lunes, 13 de diciembre de 2010

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Ideas medievales de Manuel Caballero en torno al 12 de octubre
Por: César Bencomo
Fecha de publicación: 15/10/09

En un artículo publicado en El Universal (12-10-09) titulado: “12 de octubre de 1492: América jamás fue descubierta”, Manuel Caballero deja colar algunas nociones retrógradas acerca de los pueblos indígenas muy en boga desde el siglo XV. Es importante develar y comentar dichas ideas como una contribución a su puesta en duda y para evitar su reproducción en la mente de los venezolanos y venezolanas como un peligroso virus ideológico.
La llegada de los primeros seres humanos al continente sí representa para Caballero un descubrimiento. Sin embargo, la experiencia colectiva de estos grupos sociales es descalificada por el historiógrafo argumentando que para ellos no tenía ningún significado la palabra “descubrimiento”, por tres razones: porque desembarcaban en territorios despoblados, porque no “iban a regresar a su lugar de origen para contar cuanto habían visto” y, finalmente, por “…no tener ninguna conciencia histórica: sus hijos olvidaban rápidamente a sus padres, y mucho más los descubrimientos de esos padres…”.
En primer lugar, contrariamente a lo dicho por Caballero, el desembarcar o entrar en territorios despoblados es precisamente el argumento de más peso para argumentar que la llegada de los primeros grupos humanos a nuestro continente sí constituyó un descubrimiento en el más estricto sentido de la palabra. ¿Acaso el autor sostiene que para que haya descubrimiento los territorios tienen que estar poblados, tal como sucedió con la llegada de los Europeos?
Ese descubrimiento supera con creces el simple hecho coyuntural de poner el pie en América, ya que descubrir es un proceso que envuelve la acción de explorar, adentrarse en el territorio, explotar sus recursos y con esto trasformar la naturaleza virgen en bienes que garantizan la supervivencia del grupo social a través de los años, tal como sucedió. Para que esto ocurra, es necesario ir conociendo, y solo se conoce lo que está encubierto, lo desconocido.
Los primeros seres humanos que llegaron a nuestro continente lo comenzaron a descubrir, y lo más importante: lo siguieron descubriendo a través del miles de años. ¿Acaso no venían descubriendo nuevos territorios antes de cruzar por el estrecho de Bering? Quizá para estos pueblos nómadas, lo que hoy llamamos América no era más que la continuidad de un territorio sobre el que venían avanzando desde hacía mucho tiempo. Por otra parte, esta interpretación no lineal y nada coyuntural, es reforzada por el hecho de que el poblamiento de América se realizó por oleadas.
El etnocentrismo hace valorar aquel descubrimiento como el acontecimiento único de “pasar por primera vez la raya” con la que hemos separado hoy a América de Asia. El hallazgo súbito, la revelación repentina de lo desconocido también es una idea romántica acerca del acto de descubrir muy arraigada en nuestra cultura. Se privilegia el acontecimiento y el protagonismo individual sobre los procesos de larga duración con la esencial participación colectiva de una gran masa humana.
La trascendencia de ese movimiento poblacional supera con creces el simple hecho de tomar contacto con un vasto y nuevo territorio por primera vez. El proceso de ir descubriendo, de ir conociendo de manera sostenida y constante esta dilatada tierra por parte de aquellos grupos humanos y los que vinieron después fue el inicio de la gradual conformación de nuestra identidad como pueblo latinoamericano y, específicamente, como venezolanos y venezolanas. Es la consolidación de la vasta experiencia colectiva y de la impronta biológica y étnica indígena de rasgos que hoy nos hacen distintos al resto de los pueblos del mundo. La estimación moderada de este proceso histórico supera los 15.000 años.
En segundo lugar, Caballero argumenta que este contacto no puede ser llamado descubrimiento porque estos pueblos no regresaron a su lugar de origen para contar lo que habían visto. Pareciera que el historiógrafo se imagina que, en aquel tiempo, un grupo de aventureros partió un día a descubrir territorios, mientras la comunidad científica de la época, los gobernantes y el pueblo llano esperaban ansiosamente el regreso de los héroes (sin heroínas) cargados de fantásticas historias y muestras de exóticos recursos naturales. Para el autor solo así quedaría refrendada y convalidada la hazaña como un “gran descubrimiento”. Las ideas medievales y renacentistas, de la época de los grandes descubrimientos, así como la carga etnocéntrica del escritor son evidentes.
