viernes, 18 de junio de 2010

Cristiandad / Postmodernidad (I)


Cristianiasmo y postmodernidad
José I. González Faus

SUMARIO
1. Experiencias constitutivas de la postmodernidad
1.1. La revolución imposible
1.2. La sordidez de lo real
1.3. Conclusión: la «calle Melancolía»
2. Postmodernidad como antimodernidad
2.1. El milenarismo de la Modernidad primermundista (o «Dios ha muerto; viva Marx»)
2.2. Contra el aura marxista de la Modernidad (o «Marx ha muerto, viva Joaquín Sabina»)
3. Ambigüedades, preguntas y amenazas de la postmodernidad (o «..Joaquin Sabina también ha muerto, viva Rambo»?)
3.1. Valores de la postmodernidad
3.2. Preguntas y amenazas de la postmodernidad
4. Balance
5. Postmodernidad e Iglesia institución
6. La interpelación de las Iglesias latinoamericanas
Notas
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Este cuaderno tiene su origen en la conferencia de su Autor en el curso Pragmatismo postmoderno o solidaridad? de Cristianisme i Justícia (cuarto trimestre 1987), repetida después en el CEM de Valencia, y reelaborada posteriormente para el curso sobre «Fe y Justicia» de la Fundación Santa María, en Madrid. Remitimos al lector al libro La interpelación de la iglesias latinoamericanas a la Europa postmoderna y a las iglesias europeas, editado por la Cátedra de Teología de la Fundación Santa María, donde se publica completo el trabajo.
Reproducimos aquí la primera parte de dicho libro y un brevísimo resumen de la segunda y tercera parte.
El Centre Cristianisme i Justícia está preparando un trabajo más especifico sobre la postmodernidad, del que es autor Josep Mª Lozano.
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En un trabajo como este no es bueno exponer de manera genética todos los pasos de un proceso de análisis. Voy a intentar, pues, una exposición ya sistematizada, porque es mucho más clara y pedagógica. He de remitirme al libro de G. Vattimo (1), y he de dar por conocidos los recientes análisis de Rovira Belloso sobre Milan Kundera y Umberto Eco (2). Para este escrito, yo he preferido echar mano de puntos de referencia más cercanos a nosotros y de más rápida evocación. Y creo haber encontrado un material para ese empeño en uno de los ídolos de nuestra juventud actual: el cantante Joaquín Sabina. Su estilo esloganístico resulta muy apto para vehicular conclusiones. Por eso me referiré principalmente a él en forma de comentario a la letra de sus canciones (3). Sin perjuicio de que añada alguna que otra alusión a nuestros materiales de cada día, cuando me parezca que tienen esa misma capacidad de vehicular conclusiones o de formar lo que seria el resumen de todo un proceso.
Puede parecer superficial o poco serio eso de tomar la canción como material para una reflexión que quiere ser teológica. A esto cabe responder, en primer lugar, que la postmodernidad, precisamente porque renuncia a saberes y respuestas ..últimas», tampoco es demasiado pretenciosa en sus formulaciones. Por otro lado se puede responder también que la canción tiene hoy un innegable valor sintomático, desde el punto de vista sociocultural. Y la prueba de ello está en su misma evolución. Si dispusiéramos de más espacio podríamos comparar al Sabina que aquí comentaremos, con alguno de los «clásicos» de los anos sesenta: por ejemplo aquel Paco Ibáñez que, en el Olimpia de París, cantaba a los andaluces de Jaén: «decidme en el alma de quién, de quién son esos 0livos»... y cantaba al soldadito boliviano, armado «con un rifle americano regalo de Mister Johnson, para matar a su hermano» ., o salmodiaba la «amarga verdad» de Quevedo sobre el dinero y la pobreza. Igualmente seria posible comparar esa misma evolución en un mismo cantante, como podría ser J M. Serrat: ¡que diferencia entre sus canciones actuales y aquellas letras de Machado, «golpe a golpe, verso a verso», o aquel ignoto Manuel que «nació en España», cuya casa era de barro, «de barro y caña» y cayo sudor y cayo llanto «humedecían las tierras del señor día tras día,.. Todo aquello ha terminado, y esta evolución es significativa.
A mi modo de ver, no entenderemos bien todo eso que se ha dado en llamar «postmodernidad» (PM), si no percibimos que está hecha de dolor o, al menos, de decepción. