miércoles, 26 de enero de 2011

tentación (es)


EL NACIONAL - DOMINGO 7 DE NOVIEMBRE DE 1999 / PAPEL LITERARIO
OJO DE BUEY
Cómo tentar al verso
Salvador Garmendia

Esto que se llamó la musicalidad del verso, no fue otra cosa que un malentendido. Multitud de veces, la persistencia en ese error ha permitido suplantar la veracidad del hecho poético, por ciertas malas inclinaciones de la sensibilidad y el gusto. Se atribuía la más estricta musicalidad al susurro del agua entre las piedras, mas no al bramido de la tormenta. La risa de una adolescente tímida era música pura, pero de ninguna manera lo eran los jadeos y las súplicas, jamás escuchadas, que preceden al paroxismo. Cielito lindo, antepuesto a una partida de Bach. O, como si dijéramos, una zarzuela chambona frente a otra de Ruperto Chapí. En fin, la falsa musicalidad del verso, forma parte de un argot cultural impresentable, de clase media, y viene a ser el lado contrario a la música de puerta adentro que levantan los poetas en sus versos.

Pero existe una música estructural, interna que se vuela los pentagramas del metro y de la rima y establece sus códigos desde los propios mecanismos e interioridades de la frase, aunque en estos gobiernen también, ¿por qué no?, el metro y la rima. Los gramáticos palidecen. Hay convenciones que es mejor no tocar. Dejarlo todo como está, por favor. En el camino iréis encontrando como quien dice puntosycomas, corchetes y asteriscos que os recomendamos dejar donde están. Pero olvidan que hay telas de velamen que el viento hace pedazos, y sus fragmentos descosidos siguen en movimiento y en sacudidas repentinas van descubriendo entonaciones imprevistas, quiebres y sonidos rasgantes inesperados, que se propagan en el oído como campanillazos: "si pudiera/si pudiera/en letanía/ser/si yo pudiera/si apenas ser//es arena con tierra y raíces/cae y cubre" Este fragmento pertenece a María Antonieta Flores y corresponde a la primera página de su libro Las trabajos interminables, editado por el Grupo Eclepsidra, colección Vitrales de Alejandría. Una mano se ha introducido en la corriente que pasa velozmente. En el choque, el agua represada se encrespa, parece que se agrede a sí misma y al revolverse contra el obstáculo sangra por sus telas, entre borbollones de espuma. Pero la poesía de María Antonieta recupera en seguida su paso y vuelvo serena a la corriente. Igual que el barco de papel que ha esquivado una piedra y sin haber sufrido más que unos pocos raspones en el casco, endereza la marcha sobre las ondas; así el poema recupera la altivez del dolor y reinicia el diálogo con la amada e inescrutable sombra: "si me dieras un poco de silencio/tan sólo/un poco/y me oyeras/si escucharas el sonido de las astillas de vidrio haciéndose/polvo/en mi sangre..."

Vallejo nos lo había hecho saber antes en Trilce, cuando deshace el paño de la lógica y permite que los hilos sueltos busquen su acomodo como si obedecieran sólo a sus caprichos. He aquí lo que me gusta llamar la música del poema. Es un movimiento óseo que pone en marcha la línea del verso por un derrotero entrecortado o zigzagueante, cercano a las intermitencias y parpadeos del mundo físico. Es el vuelo del ave que parece empuñar en su impaciencia mil destinos. El microsueño que tiene lugar durante un parpadeo, o la idea contrahecha de donde procede un tic nervioso.

Para Flores, la música del poema tiene lugar en medio de una intersección de reflejos, que hacen su aparición durante los primeros acercamientos de la realidad, un segundo antes de que ocurra el despertar de un sueño: "¿despertar?/venía como de las islas/sobra y abyección/tenue marca certera/arena dispersa/viento/confusión/¿puedo aún?/en la torpeza/¿puedo?/torcida/¿y despertar?/en el encuentro/que ya no se resiste/¿puedo aún/así y despertar".

Como en toda ruptura del orden convenido, en la poesía de María Antonieta aflora una suerte de júbilo, que traducido a la vida corriente es el hacer lo que nos dé la gana, sentarse en cualquier lado indiferentes al acontecer exterior; pensar en al agua de un río y sumergirse en ella, sin olvidar que vamos andando por la calle, una tarde (la poeta vivió ese atardecer imperfecto, pero de la misma manera triunfante) y pasamos por debajo un elevado caraqueño respetable en olores y notamos que en los puestos de vendedores de chucherías, se vendía sólo carne seca.

Al final, María Antonieta se arranca con una canción:"iban negras/muy desnudas/en el aire/con pobreza/y en deshonra//esta despiadada vida que me he construido//sólo bulbos ya de secos/de tan sola e inclemente/van callando los poemas/en la historia de esta orquídea//sólo cruzan".

Ilustración: Jose Vicente Aponte

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