martes, 28 de diciembre de 2010

niebla


EL NACIONAL - Martes 28 de Diciembre de 2010 Opinión/7
Fidel y McNamara
EDUARDO MAYOBRE

Hace pocos días volví a ver, por televisión, la película La niebla de la guerra, un largo documental en el cual Robert S. McNamara, ex secretario de Defensa de Estados Unidos, habla sobre la guerra de Vietnam y la crisis de los misiles que estuvo a punto de provocar una guerra nuclear. El reportaje es importante porque devela cómo se tratan los asuntos en las más altas esferas del poder. En las grandes ligas, pudiéramos decir. Me toca en lo personal porque tuve la oportunidad de conocer al personaje y tratarlo con frecuencia cuando él era presidente del Banco Mundial y yo formaba parte del directorio ejecutivo de esa institución.

En ese entonces el secretario del Banco nos hacía saber que no estaba bien visto preguntarle a McNamara sobre Vietnam.

Por ello, sus confesiones sobre el asunto, al final de su vida, me resultan particularmente interesantes.

Pero no voy a hablar de mi relación con McNamara, a quien llegué a apreciar, a pesar de todos los prejuicios que tenía contra él. Sino de uno de los temas que él aborda. Resulta que en la década de los noventa del siglo pasado se reunieron en La Habana los protagonistas de las crisis de los misiles de 1962. Ésta consistió en que los norteamericanos descubrieron que la Unión Soviética había instalado en Cuba armas nucleares que amenazaban el territorio de Estados Unidos.

Al saberse, este último país bloqueó las costas de Cuba y amenazó con destruir los barcos soviéticos que traían nuevos armamentos atómicos. Al final, los rusos retrocedieron y los barcos volvieron a su lugar de origen. Según se dice, en el acuerdo entre las dos grandes potencias de la Guerra Fría se contempló que Estados Unidos no atacaría a Cuba. Lo que ayuda a explicar la larga supervivencia de Castro. En la reunión a la que aludo, McNamara le hizo a Fidel Castro tres preguntas: 1. ¿Sabía Usted que se estaban instalando armas atómicas? 2.

¿Estaba dispuesto a recomendarles a los soviéticos que las usaran? 3. ¿Era consciente de que eso significaría la destrucción del pueblo cubano? Las respuestas de Fidel fueron, según nos cuenta: 1. Sí, lo sabía.

2. No sólo estaba dispuesto a recomendarles que utilizaran esas armas, sino que de hecho se los recomendé. 3. No se me escapaba que eso representaba la aniquilación de Cuba.

Lo anterior muestra hasta dónde son capaces de llegar los líderes mesiánicos. La destrucción de un pueblo se justifica siempre que se haga "in excelsis Deo". En sacrificio por el líder que espera su redención eterna. Aunque represente la aniquilación de sus llamados compatriotas.

Pero a su vez muestra que el desafío por parte de Cuba a la máxima potencia militar de la historia representaba la renuncia a toda posibilidad de subsistencia. En términos históricos, la actitud beligerante de Castro significó que los cubanos tuvieran que resignarse a la miseria.

No por la guerra nuclear, sino porque provocó su aislamiento. Los cubanos, y su país, fueron sacrificados. No sabemos aún si la culpa es de Estados Unidos, que mantuvo un férreo bloqueo comercial, o de la nomenclatura cubana, que hizo de la confrontación una excusa para mantener la hegemonía. Pero sabemos de las penurias de los cubanos, que debieron humillarse, primero en el refugio que les otorgaba la Unión Soviética y ahora ante un imperialismo de tercera clase, el de Venezuela y su comandante. Tienen la suerte de que este último depende emocionalmente del líder guerrillero que sacudió el mundo en los años sesenta. El mismo que llevó al sacrificio a tantos estudiantes venezolanos. Muchos de los cuales lograron sobrevivir gracias a la magnanimidad de la cuarta república.

Volviendo a McNamara, el testimonio de este hombre, sobre el cual pesan tantas responsabilidades, nos muestra que la historia no es una película de vaqueros. Que a veces es preciso adoptar decisiones que implican muerte y destrucción.

Pero que no se puede hacerlo frívolamente, con el único objetivo de satisfacer la vanidad o el ansia de poder de los protagonistas. El antiguo secretario de Defensa de Kennedy y de Johnson habría sopesado los terribles efectos de sus actos. Y por ello, cuando se dio cuenta de que se había metido en un callejón sin salida, propuso que Estados Unidos se retirara de la guerra de Vietnam. Le costó el puesto. La película se esmera en señalarlo.

En contraste, lo que es imperdonable en nuestros líderes es que, amparados en la falta de consecuencias internacionales de sus bravatas, y animados por sus ansias de poder y figuración, no midan el efecto que sus desplantes tienen en la vida de nuestros pueblos.

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