domingo, 12 de septiembre de 2010

fallo complementario


EL NACIONAL - Jueves 09 de Septiembre de 2010 Opinión/8
Sumario
EDGARDO MONDOLFI GUDAT

Jamás imaginé que el historiador Simón Alberto Consalvi, o el imprescindible librero Rafael Ramón Castellanos, terminarían convirtiéndose en personajes de novela. Lo mismo ocurre con Elías Pino Iturrieta y con otros entrañables contemporáneos que transitan la trama, dialogan a lo largo de la obra o son aludidos, a su vez, por el elenco de voces que integra el más reciente trabajo narrativo de Federico Vegas.

Sumario (Alfaguara, 2010) es un delta portentoso donde estas vidas contemporáneas conviven dentro de un inteligente concurso de planos temporales, con los protagonistas de un evento histórico que se definió, de manera trágica, hace medio siglo.

Aunque trata, en esencia, del enmarañado asesinato de Carlos Delgado Chalbaud y del expediente que tardó años en labrarse para poder echar el guante a los responsables de un magnicidio que jamás quedó aclarado del todo, sería aventurado calificar esta obra como un nuevo intento por escribir novela histórica.

Más que aventurado, confieso que sería algo pasado de moda hacerlo. Precisamente lo más sólido que ofrece esta obra es el mundo de pretextos para contar otras historias que van tejiéndose en torno al magnicidio o que siguen discurriendo años más tarde, cuando el protagonista principal, Francisco Rueda, intenta atar los cabos sueltos de aquella tragedia en la cual él mismo estuvo involucrado como secretario del tribunal que llevó el caso hasta su inconcluso final.

Lo que además la salva de ser considerada un nuevo y aburrido intento por hacer novela histórica, es lo que se permite aclarar el propio Rueda cuando decide juntar recuerdos y animarse, al fin, a escribir esta obra de la mano de Federico Vegas. Dice Rueda: "Creo que mejor será presentarla como una novela dentro de una historia". Esta frase define la tapa del cofre que, al abrirlo, deja escapar la figura de Carlos Delgado, cuya vida condensa el más ambiguo de los infortunios, pero también deja escapar docenas de historias personales, como la de su viuda o de la viuda de su asesino, o de la familia Rueda, o de los cómplices en el atentado.

Al otro extremo del libro, al concluir su lectura, uno queda con la indefinible sensación de que en 1950 se perpetró uno de los hechos más delirantes que hayan ocurrido en la historia de Venezuela. Pero, para compensarlo, queda uno también con la sensación de que Vegas ha cumplido la hazaña de construir una obra maestra en su género. El elogio no me lo permito en vano.


EL NACIONAL - Sábado 28 de Agosto de 2010 Papel Literario/2
Sumario
MILAGROS SOCORRO

Federico Vegas lleva dos novelas bregando para poner orden en esa peripecia errática que es la vida de Carlos Delgado Chalbaud

El otro día, Federico vino a recogerme para dar un paseo. Era el trabajo de campo, digamos así, para la crónica que yo escribiría, a propósito de los escenarios del asesinato de Delgado Chalbaud. Escribo una serie llamada "Lugares de Caracas", que publico en la revista Clímax; y pensé que la aparición de Sumario, así como el hecho de cumplirse en noviembre 60 años del magnicidio, constituían una buena ocasión para hacer una nota con referencia en hechos históricos que, además, me diera la ocasión de hacer una crónica al aire libre para ese conjunto de crónicas.

De Los Palos Grandes, donde vivo, fuimos directamente a la quinta Lois. O al lugar donde estuvo la residencia de donde salió el Presidente aquel lunes 13 de noviembre de 1950. De allí rodamos algo más de una cuadra y estuvimos en el punto donde fue interceptado por dos carros, obligado a abordar uno de ellos y, en fin, secuestrado. Pasamos frente a la casa del Country Club, discurrimos por esa hermosa avenida sombreada por los árboles, llegamos al Rosal y, poco después, ya nos encontrábamos en el solar donde se alzaba la quinta Maritza, donde los asesinos se unieron a la víctima por toda una eternidad. Las dos casas son hoy edificios. Fue un recorrido corto, pero aún así tuve tiempo para hacerle varias preguntas a Federico.

