lunes, 13 de septiembre de 2010

algo más que vidrios ... rotos


De tres misceláneas estructurales
Luis Barragán


Hay anécdotas, momentos o circunstancias que esconden un inmenso costo. Por muy pasajeras o gratuitas que se digan, expresan la evolución de un mismo relato vivido, consistente, profundo y duradero. Hallamos – por una parte – a los trabajadores de la Cancillería que denunciaron el aumento salarial adeudado, planteando la posibilidad de un pacífico y sensato cronograma de pagos. Por ironía, en la sede de un ministerio que se dice del Poder Popular al mando de un antiguo sindicalista, recibieron la presunta, inmediata y violenta visita de los llamados Tupamaros, quienes deshicieron la protesta y los vidrios de la sede, propiciando el caos.

Además de la suerte que corre toda demanda de mejoramiento económico y social, aún la fundada en la propia Gaceta Oficial, atestiguamos una acción de terrorismo indirecto del Estado que asume el más modesto gesto de inconformidad como el tsunami diabólico de una conspiración. Y, lo peor, es que hace presencia la Guardia Nacional (Bolivariana) para consagrar el rompimiento del acto de protesta, sin que los ciudadanos sepamos de las responsabilidades que caben en tamaña modalidad de inoculamiento literal y sistemático del miedo.

Constatamos – por otra – que el fallecimiento natural o trágico de importantes dirigentes oficialistas, ofrece la oportunidad para desbordar los odios y rencores inducidos desde el propio aparato del Estado. Las redes sociales se llenan de toda suerte de insultos que, si bien no justifican tan deplorable reacción, responden al libreto de la agresión en el que todavía insiste el gobierno nacional como si jamás le fuera a dar alcance, o – según el cálculo – dándoselo como el mejor pretexto para legitimar y dar el zarpazo final que tanto ansia.

Chistes de circulación popular, como el del pato – el colmo de todos – que muere ahogado, anuncia fielmente la tarea a desarrollar en la transición postchavista sobre los condicionamientos culturales existentes o sobrevenidos a superar, los que impedirán – de no hacerlo con coraje - una definitiva era de respeto a la dignidad de las personas, en paz y concordia. No es posible descartar que los servicios de contrainteligencia se hagan eco de los tristes mensajes, pues son los que ayudan al clima de descomposición moral que tiene por único beneficiario al ocupante de Miraflores.

Asistimos – finalmente – al denso maquillaje de una realidad que, insobornable, aflora de los ásperos poros de la sociedad rentista que somos. Los comerciantes de Sabana Grande y sus alrededores que fundamentan la imposibilidad de una rápida sustitución de sus portalones de acero, son llamados a dar un testimonio de corresponsabilidad por las autoridades de la alcaldía menor de la ciudad capital, mientras aquellos cumplen con su cuota – como el pago puntual de sus tributos – y éstos confiesan postreramente sus incapacidades.

Fuimos testigos (y partícipes) de una mesa de seguridad entre los referidos comerciantes y autoridades públicas, incluyendo a representantes de las policías de Caracas y Metropolitana, Guardia Nacional (Bolivariana) y de la Reserva o Milicia (Territorial), amén de los consejos comunales. Después de todos los planteamientos formulados, siendo muy evidente prioridad actual, reconocieron los responsables del área que no había capacidad en cuanto a recursos humanos y materiales para garantizar la seguridad, entendiendo el humilde mortal que suscribe, la existencia de la matraca como un irremediable hecho natural.

La protesta genuina, real y espontánea tiene por respuesta inequívoca la represión cada vez menos disimulada del Estado; toda burla depredadora, por origen el desconocimiento oficial u oficialista a la dignidad inherente a la persona humana; y cualesquiera de las iniciativas de participación, ratifica el histrionismo de un régimen que evade su incapacidad para solventar los más agudos y urgentes problemas que quiso transferir a las comunidades con su fallida propuesta de reforma constitucional de 2007. Por si fuera poco, algo más que un asunto del diario de debates, al presupuesto ordinario del que goza por la facilísima, subordinada y dócil aprobación parlamentaria, se suman los cuantiosos créditos adicionales que versan sobre el mantenimiento de la flota aérea presidencial o la adquisición palaciega (o palacista) de más jabón, cuchillos y comida (equivalente a 14.817 canastas básicas).

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