sábado, 22 de enero de 2011

buena pregunta final


EL NACIONAL - Sábado 22 de Enero de 2011 Opinión/8
El adversario es otro
SERGIO DAHBAR

Es un político carismático. Se siente ungido por los dioses.

Asegura encarnar la esencia del pueblo. Repite que puede salvar a la nación en crisis, porque es el único capaz de resolver lo que nadie en toda la historia ha podido enderezar. Y minimiza entonces que sus prácticas sean autoritarias, arcaicas, pasadas de moda. Se vende como un cordero de dios. Nació en julio, en los primeros años de la década del cincuenta.

El país sufre una mala suerte endémica. Su pobreza ha sido mal atendida por diferentes gobernantes a lo largo de la historia y ni siquiera los que enfocaron sus esfuerzos en atender a los más necesitados pudieron cambiar una realidad cada vez más desastrosa en educación, salud, seguridad, mejoras urbanas...

El tirano se mueve a sus anchas por el mundo, viaja cual asistente de vuelo y levanta las manos, como esos personajes que sólo saben llevar luz por el mundo (mientras dejan la casa a oscuras). ¿Y la comunidad internacional? Bien, gracias. Callada como si no pasara nada, a pesar de los obvios abusos y más absoluta destrucción del Estado de Derecho. No es la primera vez que se hacen los locos. Ni será la última. Insulza dixit.

Como de costumbre, el resentimiento es una espoleta suelta: se convierte un movilizador social potente. No se puede explicar de otra manera que alguien que casi ha destruido un país sostenga una conexión mágica con un pueblo menguado por las carencias.

Ese resentimiento desestima la necesidad de democracia o libertad de expresión, porque lo que de verdad castiga a la gente son as necesidades básicas. "No se puede vivir con hambre. Y si el dictador hace algo por luchar contra ese enemigo, es el mejor".

Los intelectuales se quejan: "El autoritarismo y la concentración de poder en las manos de un solo hombre, que termina creyéndose predestinado, es un mal constante en el país".

Tienen razón, pero esas ideas no hacen clic.

Muchas frases de los políticos se sacan de contexto y parecen iguales, salidas de una misma boca. Todos advirtieron un drama similar desde las ventanas de la Casa de Gobierno: pobreza y desamparo. Pero también sus respuestas fueron mesiánicas y equivocadas.

Crecen los campamentos temporales, con refugiados de diferentes tragedias. Parece una epidemia. Allí condenan a la gente a una pasividad estéril, sin involucrarlos en labores productivas que los conviertan en agentes de cambio. Las áreas agrícolas se reducen o se paralizan por los deslaves y la lluvia que no cesa.

El caos enciende una mecha que no puede apagarse. La institucionalidad (algo que suena a retórica en los oídos gubernamentales) ha sido destruida, y con ese desastre se fue también la posibilidad de que la gente entienda que existen límites, comenzando por el dictador.

La policía no contiene la inseguridad desbordada: como buen autoritario, no quiere que le echen la culpa por una criminalidad que pareciera no tener padre, ni madre, en la historia del país, pero que consume vidas inocentes todos los días. Tampoco se siente responsable del pasado.

Y en el remolino de las justificaciones, aparecen los ciudadanos que justifican lo injustificable y vuelven con el mismo argumento: "Es un buen hombre, nació en este país, quiere a su patria. Acaso todos los gobernantes no han cometido algún atropello alguna vez en nuestra historia".

Su mejor aliado sin duda es la desesperación, el analfabetismo y el estado descompuesto de la moral. Ya hay gente que lo dice sin tapujos: "Es el único hombre que puede encuadernar este país".

De este lado del mundo los racionalismos no se digieren bien. Ni siquiera se sabe cómo se comen. Aquí se imponen los mesías. Cesaristas con apariencia de demócratas.

Espero, amigo lector, que usted haya entendido estas líneas. Por si acaso se coló cualquier confusión, quiero ratificar que todo lo que he escrito hasta ahora tiene que ver con Haití, y con el regreso del sátrapa Baby Doc, hijo del nefasto Papa Doc, saga familiar que sumió a Haití en el medioevo más atrasado del Caribe.

Ha regresado a Haití, en medio de la mayor tragedia que puede vivir un país en América. La buena vida en los Alpes franceses ha quedado en suspenso, para colarse entre el desconcierto de una población que hace agua por todos lados. Asegura que viene a poner el hombro. Hay gente que ya lo ve como un salvador de la patria. ¿Será que nos merecemos lo que tenemos?

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