lunes, 13 de diciembre de 2010

mc, seleccionario tres


El Nacional - Sábado 13 de Agosto de 2005 E/2 / Papel Literario
Discurso de incorporación como Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia
Contra la abolición de la Historia

Figura cenital entre los historiadores venezolanos, el pasado 28 de julio, Manuel Caballero fue incorporado como Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia. Más de 60 libros de ensayos dedicados la historia, la política y la literatura dan cuenta de su hondo y permanente hacer intelectual y humanístico. Caballero ha sido, además, una voz pública siempre sensible a los acontecimientos, que ha destacado como un notable y popular articulista de opinión. Ha recibido innumerables reconocimientos académicos, así como premios a su actividad como escritor, periodista y divulgador de ideas.
Su trayectoria como docente es también pródiga: Profesor Titular de la UCV, doctor por la Universidad de Londres, ha sido docente y conferencista en más de 30 universidades de Europa, Estados Unidos y América Latina. Papel Literario honra hoy a sus lectores publicando una edición constituida por la segunda y la tercera parte del discurso que Caballero leyó en el mencionado acto de su incorporación a la Academia
Manuel Caballero
hezeme@cantv.net

El historiador ocupa el sillón F de la Academia Nacional de la Historia, lugar que dejó vacío José Luis Salcedo Bastardo, quien falleció recientemente

La negación del siglo XX
No pretendemos estar descubriendo América: muchas de las cosas dichas antes podían ser escandalosas o sacrílegas hace medio siglo, cuando aquella biografía de Bolívar por Salvador de Madariaga causó tanto escándalo incluso entre gente que no la había leído y peor aún, que confesaba su intención de no hacerlo jamás. Hoy, o ya han sido dichas, o no causan ese tipo de reacción.

Pero si hemos puesto el acento en ellas, no es sólo para desarrollar una idea implícita en ese Salcedo Bastardo a quien hemos rendido el homenaje de leer, sino porque en los momentos actuales, y desde hace ya un tiempo no muy corto, se desarrolla menos en la historiografía que en un discurso político (que pretende ser la base para una nueva historia) un proceso de falsificación tanto si no más pernicioso que el que hasta ahora hemos reseñado, y si se quiere, desde el extremo opuesto: ya no es la sacralización de un actor eminentísimo de nuestra historia para reducir a los 20 años de su actividad política, la vida y acción enteras, durante cinco siglos, de un pueblo; sino en la negación de las hazañas colectivas —y por allí mismo, sin nombre, apellido ni charreteras— llevadas a cabo en el siglo XX.

En esta parte de nuestra exposición, trataremos de explicar las formas que reviste esa pretensión de borrar de la conciencia colectiva la memoria histórica; en segundo lugar, el objetivo principal del ataque, el siglo XX. Para desembocar, ya en la última parte de esta exposición, en las razones de “esa sinrazón que a nuestra razón se hace”.

Una sardónica expresión periodística llama “complejo de Adán” esa tendencia venezolana a rebelarse contra el “gobierno anterior” ; a pensar que la historia del país, acaso del mundo, comienza en el presente.

Poca importancia se le da al hecho de que el gobierno pudiese provenir de manera directa de su antecesor: Gómez lo hizo con Castro; López, con prudencia, lo hizo con Gómez, e igual Medina Angarita con López Contreras. En general, se puede decir que de hacer esa crítica se abstuvieron sólo dos gobiernos: el de Rómulo Gallegos (1948) y el de Raúl Leoni (1964—1969).

Y, también, que nada hay allí de anormal:
se comprende que todo gobierno trate de diferenciarse de su antecesor, mostrar su autonomía indicando los errores del pasado y prometiendo corregirlos, aunque eso llegue a ser sólo una cláusula de estilo.

Pero una cosa diferente es negar ese pasado. Se suele decir que la negación de la existencia del adversario (convertido por allí mismo en enemigo) sea lo típico de las guerras de religión. Pero también se puede dar en el terreno político, sobre todo si el recurso a las armas está todavía muy cerca.

En la historia del siglo XX venezolano eso comienza el 18 de octubre de 1945. Los nuevos gobernantes pretendían haberse alzado no contra el régimen de Isaías Medina Angarita sino contra el gomecismo, de donde éste provenía. Pero la cosa no se detuvo allí. Lo que se estaba produciendo no era una revuelta armada al estilo de las del siglo XIX, sino una verdadera revolución patriótica: era “la segunda Independencia” de Venezuela.

Llamarla así tenía una intención que iba más allá de lo político: debía ser, si no total, una revolución social. Para ello, había que reducir la de Independencia a un ámbito estrechamente político. Como el régimen de propiedad se había reconstituido tal cual después de aquella guerra, había que llevar a cabo una segunda independencia, económica y social.

Esa concepción mostraba las raíces marxistas y leninistas todavía muy cercanas de los nuevos gobernantes civiles. De hecho, ella estaba presente en la escasa historiografía marxista de la época: desde 1931, con el llamado Plan de Barranquilla (primer intento de aplicar las categorías del materialismo histórico en Venezuela) así como en los años 40, con Hacia la democracia de Carlos Irazábal.

