miércoles, 26 de enero de 2011

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El Nacional, Caracas, 17 de Noviembre de 2001 / Opinión
El talibán aguajero
Ibsen Martínez

Las revoluciones, antes de fracasar estrepitosamente, suelen invocar su propia presunta “originalidad”.

Sería cosa de risa la enumeración de la quincalla ideológica que legaron las revoluciones del siglo XX, si esa quincalla no hubiese sido tan trágica en sus consecuencias. Una de las más enigmáticas manifestaciones de “originalidad” revolucionaria fue la inasible “idea suche” norcoreana. Nadie supo jamás formular inteligiblemente en qué rayos consistía la idea suche, ni siquiera el mismísimo dictador norcoreano, mucho menos J.R. Núñez Tenorio, quien fue en vida una especie de concesionario local de la franquicia suche.

Uno se topaba con J.R. en un pasillo de la universidad, y él te contaba lo bien que le había ido en su último viaje a Corea del Norte, lo inspirador que había resultado para él. ¿Corea del Norte?, exclamabas. ¿Te refieres a esa sanguinaria autocracia comunista que compite en fiereza con la Camboya de Pol Pot? ¿Hablas de ese país que destaca por ser a la vez potencia nuclear y país líder en la estadística planetaria de hambrunas, muy por encima de los países del Cuerno de África ? Bueno, chico, la verdad es que hay mucha desinformación sobre Corea del Norte, reponía J.R., al tiempo que te invitaba a un acto en la sala “E” de la UCV en el que él mismo divulgaría los logros de la idea suche en el ámbito de la energía termonuclear, la inseminación artificial o la educación de adultos. El acto en la sala “E” era la modesta contraprestación que el bueno de J.R.–era un buen tipo, qué duda cabe– debía ofrecer al gobierno norcoreano por haberlo sacado a pasear a Corea del Norte con escala en París. Pedro Duno, para nombrar a otro desaparecido mentor del Chávez recién salido de la cárcel de Yare, fue él también, en algún momento, concesionario local, junto con Domingo Alberto Rangel, de los megalómanos dislates de Muammar Gadaffi. De nuevo, la sala “E” era el coliseo en el que se ventilaban las excelencias de su “pensamiento”, contenido en el llamado “libro verde de la revolución libia”. ¿Cuál podrá ser la idea suche del chavismo? Confieso que ya no me fío de los exégetas de Ceresole ni de los que siguen releyendo las entrevistas concedidas por Chávez a Blanco Muñoz y Ángela Zago hace varios siglos. Escuchando a Adina Bastidas me ha asaltado, más bien, una hipótesis: estoy seguro de que los historiadores de las ideas en la Venezuela del último siglo habrán de otorgarle un lugar preeminente a la sala “E” de la UCV a la hora de caracterizar la idea suche del chavismo que he dado en llamar “pensamiento talibán aguajero”.

En su reciente incursión en terrenos de lo cómico involuntario, con un discurso que es una ejemplar emanación de la cultura de la sala “E”, la vicepresidenta dejó ver la característica primordial del pensamiento talibán aguajero: el radicalismo inconducente, el comecandelismo que no va a ninguna parte.

Una cortesía elemental para con el lector que no tiene porqué saber qué rayos es la sala “E”, obliga a decir que se trata del lugar geométrico donde habita la palabra sin consecuencias, como si dijéramos el Aleph de las teorías y las consignas que no comprometen a nadie.

La sala “E” es el recinto de “la casa que vence las sombras” donde se llevan a cabo, desde tiempo inmemorial, foros, simposios, jornadas, encuentros y debates en torno a los más acuciantes problemas que abruman a la humanidad.

Distinguidos miembros del Claustro de la UCV, como la propia Adina Bastidas, Héctor Navarro, Francisco Mieres, Rigoberto Lanz, María Urbaneja, Alfredo Chacón, Edmundo Chirinos, Agustín Blanco Muñoz, Trino Alcides Díaz, Jorge Giordani, Carlos Genatios, Nelson Merentes, el extinto Brito Figueroa y muchos otros intelectuales chavistas, cuyos nombres momentáneamente se nos escapan, han gozado, en distintos momentos, de bastante más que los proverbiales 15 minutos de inapelable “magister dixit”, casi siempre ante un auditorio de inermes bachilleres.

Lo más llamativo quizá sea que en muchos casos se hayan zanjado, definitivamente y sin lugar a mayor elucidación, con bastante improbidad intelectual y mucho desenfado agitador, las causas y los remedios de cuestiones tan frondosas como la deuda externa, la globalización, la economía petrolera, la educación nacional, el agro y la cría, el diálogo Norte–Sur, la querella imprescriptible de los no–descubiertos con los Reyes Católicos, el narcotráfico y el neoliberalismo, Simón Rodríguez: precursor de Piaget, papel de la televisión en la creación de estereotipos de dependencia ideológica, Ezequiel Zamora y la econometría manchesteriana de Santos Michelena, el neocolonialismo y la megalópolis latinoamericana, la seguridad social y la poesía de Gustavo Pereira, el Estado benefactor y el régimen de mareas en el estado Nueva Esparta, Salvador de la Plaza y la fusión en frío, el modo de producción asiático, la violencia de género y el futuro el cine nacional, etcétera, etcétera.