¿Francisco J. Rueda, el secretario que escribió a máquina buena parte de las declaraciones, existió en verdad? (Después sabré que no, que es una invención novelística).

¿Feliciano Rueda, el padre de Francisco, ese ingeniero hidráulico que se quedó con las ganas de hacer puentes primorosos en Venezuela, tal como había estudiado en Europa, ese hombre existió? (Es un personaje que cree fervientemente en que todo está en los periódicos o, por lo menos, que toda la verdad del complot contra Delgado estaba en El Nacional de aquellos días). Quiero saber si realmente existió ese lector y si es posible tal fervor por lo que escribimos los escritores de prensa.

¿Franco Quijano existió? Él o alguien con otro nombre, pero que te sirviera de modelo fidedigno para crear ese lector, ahora de literatura y de historia, capaz de inventarse escritores inaugurales, porque los países necesitan poetas y fabuladores que lleguen con los fundadores de las ciudades, que vengan con los caballos, que zigzagueen entre los arcabuces y que pongan rodilla en tierra pero para escribir los versos sobre los que habrá de fundarse el alma nacional.

Esa sirvienta coja, de maneras conventuales, enamorada de Delgado Chalbaud y suspirando por él bajo el mismo techo que habita su esposa, la rumana, ¿existió? ¿O te la inventaste, Federico? Dímelo, porque diría mucho de ti que, en medio del holocausto de un hombre al que todo un país quiere muerto, tú te pongas a inventar tramas de mucamas apasionadas por el macho de la casa. Este punto me interesa especialmente porque, con Sumario, el personaje femenino entra de lleno en la obra de Vegas, ya no como galaxia esplendente y remota, sino como identidad conflictiva, sufriente y erizada de dramatismo; en suma, son mujeres vinculadas a los hombres, pero con objetivos e imaginarios del todo desprendidos de éstos.

He podido hacerle muchas preguntas. Pero no lo hice. En parte porque Federico maneja con toda su atención puesta en las acacias del camino, en las bandadas de liceístas, en la forma en que una avenida hace un tajo en esta Caracas de sus amores... y, mientras, alguien tiene que estar pendiente del camino. No le pregunté nada porque estaba atenta a los semáforos, a la gente que se cruzaba delante sin saber hasta qué punto arriesgaba su vida.

Pero, sobre todo, no le pregunté porque en realidad no me interesa saber cuánto de "realidad" hay en Sumario, cuánto de verdad histórica. Principalmente, porque todo lo que está allí es verdad. O Federico lo hizo verdad, que para el caso es lo mismo. Prueba de ello es que antes de trasponer la portada de Sumario, yo sospechaba que Pérez Jiménez había sido el autor intelectual del crimen contra Delgado. Y tras su lectura tengo la total certeza.

Suelo hacer a mis alumnos la siguiente recomendación: cuiden la estructura de sus notas noticiosas, así como el lenguaje que usan para narrar los hechos, porque todo lo que es carne de periodismo, hechos con referencia en lo real, está condenado a convertirse en ficción, cuando los protagonistas de esos eventos hayan desaparecido y los lugares donde se produjeron hayan sido barridos o se haya construido otra en su lugar.

Sumario es tan convincente, es tan parecida a una minuciosa investigación histórica, periodística o detectivesca, que parece una exposición literal de los hechos. Al leerla se tiene la impresión de que Federico solo tuvo que pararse debajo del árbol de la historia a esperar que su tronco y sus ramas se amustiaran y cayera en sus manos la fruta del relato, que, al estar desprendida de la realidad constatable ya es novela.

Es como si, en vez de novelista, Federico fuera una especie de minero que va a la veta con sus picas y sus cinceles a desincrustar esta gema palpitante.