Sin llegar a producir un texto sistemático como aquellos, una concepción parecida llegó a hacerse muy popular entre los economistas marxistas, algunos de los cuales llegaban a sostener que hasta los años 30 del siglo XX, no se había producido ningún cambio estructural en Venezuela; olvidando con ello la abolición de la esclavitud en 1854 y el desarrollo sin freno de latifundismo a partir del decreto del 10 de abril de 1848 sobre enajenación de tierras baldías.

Aquí conviene sin embargo hacer una aclaratoria, porque es del uso corriente, en estos días, comparar y más que eso asimilar el proceso presente al iniciado el 18 de octubre: es la vieja táctica de justificar lo malhecho de ahora, invocando lo actuado hace 50 años; la vieja e infructuosa táctica del ¡tu quoque!
Pero si en este caso eso no es válido es porque siempre los intentos totalizadores, siempre las tiranías, siempre los militarismos, están ligados al personalismo: no es decir que la historia comienza con nosotros, sino que la historia comienza conmigo. Pero en el caso del 18 de octubre, el tercer decreto de la Junta Revolucionaria de Gobierno prohibía a todos sus miembros que se presentasen como candidatos para las elecciones inmediatas. Era un retrato hablado del presidente de aquella junta, quien con su inconfundible estilo llamó ese decreto “un hara—kiri político”. Y de todas formas, el régimen que había lanzado la idea de la “Segunda Independencia” no duró más de tres años; y el que lo sustituyó estaba menos interesado en negar toda la historia republicana que el carácter “revolucionario” del “gobierno anterior”.

Cuando se restablece la democracia en 1958, era normal que se criticase a fondo al recién derrocado gobierno militar; pero también que se entroncase con la retórica de la “segunda independencia”.

De hecho, la Ley de Reforma Agraria de 1960 se promulgó en el Campo de Carabobo, hermanando esta batalla social con la militar que había sellado la independencia de Venezuela. Sin embargo, la crítica de los gobiernos anteriores a 1945 se atemperó: se reconocieron pasos de avance y se fortalecieron algunas instituciones que existían antes de aquella fecha.

Pero en los años 60, y coincidiendo con el triunfo de la Revolución Cubana y el estremecimiento que provocó en América Latina sobre todo entre sus sectores intelectuales, renació entre los universitarios marxistas, muchos de ellos historiadores, la idea de la negación de todo el pasado. O, para ser más precisos, de la historia del siglo XIX y XX, con excepción de algunos momentos de rebeldía y de confrontación guerrera.

Sobre todo de la Guerra Federal y de la figura de Ezequiel Zamora, a quien se quiso elevar, con más entusiasmo que documento, a la categoría de reformador agrario a lo Emiliano Zapata.

Esta forma de concebir la historia republicana de Venezuela coincidió con otra que, si no tuvo su origen en los cuarteles, encontró allí oídos muy complacientes:
la idea de que la historia venezolana, como lo expresó alguna vez Laureano Vallenilla Lanz, era “un legado de glorias militares” y que por lo tanto, ella se detenía en Carabobo. Desde entonces Venezuela no había hecho más que degenerar, hundirse, en espera de otro gran hombre que la llevase de nuevo a la gloria, en el puño del cual “la espada de Bolívar siguiese andando” para reanudar el camino interrumpido en Carabobo.

Como para el autor de la frase sobre nuestra historia como “un legado militar”, ese Mesías se había encarnado en el Benemérito General Juan Vicente Gómez, es natural que cayese algo en desuso después de su muerte, aunque no tanto si pensamos que lo sucedieron dos generales a la cabeza del Estado.

Pero comenzó a revivir después del 23 de enero de 1958. La negación del siglo XX no aparecía tal cual, “por ahora”, en libros y manuales; pero sí en el discurso político y ya, a partir de 1998, en algunos textos escolares.

En verdad, tiene un propósito muy definido:
la negación de los gobiernos civiles.

Se ha dicho, en boca del propio Presidente de la República, que en los 40 años que van de 1958 a 1998 “no se ha hecho nada”. Es más, en un primer momento, él mismo, hablando del 23 de enero, llegó a decir que el pueblo nada tenía que celebrar; y estaba entre sus planes nada ocultos invitar al ex dictador Pérez Jiménez a su toma de posesión, cosa de lo que lo disuadieron algunos de sus asesores políticos.

La negación del siglo XX, y en particular los denostados 40 años que siguieron al 23 de enero de 1958, tiene un correlato: la negación de la política. Todos los vicios que se le han encontrado a los diversos regímenes democráticos, parten de un solo pecado original: son regímenes confesamente políticos; allí se hace política.

El camino seguido se parece mucho al mostrado antes para negar la historia del siglo XX: se parte de la crítica a un partido político, se pasa luego al ataque a todos los partidos políticos para finalizar con el aborrecimiento de la política. Y como se sigue un viejo prejuicio popular ( “la política es muy sucia” ), se cae fácil en la antipolítica; que no es, como en el caso de los anarquistas, la detestación de toda política; sino que, confundiendo (gracias entre otras cosas a la libertad de prensa) política con corrupción, hace que se comience a soñar con una escoba que barra toda esa podredumbre.

Que cumpla la voluntad del Libertador ( “que cesen los partidos” )...