Caballero comete el error, muy común entre los historiógrafos y las historiógrafas, de imaginar el pasado humano a la luz de sus propios valores, no solamente de su presente, sino del grupo culturalmente hegemónico del cual han formado parte. Imaginan alegremente que la sociedad siempre fue y será como aquella de la que ellos y ellas forman parte.
El sostenido proceso de descubrimiento de lo que hoy llamamos América fue llevado a cabo en conjunto por la población integrante de los grupos que se movilizaban. En estos grupos humanos no había una división del trabajo que diferenciara entre viajeros y no viajeros (no viajeras incluidas) o productores de conocimiento y receptáculos pasivos y pasivas del mismo. Por lo tanto, no hubo héroes ni protagonistas individuales de grandes hazañas trascendentes para el resto de la comunidad. Los hombres y las mujeres que pasaron por Beringia dependían mutuamente, además, todos y todas realizaban los grandes desplazamientos. Hay que agregar, además, que este movimiento no fue ejecutado de la manera como las tropas realizan una marcha forzada para ocupar un territorio. Sostienen los investigadores e investigadoras que el paso del estrecho llevó miles de años, fue por oleadas y los grupos sociales se fueron transformando por el camino. Los que llegaron a América eran descendientes de los que iniciaron el desplazamiento desde Asia.
El origen de estos grupos, como descubridores de América, eran ellos mismos. En este sentido, la información sí volvía a la comunidad de origen porque era la misma comunidad la que la producía y era refrendada por la gente en sus prácticas cotidianas. El protagonismo colectivo seguramente no es del agrado del autor. Esta manera de interpretar la historia humana, privilegiando el protagonismo de personalidades y la idea de que existen exclusivos portadores de la luz del conocimiento, tiene sus implicaciones negativas a la hora de explicar el presente.
El conocimiento generado por todos y todas era aprovechado por ellas y ellos mismos. Además, al igual que ahora, dicho conocimiento era acumulativo y se transmitía de padres y madres, de abuelos y abuelas a hijos, hijas, nietos y nietas a través de las generaciones. Esto nos conduce a comentar la siguiente idea expresada por el conocido escritor.
Caballero señala que América no fue descubierta por sus primeros pobladores ya que no tenían conciencia histórica: “…sus hijos olvidaban rápidamente a sus padres, y mucho más los descubrimientos de esos padres…”. Más adelante argumenta que estos grupos sociales al adentrarse en América “…estaban simplemente repitiendo sus pasos y así el ‘descubrimiento’ del continente podía renovarse a cada generación; y si al paso de dos de ellas (por la ausencia de un sistema de símbolos más permanente que la lengua hablada) ya se habían borrado los recuerdos, mucho más habrían de desaparecer los de un origen perdido…”
En pocas palabras: como no había escritura, cada dos generaciones los hombres y las mujeres que nacían empezaban de cero y no se enteraban de los descubrimientos de sus ancestros. Por tal razón estos grupos ágrafos estaban condenados a existir cíclicamente (en un eterno descubrir del agua tibia) si no fuera porque los europeos llegaron a romper dicho círculo para dispararlos en pos del progreso. Aquí combina el autor las ideas eurocéntricas y creacionistas medievales con la más reciente noción de progreso. Esta idea del autor no permite explicar, sin recurrir al creacionismo, por qué las sociedades que existían para el momento del contacto eran diferentes a las que entraron por el estrecho de Bering.
Caballero ignora o pretende ignorar el papel de la tradición oral en la transmisión de conocimiento a través de las generaciones. Se trata del conocimiento que tiene un grupo social sobre el mundo, sobre su relación con el cosmos, sobre sí mismo y sobre su historia como entidad concreta. Este conocimiento le permite reconocerse y reproducirse como grupo diferenciado, en su presente y a través del tiempo. Es el elemento cohesionador vital en el plano de la coexistencia de los individuos gracias a la posesión de formas comunes de entender y transformar el mundo, que envuelven además la totalidad de su existencia: producir, reproducirse, hablar, relacionarse, morir, matar, divertirse, sentir dolor y placer.
Que el conocimiento se transmita acumulativamente de generación es un hecho esencial para la conformación de la identidad de un grupo social: de donde venimos, cómo venimos, qué sabemos, por qué sabemos, qué sabían nuestros ancestros, como vivimos. La transmisión acumulativa de información es fundamental para que la sucesión de hechos únicos e irrepetibles se convierta en un proceso histórico común y enriquecedor que al mismo tiempo los diferencie de quienes han vivido otra historia.