Sabemos que no es así. Sabemos que esta historia de conjuras, traiciones, disparos, uniformes, viudas y casacas realengas es una invención de Federico Vegas. Ya hemos sido advertidos por Tomás Eloy Martínez de que "todo acto de narración es, como se sabe, un modo de leer la realidad de otro modo, un intento de imponer a lo real la coherencia que no existe en la vida". Y no es que el asesinato de Delgado Chalbaud no tuviera coherencia. Al contrario, es su vida la que jamás la tuvo. No por nada ya Federico lleva dos novelas, unas 1.500 páginas, bregando para poner orden en esa peripecia errática. Y, por cierto, lo más probable es que haya una tercera entrega (después de Falke y Sumario, desde luego), porque en Sumario lo que menos vemos es la figura de Delgado Chalbaud, quien ya lucía desvaído antes incluso de ser arrojado a la arena de la lidia por una caterva de borrachos, un sicópata y un resentido. Este es un aspecto curioso de esta novela: cuantas más páginas se agregan a la trama más empalidece el perfil de Delgado hasta que llega el momento, la página, en que la novela no se trata de él. Se trata de las relaciones entre los seres, sus pasiones, sus ambiciones, sus búsquedas de destino.

Concebida por un arquitecto que nunca ha abandonado del todo ese ejercicio, Sumario se monta sobre un plano complejísimo. No de casa. Se diría que su estructura obedece al trazado de un castillo. Con sus torres, sus pasadizos, su patio de armas y sus puentes levadizos.

Cada galería que traza se va ramificando en otras estancias, otros salones, otros pasillos.

Esta es una novela de novelas.

Un cuenterío. Muchas veces recuerda a El Quijote: tramas que echan raíces mientras los protagonistas llevan palo.

Pero nunca nos apartamos del drama central, que no permite que el autor se desparrame. Traigo otra cita de Tomás Eloy Martínez: "Corregir la realidad, transfigurarla o, al menos, disentir de la realidad, es uno de los deseos centrales del narrador. Pero para que la corrección tenga sentido, debe haber una realidad previa pesando, ejerciendo su fuerza de gravedad, sobre la imaginación del narrador: una experiencia de vida, una lectura, algo que lo excita, que lo saca de quicio.

Eso no explica, por supuesto, la densidad literaria de un texto, porque la literatura no es una mera corrección de la realidad, un trazo que altera la imagen original --como los bigotes que los niños dibujan sobre las reproducciones de la Gioconda--, sino otra realidad, diferente pero no adversaria de la realidad del mundo: un deseo de otra realidad y de otro orden dentro de la realidad, a la vez que un desplazamiento de la realidad hacia el territorio de la imaginación".

--Entre el sumario y mis recuerdos no llegamos al 10% de la verdad --dice Francisco Rueda, cuando ya cree haber terminado su trabajo con el sumario de verdad, el mamotreto jurídico.

Sumario, la novela, en cambio, es 100% verdad. Porque responde todas las preguntas que despierta. Porque se constituye en un cercado de palabras, una plaza de toros literaria, para que Delgado vuelva a morir, pero ahora en un entramado de verdades y no en la red de mentiras en la que sucumbió en su primera muerte, la de 1950.

Pero es verdad, sobre todo, porque Sumario demuestra que los países tienen una historia pero viven en la literatura. Me explico: como en Maracaibo no se puede ver el sol sin riesgo de quedarse ciego, las tejedoras han creado los soles de Maracaibo unas piezas de complejidad y belleza sin límite, que reproducen el sol en lo que éste tiene de redondo, de filigrana y de maravilla pero no en su capacidad de dejarte sin vista. Así es la novela, así es Sumario, como no podemos avistar el país sin ser abatidos por sus miserias, sus crueldades y esa fiesta de sangre que no cesa, entonces tenemos la novela, un encaje de palabras que organiza los vacíos y divide en párrafos los horrores.
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EL NACIONAL - Jueves 09 de Septiembre de 2010 Opinión/8
Sumario
EDGARDO MONDOLFI GUDAT

Jamás imaginé que el historiador Simón Alberto Consalvi, o el imprescindible librero Rafael Ramón Castellanos, terminarían convirtiéndose en personajes de novela. Lo mismo ocurre con Elías Pino Iturrieta y con otros entrañables contemporáneos que transitan la trama, dialogan a lo largo de la obra o son aludidos, a su vez, por el elenco de voces que integra el más reciente trabajo narrativo de Federico Vegas.