El Nacional - Jueves 21 de Julio de 2005 B/19 / Regiones
Manuel Caballero: Hace tiempo Venezuela dejó de estar en democracia
DÁMASO JIMÉNEZ
MARACAIBO

Caballero participó en un foro realizado en Maracaibo.

El historiador y ensayista Manuel Caballero, señaló en un foro realizado en Maracaibo que la Iglesia venezolana siempre ha tenido confrontaciones ideológicas con distintos gobiernos a lo largo de la historia, que se han resuelto en el plano de las ideas; sin embargo, considera que es la primera vez que un mandatario presidencial se enfrenta a la Iglesia con un lenguaje hamponil.

Señaló su desacuerdo con el cardenal Rosalio Castillo Lara, acerca de que el país vive una dictadura, pero enfatizó que hace mucho tiempo que en Venezuela se dejó de vivir en democracia.

“No vivimos en una dictadura porque tenemos el deshonor de ser compatriotas de Juan Vicente Gómez, Cipriano Castro y Marcos Pérez Jiménez, por tanto sabemos qué es una dictadura, pero hace tiempo dejamos de vivir en una democracia porque Chávez convirtió la democracia representativa en una plebiscitaria.

El autoritarismo no se ha implantado porque aún existe una real resistencia por parte del pueblo venezolano”.

Resaltó el intelectual que la situación genera mucho más conflicto ante la cercanía de los comicios del 7 de agosto, y apuntó que al presidente Chávez no le interesa ganarle a la oposición, “sino meterle en la cabeza a la gente que el voto no sirve para nada porque Gobierno no pierde elecciones”.

Apuntó que el nivel de confianza en el CNE, es el mismo que tendría en un campamento de boy scouts dirigido por Michael Jackson.


El Nacional - Miércoles 05 de Julio de 2006 B/9 / Sociales
En el bautizo del libro de Manuel Caballero
Los asistentes disfrutaron una grata velada, que sirvió para el reencuentro de amigos y colegas de este gran conocedor de la historia de nuestro país
OSMEL SOUSA

Los espacios de la Terraza Aragua, del Hotel Tamanaco, acogieron al numeroso grupo de personalidades ligadas al entorno social, cultural, amigos y colegas del escritor Manuel Caballero para el bautizo del libro Por qué no soy bolivariano. Una reflexión antipatriótica, la publicación de su mas reciente autoría que sale a la calle editado por Alfadil Ediciones.

Este reconocido historiador, quien también es Individuo de Número de la Academia Nacional de la Historia en Venezuela, nos presenta una pieza literaria única y definitoria que seguramente causara polémicas y levantará críticas.

La muy animada velada permitió reunir a destacados personajes que compartieron junto al autor el lanzamiento del noveno título de la colección Biblioteca Manuel Cballero, que desde 2002 viene desarrollando regularmente Alfadil Ediciones.

Tras las emotivas palabras de la presentadora, la escritora Ana Teresa Torres, explicando la dualidad del libro, se dio paso al historiador Elías Pino Iturrieta para que hiciera un pequeño esbozo del contenido de la obra.

Seguidamente, la concurrencia brindó por el éxito de la nueva obra literaria y felicitó efusivamente a su autor.


EL NACIONAL - Viernes 09 de Noviembre de 2007 Escenas/4
RÉPLICA A propósito de las acusaciones del presidente de Monte Ávila
Manuel Caballero responde a Carlos Noguera

El pasado lunes cinco de noviembre, en la página tres de Escenas, se publicó una entrevista titulada "Si el Estado se define socialista, Monte Ávila lo será", que concedió Carlos Noguera, presidente de Monte Ávila Editores Latinoamericana. En ella el novelista dijo que las posturas políticas asumidas actualmente por Manuel Caballero "lo distancian drásticamente" del hombre que él conoció.

El texto que se presenta a continuación constituye la réplica que Caballero desea hacer pública frente a las acusaciones del escritor.

"Dices conocerme, y a renglón seguido me consideras una especie de converso, `y no hay mayor fanático que el converso’. La califi cación de `converso’ forma parte del viejo lenguaje estalinista contra los `renegados’: se nota que el insulto no es tuyo, sino de tu comisario político. Si tu califi cativo es más elegante, es porque tú eres escritor, y él en cambio no pasa de ser un farruco, voz gemela de la andaluza `farruca’ y del zuliano `furruco’ de tonalidad monocorde. Pero no es de ese despreciable personaje del que quiero hablarte. Tú dices que la distancia es drástica del Manuel Caballero que conociste. Todos cambiamos, pero tal vez no sea ocioso recordarte que mi ruptura con el estalinismo ya era clara y patente en mi primer libro El desarrollo desigual del socialismo, que data de 1970. No se trata pues de ningún Camino de Damasco, porque no hay rayo que dure 37 años. Tampoco tú eres el Noguera que yo conocí, porque hay una cosa en la cual yo no he cambiado, y no sé si puedas tú decir lo mismo: soy antimilitarista desde el 24 de noviembre de 1948, es decir, desde hace 59 años. Cuando te conocí, tú también eras antimilitarista.

Hoy, no lo juraría.

"Por otra parte, el Carlos Noguera que yo conocí jamás hubiera aceptado un Premio Nacional de Literatura que no hubiese ganado por sus méritos, no porque no hallaron quien lo aceptara después del digno y fi ero rechazo por parte de José León Tapia.

