domingo, 30 de enero de 2011

sombras contables


EL NACIONAL - Sábado 29 de Enero de 2011 Papel Literario/4
¡Socorro! Contar sombras
ALFREDO CHACÓN

Escrito por Carlos Villalba, editado por bid & co. en su Colección País Portátil con nota de contraportada por José Balza, y presentado por María Fernanda Palacios en la Librería Kalathos y en este Papel Literario, fue así como ¡Socorro! Contar sombras hizo su aparición, a mediados de año, entre los libros magníficos de la literatura venezolana que le aportan a la magnificencia literaria sin más.

A modo de entrada en materia, supongamos que a uno, lector opinante, se le ocurre referirse a tal o cual libro avanzando desde sus rasgos más visibles hacia los más intrínsecos. Es más, convengamos en que para un lector de esta calaña basta el recurso de las aproximaciones sucesivas (insisto, desde lo más descriptible hasta aquello con lo cual sólo el recorrido completo de la lectura nos puede contactar) para transmitirle a otro lector la imagen que se ha hecho de ese libro.

¿Por cuáles instancias del arte de escribir hemos de pasar al leer esta obra de Carlos Villalba? Su abultada suma de textos, a la que le faltó una página para llegar a las quinientas, se inicia con un prefacio que no es tal, sino más bien la primera jugada gananciosa del autor para comprometer al lector en el juego de su escritura pensante. Un prefacio, por cierto, que se llama precisamente como la palabra exclamada que le da título al volumen, e incluye entre sus sazonadas anticipaciones de la intriga esta confesión ante el arbitrario espejo: "Texto de escritura lineal, húmeda, roñosa, a la que ya le nace, de tanto ser como es, una pelusa verde", y el siguiente autorretrato de su autor: "Nací para viejo".

También nos percatamos de que luego de las cuatro exactas páginas de esta entrada, se acumulan las otras cuatrocientas cuarenta y cinco; pero sobre todo, percibimos que éstas han sido concebidas como una interminable sucesión de otras entradas, según lo anuncia la repetición de la palabra pórtico en la denominación de cada una de ellas. Por ejemplo: el primero de estos textos de entrada se llama "Pórticos", el segundo "Pórtico de las ventanas" y el último, "Pórtico de los Orlandos".

Al final, que en verdad es donde esta lectura debería comenzar y terminar, caemos en cuenta de lo que marca a este libro como uno ante el cual nada se ganaría con reprimir el impulso de llamarlo magnífico. Me refiero a la suficiencia con que su caudal escrito rebasa las prescripciones acerca de los géneros literarios a que la inoperancia crítica podría empecinarse en adscribirlo: digamos la novela, el libro de relatos o de ensayos, el fragmentario, o la mezcla de todos estos cánones. De manera que cuando digo rebasar los géneros, quiero decir desbordarlos de verdad, no contentarse con brincar hacia fuera sin suficiente fuerza o pericia, sino precisamente, equiparar el salto con la capacidad de formar, más allá de los respectivos límites, el caudal de una textualidad apta para satisfacer las más legítimas exigencias de lectura. Y desde luego, para mezclar sus aguas con las de las demás criaturas y lectores de su verdadero género, que es precisamente el género mayor, el que se plantea y alcanza sus propias exigencias: no el de un decir redundante con su propia ineptitud, sino el decir del pensamiento creador y la palabra creada.

Pero he aquí que en ¡Socorro! la vocación por el despliegue de la palabra que dice tanto porque sabe decirse, sólo es una faz de su fortaleza verbal. Tan importante como la señalada suficiencia con que esta palabra se despliega para afianzar su presencia en cada página y en todo el libro, es lo que ella ahincadamente busca y admirablemente logra decir.

A tal fin, cada uno de los Pórticos vale tanto por sí mismo como por el conjunto al que contribuye a formar y le ofrece acogida. Dentro de cada uno hay instancias de diferente configuración: desde los pasajes más largos, pasando por transcursos de varia brevedad, hasta vocalizaciones incisivas como éstas, dispersas en uno solo de ellos: "Muere el hombre que fue, no el que pudo ser". --"Dios es Dios porque su inexistencia mata". --"Morir es demasiado. Hay mala fe en la muerte". --"`Aquí’ es la conciencia aguda de que no hay lugar" --"El alma nunca hará lo que no fue capaz de hacer el cuerpo".

De modo que son siempre los grandes temas que evitan ser detectados, por no decir delatados, entre los asuntos del vivir, los que aquí emergen a la espera de nosotros, los personajes y lectores del drama.

Así, tanto la acuciosa vastedad de este libro como sus pórticos, se reiteran para relacionarse unos con otros, ofreciéndoles apropiada resolución textual a las deliberaciones incisivas, cortantes, implacables que en vez de tratar acerca de las más comunes y escabrosas encrucijadas del vivir, brotan de ellas como segregaciones disolventes de la costra biográfica formada por las cobardías, las atrocidades y las falsas inocencias o culpabilidades con las que día a día nos escurrimos por la vida real aferrándonos a ella.

Caracas, noviembre de 2010.

En ¡Socorro! la vocación por el despliegue de la palabra que dice tanto porque sabe decirse, sólo es una faz de su fortaleza verbal.

Tan importante como la señalada sufi ciencia con que esta palabra se despliega para afi anzar su presencia en cada página y en todo el libro, es lo que ella ahincadamente busca y admirablemente logra decir

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