Sumario (Alfaguara, 2010) es un delta portentoso donde estas vidas contemporáneas conviven dentro de un inteligente concurso de planos temporales, con los protagonistas de un evento histórico que se definió, de manera trágica, hace medio siglo.

Aunque trata, en esencia, del enmarañado asesinato de Carlos Delgado Chalbaud y del expediente que tardó años en labrarse para poder echar el guante a los responsables de un magnicidio que jamás quedó aclarado del todo, sería aventurado calificar esta obra como un nuevo intento por escribir novela histórica.

Más que aventurado, confieso que sería algo pasado de moda hacerlo. Precisamente lo más sólido que ofrece esta obra es el mundo de pretextos para contar otras historias que van tejiéndose en torno al magnicidio o que siguen discurriendo años más tarde, cuando el protagonista principal, Francisco Rueda, intenta atar los cabos sueltos de aquella tragedia en la cual él mismo estuvo involucrado como secretario del tribunal que llevó el caso hasta su inconcluso final.

Lo que además la salva de ser considerada un nuevo y aburrido intento por hacer novela histórica, es lo que se permite aclarar el propio Rueda cuando decide juntar recuerdos y animarse, al fin, a escribir esta obra de la mano de Federico Vegas. Dice Rueda: "Creo que mejor será presentarla como una novela dentro de una historia". Esta frase define la tapa del cofre que, al abrirlo, deja escapar la figura de Carlos Delgado, cuya vida condensa el más ambiguo de los infortunios, pero también deja escapar docenas de historias personales, como la de su viuda o de la viuda de su asesino, o de la familia Rueda, o de los cómplices en el atentado.

Al otro extremo del libro, al concluir su lectura, uno queda con la indefinible sensación de que en 1950 se perpetró uno de los hechos más delirantes que hayan ocurrido en la historia de Venezuela. Pero, para compensarlo, queda uno también con la sensación de que Vegas ha cumplido la hazaña de construir una obra maestra en su género. El elogio no me lo permito en vano.






EL NACIONAL - Sábado 28 de Agosto de 2010 Papel Literario/2
Sumario
MILAGROS SOCORRO

Federico Vegas lleva dos novelas bregando para poner orden en esa peripecia errática que es la vida de Carlos Delgado Chalbaud

El otro día, Federico vino a recogerme para dar un paseo. Era el trabajo de campo, digamos así, para la crónica que yo escribiría, a propósito de los escenarios del asesinato de Delgado Chalbaud. Escribo una serie llamada "Lugares de Caracas", que publico en la revista Clímax; y pensé que la aparición de Sumario, así como el hecho de cumplirse en noviembre 60 años del magnicidio, constituían una buena ocasión para hacer una nota con referencia en hechos históricos que, además, me diera la ocasión de hacer una crónica al aire libre para ese conjunto de crónicas.

De Los Palos Grandes, donde vivo, fuimos directamente a la quinta Lois. O al lugar donde estuvo la residencia de donde salió el Presidente aquel lunes 13 de noviembre de 1950. De allí rodamos algo más de una cuadra y estuvimos en el punto donde fue interceptado por dos carros, obligado a abordar uno de ellos y, en fin, secuestrado. Pasamos frente a la casa del Country Club, discurrimos por esa hermosa avenida sombreada por los árboles, llegamos al Rosal y, poco después, ya nos encontrábamos en el solar donde se alzaba la quinta Maritza, donde los asesinos se unieron a la víctima por toda una eternidad. Las dos casas son hoy edificios. Fue un recorrido corto, pero aún así tuve tiempo para hacerle varias preguntas a Federico.

