domingo, 13 de febrero de 2011

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EL NACIONAL - Domingo 13 de Febrero de 2011 Opinión/8
ATres Manos
Miradas múltiples para el diálogo
El cambio como simulacro
Tratar de entender qué es lo que realmente ocurre ha sido casi el proyecto de vida de muchos
RIGOBERTO LANZ

"Se trata de escapar del pensamiento binario y mutilante que está en todos".
Edgar Morin: Mon Chemin, p. 286

El único dato incontrovertible de la dinámica real del mundo universitario es su altísima propensión a mantener lo dado, al conservadurismo, a la reproducción de lo existente.

Todo lo demás es interpretable y relativo, pero su tendencia natural a la preservación del statu quo tiene ya la pinta de una ley de la termodinámica.

¿A qué se debe esto? Digamos que no hay una explicación satisfactoria. Todo es un misterio. Paradojas tras paradojas. Tratar de entender qué es lo que realmente ocurre ha sido casi el proyecto de vida de muchos pensadores del tema educativo. Investigaciones, diagnósticos y debates sobre este asunto abundan hasta la saturación (el amigo Héctor Silva Michelena, cuando era decano por allá a finales de los años setenta, decía que padecíamos una sobredosis de diagnósticos sobre la crisis de la universidad). ¿Dónde estamos, hoy? Lo efectivamente visible son los signos de la decadencia; lo que no se puede ocultar es la terrible mediocridad que impregna todo cuando allí acontece; el clima cotidiano que se respira en todos lados es el del tremedal. "Cambiar" en esas condiciones podría significar dar un salto y estremecer los espacios anquilosados de prácticas, discursos y estructuras. Pero la experiencia indica tercamente que las iniciativas de cambios (las ha habido de todos los tamaños imaginables) terminan siempre agotadas en la languidez de su insignificancia. (Anécdota: el amigo Miguel Ron Pedrique, con la acidez que era típica de sus ocurrencias, me susurraba cada vez que estábamos en alguna discusión pública: "Estos practican el deporte favorito de la universidad: están cambiando el pénsum").

De allí nace el natural escepticismo que produce esta retórica del cambio que se agita por estos días. Es demasiado evidente que autoridades, grupos de poder y agentes políticos de oficio tratan rápidamente de adaptarse a la ola. Es muy obvio que habrá pronto una ley de educación universitaria que tendrá impactos en la vida interna de cada universidad. Ese es el verdadero factor movilizador en estos momentos. La corredera por elaborar proyectos de ley (nadie quiere quedarse fuera de juego) obedece esencialmente a la dinámica política de sacar provechos, de acomodarse a la nueva situación.

Por fortuna, hay otras realidades que se mueven transversalmente; muchos grupos vienen planteando desde hace ya bastante tiempo una agenda alternativa frente a la crisis.

Esa gente también se moviliza y puede conectarse con el proceso efectivo de confección de la nueva ley. Lo más importante ahora es que estas voces adquieran visibilidad, que los numerosos planteamientos que emanan de esa febril actividad de discusión que se desarrolla en todos lados puedan ser incorporados verdaderamente al texto de la ley. Para ello hace falta una labor de coordinación que no es automática, un sentido de las proporciones que permita afinar el tipo de propuestas que se hacen y el modo de hacerlas presentes en los niveles de decisión.

Los aguajes y simulacros en torno al cambio de nuestras universidades no son controlables por nadie. Es una realidad que está allí y con ella hay que lidiar. En cada lugar concreto donde se está produciendo este intenso proceso la gente conoce su situación, a los personajes en escena y sus estilos de trabajo. Allí es muy difícil que la gente coma cuentos. Este no es un debate de ayer. Las opiniones, los intereses, lo que cada quien hace o deja de hacer, tienen años formando parte de la cotidianeidad del mundo universitario.

Los diversos núcleos de trabajo que están por todos lados, con sus propias historias y su singular experiencia, pueden encontrar ahora puntos de convergencia para este esfuerzo mayor de lograr un marco normativo que esté a la altura.

Para ello sólo hace falta poner las ideas por delante.

Ilustración: Mercedes Fariña

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