lunes, 14 de febrero de 2011

LA TARDANZA EN PIAR


EL NACIONAL - Lunes 14 de Febrero de 2011 Cultura/3
El foro del lunes
WALTER RODRÍGUEZ Ha dedicado 35 años a la afición por leer libros impresos
«El problema es que los lectores no compran como antes»
Lectura, una librería con más de medio siglo de existencia, cerró sus puertas en el centro comercial Chacaíto. Su director echa de menos las épocas cuando los clientes compraban entre tres y cuatro títulos
MICHELLE ROCHE R.

La crónica fotográfica de la librería Lectura comienza en blanco y negro.

Fundada en el año 1951 y emplazada en el edificio Arta ­cerca del actual centro comercial Único de Chacaíto­, contaba entre sus asiduos a Pedro Estrada. El director de la Seguridad Nacional en tiempos de Marcos Pérez Jiménez, quien no tenía un gusto particular por las letras, iba a usar el teléfono del local que inauguró Stephan Gold junto con su cuñada, con la que el polaco compartía también el negocio de la distribución de libros y la edición de una revista.

Casi 25 años más tarde, cuando la librería se había mudado al recién inaugurado centro comercial, los socios contrataron a un uruguayo para que se encargara del establecimiento. Walter Rodríguez llegó el 30 de diciembre de 1975 al país y pronto se hizo un nombre fuerte en la industria.

Incluso fue presidente de la Cámara Venezolana del Libro en tres ocasiones. La primera vez fue a finales de la década de los años ochenta, y las otras dos fueron consecutivas, en los años noventa.

Rodríguez ha vivido de la afición por leer libros impresos durante más de tres décadas.

Durante sus primeros años frente a Lectura desfilaban por allí autores de la talla de Miguel Otero Silva y Arturo Uslar Pietri, así como los principales representantes de importantes grupos literarios como Tráfico y Güaire. Igualmente lo hacían figuras de la escena internacional como Álvaro Mutis, Camilo José Cela, Rafael Alberti, Mario Vargas Llosa, Reinaldo Arenas y Gabriel García Márquez, entre otros. Rodríguez llamaba a Borges, para beneplácito del escritor, Jorge Luis.

Tiempos menos afortunados llegaron, y durante las últimas décadas del siglo XX, y en lo que va del XXI, la librería Lectura afrontó varios problemas financieros relacionados con las pobres políticas para el sector editorial diseñadas por los gobiernos.

La peor, dice Rodríguez, ha sido la actual. Hace tres años, el Ministerio de Industrias Ligeras y Comercio eliminó los libros de la lista de bienes prioritarios para recibir divisas de Cadivi (según la resolución Nº 38882 publicada el 3 de marzo de 2008 en Gaceta Oficial), lo que obligó a los representantes de la industria editorial a pedir una certificación de insuficiencia o de no producción nacional para conseguir dólares. Entonces Rodríguez dejó de importar títulos.

Las (pocas) cifras. Para ese año, ya el sector se hallaba en crisis. El Segundo Estudio del Sector del Libro en Venezuela, hecho por el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe y publicado en 2007 (el análisis más cercano con el que cuenta este mercado, desafortunadamente) indicó que las librerías especializadas y las generales presenciaban una contracción importante con respecto a la registrada por un estudio similar dos años antes. Las ganancias de ambos segmentos se redujeron a la mitad, para convertirse en la nueva modalidad del negocio que prolifera en el país y que el citado documento identifica como "con una oferta más diversificada en el renglón de `papelería".

Las cifras evidencian que 69% de las librerías venezolanas se sustentan con la venta de lápices y borras.

Es interesante otro dato arrojado por el estudio: para 2007, apenas 12% de las librerías del país importaba títulos regularmente y menos de 1% traía más de 3.000 ejemplares. Lectura era entonces una rareza de la industria, aferrada a la vocación de librería tradicional.

Ahora, cuando el precio del alquiler del local donde funcionaba Lectura se hizo impagable, Rodríguez se vio obligado a cerrar. Entre las causas de la falta de rentabilidad del negocio en la actualidad señala el empobrecimiento de la clase media, que compra menos títulos en cada visita a la librería, y el cambio de gustos de los clientes, que prefieren ejemplares de factura más barata que antes.

Sin embargo, no existe un estudio similar al del Cerlalc que hable del número de lectores o compradores de libros en Venezuela.

Rodríguez guardó los ejemplares que le quedaron en su apartamento, el maletero y un depósito. Pronto abrirá una página web, a través de la cual espera atender bibliotecas y universidades. También prepara un stand para la siguiente feria del libro que se realice en el país, encuentros en los que vende alrededor de 500 textos.

­¿Cómo han variado los lectores venezolanos en las últimas tres décadas? ­La librería Lectura tenía una clientela muy selecta en la época de los petrodólares.

La gente estaba en una buena situación económica, era culturalmente muy preparada y visitaba con frecuencia la librería. Pero los que a mí me gusta llamar los ratones de librerías, que compran entre dos y tres títulos cada vez que entran en una, han desaparecido en los últimos tiempos. Tenía secciones bien preparadas para cumplir con las exigencias de los lectores, muchos de los cuales eran profesores universitarios que iban dos veces por semana.

También había clientes asiduos y otros que buscaban bestsellers o libros de playa, como yo los llamo.

­¿Qué antecedentes tiene la crisis que vive el sector editorial nacional? ­Pese a que el gobierno de Carlos Andrés Pérez tuvo mucho dinero, luego vinieron muchos baches. Durante el período en que ocupé la presidencia de la Cámara Venezolana del Libro tuvimos problemas para conseguir las prerrogativas que habían sido fijadas en un acuerdo con la Unesco, llamado el Pacto Florencia, para que no se pechara el libro con impuestos como el IVA. Cada vez que un nuevo presidente asumía funciones tenía que firmar la adhesión de Venezuela a ese pacto.

­¿Hoy sigue vigente el pacto? ­Sí, se firmó en el primer período de Hugo Chávez.

­Hablaba de los problemas que hubo en la década de los años noventa para que el país suscribiera el pacto.

­Sí. Costó un poco durante la segunda presidencia de Pérez y recién lo pudimos sacar con el gobierno del doctor Velásquez, que era un hombre de libros. Lectura entonces se mantenía bien con su público, pero luego vinieron otras situaciones y fue cuando empezamos a traer a autores internacionales.

­¿Cómo han afectado las librerías los problemas con la administración de divisas? ­Hay editoriales y hasta algunas librerías, así como cadenas y papelerías, que tienen un poco más de suerte y reciben dólares. La importación de libros, en cuanto a las gestiones hechas a través de Cadivi, bajó como 40%, aunque muchos colegas dicen que 30%. Pero lo importante es que la gente ya no compra libros como antes. Dejemos de lado el audiolibro, que siempre se vende, porque tengo clientes que ahora escuchan los libros en el carro, para pasar las colas. Los lectores, aunque siguen visitando las librerías, no compran como antes.

También es difícil que la gente de clase media que antes venía hasta Chacaíto lo haga ahora, cuando tienen centros comerciales en sus urbanizaciones. Antes, en diciembre o en el Día del Padre, las personas regalaban buenos libros de arte o de fotografía; ahora más bien obsequian textos de actualidad, principalmente ensayos sobre la problemática venezolana.

­Ha señalado varias veces que han disminuido los compradores de libros en Venezuela, ¿a cuánto asciende esa cifra? ­Es muy difícil referirnos a cifras específicas, tendríamos que hablar de porcentajes.

Creo que como 30%.

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