"Hay algo nuevo en ti, y no puedo menos que felicitarte, y es tu destreza en el arte del toreo, demostrado en la manera como evitaste sistemáticamente responder al reportero que te preguntaba si serías capaz de publicar un libro como mi Por qué no soy bolivariano".


EL NACIONAL - Viernes 03 de Agosto de 2007 Escenas/10
PERIODISMO Una nueva obra de Los Libros de El Nacional
Semblanza de un Caballero disidente
Manuel Caballero, militante de la disidencia resume la vida de este intelectual en la pluma de Vanessa Peña
ALBINSON LINARES


Pocos hombres de ideas logran salvar el espacio que existe entre sus cavilaciones íntimas y la sociedad que los alberga. Aquellos que lo logran se inmiscuyen en la forja de naciones y sociedades con la fragua de su ingenio.

Más escasos aún son aquellos que no detentan el poder y dedican su talento a ejercer la crítica como los antiguos censores que regulaban los ritmos sociales.

Algo que perdurará como un legado para los venezolanos, aparte de la valiosa obra ensayística que ha producido, es el ejemplo que encarna la férrea determinación política del historiador Manuel Caballero.

Desde 1948, este intelectual se ha opuesto a todos los gobiernos venezolanos. En su amplia labor académica que abarca disciplinas como la historia, el periodismo y el análisis político, Caballero ha destacado por su actitud crítica ante todas la parcelas del poder venezolano.

La figura de este intelectual es la que recoge la periodista Vanessa Peña en su libro Ma nuel Caballero, militante de la disidencia. Publicado por Los Libros de El Nacional, en este trabajo se plasma una aguda semblanza del historiador más controversial de la Venezuela contemporánea.

En un acto celebrado el martes pasado, en la librería Alejandría I, fue bautizado este texto. La primera intervención fue la de Miguel Henrique Otero, presidente editor de la C.A Editora El Nacional: "Este volumen viene a configurar un homenaje de nuestra colección Fuera de Serie.

Es un honor poder llevarle al público este libro sobre este gran intelectual venezolano, no solamente conocido sino admirado por todos nosotros y que hoy tenemos aquí".

Seguidamente, Simón Alberto Consalvi, editor adjunto de El Nacional, compartió con los asistentes algunas de sus reflexiones: "Aquí está el retrato de don Manuel (...) Su despertar a la política el 24 de noviembre de 1948, sus militancias y sus disidencias políticas, sus cárceles y exilios (...) Escribir historia es un privilegio. Es bueno que sepamos quién la escribe y quien pretende guiarnos por sus laberintos".

Acerca de su experiencia al trabajar de cerca con el biografiado, Vanessa Peña indicó: "Me complace saber que las palabras de una historia, de un país que ya se fue o que acaso se está marchando, las palabras de un activo militante de la disidencia pasarán a la posteridad a través de mí al quedar registradas en este libro".


EL NACIONAL - Sábado 11 de Octubre de 2008 Papel Literario/6
Ediciones
Polémicas y otras formas de escritura
El pasado 18 de septiembre se presentó el más reciente título de la Biblioteca Manuel Caballero que ha impulsado la editorial Alfa: Polémicas y otras formas de escritura. Este volumen es el número 14 de la colección que agrupa el pensamiento y hacer de unos de los historiadores más importantes del país. Ofrecemos a nuestros lectores las palabras pronunciadas para la ocasión María Fernanda Palacios
Manuel Caballero

Polémicas y otras formas de escritura reune un conjunto amplio y variado de ensayos, artículos, comentarios, crónicas y algunos prólogos. A la diversidad de temas se añade la diversidad de formas.

Algunos ya habían sido publicados, otros no. No voy a forzar las cosas diciendo que el libro tiene unidad. Parte del gusto de leer la prosa ensayística está justamente en la gracia con que nos lleva de un lado a otro, como quien hace navegación de cabotaje, ofreciéndonos la sorpresa de un puerto distinto cada día. Sin embargo, en este libro hay líneas de fuerza, un dibujo suelto, rapsódico, impulsado por esas dos pasiones que atraviesan todo lo que Manuel Caballero escribe: la de comprender y la de leer. En este libro le hace justicia a ambas. Es evidente que la primera parte está dominada por la pasión o el orgullo de leer mientras que la pasión de comprender domina la segunda. Existe una tercera, una pasión que llamaré venezolana, que complementa las anteriores, porque creo que Manuel escribe, principalmente para leer y comprender este país. Sus vastísimas lecturas, su visión universal y su experiencia cosmopolita, han contribuido a hacer más firme y más lúcido este afán. La primera parte del libro es la más heterogénea, son ensayos, crónicas y comentarios, en su mayoría breves, sobre temas, autores o acontecimientos fundamentalmente literarios, en los que sería imposible separar al historiador del periodista, fundidos como están en el talante crítico de un escritor.

Manuel se mueve siempre en los márgenes de la literatura, le interesa el cómo y el porqué se escribe, las circunstancias que rodean la escritura o la aparición de una obra, le fascinan esas casualidades que marcan un destino, incursiona en las paradojas de la literatura testimonial. Pero también hay espacio, como diría Montaigne, para ser un poco él mismo la materia de su libro, como cuando, valiéndose de una obra de Marcos Negrón, rinde un merecido tributo a su vocación urbana.

