martes, 31 de agosto de 2010

pensando también a balza


EL NACIONAL - LUNES 22 DE SEPTIEMBRE DE 2008 CULTURA/3
El foro del lunes
JOSÉ BALZA El escritor es el autor del libro Pensar a Venezuela
Con la aparición de esta obra, Bid & Co. Editor trae de vuelta a la luz a un ensayista que, durante los años que estuvo sin publicar, además de escribir narrativa se dedicó, como aquí se demuestra, a reflexionar sobre el país y sus problemas
«Pese a todo, hay una coherencia de la personalidad venezolana»
DIEGO ARROYO GIL


Pensar a Venezuela, este libro de ensayos tan interesante de José Balza, aparece en un momento en que nadie se esperaba ninguna reflexión sobre el país que corriese a contravía de lo contingente, es decir, de la noticia del día o del día anterior. Su trabajo principal –el que da título a la obra–, es un texto desconcertante por dos razones: además de que hurga en las entrañas colectivas de la nación, no ofrece respuestas, no sutura la herida por donde pasa el bisturí sino que la deja abierta para la mirada distraída.

Se trata, hay que advertirlo, de un ensayo exigente, que se da de cabezazos a medida que trata de encontrarle un asidero explicativo, una respuesta a la pregunta que el autor postula en las dos primeras líneas de su trabajo: "¿Llegaremos, alcanzaremos a ser una Venezuela íntegra?". A partir de allí, el viaje de la escritura estará orientado por una reflexión profunda, plagada de datos y comparaciones. Va al pasado como en busca de una definición que sitúe al presente, que lo ponga en su lugar. Una tarea difícil pero necesaria.

Publicado por Bid & Co. Editor, Pensar a Venezuela aparece conjuntamente con dos libros de narrativa del autor: Un hombre de aceite, bajo este mismo sello, y El doble arte de morir, de Ediciones B.

–Usted subraya que el decurso de nuestra fundación como nación ha estado marcado por "interrupciones", ¿cómo definiría estas "interrupciones"?
–Lo explico. Es probable que haya habido un transcurrir en estas tierras, un transcurrir ignoto, ignorado, que puede haber comenzado de manera más o menos estructurada hacia el año 500 D. C., cuando se asentaron aquí las diversas etnias indígenas. Todas esas etnias tenían sus lenguajes propios, sus ritos, como es natural. Ahora, la aparición de Colón, sin duda interrumpe el fluir de esas tradiciones, de ese lenguaje, de esa cultura.

Allí se produciría la primera interrupción, al menos la primera de la que somos conscientes, la primera de la que tenemos constancia. La primera evidencia de esa transformación, de esa ruptura, es la transformación del lenguaje. Ninguno de los lenguajes indígenas va a predominar sobre el que llegaba: el español se impone. Allí tenemos una reformulación social. Lo mismo que sucedió con el lenguaje ocurrió con las religiones, con las tradiciones. El mundo indígena retrocede, y pasarán siglos para que vuelva a ser apreciado y rescatado, como ha ocurrido.

–De modo que la interrupción implicaría como una mutación en la cultura. ¿Hubo una segunda?
–Sí. La otra gran interrupción ocurrió una vez que se había establecido el mundo colonial con todo eso que había llegado, una vez que el indígena y el negro se habían integrado a esta nueva realidad. Fue entonces cuando se deseó una ruptura con esa matriz de lenguaje que era España. No se va a cambiar de idioma, pero éste quiere decir otra cosa.

Ello se produce desde finales del siglo XVIII hasta 1810 al menos. La ruptura vendría por la acusación que se le hace al imperio, pero sobre todo a la religión, de someter a estas tierras como una colonia.

El Dios y el rey tienen que ser eliminados. Se produce un nuevo canal de pensamiento, de sensibilidad. El gran héroe se convierte en un fantasma que nos paraliza, porque se pretendió convertirlo en Dios. Creo que todavía estamos viviendo esa segunda gran interrupción. Para muchos venezolanos el héroe es más importante que Dios; lo sienten más cerca. Pero ese héroe nos paraliza. ¿No es eso lo que está ocurriendo fundamentalmente hoy? Estamos paralizados en la deificación de la historia. Somos incapaces de liberarnos de esto. Lo más triste es que ello conlleva a que la imagen militar, la imagen guerrera, la imagen bélica, la imagen destructora, predominen como factores de orientación de la sociedad.

En cambio, nuestros filósofos, nuestros religiosos, nuestros artistas, claro que ocupan un lugar importante, pero no son el norte que orienta al país, como debería ser.

