martes, 9 de noviembre de 2010

selección de artículos: el país petrolero


El Nacional - Miércoles 31 de Agosto de 2005 A/6
La oportunidad de un país petrolero (I)
D. F. Maza Zavala

Nadie puede asegurar que la coyuntura actual de precios relativamente altos del petróleo va a persistir por mucho tiempo. Las predicciones más optimistas indican que el nivel de precios petroleros comenzará a descender el año 2007; sin embargo, es razonable esperar que ese descenso sea paulatino y que el piso al que pudieran llegar no sea inferior a 35 dólares el barril. La tendencia histórica de la demanda de petróleo, al compás del crecimiento económico mundial, señalaba un incremento anual de no más de 3% ; esa tendencia ha sido alterada casi abruptamente por la incorporación de China y la India al mercado de compradores, en tanto que no se descubren nuevos yacimientos de productividad comercial en la proporción necesaria para satisfacer la mayor demanda. El volumen de inversiones requeridas para ampliar el potencial de producción y, en particular, para aumentar y mejorar la capacidad de refinación es muy considerable, y el atractivo de los altos precios no es suficientemente estable —al parecer— para provocar esas inversiones. Es cada vez más difícil encontrar emporios de petróleo (los de gas son más accesibles, comparativamente) y no está en la perspectiva inmediata una alternativa eficiente como medio energético.

La experiencia venezolana —y mundial— es la de que los precios del petróleo describen un módulo cíclico de largo plazo y que la tendencia en términos reales es creciente, pero moderada.

En algunos períodos hay una aceleración en la dinámica de precios —como en el actual— y en otros una declinación sustancial. Por ello, la influencia relativa de factores estabilizadores —como la OPEP— procura que los cambios en el mercado no alteren excesivamente el desenvolvimiento del negocio; otros factores —como los mencionados del lado de la demanda y los accidentales del lado de la oferta— conmueven al mercado y dan lugar a la especulación y la incertidumbre. Lo más indicado es mantener la oferta exportable con ajustes indicados por la coyuntura y la tendencia (ponderadas), sin dejar de realizar inversiones de mantenimiento —cuantitativo y cualitativo— del potencial existente, inclusive de recuperación de los deterioros ocurridos (como los de los últimos años) y de los yacimientos marginales; también hay que ejecutar un plan de inversiones, teniendo en cuenta los factores de largo plazo y con vista a la transformación de la actividad petrolera para obtener un mayor valor agregado, y contribuir al desarrollo de una economía equilibrada, reproductiva, integrada y competitiva. Los recursos para esta transformación deben ser generados por la propia actividad petrolera, lo que implica un orden de prioridad en el plan nacional de desarrollo:no sólo extraer recursos sino asegurar las condiciones para que la fuente de ellos mantenga su capacidad en concordancia con las exigencias reales que se le hagan.

Las consideraciones anteriores conducen a sustentar la necesidad de crear y mantener —en términos dinámicos— un mecanismo de esta estabilización tanto en lo financiero como en lo real. No se trata simplemente de reservar fondos estimados como excedentes sin una aplicación cierta y eficaz, orientada al desarrollo económico y social; los recursos respectivos deben constituir una fuente de financiamiento para la sustitución de importaciones y el fomento de exportaciones, así como también para el fortalecimiento del factor humano, base primaria de toda actividad creativa de riqueza material y valor social, bajo la forma de calidad integral de vida: salud, educación, seguridad, empleo productivo, vivienda estable, recreación sana, cultura, estabilidad familiar, cabal ejercicio de derechos sociales y humanos. En concreto, los excedentes que genere la actividad petrolera deben servir a una doble acumulación: real y humana.

En particular, hay que liberar progresivamente al presupuesto público de su dependencia del ingreso petrolero, en cuanto a su conformación como cuenta corriente; y fortalecer cuantitativa y cualitativamente la cuenta capital; la primera tiene que ser sustentada en ingresos tributarios auténticos, equitativos, sistémicos, para atender a los servicios administrativos y sociales ordinarios; el superávit que se logre en esta cuenta, junto con la participación fiscal en el excedente petrolero, hay que destinarlo a lo ya mencionado: acumulación real y social. La planificación del gasto público debe permitir su mejor aplicación y su regular expansión, lo que implica modificar la tendencia tradicional de la gestión fiscal, de gastar más allá de las limitaciones impuestas por los ingresos ordinarios, bajo la presión de necesidades efectivas o supuestas generalmente encuadradas en un designio político no ajustado a un plan de desarrollo consensual, participativo y verdaderamente nacional. En estas consideraciones no se descarta la recurrencia al crédito público: el de corto plazo para cubrir insuficiencias transitorias de tesorería (y también para ser utilizado como instrumento de la política monetaria) y el de largo plazo para reforzar la capitalización, de tal manera que corresponda a una programación autofinanciable. La deuda pública no es condenable per se, sino cuando se utiliza en aplicaciones improductivas que no contribuyen al potencial económico ni al bienestar social. Ello supone que el crédito público se incorpore al plan nacional de desarrollo y su utilización se ajuste a las metas y objetivos de éste.