Confieso que comparto y celebro especialmente la vehemencia de su rechazo al me nosprecio de corte y alabanza de aldea, del que hacen gala tantos difamadores de Caracas que no sobrevivirían una semana en el campo.

Esta primera parte se titula: "Sin sentimentalismos". Y para convencernos de ello se invoca una célebre frase del Pierre Ménard: "censurar y alabar son operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica". Ciertamente, Manuel escribe sin sentimentalismos; es decir, con sentimiento. Casi diría que ésa, la del sentimiento, es la nota dominante de estos primeros ensayos. Ni censura ni alaba, es verdad, pero no se prohibe querer aquello de lo que habla, ni recordar y sabemos que ambas cosas, la memoria y el sentimiento son inseparables. Manuel recuerda con hondo cariño personas, libros, épocas...: La pinta provinciana de Jesús en la vieja Universidad de San Francisco, la noche que Hanni escribió "El país de la pena", las caminatas barquisimetanas de Rafael Cordero.

Es un afecto que no necesita exhibirse porque se filtra en la escritura, en el giro de una frase, en el tono, en el placer con que se demora en un detalle o en un chiste, malo como son siempre los chistes de Manuel y que por eso mismo son una pura señal de afecto.

Así es este sentimiento sin sentimentalismos: una escritura que recoge y traspone la memoria sobriamente al texto para que el afecto bañe impersonal y naturalmente una situación, un momento vivido. La mayoría de estos ensayos parece haber surgido de esa memoria inquieta, azarosa, de las horas distraídas, cuando se revisa el archivo buscando otra cosa, se ordenan las gavetas, miramos una fotografía, o leemos una dedicatoria. Digo que parecen, no que así fuera; es la impresión que me deja esta escritura conversada, amena, culta, de quien ha vivido mucho y leído más. Creo que Manuel suele apegarse a la regla de oro de W. Hazlitt: "mis opiniones –dice este maestro de la crítica– a veces han sido tildadas de singulares, son meramente sinceras. Digo lo que pienso: pienso lo que siento".

Si hacemos caso al epígrafe del Pierre Ménard, debemos considerar que estamos ante un libro de crítica y en cierta forma lo es. Siempre he pensando que la verdadera función de un crítico es la de ser un intermediario privilegiado entre el lector y un libro, no un promotor ni un juez. La reseña de un libro busca fundamentalmente estimular al lector. Como creo que se trata de un arte en decadencia que Manuel Caballero practica con maestría, permítanme detenerme en una de sus reseñas: "Adriano González Leon se puso viejo". Obsérvese que ya con eso lo dijo todo. El título es una estocada en todo lo alto.

Asaetedos por él, lo seguimos por un sinuoso atajo de anécdotas literarias, que sólo después comprenderemos lo mucho que tienen que ver con el asunto, para llegar de nuevo al punto de partida y saborear una de las apreciaciones críticas más certeras que se han hecho sobre la obra de Adriano: "Si
País Portátil es la novela de
los años sesenta, Viejo es la novela de los sesenta años".

Se dice muy fácil, parece una simple frase ingeniosa, pero a un lector imaginativo esta breve reseña le ha abierto un camino muy consistente para leer la narrativa venezolana de estas últimas décadas.

No es casual que el libro comience recordando la columna Letra y Solfa de Alejo Carpentier. Todo un abanico de esas "otras formas de escritura" aparecen aludidas a través del recuerdo de un lector agradecido. Como quien habla de otra cosa, como quien dice las cosas de paso, como quien conversa con uno en un café, así escribe Manuel estos ensayos iniciales. Y creo que ése es el secreto de su prosa: lo escuchamos divagar. Sí. Y aprovecho para devolverle a esta palabra su lugar en la trama de la vida. Se trata de discurrir con cierta vaguedad, sin concretarse a un asunto tan sólo, como hacen los especialistas, sin precisar las ideas, yéndose por los cerros de Úbeda, o por las ramas, dejándose llevar... y en esa gozosa divagación la escritura arrastra consigo al lector con gentileza, lo lleva del brazo, le ofrece un sorbo de agua fresca o el aroma penetrante de un buen café.

Siento que así escribe Manuel. Dije siento, porque la buena escritura ensayística se escurre mercurialmente y no se deja enfocar. Y de esto habla Manuel en su ensayo sobre Carpentier cuando menciona, de pasada, que el carácter ensayístico de un escrito depende del abanico de reflexiones que se abren en una sola frase. Como sucede con el título de la reseña sobre Adriano que acabamos de citar.

La segunda parte del libro conforma sin duda el plato fuerte. Son textos de digestión lenta, donde se hace más explícita la intención de ahondar en el papel que tiene la crítica en la vida de una sociedad. Aunque algunas de estas páginas fueron escritas hace tiempo, bajo circunstancias precisas y muy distintas a las que hoy vivimos, enmarcadas como están dentro de una reflexión sobre la polémica como actividad intelectual, adquieren una actualidad distinta.

