viernes, 8 de octubre de 2010

variaciones sobre un premio nobel (2)



Dice que será bienvenido al país, pero recibirá plomo
Chávez: Vargas Llosa le falta el respeto al pueblo y a las Fuerzas Armadas de Venezuela
"Tenemos lista la artillería del pensamiento" para enfrentar a quien se opone a los cambios, advirtió el mandatario en su programa radial Aló Presidente. Acusó a Cedice, anfitriones del "intelectual ex peruano", de buscarse refuerzos en el exterior para adversar su modelo político, y lo calificó de ser "una de las cunas del proyecto neoliberal"
ADELA LEAL

El presidente Hugo Chávez acusó al escritor Mario Vargas Llosa de faltarle el respeto al pueblo y a las Fuerzas Armadas venezolanas, al emitir juicios críticos sobre la situación interna del país, en lo que consideró "una clara injerencia en cosas en las cuales no tiene que estarse metiendo".

En una reacción inmediata a las críticas hechas por el ex candidato presidencial de Perú en una entrevista publicada ayer por El Nacional, el mandatario expresó, en su programa radial Aló Presidente, que Vargas Llosa dice "grandes mentiras", porque está "desconectado de la realidad, como un autista". Consideró que "hay intelectuales que no saben leer. Hay intelectuales que son analfabetas. No saben leer en la realidad de nuestros pueblos".

Chávez comentó que Vargas Llosa será bienvenido a Venezuela, la semana próxima, cuando vendrá invitado por Cedice, pero le hizo una advertencia a "ese caballero peruano que renunció a su nacionalidad y se hizo, creo que europeo, español (...) Señor Vargas Llosa venga usted a la batalla, pero va a llevar plomo también. Plomo va y plomo viene. Venga para acá. No crea usted que le vamos a prohibir venir a Venezuela, que lo vamos a expulsar del país. No, no, no, métase aquí en Venezuela, pero si se va a meter en la batalla (...) bienvenido será y estaremos muy pendientes de lo que va a decir, porque aquí sobra quien le responda, no sólo el Presidente de Venezuela, aquí hay la artillería del pensamiento para responderle a Vargas Llosa y a cien Vargas Llosa que traigan importados".

Utilizando otro de sus jergas favoritas -la del beisbol-, el mandatario dijo que los que se oponen a los cambios están buscando refuerzos y por eso están buscando figuras. "Esa gente está como el Caracas, trayendo importados -un saludo a todos mis amigos caraquistas- como están tan débiles internamente los corruptos y toda esta gente que no tiene como... tráiganlos. Pero venga quien venga a Venezuela a tener injerencia en las cosas internas, llevará parte de los suyo, porque aquí estamos con el plomo cargado, con los cañones cargados, con esta artillería del pensamiento, y Bolívar por delante defendiendo la dignidad del pueblo venezolano, de los soldados venezolanos, de Venezuela", afirmó.

A esa gente la conozco

Comentario aparte le mereció al Presidente los anfitriones del escritor latinoamericano. "La gente de Cedice", de quien confesó conoce a muchos y, "debo decirlo claramente, Cedice es una de las cunas del proyecto neoliberal".
"El Centro de Estudio y de Difusión del Conocimiento Económico, una institución privada y qué se yo, tiene derecho a existir, pero hay que llamar a cada quien por su nombre. Ese es un centro de difusión del conocimiento económico del neoliberalismo, que es el camino al infierno. El que quiera irse al infierno, agarre el camino del neoliberalismo. Ahí, en Cedice hay gente, por ejemplo, que dice que hay que poner aquí la caja de conversión. Imagínate tú... una caja de conversión. Igualar el bolívar al dólar y amarrar la economía venezolana al dólar como hicieron en Argentina, y cometieron ese tremendo error", comentó.

Soy un revolucionario, no un caudillo

Sobre la preocupación manifestada por Vargas Llosa de que la democracia venezolana pueda desaparecer para dar paso a un régimen autoritario semejante al inaugurado por Alberto Fujimori en Perú, el Presidente respondió que "el señor Vargas Llosa cuando dice esto no sabe lo que está diciendo y le está faltando el respeto a un pueblo que está saliendo del autoritarismo, porque la democracia a la que él se refiere, y que le preocupa vaya a desaparecer, está muerta, y nunca fue una democracia, señor Vargas LLosa, fue un régimen autoritario, canallesco, cupular, tiránico, genocida, que echó a un pueblo digno como el nuestro, a una fosa terrible, a una pobreza inmensa".
"Aquí -apuntó Chávez- sabemos bien lo que estamos haciendo. Estamos construyendo una democracia federal, lo que estamos acabando aquí es la anarquía, que es una cosa bien distinta, a la que los partidos AD y Copei, de los cuales es muy buen amigo Vargas Llosa, condujeron al país. Una espantosa anarquía caracterizada por la corrupción en alcaldías, gobernaciones, asambleas legislativas, que ha significado la destrucción de la unidad nacional", expresó.

Aseguró que "estamos rehaciendo la nación, con un régimen de intención federal como está consagrado en la Constitución que vamos a aprobar el 15 de diciembre. Una democracia federal, no nos estamos dirigiendo hacia un régimen caudillista. Eso es mentira".

Enfatizó que estamos saliendo del caudillismo de un grupo de dirigentes que condujo al país de manera arbitraria y autoritaria durante los últimos 40 años, y que la Nación se dirige hacia un proceso democrático y humanístico.

"Me va a dar mucha lástima, señor Vargas Llosa, cuando usted venga aquí y diga lo que va a decir. Estoy seguro de lo que va a decir. Me va a dar más lástima por lo que representó en alguna ocasión para mí, como joven estudiante, cuando leí La Casa Verde, La Ciudad y los Perros".

El presidente Chávez dijo que "estoy lejos de ser un caudillo, soy un instrumento de un pueblo (...) soy un luchador social, un revolucionario, soy un soldado sujeto a lo que diga la mayoría de mi pueblo".

Análisis sicológico

Comentando lo que cuenta el escritor en su autobiografía, Chávez recomendó que sería interesante que el caso de Vargas Llosa pueda ser objeto de un análisis sicológico, en atención a que estudió en una escuela militar donde fue objeto de maltratos "y quizás tiene esa cosa por dentro que algún buen sicólogo pudiera (tratar), haciéndole una regresión".
"Quiero decirle al señor Vargas Llosa y al mundo que las Fuerzas Armadas Nacionales son una cosa muy distinta a lo que él cree y que le pregunte al pueblo". Recordó que en una encuesta reciente la opinión pública coloca a las FAN como la primera institución más apreciada por su pueblo".

El jefe del Estado no pasó por alto el hecho de que Vargas Llosa "no quiso ser más peruano, pues, a pesar de que nació en Perú, la tierra de los indígenas, la tierra bolivariana del Perú. El tendrá sus razones, pero esto dice algo. Es como si yo diga que no quiero ser más venezolano y me vaya y me haga lunático (...) quiero ser de la Luna y me vaya para Luna (...) y no quiero ser venezolano" Al comentar la condición de ex candidato del novelista, apuntó que "imagínate, quiso ser presidente de Perú, se supone que tiene que estar enraizado con Perú y, a los pocos años, renuncia a ser peruano. Imagínate que siendo presidente hubiese renunciado y se hace español. Imagínate tú, eso es una cosa que llama a la reflexión".

Señor Vargas Llosa -prosiguió Chávez- le voy a hablar por adelantado, porque usted ha mandado por adelantado por el diario El Nacional (su opinión) en una entrevista en la que vuelve a arremeter contra Venezuela.

"Hay cosas aquí que hay que responder de una buena vez, y llamo a los venezolanos a que respondamos esto y defendamos nuestra soberanía, defendamos nuestra dignidad ante quien sea y delante de quien sea, porque este pueblo se respeta. Venezuela se respeta, ya basta de que nos sigan abofeteando, de que nos sigan apedreando, de que nos sigan faltando el respeto y, además, los venezolanos tenemos derecho a darnos el camino y la vida que queremos, porque para algo somos un país soberano, libre e independiente".

El candidato

El presidente Hugo Chávez lanzó ayer formalmente su candidatura para optar por el próximo período constitucional que inaugurará el mandato gubernamental de seis años, y dijo que para nada siente miedo de participar en nuevas elecciones.
En uno de los segmentos de su programa radial dominical, apuntó que la Asamblea Nacional Constituyente verá como resuelve el problema, pero que su decisión es para darle cabida a todas las manifestaciones y solicitudes de relegitimación. Dijo que igual deben hacerlo los gobernadores y alcaldes. "El Congreso desaparecerá y habrá que elegir una Asamblea Nacional". Por lo demás, Chávez no tiene dudas de que el pueblo dirá "Sí" a la nueva Constitución.

De igual forma, en el programa que transmite Radio Nacional, Chávez anunció recursos financieros para las universidades por el orden de 1,5 millardos de bolívares, y el cierre de la Universidad Gran Mariscal de Ayacucho por dos meses, mientras la OPSU corrige los vicios que detectó.

En cuanto a los institutos universitarios Santiago Mariño e Isaac Newton, cerrados por corrupción, dijo que los estudiantes del primero, mediante convenios firmados por el Ministerio de Educación, serán recibidos por las universidades Fermín Toro y Rafael Belloso, en tanto que los 13.000 alumnos del Isaac Newton irán al Monseñor Arias Blanco.


EL NACIONAL - LUNES 22 DE NOVIEMBRE DE 1999
Entre Vargas y un tal Lucas
Joaquín Marta Sosa

La discusión del artículo de Vargas Llosa sobre el gobierno de Chávez desvela ciertas actitudes profundas en la mayoría de los valedores del Presidente.

Nos permite observar que en éste, como en todos los oficialismos que en la tierra han sido, despachan de un solo mandoble a todo pensamiento crítico pues, dicen, sólo puede responder a propósitos oscuros. Mientras en El Correo del Presidente un articulista le pide a los niños que no lean a Vargas Llosa "porque no quiere al Presidente".

Que no se explican porqué le hace oposición a Fujimori si éste aplica el programa económico que propuso Vargas Llosa, ignorando que lo enfrentó precisamente por su conducta antidemocrática. Que si el novelista se nacionalizó español, lo que indicaría en él un espíritu más europeo que caribeño, baldado para comprender los motivos de estas latitudes, pasando por alto que lo hizo cuando el fujimorismo emprendió un proceso para confiscar sus bienes y retirarle la nacionalidad peruana.

Comportamientos más convencionales y archiconocidos que estos es difícil encontrar.

No obstante es a los críticos del régimen a quienes se les endilga el epíteto de convencionales y de prisioneros de un pensamiento tradicional amasado en certidumbres que ya entraron en barrena, es decir, desencontradas con las realidades verídicas del país.

En verdad lo más absolutamente convencional es ser chavista en estos tiempos y por estas tierras. Es la moda y la redundancia. Y con respecto a la certidumbre, pocos la tienen tanta y tan acerada como los chavistas, sobre todo si son de nuevo cuño. Nada les arredra ni mueve a dudas. Tienen la inmunidad del granito ante cualquier otra voz que no provenga de la secta. Más bien son los críticos, o al menos buena parte de ellos, los que padecen los rigores de tratar de entender para dónde llevan estos caminos abiertos a sangre y fuego y luego a votos y abstención.

Pero el chavismo sólo atina a ver en ellos una cáfila de ofuscados conspiradores y no la oposición que toda democracia permite, necesita y demanda.

Se abanderan, por último, de la necesidad de cambiar de paradigma. Pues bien, la patología de recurrir a un plan de emergencia frente a cualquier avatar nos viene del más rancio puntofijismo, experto en planes de emergencia y fracaso. Del contralor, cuando pide información sobre actos de gobierno, se espeta que "alguien debe estar detrás del contralor" en la mejor tradición de todos los gobiernos anteriores que convertían en sospechoso a todo aquel que le incomodara. El Presidente, indicándole a un amanuense "anóteme la beca para la señora", "mándele la silla de ruedas al compañero", se me parece tanto al viejo puntofijista en campaña, retratándose con cuanto menesteroso se topaba, y su asistente, que también oficiaba de secretario de peticiones, caridades y dádivas, tomando nota.

Y para llegar al tope paradigmático, el dadivoso se quiere designar líder de la nación en su proyecto constitucional. Paradigma propio de todos los viciados regímenes personalistas e integristas, donde el jefe es el icono religioso del poder. Nada nuevo, todo viejo bajo este sol.

Una buena y grata novedad de paradigma, consistiría en que el Presidente nos sorprenda un día de estos proponiendo que se borre del proyecto lo de líder de la nación y se acepte, simplemente, como el que no pasa de ser un alto empleado público, más o menos querido, más o menos eficaz. La democracia rompió las convencionalidades mayestáticas y pretende instaurar el valor del sentido común, de la humilde discreción, como reverencia del poder a la igualdad y la libertad. El líder de la nación nos sobrecogerá y no seremos libres porque el culto nos aplastará; tampoco iguales pues devendrá en ese "Yo el Supremo" que Roa Bastos nos requiere no olvidar. La relación cívica hecha trizas en esa impostura de la supremidad. Malo, y viejísimo, este paradigma.

En lo que a mí atañe, cambiar a Vargas Llosa, por la obrita de "un tal Lucas" como lo llamaría Cortázar, es otro detalle de convencionalismo al uso. El famoso "Oráculo" a duras penas califica como versión posmoderna de aquel recetario para garantizar el éxito, famoso en los años cincuenta, de un tal Dale Carnegie.
EL NACIONAL - JUEVES 26 DE AGOSTO DE 1999


EL NACIONAL, Caracas, 24 de Junio de 1997
La vejez ideológica de Vargas Llosa
MARIA DE LOS ANGELES SERRANO

La vejez tiene un inconveniente, entre otros muchos, y es la incapacidad de salir de los viejos esquemas ideológicos, parte de las rutinas a que obliga, física y mentalmente, la limitación de las energías vitales. El cambio, radical incluso, de propuestas se incluye en un cambio de lugar en la anterior rutina: de la izquierda a la derecha, por ejemplo. El último trabajo de Vargas Llosa sobre el socialista francés Jospin, primer ministro electo en Francia, demuestra esta limitación.

Su rendida admiración al liberalismo económico, en su arcaica propuesta del siglo XVIII, lo coloca, de entrada, en una posición adversadora radical incluso a la palabra socialismo, ``un fantasma que recorrió el mundo'' desde comienzos del siglo XX poniendo en aprietos por un tiempito al estatus liberal y sus maravillas. Pero su conocimiento del mundo actual se ha quedado, al parecer, anclado en la rutina ideológica y en la visión maniquea de bueno o malo, propia de los que sienten más que saben de las cosas.

El liberalismo, el ``nuevo'', lleva ya más de tres lustros instalado en buena parte del mundo y camino de instalarse en lo que queda, como parte de una globalización indetenible y 15 años es el período de una generación, incluyendo en el mismo lapso por lo menos tres generaciones más, como demuestra que Vargas Llosa aún escriba en los periódicos, reciba premios y se apreste a participar en la política de su país. En mayor o menor grado de vigencia, jóvenes y viejos tienen capacidad actuante, pero, para citar a Simone de Beauvoir, la actuación de los viejos es ``como el té que se hace varias veces con las mismas hojas''.

Esas viejas hojas, esa añeja sustancia, arrinconan incluso el término socialismo, (que del comunismo ni hablar. Vade retro!), pero pretende, en cambio remozar el término liberalismo y hasta el capitalismo que ahora ya es ``popular''. Tal rejuvenecimiento es, sin embargo, al parecer, sólo de palabra, cosa fácil para el que tiene una palabra no sólo fácil, sino fértil y por demás brillante. Vargas Llosa parece desconocer bastante el panorama del liberalismo europeo rampante, que justifica la elección francesa, no porque los franceses sean unos miserables incautos, sino porque, contrariamente, conservan la capacidad de razonamiento que siempre los distinguió en la historia.

Esta capacidad les habrá hecho ver el panorama liberal del momento, en el que tan maravilloso sistema parece no haber logrado grandes cosas ni para el bienestar, ni para la tranquilidad de los pueblos. Carlos Romero diseña este panorama con certera pluma en su artículo titulado ``Pan y paz para Europa'', publicado el mismo día que el de Vargas Llosa ( El Nacional, 16-6-97, pág. A-12) y que al defensor del status actual (desde su anticuada esquina de derechas) le convendría leer.

El auge de la corrupción, el desgaste de las estructuras parlamentarias, el desempleo, el racismo, el hambre y la miseria, el terrorismo y las tormentas políticas y sociales que son la orden del día en la flamante Europa ``neoliberal'' -como señala Carlos Romero en su excelente trabajo- justifican de sobra el voto francés.

En cuanto a los deméritos de Jospin señalados con tanto desprecio por Vargas, el nuevo premier de Francia tendrá oportunidad de demostrar sus capacidades. Entre tanto, para los viejos intelectuales es mejor limitarse a ver el mundo y a tratar de entenderlo desde nuevas perspectivas, lo que no es fácil. Antes de hacer el ridículo.

EL NACIONAL, Caracas, 4 de Diciembre de 1999
"Los negativos"y Varguitas
María de los Angeles Serrano

Bien alimentado. Bien vestido. Con su bien ganada fama. Don Mario Vargas Llosa -que ahora es Don- vino a Venezuela para apoyar a sus correligionarios: las élites latinoamericanas emparentadas y unidas a la sombra de la sacrosanta democracia, que -según repitió en su lamentablemente apolillado discurso-, no será una maravilla, pero malaza y todo es "el mejor sistema del mundo".

