miércoles, 16 de marzo de 2011

UNA DE VARIAS LÍNEAS SOBRE EL ISLAM


EL UNIVERSAL, Caracas, 13 de Marzo de 2011
Los musulmanes como enigma
Un vistazo de los temores de un cristianismo que pierde su anterior seguridad...
ELÍAS PINO ITURRIETA

A mediados del siglo XV, Roma recomienda el rezo del Ángelus todos los días para evitar la llegada de un terrible agente de Satán que merodea la comarca de la cristiandad. ¿Cuál peligro se pretende entonces conjurar? Calixto III, alarmado por los éxitos de Mohamed II, implora el auxilio del creador frente a la amenaza otomana. Alemania no solo recibe entonces el consejo pontificio. También se familiariza con el sonido de la "campana de los turcos". Es una señal ordenada por Carlos V, que debe repetirse en todas las poblaciones cristianas, tanto católicas como protestantes, para recordar el inminente riesgo representado por el acecho de los heraldos del diablo. Un nuevo Papa, Pío V, ordena en 1571 la celebración de preces públicas mediante las cuales se procura el apoyo divino para la flota que debe enfrentarse con el Sultán. Después, cuando recibe las noticias de la batalla de Lepanto, crea la solemnidad de Nuestra Señora de las Victorias, también llamada fiesta del Rosario, que se convierte en una de las aglomeraciones más populares del catolicismo moderno.

Debido a la batalla de Lepanto se crea un imaginario capaz de prevalecer en la sensibilidad de los creyentes. Se multiplica la efigie de la Madre de Dios victoriosa del turco, se machacan alegorías de la cruz triunfante sobre la media luna y se establece la costumbre de los cantos de júbilo llamados epinicios, que se entonan en la proximidad de los templos y en el interior de las escuelas religiosas para congratularse por el declive de los pecadores venidos de Oriente. Después de la batalla por Viena, sucedida en 1683, el estandarte capturado al Gran Visir es llevado en procesión hasta el trono de Inocencio XI, quien ordena su ostentación en el portal de San Pedro. Además, el Pontífice establece la celebración de una fiesta de acción de gracias en honor del santo nombre de María, cada año treinta días después de los fastos de la Asunción y siempre en íntima relación con los éxitos frente a fuerzas del Islam. Se hace costumbre entonces la presencia de capellanes predicadores en las flotas cristianas, tanto cismáticas como fieles al Papado, en las cuales se describen las atrocidades de los mahometanos. El avance otomano se compara con las plagas medievales -epidemias, hambrunas, inundaciones e incendios- y se convoca a la penitencia para evitarlo.

Las disposiciones de las autoridades religiosas ensanchan los pavores frente al Islam, cuya cultura convierten en deplorable caricatura, y propician conductas de violencia y rechazo sobre las cuales abundan trabajos de notables historiadores. Sin embargo, tales actitudes no obedecen sólo a la influencia del Papa y del resto de la jerarquía. También los portavoces más esclarecidos de la cultura occidental en el comienzo de los tiempos modernos, profundizan la tendenciosa representación. Erasmo, por ejemplo, quien llama a los turcos "raza bárbara de oscuro origen" y solicita brazos para su combate. Igualmente Lutero, quien comienza una de sus famosas Proposiciones así: "Es una desgracia que nos sintamos tranquilos mirando al Turco como a un enemigo ordinario, tal como lo sería el rey de Francia o el rey de Inglaterra". Así mismo Grocio, quien en su célebre De veritate religionis christianae, texto de numerosas impresiones en varias lenguas, presenta las victorias de los turcos como castigo divino. Son luminarias del humanismo de su tiempo, traídas a colación para que se puedan calcular los alcances de una campaña y los corolarios de un convencimiento capaces de permanecer a través del tiempo en las respuestas de los fieles cristianos o en el talante de los lectores independientes.
La versión que se ha comentado no es única. Al contrario, otras voces fundamentales de la modernidad occidental manejan opiniones opuestas. Bodino, por ejemplo, quien habla de la sobriedad de los vasallos del Sultán. También Montaigne, quien escribe en sus Essais... sobre la potencia de los dominios turcos sin caer en descalificaciones. Igualmente el historiador Paolo Giovio, quien se atreve a asegurar en los círculos intelectuales y ante figuras del poder político que "Solimán está inclinado a la religión y a la liberalidad". Otra media docena de pensadores se aleja de la posición ortodoxa, pero sus integrantes no pueden prevalecer ante voceros de gran audiencia en las esferas culturales; ni frente a quienes pueden producir temores, como el Emperador y el Papa. No en balde refieren al poder otomano. En el siglo XVI ese poder está demasiado cerca, comienza en las playas del Adriático, pero forma parte de un antagonismo de mayor profundidad cuyo origen se encuentra en la etapa de la primera cruzada hacia Jerusalén, de la cual dependía la salvación del alma después de un baño de sangre.

No se ha intentado ahora sino un vistazo de los temores de un cristianismo que pierde su anterior seguridad mientras la dominación que ha propiciado recibe los embates de una amenaza de envergadura, la caída de Constantinopla. La inseguridad fabrica una interpretación cuyo alcance no se limita a convencer a los hombres de la época. Pretende permanencia y quizá sea tal pretensión la que nos nuble la vista ante los movimientos políticos que hoy suceden en el Medio Oriente justo cuando, otra vez, el cristianismo no las tiene todas consigo. De allí una distancia que no sólo es geográfica, sino también el resultado de una ausencia de conocimientos movida por antiguos prejuicios.

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