lunes, 18 de octubre de 2010

sumariación


Sumario
Luis Barragán


Referencia obligada, Federico Vegas ha recreado el expediente instruido tras el magnicidio de Carlos Delgado Chalbaud: “Sumario” (Alfaguara, Caracas, 2010). La inevitable indagación judicial que refrendó el ascenso al poder de Pérez Jiménez, ha dado pie a un necesario ejercicio de imaginación que compensa extraordinariamente la escasez de fuentes verificables en torno a un protagonista que aportó más acertijos que certezas al traumático proceso político venezolano de la reñida década de los cuarenta.

El fatal desenlace de un secuestro acaecido en noviembre de 1950, pronto fue relegado por el país -“que pretendía ser joven y saludable” - de las festividades decembrinas que, además, no tuvo fuerzas para afrontar la otra muerte, la de Rafael Simón Urbina, el victimario por excelencia (286, 293). De modo que, en última instancia, materializando los hechos, la inquisición literaria deviene registro de padecimientos colectivos, acento vigoroso y propicio para la actual pugna de imaginarios: “Nuestra historia está llena de perdones que se alimentan del olvido más que de la piedad, de una mala memoria que se basa en la flojera más que en la falta de rencor” (398).

El proceso inquisitivo deviene garantista al mediar una novela que es de perdedores, pues, versa sobre las consecuencias familiares que produjo, incluyendo el itinerario existencial del antiguo secretario del tribunal que recupera o intenta recuperar la relación con su hija única. “No sé en qué momento comencé a entender que la viuda y su familia no eran seres horribles, sino seres sometidos al horror” (229), en el marco de una sociedad (culpable), que olvida por pereza antes que renunciar por rencor (398).

“En enero de 1958, nadie pensaba que volveríamos a olvidar la plaga que son los militares en el gobierno, tan efectiva y veloz al principio como destructiva y ciega al final” (398). Hay, pues, correspondencia entre los dramas familiares retratados con una sociedad de frágil memoria, recurrentemente extraviada por pereza, como anteriormente quedó probado en autos.

Tratamos de una novela que no policial ni política, sino de la bibliofilía por su vocación, afición y voluntad. Amén de la bibliografía que cita, sin renunciar al proceso narrativo, retrata la investigación y al investigador en el curso de una incesante búsqueda y acopio de información que, además de la pormenorización hemerográfica, rinde tributo a las bibliotecas, incluso, desaparecidas, sintiéndose la angustia por el destino que puedan decidir los herederos, amén de las librerías y los remates de libros.

El consabido acontecimiento es la formidable excusa para una indagación que, a su vez, es también pretexto que dirá remediar una relación familiar difícil, que pudo dar pie a una (auto) biografía, ensayo o relato (307). Necesitará de la prensa diaria y del periodista para soltar los detalles que únicamente la novela puede administrar, aunque la tenencia y consumo de una “colina de cocaína” (333) probablemente sea una exageración para 1950.

El periplo más importante a cumplir no es el de escribir, leer ni comprar libros, sino de la “pasión de buscarlos” como refieren de Franco Quijano (704), aunque el aspecto fúnebre de un libro revelaba los altibajos de una emoción (97). Sin embargo, suerte de aviso clasificado que lo demanda, hay un título asaz ambicionado: “Victoria, dolor y tragedia” (1936 de Rafael Simón Urbina, con prólogo de Jorge Luciani (416 s.).

De referentes llamativos como Quijano, coleccionista privado que adivina la suerte de sus esfuerzos al adquirir piezas procedentes de otras bibliotecas destrozadas, es evidente el homenaje que rinde Vegas a un local como “La Gran Pulpería del Libro Venezolano” y a su celador de difícil temperamento, Rafael Ramón Castellano, quien “agradece cualquier pregunta que le exija profundizar en su cosmos de libros, fechas y ediciones agotadas” (186). Bibliotecúmenos, el rito no sólo consistirá en oler una remota edición o palpar con las yemas el golpe de imprenta, sino en la propia sonoridad del ejemplar: “Cuando esa vez dijo ‘suena bien’, es porque acababa de golpearlo suavemente con la palma de la mano” ( 88 ).

Fuente:

http://www.noticierodigital.com/2010/10/sumario/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=702711

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