Me pregunto si estaría oyendo al joven Varguitas, el de la tía Julia, su tía, por más señas, el de aquella narración refrescante y llena de ese encanto que tienen las experiencias juveniles. Era aquel libro La tía Julia y el escribidor, que a la única persona que no encantó fue a su tía Julia, que se mandó otro libro titulado "Lo que Varguitas no dijo". No lo leí porque, en realidad, poco importa si lo que escribe un novelista fue verdad o se lo inventó y en lo personal prefiero lo que se inventa.

Pero ni siquiera la juventud de Varguitas le impidió esa agudeza intelectual y ese sentido crítico de gran novelista. No, me dije antes de cambiar de canal en mi tele. No es la ingenuidad de un joven inexperto, que repite un poco de memoria los calichosos eslóganes de la publicidad política, lo que alienta tras el discurso, sino el eterno desprecio de las élites latinoamericanas al pueblo que prende el televisor en su modesta sala o en su destartalado rancho. Ese desprecio materializado por su hijo, Vargas Llosa de apellido, en su pésimo libro sobre El idiota latinoamericano que somos todos, menos ellos.

Pero es esa gente, la que lleva medio siglo de sufrimiento democrático, la que religiosamente -que la iglesia es parte de estos fetichismos- ha acudido a las urnas, a ver si alguno de los héroes del "sistema mejor del mundo" resolvía algún problema de su vapuleada existencia, incluyendo el de la propia urna, cada vez más inalcanzable y última esperanza de ser -¡al fin! terrateniente (de su parcelita -dos por dos- en el cementerio local), la que de repente dice ¡Hasta aquí! y vota por un desconocido cuyo mérito es ese: ser desconocido -manque sea japonés- o ser conocido por haber adversado a tiro limpio a los héroes de la sacrosanta democracia.

La televisión ha permitido al pueblo, a los idiotas, según define el Varguitas junior, ver al gobernante peruano demócrata Alan García, cantando con su homólogo y compadre de bautismo Carlos Andrés, y se ha enterado que entre todos se llevaron el los últimos 20 años y sólo en Venezuela 200 millardos de dólares. Y cuando Don Mario nombraba, en olor de santidad, a los gobernantes demócratas de Bolivia o El Salvador, se preguntaba ¿Será El Salvador o la Bolivia que sale en la tele?

Sin embargo, no es como espectador que los pueblos latinoamericanos conocen a los Vargas Llosa, sino como experimentados sobrevivientes de tales héroes. Las comparaciones con las democracias de los países del norte, al parecer no le han servido al estupendo escritor Mario Vargas Llosa para copiarse la parquedad de los discursos.

Lo más triste es que ha sido en las páginas de La ciudad y los perros, en las de La casa verde o en los de las Conversaciones en la catedral en las cuales mucha gente hemos aprendido a penetrar el alma de la América Latina. Tengo delante de mi un capítulo del libro sobre Botero, presentado por Vargas Llosa, titulado La estirpe latinoamericana, en el cual he aprendido claves importantes sobre nosotros mismos. ¿Y entonces?...

Tendremos que admitir que los méritos literarios de Don Mario se han usado como señuelo para sus compadres demócratas. Porque, a fin de cuentas para perpetuarse en el poder y ponerle la mano encima a las millardos, único propósito de "Los negativos" de turno, vale todo.


EL NACONAL, 17 de Mayo de 2000
Globalización y diversidad cultural
Esteban Emilio Mosonyi

La visión ultraneoliberal que, conforme a su costumbre, despliega Mario Vargas Llosa en su artículo "Las culturas y la globalización" (El Nacional, 16 de abril de 2000, página A/7) me obliga a recoger el guante, ante el desafío de tanta manipulación y tergiversación de los hechos. No quisiera acudir al expediente barato de llamarlo "idiota", término que él utiliza dispendiosa y fascísticamente con sus opositores intelectuales e ideológicos.

En su largo artículo, Vargas Llosa pretende vendernos la curiosa idea de que la globalización portadora de iconos como Disney World, McDonald's o Coca Cola no ejerce ningún efecto reductor sobre las culturas nacionales y locales, incluyendo las de los propios Estados Unidos. Esto no se lo cree ni él mismo, porque va contra toda experiencia intuitiva y desafía el sentido común más elemental. Otra cosa bien distinta es el hecho de que los conglomerados nacionales y locales se defienden, a menudo exitosamente, contra las imposiciones hegemónicas; lo que ocurre efectivamente con las minorías étnicas europeas, americanas y de otros continentes. Incluso va desarrollándose entre estos conglomerados una suerte de entente universal, que sería una alternativa mucho más democrática y horizontal frente a la globalización compulsiva por obra de unos Estados y empresas transnacionales aspirantes a un poder planetario omnímodo.