En todas partes del mundo se confunde la cayapa con la polémica. Busquen por ejemplo en Internet, colocando el nombre de Manuel Caballero, y verán cómo proliferan los blogs y los sites dedicados a aporrearlo con insultos, ofensas y calumnias. Lo mismo sucede en Francia con otros intelectuales fieles a su condición de hombres libres, como Alain Finkielkraut o André Glucksmann.

Mucho de lo que Manuel Caballero escribe tiene, sin duda, un tono polémico, provoca una respuesta y busca confrontarse. Pero muy rara vez consigue un adversario a su medida. En su magnífico escrito "La polémica y los polemistas", recuerda cómo Voltaire, fundador del género, no tuvo oportunidad de polemizar porque en lugar de debatir sus ideas, debía gastar sus fuerzas en denunciar la intolerancia de quienes lo condenaban y descalificaban en nombre de una autoridad inapelable. Imaginemos por un instante qué buenos debates tendríamos y cómo se enriquecería nuestra vida política, si nuestros intelectuales pudieran polemizar de verdad, en lugar de contentarse con atacar día tras día, la intolerancia, corriendo además el peligro de que ella los arrastre a su vez. Quien arremete contra el poder o la ignorancia, no polemiza: se da de bruces quijotescamente contra aquello que lo aplasta. Sin embargo, al hacerlo, abre un cauce que a la larga desemboca en la conciencia de la gente. Estas observaciones son especialmente pertinentes en sociedades como la nuestra, donde falta tan a menudo el espíritu convivencial y sobra desgraciadamente la adhesión acrítica, irracional. Este libro contribuye a poner las cosas en su sitio, devolviéndole a la polémica su lugar dentro de las formas más legítimas y fértiles del debate intelectual. Habla de la polémica como forma de diálogo y del polemista como un hombre que tiene el coraje de ser impopular, que sabe rebatir sin descalificar, que no intimida a quien lo adversa, sino que busca convencer por persuasión. Y como ejemplo de ello, léase el "Expediente de una poémica", escritos de un Manuel Caballero todavía militante, debatiéndose dentro de la maquinaria partidista: sin resentimiento, sin mezquindad, pero también, como diría Savater, "sin contemplaciones", porque el verdadero debate intelectual es incompatible con eclecticismos y relativismos acomodaticios. Albert Camus decía que el amor por la verdad no impide tomar partido, pero hay que encontrar un cierto tono sin el cual todo se desvaloriza.

Es lo que intenta Manuel Caballero cada vez que escribe su polémico artículo del domingo.

La polémica sin duda simplifica, separa las aguas, reduce y polariza el sutil tejido de las ideas. Cuando Manuel Caba llero escribe sus libros de historia no polemiza. Pero la polémica cumple otra función: sacude la f lojera mental, las adhesiones automáticas, el espíritu de rebaño. Reeditar hoy los escritos polémicos que precedieron su ruptura con el Partido Comunista contribuye a evitar que decisiones y situaciones humanas y políticas tan complejas sean escamoteadas o deformadas por los fanatismos de hoy. Lo mismo debe decirse de ese otro amplio conjunto de escritos sobre el "mecenazgo gubernativo". Un tema que está hoy sobre el tapete aguardando un auténtico debate que tome en cuenta, para empezar, las referencias históricas que aquí se señalan. Debate intelectual no quiere decir, convertirse en un solucionador. El debate de ideas cala más hondo que el inmediatismo de los diagnósticos, recetas y programas que a diario nos cocinan las tanquetas mentales de agencias, asesores y especialistas.

Cuando Zola ecribe su valiente J’accuse en defensa de Dreyfuss y contra el patrioterismo corrupto de la mayoría, refutaba a sus enemigos con la fuerza de las ideas. Hoy en día parece que defensas y acusaciones adoptan un estilo procesal, abogadil y el intelectual, en vez de mirar políticamente los hechos termina por penalizar la política. Si algo deja en el ánimo la lectura de estos escritos es la importancia que tiene la dimensión intelectual de la política y que ésta es inseparable de la dimensión política de la vida intelectual.

Quien lea este libro quedará convencido de que Manuel Caballero no miente cuando confiesa que su preocupación, cuando se iniciaba en la vida política no era tomar el poder sino tomar la pala
bra. Pero tomarla arrebatán
dosela a la intimidación, a la arenga fanática, a la pereza mental y a la improvisación.

Este libro termina con un texto por el que siento una afinidad muy especial que ilustra lo que acabo de decir. Permítanme concluir citándolo. "Centralismo y civilidad", es un discurso que Manuel leyó ante los alumnos del Instituto Universitario Fermín Toro en Barquisimeto. Gira como era natural alrededor de la figura de nuestro humanista. Lo que me conmueve, sobre todo, es el esmero y la profundidad con que Manuel preparó esta pieza para ese público. Me conmueve que dijera: "Ustedes observarán que traigo escrito este discurso: no me he contentado con improvisar alguna pieza florida, a hacer gala de no sé qué pico de plata para impresionar a una audiencia juvenil. Me he propuesto desde hace tiempo combatir la improvisación en la medida de mis fuerzas (y sin ocultar que yo mismo haya podido caer alguna vez en ello). Hoy, cuando parece exaltarse desde el más alto sitial a los improvisados, a quienes hablan `sin papelitos’, a quienes opinan en actitud marisabidilla de todo lo humano y lo divino, a quienes tratan de pasar por cultos atiborrando sus discursos de citas y de autores caletreados con presura ayer noche, la actitud más fructífera, la más cargada de futuro es esa del combate a la improvisación. Esa no es sólo una pelea académica, ni una actitud de intelectuales y ratones de biblioteca, sino que es ante todo un combate político, y el más revolucionario posible".