Sin la historia oral y con una dinámica cíclica de vida como la que imagina Caballero no es posible explicar las transformaciones que sufrieron los grupos cazadores de megafauna que poblaron América. Estos devinieron en las sociedades tribales con las que se encontraron los europeos, las que forman parte de nosotros como venezolanos y venezolanas y las que coexisten con nuestra sociedad en el presente. La tradición oral fue imprescindible para que estos grupos sociales se reprodujeran a través del tiempo, ya sea transformándose, ya sea permaneciendo formalmente iguales.
Prescindiendo de la tradición oral solo es posible explicar la historia de los grupos prehispánicos como una historia natural y no cultural. Es decir, como en los animales y plantas, el mecanismo responsable del devenir histórico de estos grupos fue la evolución en manos de la naturaleza. Por otra parte, al no tener historia, la adopción de la escritura por parte de cualquier pueblo del mundo sólo podría ser explicada debido a factores exógenos, vale decir, gracias al contacto con sociedades “superiores” (extraterrestres, invasores, etc.).
El proceso que describe la historia humana anterior a la llegada de los europeos está ampliamente documentado por la arqueología. No cabe duda de que los primeros pobladores de América eran homo sapiens, al igual que nosotros. El papel de la tradición oral es indiscutible para la pervivencia de los actuales pueblos indígenas. Incluso, en toda sociedad que lee y escribe, la tradición oral juega un papel fundamental complementando la información escrita.
La tradición oral está presente como elemento esencial en todos los grupos humanos conocidos. Pese a las diferencias teóricas, interpretativas e incluso políticas, ningún científico o científica social niega el papel fundamental de la tradición oral en la transmisión de cultura a través de las generaciones por miles de años. La tradición oral es inherente a la condición humana, como no lo es la escritura.
Negando la oralidad (en sus palabras: “ausencia de un sistema de símbolos más permanente que la lengua hablada”) como el recurso fundamental para que un grupo social vaya construyendo a través del tiempo una representación mental de su propia historia, y siendo que la oralidad misma es inherente al ser humano, Manuel Caballero se niega implícitamente a otorgar condición humana no solo a los primeros pobladores de América, sino a todos los pueblos ágrafos que han existido y que actualmente coexisten con nosotros en el mundo entero. Esto es extensivo, además, a todos aquellos y aquellas que, sin ser indígenas, no saben leer por ser grupos marginados.
El texto, como hemos visto, contiene argumentaciones falsas, con contenidos que sustentan una negativa y amañada interpretación de la historia humana en general, y en particular, la de América y de Venezuela. Es expresión de una ideología eurocéntrica, excluyente, racista y clasista muy retrógrada. Se trata de una pervivencia de ideas medievales y es una valoración hacia los pueblos indígenas idéntica a la de hace 517 años. Tal valoración, dadas las argumentaciones, recae hoy sobre grupos humanos del pasado y del presente, indígenas y subalternos criollos. Por otra parte, supone un profundo desprecio hacia las naciones de América Latina ya que anula y descalifica la participación esencial no europea en la conformación de nuestras nacionalidades.
En este aniversario de la llegada del europeo a América, un diario como El Universal publica como algo “especial” este artículo de Manuel Caballero, conocido escritor y miembro de la Academia Nacional de la Historia, es decir, figura de autoridad cuyas afirmaciones suelen ser tomadas automáticamente como ciertas por los más incautos e incautas en una relajada lectura de día de asueto.
Es el aniversario del inicio de uno de los más grandes genocidios, etnocidios y saqueos que se han perpetrado en la humanidad por parte del sector más conservador e ignorante de la sociedad medieval europea. El Universal, para la ocasión, publica un artículo escrito en el presente, pero que precisamente destila atavismos con las ideas de aquellos tiempos, como si la historia no hubiera pasado. Otra razón más para poner en entredicho la orientación ideológica y política de este diario y dudar aún más de los contenidos tendenciosos que publica.
wanadi23@gmail.com
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http://www.aporrea.org/oposicion/a23796.html
Manuel Caballero, o cuando se llega a viejo pendejo
Por: José Sant Roz
Fecha de publicación: 23/07/06

