lunes, 24 de enero de 2011

derecho invocado


EL NACIONAL - Lunes 24 de Enero de 2011 Escenas/2
Los conversadores
PALABRAS SOBRE PALABRAS
LETRAS
FRANCISCO JAVIER PÉREZ

Resulta éste el título de un artículo de Maupassant, aparecido en un diario francés de 1882, publicado hoy, nuevamente, en la compilación Sobre el derecho del escritor a canibalizar la vida de los demás (Ediciones El Olivo Azul, 2010), traducida, prologada y anotada por Antonio Álvarez de la Rosa.

El artículo del célebre novelista y narrador (autor de ese insuperable relato que es "El collar", un velado homenaje a Flaubert, su divino maestro) cuestiona la falta de inteligencia de las conversaciones que se atienden en un salón de sociedad y la bobería de la generalidad de sus frecuentadores. El origen de la reflexión le vendrá de Héctor Berlioz que, regresado de Italia (agotada su estadía allí, luego de ganar el Premio de Roma), se encuentra con la pobre situación del medio social que le aguarda en la París de 1832: "A pesar de mis súplicas, se complacen, se obstinan en hablarme sin cesar de música, arte y alta poesía. Esa gente emplea esos términos con la mayor sangre fría.

Es como si hablaran de vino, mujeres, motines y demás cochambre. Me mata sobre todo mi cuñado, que es de una espantosa locuacidad. Siento que estoy aislado de todo el mundo por mis pensamientos, pasiones, amores, odios, por mis desprecios, por mi cabeza y mi corazón, por todo".

Acogido a la actualidad de este ayer, Maupassant (como también pudiera hacerse hoy) determinará a los adversarios, aplicará letal descarga verbal y deglutirá en acto caníbal las famélicas inteligencias de los conversadores: "En los salones de hoy, la conversación es banal, corriente, odiosa, prefabricada, monótona y al alcance de cualquier imbécil. Fluye, fluye de los labios, de los pequeños labios de las mujeres, graciosamente arrugados, o de los labios de los hombres a los que una condecoración en el ojal parece dotar de inteligencia.

Fluye sin cesar, asquerosa, estúpida como para echarse a llorar, inalterable, sin brillo, sin relieve, sin ningún rapto de lucidez".

Canta, en consecuencia y en noble apología, la oda al charcutero: "Sería cien millones de veces más interesante escuchar a un charcutero competente hablar de morcillas que escuchar, cuando están de visita, a los señores correctos y a las mujeres de mundo que abren el grifo de las banalidades sobre las únicas cosas que son grandes y hermosas".

La digna morcilla gesta una filosofía del conversar: "Antes significaba el arte de ser hombre o mujer de mundo el arte de no resultar nunca aburrido, de saber decirlo todo con interés, de agradar con cualquier cosa, de seducir con nada. Hoy hablan, cuentan cosas, discuten, chismorrean, cotillean, pero no se conversa. De cada 20 personas que hablan, 19 hablan de sí mismas, narran acontecimientos que les han ocurrido, dejando que la inteligencia disminuya tras cada palabra, que el pensamiento de los oyentes bostece entre frases".

El hoy de este ayer resultaría potenciado superlativamente. El hablar se ha animalizado en las formas y se ha trivializado en los conceptos dentro del más alarmante orgullo ante lo que se ignora. Diálogo desvalorizado, el grifo de banalidades de nuestro hablar deviene en una bochornosa sentencia a la inteligencia. Nuestros habladores siguen actuando, libres y anchos, a la espera del escritor caníbal.

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