–¿Así que mantenemos rasgos de "personalidad" como nación que tienen origen remoto? En su ensayo usted llega a remontarse al siglo XVII venezolano. –Si duda. Es que si tú lees o escuchas las historias de un transmisor de la etnia wayúu, como Miguel Ángel Jusayú, por ejemplo, te enteras de que él conoce esas historias porque se las contaron sus abuelos, y sus abuelos las conocieron a la vez por sus abuelos.

Así uno puede remontarse a 1.000 años atrás. Es un testimonio directo. Cito 2 elementos caracterológicos. Un relato de Jusayú, guajiro, se detiene en el mundo de la flojera, de cómo un nieto engaña a una abuela, al hacerle creer que va al conuco a trabajar y nunca va, hasta que las señora se da cuenta. El otro: hay un tarén, o formulación mágica de los indios pemones, donde se puede encontrar un ensalme para que un chico que es feo se vea atractivo ante la chica que él desea. La gente está acostumbrada a pensar que las cosas indígenas son sólo cantos de amor. No. La tradición indígena registra toda la cotidianidad, pero no nos damos cuenta por las interrupciones. Tenemos componentes de aquella realidad en nosotros. Otro ejemplo.

Cuando se revisan las actas de la Inquisición, la cual funcionó en Venezuela a partir de 1610, te das cuenta de que aquí muchísimas personas fueron llevadas a la muerte o a prisión porque hablaban demasiado, no podían contenerse, tenían que hablar y hablar y hablar. Es la habladora nuestra, nuestra capacidad de ofrecer y no cumplir.

Tenemos rasgos cuyo testimonio está en documentos precolombinos, así como en toda la literatura y el arte venezolanos de los siglos XVIII, XIX y XX. No podemos dejar de ser la sangre indígena, negra y blanca que se reúne en nosotros. Configura nuestra personalidad.

–Volvamos a las interrupciones. ¿Ellas están alimentadas por eso que usted llama "el inmaduro deseo venezolano por la novedad"?
–Hay algo de eso. Se plantea un problema interesante. El padre José Gumilla, en 1739, discute el problema de si las almas del negro y del indio son iguales a la del blanco.

Pasan 200 años y Guillermo Meneses también toca ese asunto, sin saber que lo había tratado Gumilla. De este problema nació una desconfianza hacia nosotros mismos, de superstición de nuestra capacidad. Se estableció una desigualdad que aceptamos.

Al ser evaluados, nosotros los mulatos, negativamente, comenzamos a creer que teníamos que interrumpirnos para imitar lo que no éramos. Esto tiene vigencia. Es el fantasma del blanco que no somos. Se refleja en nuestros modelos políticos, que están incesantemente interrumpiendo, a diferencia del modelo profundo, que es el de los creadores, aunque permanece oculto.

Que los gobiernos improvisen parece ser nuestro consuelo, cuando nuestro consuelo debería ser la continuidad que venimos siendo. Tenemos un inexorable deseo de recomenzar todo. Creemos que debemos ser eternamente jóvenes.

–¿Esto es lo que hace atractivas las nuevas propuestas, sobre todo las que prometen acabar con todo con la promesa de reconstruir?
–Sí, aunque sean erróneas.

–Usted acaba de hablar de la "continuidad que venimos siendo", que es, por cierto, la reflexión con la que cierra su ensayo. ¿Por qué cree que es importante mencionarla en los momentos actuales? –No se trata sólo de los momentos actuales. Es que tenemos que darnos cuenta de que al lado de la eterna juventud y del recomenzar hay una línea estructurante de la personalidad del país. Quienes han sido libres para explorarla, para mostrarla, para vivirla, han sido los pensadores de todo ámbito: plástico, musical, literario, filosófico, religioso, psicológico. Son ellos quienes nos han dado continuidad. En 1640 el padre Jacinto de Carvajal escribió la que es, posiblemente, la primera copla llanera de este país. Esa copla ha recorrido el llano durante siglos. Hay un registro mental o estético, como se le quiera llamar, que es constante en nosotros. En esa copla, como en nuestras creaciones, hay un autorretrato. Lo que ocurre es que nuestro pueblo no está educado, nuestra clase media no lee, no participa de eso, la clase alta sigue viendo televisión tonta.

Esto impide que se advierta esa espiral, ese mundo fluido donde sí tenemos vertebración. Porque lo cierto es que, pese a todo, hay una coherencia de la personalidad venezolana.

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