EL NACIONAL - Sábado 27 de Junio de 2009 Papel Literario/8
Los trescientos ensayos de Manuel Caballero
No más de una cuartilla. Trescientos ensayos es el título número 15 de la Biblioteca de Autor Manuel Caballero de la Editorial Alfa. El volumen recoge 300 ensayos inéditos que versan sobre historia, política, literatura y vida cotidiana. Papel Literario reproduce las palabras de presentación que Michaelle Ascencio pronunció durante el bautizo el pasado 16 de junio
MICHAELLE ASCENCIO


"Fabló bien e tan mesurado", dice el poeta cuando Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador, concluye su defensa ante el rey Alfonso de las afrentas que le hicieran sus enemigos. Esta frase era la que usaba el profesor Ángel Rosenblat en su curso de Filología, en la Escuela de Letras, para explicarnos cómo los adverbios ter minados en --mente pueden ser empleados como adjetivos, sin menoscabo de la corrección. "Fabló bien e tan mesurado" fue lo primero que se me vino a la mente cuando leía el nuevo libro de mi amigo Manuel Caballero, el que en buena hora nació.

Bien y mesurado, es decir, que en sí mismo tiene el complemento de la perfección en su propio género, y mesurado porque tiene mesura, medida, proporción, arreglo, de modo que nada le sobra ni le falta: la mesura, esa virtud tan ponderada por los griegos...

Bien y mesuradas son así las 300 cuartillas que escribe Ma nuel, cada una con un tema diferente, vertido en no más de una cuartilla. Decir lo que uno quiere decir y ponerle además una medida (la cuartilla) revela un dominio, más allá de lo común, del oficio de escribir. El propio Manuel lo dice en la primera cuartilla que se titula, precisamente: "Por qué este tamaño": lo que se dice en un ensayo se puede decir en un libro. Es cuestión de paciencia. O de impaciencia. Ninguno de los dos, le contesto yo, ni paciencia ni impaciencia. Nada más decepcionante para un escritor que quiera escribir un libro que terminar haciendo un ensayo y peor aún, una cuartilla. Eso revelaría, precisamente, que no es un escritor, que no domina el oficio, que la escritura se le va de las manos. El escritor de oficio hace de la escritura lo que él se propone hacer: obliga a la lengua a decir lo que él quiere, la sujeta, la deja correr y la suelta, la atrae, se burla y juega con ella a su antojo, porque, como decía Kayser, el narrador, sea el del ensayo o el de la novela, es el creador de un mundo, es el espíritu de la lengua manifestándose en la escritura. Manuel se propuso --y nos lo dice en la primera frase de su primera cuartilla reducir el ensayo a su mínima expresión.

Forma, entonces: el ensayo; medida: una cuartilla; contenido: el mundo, la vida.

Antes que nada, debo decir del libro que esta noche me emociona presentar que es un modelo para todo aquel que aprende a escribir o que escribe. Su carácter pedagógico es obvio: he ahí una técnica, un arte, en el sentido griego de techné, de cómo se escriben ensayos breves, brevísimos, que no pierdan la condición del ensayo que es, entre otras, informar al lector, deleitándolo con una reflexión personal. cialmente: la condición humana, la humanidad, la envolvente humanidad de mi amigo Manuel.

Se sabe que es el historiador el que crea los datos históricos, destaca entre la masa de sucesos y acontecimientos lo que él quiere estudiar, convirtiéndolo así en dato de la historia, y una vez convertido en dato, lo pone a hablar, lo relaciona y lo confronta con los otros datos históricos y lo lanza en la corriente de la historia para que ocupe su lugar y alumbre así una porción de la vida que permanecía en la oscuridad.

Manuel, en sus mínimos ensayos, nos demuestra cómo y cuánto todo suceso, el más banal, el que aparece suelto y sin conexión, cómo cualquier acontecimiento puede ser susceptible de convertirse en dato histórico y ayudarnos a comprender esa historia que siempre nos concierne.

Lo curioso, lo banal, la extravagancia incluso, va adquiriendo densidad y al final, en un crescendo, medido por la escritura, revela sus conexiones con la historia, con el mundo y con la vida y causa esa satisfacción que da el buen decir y el buen saber cuando se juntan.

Ay, pero no todo es así. Manuel, nuestro amigo, barquisimetano, lector voraz, gran conversador, amante de las comiquitas y de las películas de vaqueros, el que nos canta la muerte de Rosita Alvirez y el corrido de Pancho Villa en todos sus cumpleaños; Manuel, con sus chistes que nos dejan con los ojos muy abiertos, Manuel que no sabe expresar sus sentimientos sino con la rabia de los niños cuando pierden, ¿cómo calificar a este hombre barroco, churrigueresco mejor, que tiene también esa medida, esa disculpa, y esa comprensión a flor de piel para todos sus amigos? --Manuel, mira, que no voy a escribir la novela; Manuel, que no puedo dar la charla sobre el Caribe.