De hecho, la globalización hegemónica tiene poco que ver con la mundialización, real o potencial, de cada fenómeno surgido en el orbe por vía de los medios de comunicación contemporáneos. Así, el que se oiga hablar en español hasta en los lugares más remotos no es algo que se inscriba en los grandes proyectos culturales, si cabe utilizar tal término, de las corporaciones transnacionales. Ello viene siendo producto de la existencia fáctica de muchos países hispanohablantes junto con el crecimiento vertiginoso de la minoría hispana en Estados Unidos, y como tal representa una fuerza dialéctica de resistencia ante la imposición frontal del idioma inglés y de cierta cultura anglosajona, muy estereotipada y caricaturesca por cierto.

Cualquier observador medianamente inteligente se da cuenta de que en los Estados Unidos se hace lo posible por reprimir el idioma español, de suerte que en entidades fuertemente hispanizadas como California y Florida este idioma ha venido perdiendo todas sus prerrogativas: ya casi ni se habla de su oficialización regional y la educación bilingüe está de capa caída. Las investigaciones indican que la tercera generación de hispanos habla poco o nada de español. En la propia isla de Puerto Rico la lengua de Cervantes ha sufrido serios reveses, y considérese que todavía no ha triunfado la tesis política de la estadidad, vale decir, la anexión de Borinquen a la gran potencia del norte. Y si esto sucede con la demográficamente multitudinaria lengua y cultura hispanas, ¿qué quedará para las formaciones socioculturales de dimensiones medianas, para no hablar de las verdaderas minorías?

En otro párrafo de su perorata Vargas Llosa despotrica contra el concepto de identidad colectiva acudiendo al ridículo, simplísimo y mil veces superado argumento de que ella es estática y, sobre todo, incompatible con las identidades individuales, con la libertad de la persona como tal. Cualquier estudiante de ciencias sociales aprende, desde el inicio de su formación, que todo tipo de identidad humana es dinámica, fluida, cambiante y constituida por la superposición de un sinnúmero de dimensiones tales como individualidad, familia, comunidad, región, nación, afinidad ideológica o profesional, incluso solidaridad internacional y panantrópica.

Como de costumbre, este emisario de la mediocridad del modelo cultural más abyecto imaginable vuelve a exponer su irracional menosprecio de las sociedades tradicionales no occidentales, principalmente de las más pequeñas, indefensas y aisladas. Mientras tanto, Vargas Llosa olvida -o peor aún, oculta- el hecho de que a estas alturas existe un sinnúmero de estudios, de una solvencia y solidez a toda prueba, que acreditan la inefable complejidad de sus organizaciones sociales, sus idiomas y demás códigos expresivos, sus concepciones éticas y ontológicas, que en el fondo hasta la fecha ningún investigador -sin excluir a los procedentes de las propias etnias- ha logrado medianamente descifrar. Son precisamente estos pueblos tradicionales quienes han preservado hasta hoy la integridad del planeta, como lo destaca inequívocamente nada menos que la Cumbre de Río celebrada en 1992.

Para resumir, reconocemos la consolidación de una megatendencia histórica que hace viable la creciente articulación intercultural de todas las sociedades humanas grandes y minúsculas; todo lo que presagia un enriquecimiento increíble de la experiencia humana en medio de la sociodiversidad. Lamentablemente, la principal fuerza que se opone a esta potencialidad sin precedentes es la pretendida vía corta de la globalización neoliberal, cuyo proyecto confeso es la masificación de la humanidad en base al pensamiento único, la homogeneidad castrante y una economía cada vez más excluyente de las mayorías y minorías inasimilables a ese modelo.


EL NACIONAL, Caracas, 01 de Junio de 2002
Vargas Llosa, Stiglitz y la globalización
Ibsen Martínez

El domingo pasado, los lectores de El Nacional pudieron leer la reseña que Mario Vargas Llosa escribió en torno al libro que Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía, y antiguo directivo del Banco Mundial, ha publicado recientemente. Se trata de El malestar en la globalización (Taurus, 2002).
Nos alegra constatar que los juicios en torno a la globalización que allí vierte el escritor se apartan bastante de los que, con motivo de las manifestaciones de Génova expresara hace más de un año en el mismo matutino. Lamentablemente, la valoración que entonces hacía Vargas Llosa del movimiento antiglobalización se reproduce todavía en muchos talantes que, igual que el novelista, harían bien en exponerse a la argumentaciones del profesor Stiglitz.