Recuerdo, que durante la Revuelta del Mayo Francés, el escritor Louis Aragón asistió a la Sorbona para dictar una conferencia, pero los estudiantes le gritaron “¡Cállate viejo pendejo!” Aragón tuvo que callarse, pero antes dijo, como consuelo para sí: “Todos ustedes también serán viejos pendejos”. Lo de Manuel Caballero, por supuesto, no tiene por asomo algo de comparación con lo de Aragón, por cuanto que éste sí era un verdadero talento, un extraordinario novelista, líder de los movimientos dadaista y surrealista, y destacada figura de la Resistencia. Pero me viene a la memoria lo de pendejo por otros lados: Manuel Caballero andaba con su pose de marxista visitando tumbas de meritorios muertos y llevando flores a los saraos de Miraflores en la época de Lusinchi. Era un verdadero “saluda muertos”. Todo el mundo recordará aquel artículo publicado en El Nacional en el que Manuel Caballero se desmadra y aclara que Lusinchi era más grande que Bolívar (porque el mandamás adeco lo había invitado a almorzar a palacio). Bueno, eso fue en 1986, hace veinte años, y ya era, como se ve, más que pendejo.

A veces me dedico a ver sus bazofias por El Universal sólo para pulsar cómo involuciona su pertinaz y balbuceante pesadilla (idiotez), que es como un termómetro de la general arterioesclerosis que está apolillando y despaturrando a los enemigos del rrrrrrrrégimen. En días pasados me crucé en el aeropuerto de Mérida con su abúlica mirada de morsa, y me produjo una cruel tristeza: ¡esta es la clase intelectual y política que adversa al rrrrrrrrrégimen!

En su último artículo contra Chávez, de este domingo, procura una vez más defender a su candidato TEODORO PETKOFF quien según él “ha orientado su campaña hacia la denuncia del proceso de conversión del gobierno en un régimen, y en un régimen totalitario”. Y lanza esta perla como algo novísimo para tratar de levantarle el ánimo a los escuálidos y señalarles una manera de luchar más eficazmente contra el tirano: “la originalidad de su planteamiento reside en precisar la exacta dimensión temporal de ese proceso, lo cual señala por allí mismo la forma de combatirlo, y también de vencerlo: no dice que se haya ya instaurado una dictadura totalitaria en Venezuela, pero que se está transitando –y en los últimos tiempo a pasos agigantados– el camino hacia eso”.
Hay que recordar cómo Caballero anduvo totalmente embanderado con la causa de los gorilas alzados en la plaza de Altamira, con la causa del calzonazo Pedro Soto y sus pares Medina Gómez, González González, Alfonzo Martínez, Felipe Rodríguez El Cuervo, etc. Pues, ahora habla en su última bazofia de “la Bestia Inmunda, la bestia del militarismo”. Se ahoga en sus alaridos sobre “la realidad de una prensa acorralada, amenazada y agredida… si ya estamos aplastados por un régimen tan absoluto como el de Hitler o el de Stalin, como el de Cuba o más criollamente, como el de Gómez o Pérez Jiménez, ¿para qué arriesgarse si en esas condiciones, no hay forma de ganar una?”

De lo primero que debe cuidarse un escritor es de exagerar. Tratemos de ver por algún lado dónde entre nosotros se encuentra algo parecido a la cárcel de La Rotunda, dónde una Seguridad Nacional, dónde un cuerpo represivo como la Benemérita; algo que someramente se pueda comparar a la GESTAPO, a los campos de exterminio nazi. Pero bueno, como bobo o pendejo al fin, no le queda sino perder el tiempo en esas sandeces. Pero su cursilería de anciano apoplégico le salta y cree haber encontrado algo agudo e ingenioso, y añade criticando a otros tan pendejos como él: “Lo más curioso de todo es que la misma gente que así piensa, dice tener la fórmula mágica para salir de eso: “calentar la calle” como para freír huevos; “deslegitimar al gobierno” absteniéndose; esperar a que bajen los precios del petróleo. Con esos cabezazos al muro, los sapos terminan por reventar: ¡no todo el mundo es Zidane!”
Pero el hombre no hace más confundir a sus congéneres, cuando les aconseja: “Lo he escrito aquí hasta quedarme acalambrado: el de Chávez es ya un movimiento fascista, pero no es todavía una dictadura totalitaria. Lo importante entonces es el señalamiento de un proceso como tal y no como algo culminado y solidificado; porque así es más fácil –y en todo caso más fructífero– combatirlo”.
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José Sant Roz

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