jueves, 5 de agosto de 2010

¿arte digital impredecible y virtuoso?


EL NACIONAL - Lunes 02 de Agosto de 2010 Cultura/4
El foro del lunes
YUCEF MERHI El artista cree que el país le rinde culto a lo feo
«Es un error hacer propaganda con la bandera del arte »
El pionero del arte digital en Venezuela considera que los museos y las bienales están en crisis a causa de la burocratización de la cultura, de la politización de las instituciones y de la apatía de sus actores
CARMEN V. MÉNDEZ

Yucef Merhi tenía 8 años de edad cuando expuso por primera vez una obra. Se trataba del Net@tari, exhibido en 1985 en el New Museum of Contemporary Art de Nueva York, Estados Unidos. Su presencia fue un hito no sólo por su corta edad sino porque era la primera persona que utilizaba el atari con fines artísticos. En 1997, el poeta y programador llevó su Poliverso andróctono al Museo Alejandro Otero. Una década después, rechazó la oportunidad de dirigir esa institución porque ningún funcionario le garantizó que las filtraciones y el aire acondicionado serían reparados con prontitud. Actualmente, se dedica a organizar la Bienal de la Universidad de Los Andes, que en su primera edición se centrará en el arte digital.

­¿Los salones de arte cumplen verdaderamente su función? ¿No se han convertido en un mecanismo predecible y viciado? ­Los salones tuvieron su "época dorada" en la década de los años noventa, cuando eran instancias para exaltar la creación. Luego muchos desaparecieron. Es el caso de la Bienal de Mérida, cuyo espíritu queremos rescatar, de manera más contemporánea.

Algunas bienales se siguieron haciendo pero ya no cumplen su papel primordial.

Simplemente se organizan para justificar unos presupuestos, unos cargos, un espacio. Hicimos de la cultura una burocracia.

­¿Es esa burocracia la causa de la actual crisis de los museos? ­En 1999 se abrió un gran paréntesis. Se empezaron a producir cambios profundos en la estructura institucional y se creó una política que contradecía los valores culturales vigentes anteriormente. Así entramos en un letargo, en un período de profunda decepción que se conjuga con la apatía y la desidia. Lo que tenemos hoy en día en los museos no sucedió de la noche a la mañana. Los cambios fueron paulatinos. Y lo mismo aplica en el sistema de leyes, el Congreso, el país. Todos nosotros hemos aceptado eso. ¿Cuántas personas se han encadenado a las puertas de un museo para defenderlo?

­¿Defendería usted a los museos, aun cuando ha criticado su vigencia en la contemporaneidad? ­Creo que los museos juegan un papel. Es un modelo que tiene siglos y en sus espacios nos sentimos a salvo. Me he detenido frente a una obra de Jesús Soto que está en Chacaíto, en condiciones deplorables, y al contemplarla siento inseguridad. En el Museo de Bellas Artes no me pasa eso.

En los museos de Europa hay que pagar para entrar, pero la gente sigue yendo, y las fundaciones y los filántropos les siguen dando dinero. Son necesarios para una parte de la cultura que hemos creado.

Ahora, no creo que sean los responsables de transmitir los valores culturales contemporáneos.

­¿Ha habido gestiones rescatables en la cultura, a pesar de la crisis? ­Las ha habido, pero hoy en día para asumir esos cargos hay que manejarse políticamente. Esa fue una de las razones por las que no acepté dirigir el Museo Alejandro Otero hace unos años.

Los cargos políticos no me interesan.

­¿Qué implicaciones tuvo la obra Máxima seguridad, la instalación hecha con los correos electrónicos de Hugo Chávez que usted mismo hackeó? ­La obra legitimó el hacking o hackeo como un medio de producción de arte, como lo constata un libro publicado en Inglaterra. Ello le abrió puertas a otros artistas y permitió que se entendiera que era posible hacer arte utilizando estas herramientas tecnológicas, cuyas formas no son contempladas en una escuela.

­Sin embargo, hackear es un delito. ¿Vale todo en nombre de la creación? ­En aquel momento no era un delito porque aún no existía una ley que estipulara que había que ir a prisión o pagar una multa por hacerlo.

Además, yo no tergiversé los textos; tampoco los vendí.

Simplemente fui un mediador entre la información que le llegaba al Presidente y el público. He conversado con personas próximas al ministro de Cultura, cuya sensibilidad les permitió entender el sentido de esa obra. Tampoco era propaganda política.

Creo que es un gran error hacer propaganda con la bandera del arte.

­Cita a Bolívar en el ámbito académico. ¿Hubiera usado sus textos en su obra, en lugar de los correos electrónicos del Presidente? ­Máxima seguridad propone una ruptura de la noción de la seguridad en el sentido contemporáneo, y no hubiera podido hacerla con los textos de una figura histórica.

Tal vez hubiera podido ir a la Academia Nacional de la Historia y obtener los manuscritos originales para hacer la instalación, pero eso era mucho más difícil y peligroso. De haber usado los textos de Bolívar, me hubiera sentido muy mal porque a él lo respeto. Para mí Bolívar es una figura que carga mucha sabiduría. El problema es su imagen actual. Me impactó mucho ver su esqueleto.

Carlos Contramaestre se hubiera jactado de semejante homenaje a la necrofilia.

­¿Ha cambiado la cultura visual del venezolano? Después de todo, la exhumación fue parcialmente televisada. Nunca se había visto algo así. ­Vivimos una realidad distinta a la de hace unas décadas, pero hay una constante, que es la idiosincrasia. Visualmente hablando, la nuestra es una cultura del rancho, de lo fraccionado, de lo despojado y maltratado, de la dolencia. Hemos perdido el gusto por lo bello. Lo han dicho muchísimos intelectuales: en Venezuela hay un culto a lo feo. Lo feo forma parte del ADN cultural.

­¿El totalitarismo entra por los ojos? ­El elemento visual es poderosísimo. La manera en que han sido tratados los símbolos en Venezuela lo evidencia. No se cambió la letra del Himno Nacional, pero sí se cambiaron la Bandera y el Escudo. El himno se mantiene intacto porque no es visual; pocos prestan atención a lo que dice su letra. Si los venezolanos se tomaran unos minutos para analizarlo estarían iluminadísimos, porque allí se dan las instrucciones de lo que hay que hacer ante un régimen totalitario.

No se está haciendo nada porque las personas no están escuchando ni leyendo.

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