La cultura de la sala “E” ha jugado sin duda un papel insoslayable en la perpetuación de las ideas más inertes y vacías de futuro con las que la revolución bolivariana ha pretendido sin éxito legislar y gobernar el país, hasta convertirlo en un hervidero de creciente ingobernabilidad que amenaza seriamente la convivencia nacional.

Un rasgo venial de esa cultura, se halla en el hecho de que las conclusiones, resoluciones, decálogos, máximas, declaraciones de principios, pamplinas autocomplacientes, exposiciones de motivos, delirios de revolución planetaria, denuncias del gran capital y exhortaciones a la lucha final que han curtido las paredes de la sala “E”, solían publicarse en las páginas de Hora Universitaria, conveniente hoja de información interna, insustituible a la hora de limpiar los vidrios, grifería y porcelana de las instalaciones universitarias. O disiparse en una tertulia cervecera y crédula del mediodía en el restorancito de la Apucv.

Es decir, los aspavientos y paparruchas de la sala “E”, confinados al ámbito de la UCV, no tenían consecuencias de ningún tipo, ni buenas ni malas, para el resto de la población del país: eran benignas efusiones de vedettismo profesoral, ganas de escucharse a sí mismos decir naderías biensonantes.

Pero desde que los charlistas de la sala “E” llegaron a ser gobierno, esos mismos maximalismos huecos, esos tópicos, esas ideas a menudo henchidas de lo que Braudel llama “marxismo vulgar”, esas inconmovibles “verdades” vertidas desde siempre en las ya amarillentas fichas que, año tras año, ayudan a muchos de ellos a dictar el mismo curso o seminario sobre Zamora y la cuestión agraria o sobre la economía petrolera como enclave imperialista, han hallado el camino, no ya de Hora Universitaria, donde al fin y al cabo no estorbarían el desenvolvimiento del país, sino de la Gaceta Oficial, bajo la forma de leyes habilitantes que compendian todas las impracticables fabulaciones que en la sala “E”, repito, no hacen daño a nadie –”puras invenciones p’a conversar”– pero que a Chávez pueden terminar por acorralarlo mucho antes de lo previsto.

En efecto, el síndrome de la sala “E”, que se manifiesta, por ejemplo, en la ardorosa denuncia del terrorismo estadounidense en Afganistán en Aló, Presidente, o en el discurso de Adina –ella debe pensar que se la comió con la alusión “weberiana” al capitalismo protestante–, impide al aquejado ver que lo que en la sala “E” puede arrancar aplausos, trasladado sin más al escarpado terreno de las relaciones internacionales puede, más bien, activar reuniones urgentes en el Departamento de Estado o, peor, en el “situation room” del Pentágono.

Lo cual no sería nada si en verdad se piensa salir a combatir con armas en la mano el imperialismo blanco, protestante y capitalista que injuria y sojuzga a los pueblos del Islam.

Llegados aquí, anotemos otro rasgo “original” del “pensamiento” chavista: por un lado, una retórica irreductible y boconamente radical en lo declarativo; por el otro, un talante decididamente aguajero y arrugón que se reviene no bien la realidad ronca en la cueva.

Nadie más presto a retractarse de una declaración consecuentemente radical en materia internacional y deshacerse en aclaratorias del tipo “no me malinterpretes, Joe, yo lo estaba era hablandito sobre la vida en general” del talibán bolivariano, tan pronto los voceros del imperialismo lo increpan más o menos recio y en serio. Nadie más propenso a naufragar en el mar de la rutina burocrática y la corrupción que el talibán emerrevista que anda por ahí todavía, a estas alturas y después del caso Cavendes, denunciando a los corruptos enemigos de la revolución.

Pero lo peor es la inconducencia de estas leyes aprobadas a espaldas del país. Dos de ellas, la de Tierras y la de Hidrocarbutros, mal fraguadas al amparo de una provisión habilitante con que la obsecuencia de la Asamblea Nacional literalmente abdicó de sus funciones, se nos presentan imbuidas de lo peor del pensamiento talibán aguajero: su carga de anacrónico dogmatismo y la inviabilidad de un inconsistente articulado que, paradójicamente, las hace instrumentos ideales de la regresión social y la parálisis económica.

Pero, como todo constructo del sectarismo, la irresponsabilidad y la incuria, tarde o temprano esas leyes clamarán ellas mismas por su derogación, no bien topen con ese formidable avatar de la terca realidad que es la sociedad venezolana.

Para mal del talibán aguajero, el país no es la sala “E”.

Ilustración: http://img823.imageshack.us/i/bombalacrimgenaucv.jpg/sr=1

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