¿Francisco J. Rueda, el secretario que escribió a máquina buena parte de las declaraciones, existió en verdad? (Después sabré que no, que es una invención novelística).

¿Feliciano Rueda, el padre de Francisco, ese ingeniero hidráulico que se quedó con las ganas de hacer puentes primorosos en Venezuela, tal como había estudiado en Europa, ese hombre existió? (Es un personaje que cree fervientemente en que todo está en los periódicos o, por lo menos, que toda la verdad del complot contra Delgado estaba en El Nacional de aquellos días). Quiero saber si realmente existió ese lector y si es posible tal fervor por lo que escribimos los escritores de prensa.

¿Franco Quijano existió? Él o alguien con otro nombre, pero que te sirviera de modelo fidedigno para crear ese lector, ahora de literatura y de historia, capaz de inventarse escritores inaugurales, porque los países necesitan poetas y fabuladores que lleguen con los fundadores de las ciudades, que vengan con los caballos, que zigzagueen entre los arcabuces y que pongan rodilla en tierra pero para escribir los versos sobre los que habrá de fundarse el alma nacional.

Esa sirvienta coja, de maneras conventuales, enamorada de Delgado Chalbaud y suspirando por él bajo el mismo techo que habita su esposa, la rumana, ¿existió? ¿O te la inventaste, Federico? Dímelo, porque diría mucho de ti que, en medio del holocausto de un hombre al que todo un país quiere muerto, tú te pongas a inventar tramas de mucamas apasionadas por el macho de la casa. Este punto me interesa especialmente porque, con Sumario, el personaje femenino entra de lleno en la obra de Vegas, ya no como galaxia esplendente y remota, sino como identidad conflictiva, sufriente y erizada de dramatismo; en suma, son mujeres vinculadas a los hombres, pero con objetivos e imaginarios del todo desprendidos de éstos.

He podido hacerle muchas preguntas. Pero no lo hice. En parte porque Federico maneja con toda su atención puesta en las acacias del camino, en las bandadas de liceístas, en la forma en que una avenida hace un tajo en esta Caracas de sus amores... y, mientras, alguien tiene que estar pendiente del camino. No le pregunté nada porque estaba atenta a los semáforos, a la gente que se cruzaba delante sin saber hasta qué punto arriesgaba su vida.

Pero, sobre todo, no le pregunté porque en realidad no me interesa saber cuánto de "realidad" hay en Sumario, cuánto de verdad histórica. Principalmente, porque todo lo que está allí es verdad. O Federico lo hizo verdad, que para el caso es lo mismo. Prueba de ello es que antes de trasponer la portada de Sumario, yo sospechaba que Pérez Jiménez había sido el autor intelectual del crimen contra Delgado. Y tras su lectura tengo la total certeza.

Suelo hacer a mis alumnos la siguiente recomendación: cuiden la estructura de sus notas noticiosas, así como el lenguaje que usan para narrar los hechos, porque todo lo que es carne de periodismo, hechos con referencia en lo real, está condenado a convertirse en ficción, cuando los protagonistas de esos eventos hayan desaparecido y los lugares donde se produjeron hayan sido barridos o se haya construido otra en su lugar.

Sumario es tan convincente, es tan parecida a una minuciosa investigación histórica, periodística o detectivesca, que parece una exposición literal de los hechos. Al leerla se tiene la impresión de que Federico solo tuvo que pararse debajo del árbol de la historia a esperar que su tronco y sus ramas se amustiaran y cayera en sus manos la fruta del relato, que, al estar desprendida de la realidad constatable ya es novela.

Es como si, en vez de novelista, Federico fuera una especie de minero que va a la veta con sus picas y sus cinceles a desincrustar esta gema palpitante.

