxos con respecto a la vigilia de Pascua.

El triduo pascual es lo más denso de la Semana Santa. Se extiende desde el jueves en la tarde, con la Misa vespertina de la Cena del Señor: memorial de la institución de la eucaristía y del sacerdocio ministerial; y expresivo recuerdo del "mandato" o mandamiento máximo del amor, con el rito del lavatorio de los pies.

El viernes santo conmemora el padecimiento y muerte de Cristo. Se destaca y adora el signo de la cruz. Por la muerte de Jesús en el madero ha venido la redención al mundo. La cruz significa victoria y es fuente de esperanza. La devoción cristiana, con todo, al subrayar el sufrimiento del Señor, llegó casi a polarizar la Pascua en la cruz, y así, el aspecto del dolor, sin brindar suficiente atención a la liberación que genera la muerte del Mesías. Pasaron un tanto a segundo plano de consideración, la luz y el dinamismo vital que dimanan del misterio-realidad de la Pascua cristiana.

La solemne Vigilia Pascual, que abre el Domingo de Resurrección, es el momento culminante del triduo y de la Semana Santa en su globalidad. Es noche santa, llena de luz; se bendice el fuego y arde el cirio pascual; resuenan las campanas; se entona gozosamente el gloria y el aleluya brota como un grito de triunfo sobre las tinieblas, el pecado y la muerte. Porque Cristo, muerto, ha resucitado y ya no muere más. Y es promesa y futuro cierto de resurrección para la humanidad. La historia tiene un horizonte definitivo de esperanza, según el proyecto amoroso de Dios.

Para el cristiano los "días santos" no son, por tanto, días cualesquiera. Celebran y actualizan lo central de la fe y de la salvación humana por Cristo. Constituyen una interpelación a la coherencia entre fe y vida, un llamado a la conversión, a un encuentro vivo con el Señor.

Y esta Semana Santa del 2000 es muy especial. Nos encontramos con el Año Jubilar, festejando el bimilenario de la encarnación del Hijo de Dios. Para los católicos venezolanos es el año en que se iniciará el Concilio Plenario de nuestra patria. En el marco de un país en dramático movimiento, y que tanto necesita un robustecimiento moral y religioso de las personas y las comunidades.

Los obispos venezolanos dijeron en documento de enero pasado lo siguiente: "El cambio del escenario político y jurídico, con su trasfondo de crisis socioeconómica y cultural -y todo lo que encierra de sufrimientos, frustraciones e incertidumbres, pero también de cambios, anhelos, oportunidades y expectativas de logros- plantea una exigencia de conversión y un desafío al compromiso cristiano para la edificación de una nueva sociedad, animada realmente por los valores espirituales y morales del evangelio. La Iglesia, a la que adherimos -aunque con sensibles carencias en autenticidad y formación- la gran mayoría de los venezolanos, no puede sentirse sino desafiado a ir a lo esencial de su misión: es decir, a ahondar en su coherencia con el Evangelio, a poner mayor empeño en su ardor misionero, a fortalecer su unidad interna como comunidad, a evangelizar con lucidez y dinamismo la cultura, a ser solidaria con los más necesitados, a ser más dialogante y acogedora; en definitiva, a robustecer su entrega al Señor, su confianza en él y el servicio a los hermanos".

Los "días santos" han de ser: tiempo de fuerte coherencia cristiana.

Fotografía: El verdadero rostro de Jesús, según convinieron investigadores cinco o más años atrás, empleando los medios informáticos y la data propia de sus ascendentes, lugar, etc.

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