lunes, 26 de julio de 2010

deserticósis


EL NACIONAL - Sábado 17 de Julio de 2010 Papel Literario/4

La isla desierta de Payares
La debilidad es llorar sin lágrimas.
Maurice Blanchot He vuelto a ser un faisán.
Herta Muller
GINA SARACENI

Hay libros que nos dejan a la intemperie, expuestos a una vastedad inconmensurable que nos sobrecoge al mostrarnos la desnudez de la que estamos hechos. Libros que señalan el quiebre que irrumpe e interrumpe la cotidianidad volviendo más trágico el desgaste de la rutina.

Libros, finalmente, que se detienen a mirar el resto de las pequeñas catástrofes del día a día y que despliegan su mirada por el desierto de huesos del que está hecha la experiencia humana.

Cuando bajaron las aguas (Premio Autores Inéditos, Monte Ávila, 2008) del joven narrador venezolano Gabriel Payares (Londres, 1982) pertenece a esta especie de libros que nos posicionan ante el fracaso y la derrota que nos determina como seres humanos.

Un conjunto de diez relatos que pone en escena una poética del deterioro y de la precariedad a través de un lenguaje sobrio, sin excesos, cuya fuerza mayor radica en su compostura y capacidad de nombrar la "excepción" como algo predecible, ordinario, común, incluso en sus manifestaciones más irreversibles.

En este primer libro Payares incursiona en la cotidianidad como lugar de revelación e interrupción; justo allí donde la vida se repite a través de sus rutinas y hábitos, lo extraordinario tiene lugar e inaugura un nuevo orden de las cosas; abre un hueco en el tejido de la vida de donde no podemos regresar.

Llama la atención que un escritor tan joven tenga el aplomo y la madurez de representar el desencanto y la desesperanza como devenires predecibles de la vida. Sin asombro, sin lamento, el desastre se instala en la experiencia, es su hueso y Payares hace que su escritura hable a través de una lengua despojada de expectativas pero a la vez testaruda porque no abandona la necesidad de buscar aquello que todavía no conoce.

La intemperie que sus relatos ponen en escena no sólo se manifiesta en la orfandad de "El Duro", indigente y recoge latas que camina sin tregua por la ciudad porque no tiene hogar donde volver. Sino también es el desarraigo que se descubre dentro de la casa, en el entorno familiar, en lo más propio, como si la ésta fuera también esa sombra siniestra que inquieta el orden conocido e instala la extrañeza en lo que creíamos protegido de toda amenaza y peligro (pensemos en "Los herederos", "Cuando bajaron las aguas", "Con miedo a los perros", "Timbalero", "Nota de suicidio #5").

A través de la exploración de temas como la familia, la casa, la herencia, la convivencia, las relaciones de sangre, el tedio, el abandono, la pérdida, la enfermedad, la soledad, Payares explora estados de desolación y decadencia que se manifiestan en un universo quebrado donde se desplazan seres disminuidos, mutilados, reducidos a la mínima expresión; seres que flotan, cual fantasmas, en un espacio que les devuelve sólo el reflejo de su degeneración.

Los habitantes de estos relatos son seres incompletos, puestos a prueba por las mínimas épicas de la vida; conscientes de la inutilidad de lo que se considera necesario; de la caída que zanja cualquier intento de construcción; de la vida animal que pulula debajo de la piel de lo visible, esa realidad escondida donde se alían las especies abisales, donde los monstruos celebran sus orgías, donde lo animal ladra e irrumpe, donde la sangre funda estirpes imprevistas que habitan la casa por debajo, por las raíces podridas del afecto.

Este libro nos hace recorrer un paisaje hecho de escombros, de objetos a la deriva, oxidados, putrefactos, inservibles; habitado por restos y sombras que están allí para mostrar su inutilidad y, a la vez, para revelar la potencia de sentido que se esconde detrás de su vencimiento y destrucción. Seres y cosas que sobreviven a duras penas; que se mantienen a flote en las aguas de un río que "nos había arrastrado hacia el más allá, lejos de todo el mundo conocido" (32).

Seres exiliados de sí mismos, sin lugar, fuera de lugar, inadecuados, incapaces, impotentes de reconocerse en el orden del día, en el mandato de la sangre, en el pasado heredado, en la ortopedia de la norma. Seres que avanzan dando tumbos, sin ruta, fuera de ruta, que llevan en la espalda un saco de deshechos, una "fétida abundancia" que les otorga la certeza de no "esperar nada de nadie" y que les proporciona un saber del agotamiento que recorre sus intentos de construcción de algo que perdure.

En una escena de la novela La carretera (2007) del escritor norteamericano Cormac McCarthy, un hijo le pregunta al padre cuando están frente al mar: "¿Qué hay del otro lado?". "Nada" es la respuesta que recibe. Pareciera ser ésta la pregunta que Payares propone en estos relatos que hurgan en esa línea que corta de tajo cualquier posibilidad de renovación y recuperación; ese horizonte que determina la imposibilidad de volver de la derrota pero que a la vez impulsa la escritura hacia ese más allá que se abre como un enigma que exige ser reconocido y dicho. Eso es lo que la escritura de Payares captura en su intento de trazar el naufragio de un barco que sólo sabe que la sobrevivencia tiene un costo que se paga toda la vida.

Sobrevivir a la casa y a las pruebas que nos exige, hacerse cargo de los fantasmas que habitan en sus paredes, confrontarse con el legado de la memoria, con esa tumba que es el pasado agotado y empequeñecido por el tiempo es lo que los personajes de Payares hacen. En este sentido, el presente y sus acontecimientos cotidianos son el lugar donde estos seres escuchan ese "gemido prolongado, silbante, parecido al de alguien a quien le cuesta respirar" (60).

Payares escribe sobre el llamado de la extrañeza, sobre ese quejido que se esfuerza por seguir tartamudeando y que exige ser atendido, incluso cuando no puede respirar, cuando el alfabeto se le resiste y hay que inventar una lengua que exprese el desierto que la rodea. Su libro manifiesta una inconformidad ante el presente y toma el riesgo de "embarcarse a la deriva" y de asumir el naufragio como posibilidad de decir lo indecible; pero, a pesar de su mirada desencantada y procaz, sin reparo en asumir el desastre que nos conforma, este texto nos revela también un llanto que llora sin lágrimas, un llanto que nos conmueve y nos deja cerca de la tristeza y el dolor.

En rumano, "He vuelto a ser un faisán" significa "He vuelto a fracasar".

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