Sabemos que no es así. Sabemos que esta historia de conjuras, traiciones, disparos, uniformes, viudas y casacas realengas es una invención de Federico Vegas. Ya hemos sido advertidos por Tomás Eloy Martínez de que "todo acto de narración es, como se sabe, un modo de leer la realidad de otro modo, un intento de imponer a lo real la coherencia que no existe en la vida". Y no es que el asesinato de Delgado Chalbaud no tuviera coherencia. Al contrario, es su vida la que jamás la tuvo. No por nada ya Federico lleva dos novelas, unas 1.500 páginas, bregando para poner orden en esa peripecia errática. Y, por cierto, lo más probable es que haya una tercera entrega (después de Falke y Sumario, desde luego), porque en Sumario lo que menos vemos es la figura de Delgado Chalbaud, quien ya lucía desvaído antes incluso de ser arrojado a la arena de la lidia por una caterva de borrachos, un sicópata y un resentido. Este es un aspecto curioso de esta novela: cuantas más páginas se agregan a la trama más empalidece el perfil de Delgado hasta que llega el momento, la página, en que la novela no se trata de él. Se trata de las relaciones entre los seres, sus pasiones, sus ambiciones, sus búsquedas de destino.

Concebida por un arquitecto que nunca ha abandonado del todo ese ejercicio, Sumario se monta sobre un plano complejísimo. No de casa. Se diría que su estructura obedece al trazado de un castillo. Con sus torres, sus pasadizos, su patio de armas y sus puentes levadizos.

Cada galería que traza se va ramificando en otras estancias, otros salones, otros pasillos.

Esta es una novela de novelas.

Un cuenterío. Muchas veces recuerda a El Quijote: tramas que echan raíces mientras los protagonistas llevan palo.

Pero nunca nos apartamos del drama central, que no permite que el autor se desparrame. Traigo otra cita de Tomás Eloy Martínez: "Corregir la realidad, transfigurarla o, al menos, disentir de la realidad, es uno de los deseos centrales del narrador. Pero para que la corrección tenga sentido, debe haber una realidad previa pesando, ejerciendo su fuerza de gravedad, sobre la imaginación del narrador: una experiencia de vida, una lectura, algo que lo excita, que lo saca de quicio.

Eso no explica, por supuesto, la densidad literaria de un texto, porque la literatura no es una mera corrección de la realidad, un trazo que altera la imagen original --como los bigotes que los niños dibujan sobre las reproducciones de la Gioconda--, sino otra realidad, diferente pero no adversaria de la realidad del mundo: un deseo de otra realidad y de otro orden dentro de la realidad, a la vez que un desplazamiento de la realidad hacia el territorio de la imaginación".

--Entre el sumario y mis recuerdos no llegamos al 10% de la verdad --dice Francisco Rueda, cuando ya cree haber terminado su trabajo con el sumario de verdad, el mamotreto jurídico.

Sumario, la novela, en cambio, es 100% verdad. Porque responde todas las preguntas que despierta. Porque se constituye en un cercado de palabras, una plaza de toros literaria, para que Delgado vuelva a morir, pero ahora en un entramado de verdades y no en la red de mentiras en la que sucumbió en su primera muerte, la de 1950.

Pero es verdad, sobre todo, porque Sumario demuestra que los países tienen una historia pero viven en la literatura. Me explico: como en Maracaibo no se puede ver el sol sin riesgo de quedarse ciego, las tejedoras han creado los soles de Maracaibo unas piezas de complejidad y belleza sin límite, que reproducen el sol en lo que éste tiene de redondo, de filigrana y de maravilla pero no en su capacidad de dejarte sin vista. Así es la novela, así es Sumario, como no podemos avistar el país sin ser abatidos por sus miserias, sus crueldades y esa fiesta de sangre que no cesa, entonces tenemos la novela, un encaje de palabras que organiza los vacíos y divide en párrafos los horrores.

Ilustración: http://www.exitosfm.com/movil/visorNota.aspx?id=1383&tpcont=1

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