martes, 15 de febrero de 2011

OXIMORON


Dictablanda, partidos y parlamento
Luis Barragán


De incontestable origen democrático, el gobierno de Chávez Frías ha profundizado en un definitivo y serísimo perfil autoritario, por estos dos o cuatro años. Inédita experiencia histórica, constituido en un régimen quizá insospechado, ha logrado confundir a sus oponentes en las más variadas coyunturas, las que se supusieron auspiciosas y definitivas frente a otras subestimadas y perdidas.

Un rápido examen de los acontecimientos de la década permite diferenciar las grandes movilizaciones de protesta urbana que desembocaron en la emboscada política de 2002, respecto a las posibilidades abiertas con motivo de los comicios parlamentarios de 2005. O el resultado referendario de una estrategia tenaz por 2007, contrastante con las – acaso – festivas expectativas del proceso revocatorio de 2004. Empero, entre una acera y la otra, continúa el tránsito de aquellas posturas que, segura y eficazmente alimentada por el oficialismo, suele sintetizarse en la invocación del artículo 350 constitucional, aunque los ponentes frecuentemente no exhiban el heroísmo correspondiente a tamaña exigencia.

Estimamos, ha ocurrido por una equivocada asunción de la naturaleza y los alcances del régimen. Y es que, a los sistemáticos actos de provocación, demandando constantemente una efectiva intentona golpista, la que – por cierto – significativamente denuncia aunque brille por su ausencia, se une la radical incomprensión de un perverso juego que suscita reacciones tan extremas, como la resignación o exasperación, la perplejidad o desesperación, buscando enfermizamente un culpable en las propias filas de la oposición.

Convengamos que, al desconocer la separación de los órganos del Poder Público, colonizados y subordinados a los caprichos de Miraflores, entre otros casos varias veces denunciados, no nos hallamos en medio de una democracia; o, al administrar la violencia, permitiendo la existencia aún precaria de los partidos y medios privados de comunicación, habida cuenta de la mismísima posibilidad de publicar la presente nota, no nos encontramos en una dictadura.

En consecuencia, tenemos por domicilio una situación de incertidumbre o provisionalidad que, siempre cercana al capítulo final, obliga – de un lado – a una superior y también implacable manifestación de destrezas políticas, como – del otro – a la conquista de una tal confianza ciudadana que permita desarrollar la difícil estrategia de sobrevivir en el intento. E, incluso, anunciar y autorizar una futura y viable transición democrática.

Referido a los inicios del gobierno de Eleazar López Contreras, como igualmente pudo hacerlo con el de la junta presidida por Carlos Delgado Chalbaud, Juan Carlos Rey ensaya una aproximación conceptual a la llamada dictablanda, apuntando a “diversos gobiernos autoritarios, pero más suaves que otros considerados como verdaderas dictaduras” (“El sistema de partidos venezolano, 1830-1999”, Centro Gumilla – UCAB, Caracas, 2009: 67). Por lo pronto, concluimos, debía agotarse toda posibilidad de evolución de ambos momentos, las que fuesen posibles antes de pasar a la más difícil y aventurada, limitada y clandestina oposición, infringiendo el costo político correspondiente al oficialismo: por ejemplo, ¿no fue necesario insistir en el Estatuto Electoral y forzar al régimen a un fraude?, ¿era absolutamente nulo el triunfo en la Asamblea Nacional Constituyente de 1952?, ¿el peligro no fue tan inminente adversando al gobierno en su propio hocico?. O, al revés, sin la posibilidad de sufrir un levantamiento nacional, ¿
Pérez Jiménez no hubiese disfrutado de la mayor ventaja e indiscutible legitimidad, alegando que otros abandonaron unos comicios que – lógico – se daba el lujo de hacerlos clara y transparentemente?

Siendo tan insincera la situación, precisamente la lucha es por sincerarla. Y no sólo acudiendo al parlamento para defender el 52% de los resultados electorales que favorecieron a la oposición el 26-S, sino – igualmente y sabiendas de los riesgos – defender literalmente el pellejo físico y también moral en el terribilísimo centro caraqueño, agolpado de mercenarios que están muy lejos de imaginar aquellos protestatarios del Lido (hacia el este, como si el oeste fuese ya plaza perdida), o los consabidos escapistas de la red: por cierto, todavía nos preguntamos sobre la veracidad del enorme fiestón que llevó a República Dominicana a importantes dirigentes que se ausentaron del “acto” del 23 de Enero pasado.

La dictablanda, susceptible de una evolución o involución, ruptura o afianzamiento, interpela con fuerza a los partidos: ¿”hasta qué punto existen partidos políticos” (ibídem: 27), siendo tan indispensables en la oposición?; ¿son capaces de hallar una eficacia semejante a la Junta Patriótica que catalizó la caída de la dictadura (103)?; ¿podrán combatir el fenómeno de “fraude político” (216), agravado o perfeccionado por Chávez Frías?. No obstante, la interrogación alcanza más decibeles: ¿la vida de los partidos en la década, no guarda exacta correspondencia con la dictablanda al proclamar la democracia hacia afuera, sin hacerla hacia adentro?; ¿cuáles habilidades o destrezas, pacientes estrategias y eficaces tácticas, están desplegadas al interior de los partidos para impedir una definitiva descomposición, evidentemente vetados por la gran prensa que los detesta?.

Mejor término, la dictadura a lo siglo XXI puede caer llevándose a los partidos políticos de aspiraciones democráticas, a favor de los movimientos, grupos y grupetes que dicen no serlo, siéndolos. He acá la otra trampa de la fe, pues deseamos una salida de Chávez Frías, preferiblemente cómoda o confortable, sin salir de los prejuicios y convicciones que nos llevaron gustosamente a él, creyéndolo un accidente.

Fuente: http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=738684

No hay comentarios:

Publicar un comentario