El Nacional - Miércoles 14 de Septiembre de 2005 A/8
Oportunidad de un país petrolero (II)
D. F. Maza Zavala

Algunos piensan que los altos precios del petróleo persistirán por mayor tiempo que el inicialmente estimado.

Hay consenso sobre la idea de que, en lugar de un descenso abrupto esos precios, podría presentarse una crisis energética, que obligaría a racionamiento mundial de petróleo.

En todo caso, lo que interesa en cuanto al análisis que vengo haciendo es que tenemos la oportunidad excepcional —tal vez la última— de utilizar la bonanza petrolera no tanto para reafirmar la condición de país exportador de hidrocarburos —que no dejaremos de ser por bastante tiempo— sino para construir una economía sólida, estable, equilibrada, reproductiva y equitativa, como base material de una sociedad sana, justa, independiente y solidaria. Economía sociedad deben marchar juntas, interdependientes, en la unidad de un país con derecho a disfrutar de un espacio útil bajo el sol y en el mundo.

El petróleo es nuestra principal riqueza natural; la mayor riqueza es, embargo, la humanidad que habita en esta tierra, su potencial creativo, aptitud para la vida, su capacidad para reproducirse en niveles cualitativamente más elevados. Por tanto, la mejor inversión que puede y debe hacerse con los ingresos del petróleo una vez atendidas las necesidades conservación y ampliación de la fuente que los genera— es la que tiene objeto la calidad y el nivel de vida la población, de toda ésta, ya que, hasta el presente, esas variables se han concentrado en una minoría privilegiada —propietarios de medios de producción, grandes rentistas, herederos de fortunas, especuladores, personas favorecidas por el poder político, traficantes de conciencia— en tanto que la mayoría social padece toda clase de penurias, carencias y dificultades, entre las cuales la ausencia de oportunidades de empleo y el menguado acceso a los servicios públicos destacan por su significación.

Es la parte de la población permanentemente damnificada, maltratada, excluida, la que, sin embargo, es objeto de promesas oficiales de mejoramiento y base para la sustentación de los gobiernos.

Dos maneras de considerar la actividad petrolera son pertinentes y consistentes en este análisis: la primera es como negocio, como explotación económica, como fuente de riqueza y, en este sentido, lo procedente es obtener de ella los proventos óptimos, mediante una administración eficiente, competente, de la cual hay que excluir al clientelismo político; esto no significa, de ninguna manera, que los funcionarios, técnicos, gerentes, trabajadores, sean eunucos políticos o se les imponga la anulación de conciencia pública; pero deben ser profesionales competentes en todo caso.

La otra manera que se considera es la de fuente de ingresos que deben ser destinados en su mayor parte a la acumulación real y social.

El petróleo es de todos los venezolanos; es cierto, desde luego, pero ello no debe ser interpretado como derecho individual y personal a obtener un dividendo, como si se fuese accionista de una compañía anónima; ni tampoco como recurso privatizable para ser manejado por entes o factores particulares; los proventos del petróleo son de propiedad común e indivisa de los venezolanos y, por tanto, su administración no puede ser sino a cargo del Estado. Tampoco es justificable que la propia industria nacional petrolera destine y maneje recursos obtenidos en su explotación para fines que deben ser encomendados a otros entes del Estado; o bien se decida a obtener recursos de su actividad o bien tales recursos decaen porque no se puede ser eficiente en todo, como lo establece el principio axiomático de la división del trabajo.

Lo anterior tiene que ver con el flujo de divisas petroleras. Siempre he sostenido que la primera prioridad de éstas es la de conservar y fortalecer el potencial de la propia industria petrolera. También he sostenido invariablemente que las divisas petroleras tienen una significación y un valor muy especiales: representan la contrapartida de un agotamiento prácticamente continuo de los recursos naturales que permiten su generación; son divisas escasas y valiosas.

Entre las condiciones que deben prevalecer para su administración está la de su centralización en el instituto emisor, la que no permite, en principio, que intervengan muchos y muy diversos actores en su aplicación; la dispersión en la tenencia de divisas —además de dificultar las políticas cambiaria y monetaria— puede incidir en la dispersión de aplicaciones en detrimento de la inversión planificada.

Estas consideraciones son compatibles con el requerimiento de utilizar esas divisas en su mayor parte para el desarrollo. El BCV ha mantenido la posición de que las divisas petroleras estimadas como excedentes —ya que no se puede marginar la demanda que se hace de ellas para necesidades normales de la economía y de la gente— sean destinadas a un fondo de desarrollo económico y social y no deben ser aplicadas al gasto público corriente.

Otra manera de considerar la relación entre la actividad petrolera y la economía nacional —en lugar de la dicotomía estructural que por mucho tiempo se mantuvo y que aún persiste en algunos aspectos— es la de su integración como sector productivo real en la estructura de la producción del país, como fuente de insumos y como absorbente de bienes y servicios que otros sectores producen. En términos técnicos:
hay que llenar muchos de los vacíos existentes en la matriz de insumo / producto del país, multiplicando las relaciones intersectoriales y fortaleciéndolas, de tal manera que la economía se haga más autodependiente, sin dejar de ser abierta en un grado conveniente.

