martes, 23 de noviembre de 2010

a capella


EL NACIONAL - Lunes 08 de Noviembre de 2010 Opinión/9
Libros: Juan-Ramón Capella (I)
NELSON RIVERA

Una imagen: Antonio Gramsci preso en Turi: había sido detenido en 1926 y así moriría 11 años más tarde: encerrado y enfermo. Espera y escribe. Desde su oscuro observatorio piensa en el devenir del tiempo y escribe Americanismo y fordismo ("fordismo" es un juego conceptual, basado en el nombre de Henry Ford, que se refiere a la voluntad industrializadora). Lo señala Juan-Ramón Capella con lucidez: Gramsci piensa en el progreso como resultado de un proceso industrializador que entiende como socialista.

La industria como instrumento del socialismo. El modelo industrial angloamericano como factor constituyente del socialismo. Gramsci o el "tiempo de progreso".

En la visión de Gramsci hay una vocación puritana: el establecimiento de lo industrial reclama el reforzamiento de la familia, la estabilidad de las relaciones sexuales, el alejamiento de aquellos obreros que mantengan conductas libertinas. Capella señala una equivocación fundamental en Gramsci: el de haber calculado (no lo olvidemos, es la visión de un hombre preso) que el trabajo industrial liberaba: como si el fordismo fuese una fuerza de una posible revolución pasiva, y la industrialización fuese por sí misma un bien, aunque constituyese una apología del taylorismo y no respondiera a la pregunta del sacrificio de los elementos destructivos de la misma.

A esta visión del "tiempo de progreso" le sigue en el texto de Capella el "tiempo mesiánico" de Walter Benjamin: la de un tiempo histórico que se articula en el presente, "la fulguración de algo que se recuerda en el instante de peligro". Lo revolucionario para Benjamin no se produce en el salto hacia los supuestos de un futuro mejor, sino que describe la acción de escapar a un peligro inminente. Escribe Capella: "Como un frenazo de urgencia; como un pararse en seco, al borde del abismo".

Benjamin rebate la figuración del progresismo según la cual todo imaginario del futuro es esperanzador y, en consecuencia, todo momento presente es un punto de transición a ese tiempo mejor. El progresismo sería una ideología en tanto que se presenta cargado de promesas redentoras para las generaciones futuras. Pero aún más: se basa en el pasado de los oprimidos y no en la imagen de los descendientes liberados. Por lo tanto, el presente no sería un tiempo de transición, sino un tiempo detenido en el tiempo, un tiempo-ahora, signo del tiempo mesiánico.

Precisa Juan Ramón Capella: "El futuro está realmente ­no como representación­ en el presente. Lo está como causación, como determinación del presente. Se gesta en tiempo-ahora" (la próxima semana cerraré este comentario a Entrada en la barbarie de Juan-Ramón Capella, publicado por la Editorial Trotta, España, en 2008).


EL NACIONAL - Lunes 22 de Noviembre de 2010 Opinión/10
Libros: Juan-Ramón Capella (y II)
NELSON RIVERA

Si el "tiempo mesiánico" de Walter Benjamin puede servirnos de marca diferenciadora del "tiempo de progreso" de Antonio Gramsci, el "tiempo de desarraigo" que representa Simone Weil lo opone abiertamente. Copio unas precisas palabras de JuanRamón Capella: "Por Simone Weil sabemos que incluso Gramsci idealizaba el trabajo de fábrica; que el vacío espiritual que éste produce, pese a exigir la concentración y la movilización de los cinco sentidos, y la sordidez de repetir toda la jornada una misma operación simple, traducida sólo en fatiga y en lasitud, en imposibilidad de pensar, en indisponibilidad para otra cosa que no sea el descanso, son el pan cotidiano de los trabajadores y trabajadoras de las cadenas de producción" (Entrada en la barbarie; Editorial Trotta, España, 2008).

Fue la extraña mística, "la loca", la mujer cuyo pensamiento parece por momentos ubicarse fuera del mundo, quien un día dejó la enseñanza para irse a trabajar como obrera, primero en Alsthom y a continuación en Renault. Weil escogió desprenderse de los privilegios de la vida intelectual, para experimentar la condición obrera y descubrir en carne propia la precariedad, el vaciamiento espiritual que genera el machacante trabajo en una línea de producción: el desarraigo del mundo (entre las varias biografías traducidas a nuestra lengua, Vida de Simone Weil, de Simone Pétrement, es un trabajo más que notable, que profundiza en el vínculo del autocastigo corporal como precedente al entregarse a la muerte que significó el fin de la vida de Weil, a los 34 años de edad).

Tan sorpresiva me ha resultado la propuesta de Capella consistente en reunir bajo la categoría de los pensadores de la emancipación a Gramsci (tiempo de progreso), Benjamin (tiempo mesiánico) y Weil (tiempo de desarraigo), como la incorporación de Pier Paolo Pasolini como el cuarto invitado de esta secuencia, cuyo pensamiento habría anticipado el "tiempo de consumo".

Pasolini fue mucho más que un intelectual controvertido (comunista y homosexual, fue objeto de 33 procesos legales en su contra). Como ensayista planteó la vida intelectual como un andar "fuera del palacio". A partir de la denuncia de Marx del fetichismo de la mercancía, levantó su crítica al consumismo. La burguesía, más que una clase social, podría describirse como una terrible enfermedad contagiosa.

De ello derivan las peculiares formas del hedonismo contemporáneo: "Sumisión esclava al imperativo de consumir, psicopatía de necesidades posesorias, infelicidad del no comprar y del haber comprado cosas que resultan innecesarias casi desde el instante mismo de su adquisición".

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