Como se recordará, las manifestaciones de Génova dejaron como saldo un joven muerto, Carlo Giuliani, el mártir que quizá andaba buscando el Bloque Negro, esa inquietante fracción violenta del movimiento antiglobalización que ha hecho del desafío callejero a las policías de las grandes ciudades del mundo desarrollado el elemento más atendido por la prensa mundial en cada cumbre “globalizadora”.

Es la faz “massmediática” de la lucha contra la sistemática perversión de un sistema al que la globalización financiera ha llevado a sus últimas consecuencias en el transcurso de los últimos veinte años.

Con todo, luce indiscutible que de no haber ocurrido la serie de manifestaciones ni cundido el estupor universal que comenzó hace casi dos años con las de Seattle, a buen seguro que temas e instituciones como el Protocolo de Kyoto, la tasa Tobin, los alimentos transgénicos y la Organización Mundial de Comercio jamás habrían alcanzado la primera plana ni logrado convertirse en vocablos de andar por casa.

De otro lado, la violencia callejera ha sido el flanco más atacado por los críticos del movimiento, muchos de ellos voceros –al menos hasta ayer– de la noción de “fin de la historia”, implícita en la caída del muro de Berlín y valedores de la adopción sin chistar, por parte de muchos países no desarrollados, de las fórmulas de ajuste macroeconómico contempladas por el llamado “Consenso de Washington” como las únicas capaces de crear riqueza y prosperidad.

De entre ellos, el más conspicuo en nuestra lengua, ha sido justamente Mario Vargas Llosa, quien en un artículo (El País, 5 de agosto de 2001), describía a los iracundos jóvenes de Génova como “nostálgicos irredentos del viejo mesianismo social (que) se han precipitado a anunciar que el movimiento contra la globalizacíón representa ahora, ¡por fin!, una alternativa revolucionaria potente contra el capitalismo y su odiado embeleco político: la democracia liberal. Detrás de las decenas de miles de manifestantes que invadieron las calles de Génova, estos augures ven asomar en el horizonte, una vez más, –ave Fénix que renace de sus cenizas– un nuevo paraíso igualitario y colectivista”.

Si traigo a cuento la fulminación que Vargas Llosa hacía del movimiento antiglobalización, no es por darme el pisto de llevarle la contraria a alguien que en las últimas décadas ha mostrado una extraordinaria probidad intelectual a la hora de emitir opinión. Ciertamente, pocos intelectuales contemporáneos hispanoamericanos han sido tan escrupulosos en justificar sus pareceres y no ofrecer el espectáculo, tan frecuente, del oportunista cambio de chaquetas.

Precisamente, por el valor que entraña el comentario de un opinador tan perspicaz e influyente como Vargas Llosa en torno a un movimiento que ha despertado enormes simpatías en América Latina y ha contribuido a problematizar la visión que hoy tenemos de un mundo “unipolar”, esta entrega está dedicada a señalar algunos de los descaminadores tópicos que visita el artículo de Vargas Llosa.

La primera falacia que se advierte está en reducir al movimiento antiglobalizador solamente a su expresión callejera, vociferante y vandálica. Ese error conduce a atribuirle una “naturaleza caótica, contradictoria, confusa y carente de realismo”. Vargas Llosa se atrevía a vaticinar que “le ocurrirá algo semejante que al Mayo del 68 en Francia, con el que tiene mucho de parecido”.

Más adelante, Vargas Llosa afirmaba que, “por lo pronto, ser enemigo de la globalización puede tener algún sentido en el ámbito de la teoría, o de la poesía, pero, en la práctica, es un disparate parecido al del movimiento luddita que, en el siglo XIX, destruía las máquinas para atajar la mecanización de la agricultura y la industria”.

Concede Vargas Llosa generosidad juvenil a muchos de los que participan en estas luchas, pero advierte que también “hay buen número de frívolos hijitos de papá, aburridos de la vida (sic) que han ido allí (a Génova) solo en busca de experiencias fuertes, a practicar un inédito ‘deporte de riesgo’”. Prosigue afirmando que “este archipiélago de contradicciones comparte una vaga animadversión al sistema democrático, al que, por ignorancia, por moda, sectarismo ideológico o necedad, hace responsable de todos los males que padece la humanidad. Con este linfático sentimiento de malestar o rebeldía, se puede impulsar grandes espectáculos colectivos, pero no elaborar una propuesta seria y realista para cambiar el mundo”.