--Eso lo dices ahora, no te preocupes; te advierto, eso le pasa a todo el mundo, es que está lloviendo mucho, pero ya verás, claro que la vas a escribir, una mujer tan inteligente...

Jamás le echará la partida para atrás a un amigo y sus amigos son los mejores en todo: los mejores escritores, los mejores poetas, los mejores pintores, los mejores amigos, los mejores de los mejores, pues.

¡Ay!, pero deja de echarle tú en uno de los almuerzos o desayunos el aceite de oliva a la ensalada o el picante a la empanada de cazón. Entonces lo oirás: ¿no le vas a echar aceite de oliva a los tomates? No, Manuel, los prefiero así. Pero es que tú no sabes comer, en todas partes del mundo los tomates se comen con aceite de oliva.

Bueno, sí, pero no me provoca. Claro, estás todavía en la oscuridad de la selva y no has llegado a la luz, ¡tanto Paris, y tanta echonería!..

Pero, Manuel, es que hoy...


"Es el Manuel Caballero que todos conocemos, sólo que ahora nos sorprende aún más por la profundidad y amplitud de los conocimientos que nos revelan estos ensayos: la síntesis y el detalle en un mismo texto"


¡PONLE EL ACEITE DE OLIVA A LOS TOMATES! ¿HASTA CUANDO? Bueno: fabló bien e tan mesurado.

Sin querer aventurarme a clasificar estos ensayos que versan sobre materias tan variadas y relacionan aspectos tan disímiles, quise ver cuáles son los temas principales de ellos. Dos temas me parecieron fundamentales: su defensa sin fisuras a las libertades políticas, a la democracia; y su condena sin respiro a toda tiranía y, específicamente, al militarismo. En eso, Manuel no ceja. Con maestría, con conocimientos diversos, con humor, con rabia, con dolor, con determinación y argumentos tajantes, Manuel afirma su posición ante la vida: la de combatir la tiranía y promover la libertad en todas las facetas de la vida.

Es el Manuel Caballero que todos conocemos, sólo que ahora nos sorprende aún más por la profundidad y amplitud de los conocimientos que nos revelan estos ensayos: la síntesis y el detalle en un mismo texto; la cita latina o la referencia literaria codeándose con el refrán o el dicho popular; el suceso ejemplar, consagrado por la historia, y la anécdota, anónima y efímera, que se ref lejan una en la otra.

Pero seamos sinceros, estas cualidades del historiador y de su escritura no nos sorprenden, las conocíamos, como conocíamos también el carácter lúdico y burlón del personaje, algo de niño travieso que ordena, mediante la escritura, el mundo a su antojo. La capacidad de sorprenderse ante el mundo y de interrogarlo generalmente la perdemos al crecer. De algún modo, este señor, que puede ser un cascarrabias, es también un niño juguetón. Algo más, leyendo los ensayos conoceremos además una faceta de la que él no suele escribir mucho: el Manuel, de pelo largo y sandalias, que asustó a unos niños que jugaban: "un loco, un loco", gritaron los niños despavoridos; el Manuel adolescente con su amistad con Rafael Cadenas y con Adriano González León; el Manuel que le preguntaba a su mamá por una enfermedad que ella nombraba con espanto pero que no conocía ella misma.

La memoria afectiva de Manuel, sus querencias y sus duelos, también están allí, poniendo una nota en sordina, como un adagio que abre una ventanita que se asoma al corazón del escritor que todos admiramos.



"La memoria afectiva de Manuel, sus querencias y sus duelos, también están allí, poniendo una nota en sordina, como un adagio que abre una ventanita que se asoma al corazón del escritor que todos admiramos"


Voy a confesarles algo para terminar. La distinción más importante que yo he tenido en mi vida es la haber sido, la de ser, la alumna de Ángel Rosenblat. Su tutoría ha normado y conformado mi vida académica y mi vida como estudiosa de la cultura. Cuando me fui a despedir del profesor Rosenblat para irme al Instituto Caro y Cuervo de Bogotá, adonde él me había mandado a estudiar Lingüística, él me invitó a tomarme un café. Nunca olvido esa tarde. Yo caminaba por los pasillos de la Facultad de Humanidades, al lado de mi Maestro, saludando: Adiós, María Fernanda, adiós Jaime, Poeta, adiós, ciao. ¡Yo quería que el mundo entero me viera! Cuando nos sentamos en el cafetín de la Escuela de Derecho, tuve que sostener el con leche pequeño con las dos manos, porque sentía emocionada (mente) que era el mejor café de mi vida. El tiempo pasa, pero no olvido la tarde con el profesor Rosenblat. Bueno, suelo ir mucho a los cafés. Con Manuel estaba un día desayunando en el St. Honoré, y cuando él probó el café con leche, llenándose los bigotes, me dijo: qué rico el café con leche, ¿verdad? Sí, le respondí, muy rico. Y entonces me he dado cuenta de que cuando salgo con él, voy saludando: sí, es Manuel Caballero; sí, su artículo de los domingos, valiente, así es señora, es lo menos que se puede decir. Claro que está escribiendo; sí, está por salir, señor; lo queremos mucho... Se imaginan cómo me siento esta noche presentando su libro...


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