El Nacional - Miércoles 28 de Septiembre de 2005 A/8
Oportunidad de un país petrolero (y III)
D. F. Maza Zavala

Hay consenso en la necesidad y oportunidad de un cambio integral en el país.

Desde luego, las versiones del cambio varían de acuerdo con los intereses materiales, la posición que se ocupa en la sociedad y los valores sociales que se sustenten. Por ello es indispensable la participación general en la determinación de los lineamientos fundamentales de un proyecto nacional de desarrollo, que refleje el promedio ponderado de aquellos factores, los cuales, en todo caso, estarán sujetos a cambio.

Modificar el sistema económico/ social existente en el país no es un proceso fácil de realizar ni se puede lograr en un plazo breve. En primer lugar, hay que diagnosticar con precisión los desequilibrios, las fallas estructurales, las debilidades y los vacíos. En segundo lugar, hay que definir los alcances de la transformación propuesta, los medios y recursos para su aplicación a este proceso, los objetivos y metas para su realización. En relación con ello, hay que organizar un control de gestión institucional y social.

Es indispensable proyectar a largo plazo los recursos que provendría del petróleo y de otras actividades. Planificar la inversión real y social como una proporción conveniente de esos recursos, procurar un pronóstico realista del crecimiento económico sostenible y sustentable en los próximos 5 y 10 años. No cabe divagar con respecto al futuro, ni se debe proceder por ímpetus de inspiración, ni según ideas dispersas o imágenes personalistas y subjetivas. Siempre son bienvenidas las iniciativas y los propósitos viables, la imaginación creativa, encuadrados en los objetivos y condicionados por las limitaciones.

No hay que imitar modelos aplicados en otras realidades. La realidad venezolana es única y a la vez comparable con otras.

Puede tomarse del capitalismo —el real y el teórico— lo positivo y útil para el proyecto nacional de desarrollo y del socialismo —que en verdad no ha sido realizado conforme a las concepciones teóricas, abstractas o ideales— lo que pudiera funcionar en nuestro país. Colectivismo, estatismo e individualismo (en su mejor sentido) pueden coexistir equilibradamente para construir una estructura consistente en lo económico y social, de consenso. Al respecto, son hábiles las modalidades empresariales, en escalas indicadas por la índole de las actividades; las comunidades productivas, las cadenas de producción, los núcleos productivos, las cooperativas, entre otras. La finalidad de todo esto es el bienestar social equitativo, el desarrollo integral que se expresa en una sociedad sana, justa, libre equilibrada, y en seres humanos conscientes y convencidos de los objetivos, de su necesidad de transformación, ni de la creación de una economía reproductiva y estable. Los recursos generados por aquella explotación son y serán siempre escasos, agotables y, por tanto, economizables, lo que obliga a una estrategia petrolera de corto, mediano y largo plazo, para optimizar los rendimientos que se obtengan y propiciar una estabilización dinámica de sus aplicaciones. El petróleo y el gas constituyen la base natural de un negocio nacional y social, que debe ser administrado con eficiencia, transparencia y pragmatismo. No hay bonanza petrolera sino coyunturas, favorables o desfavorables, que adoptan un módulo cíclico de largo plazo, al que hay que ajustar la estrategia de producción, comercialización y utilización de los proventos respectivos. La cooperación y la solidaridad con naciones y pueblos hermanos y amigos deben ser un elemento de la estrategia, no una emoción circunstancial.

El mercado petrolero es una variable que no manejamos, aunque podemos actuar para su mejor aprovechamiento.

Tenemos una posición modesta dentro del cuadro mundial del petróleo, aunque las reservas naturales probadas y probables, incluídas las de la Faja del Orinoco, permiten desempeñar un papel significativo.

El mundo requiere 84 millones de barriles diarios de petróleo y este requerimiento aumenta a razón de 2,5 anual. Estados Unidos es, con mucho, el mayor importador, con 11 millones de barriles diarios, 13% del total. La oferta efectiva no representa un margen amplio con respecto a la demanda y ello determina que el nivel de precios se mantenga relativamente elevado y será así en el mediano plazo. Diversos factores influyen para que los precios tiendan al alza, pero esos factores no son permanentes. Sin embargo, tenemos la oportunidad excepcional de obtener ingresos extraordinarios considerables, estimables en US% 27.000 millones mensuales cuando menos en los próximos 2 ó 3 años, una cantidad que bien administrada permite abrir el camino a la construcción de una economía diversificada, sostenible; reproductiva, base del progreso social en la perspectiva de un venezolano cuyas necesidades generales —salud, educación, seguridad social, alojamiento, cultura, recreación— estén satisfechas, lejos de la carencia, la incertidumbre y la pobreza crítica.

Hay que invertir en petróleo y gas, primera prioridad; hay que invertir en desarrollo; hay que invertir en el país que queremos transformar. Lo que no se puede ni debe hacerse es perder esta oportunidad, ni considerar que los recursos petroleros alcanzarán siempre para el despilfarro.

Ilustración: www.venelogia.com

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