La mayoría de los críticos del movimiento globalizador –muchos de ellos pueden leerse en las páginas de opinión de nuestros grandes matutinos– orientan sus dardos según la misma línea de “argumentación”: se concibe al movimiento antiglobalizador como una algarada estudiantil, anticapitalista y antidemocrática.

El tono, por decir lo menos, es el de un satisfecho Don Rigoberto, burgués cascarrabias; ni más ni menos que el tono de esos señores de edad más que madura que “pasan de todo”, como dicen en España, porque ya están de vuelta. Y por eso mismo, por estar de vuelta, les exasperan los gestos de rebeldía ante la realidad.

Lo cierto es que la denuncia del deterioro del equilibrio mundial no es cosa de los últimos meses ni tema de última hora. Una serie de ONG y de publicaciones, entre ellas, de modo especial, Le Monde Diplomatique, llevan más de 20 años alertando, sin resultados visibles más allá del consenso de ciertas élites intelectuales sin mayor influencia, sobre la radicalización de las desigualdades, la miseria y la exclusión que ha promovido el ultraliberalismo conservador y las instancias financieras multilaterales teóricamente llamadas a combatirlas, como el Banco Mundial.

Ha sido necesaria la contestación en las calles de Seattle, Washington, Davos, Barcelona o Génova y el eco que ella suscitó en los medios de comunicación para que la necesaria sustitución de un sistema que ya no sirve se haya convertido en el tema de nuestro tiempo.

Pero a las organizaciones que conforman ese continuum, sólo al parecer indiferenciado y anónimo, de opositores a la globalización, se las ha juzgado más por aquello a lo que se oponen que por sus propuestas específicas y se les ha estigmatizado en su conjunto por una violencia que rechazan de plano.

Existen muchas organizaciones y personalidades que llevan años haciendo propuestas sobre la deuda externa, los flujos de ayuda al desarrollo, las reglas del comercio internacional, la llamada “fiscalidad global” o la reforma de las instituciones financieras internacionales, propuestas que no habían querido ser escuchadas.

Todas denuncian sin ambages la violencia de esos grupos minoritarios que, como ha señalado Susan George, (vicepresidenta de ATTAC, organización que busca la imposición de tasas que graven las transacciones financieras especulativas), nunca están a la hora del análisis, de la negociación política ni del trabajo en común.

Pero sería tonto no advertir que ha sido gracias a la contestación callejera que comenzó en Seattle hace dos años –el “deporte de riesgo” de la lucha antiglobalización que tanto irrita a Vargas Llosa– como se han hecho oír estas propuestas y se ha logrado que se les pondere seriamente en los foros mundiales.

No se trata tanto de un movimiento concertado ejecutivamente desde un secretariado internacional como de un vigoroso, multiforme y proteico espíritu de contestación que no se ve lastrado por su diversidad –diversidad propia de la sociedad civil–, sino todo lo contrario.

Ciertamente en un extremo del espectro se hallan organizaciones centradas en la asistencia a las poblaciones empobrecidas y que no plantean ninguna acción sobre las causas estructurales que generan esa pobreza.

Pero el grueso de lo que podemos entender por movimiento antiglobalizador no está formado por ilusos “irredentos del mesianismo social”, como los llama Vargas Llosa.

Junto a Joseph Stiglitz –cuyo libro tan atinadamente comentó Vargas Llosa el domingo pasado–, puede citarse a Vittorio Agnoletto, Diane Matte y Sandra Cabral, nombres que hoy nutren de significado una lucha que muchos de ellos no conciben como contra la globalización sino en favor de los que Ignasi Carreras llama “la otra globalización, una globalizacion para todos y no sólo para el capital financiero”, orientada a una agenda que parta de esa mitad de los habitantes del planeta –casi 2.800 millones– que viven con menos de dos dólares diarios.

Esa agenda no es ilusa ni es mesiánica ni se plantea fines inalcanzables. Puede resumirse así: condonación de la deuda externa, un mayor y mejor orientado flujo de ayuda al desarrollo, acceso universal a la educación y la salubridad, ratificación y aplicación de los protocolos de protección ambiental, reforma del Banco Mundial y de la Organización Mundial de Comercio.

No se trata, pues, de ir ciega y resentidamente contra el capitalismo y la democracia. Pero sin duda que, más que la acción vandálica o el irrealismo igualitario de los manifestantes de Génova, es la razonable viabilidad de muchas propuestas antiglobalizadoras las que hacen rabiar la filosofía finalista y adocenada de quienes optaron por el pensamiento único.

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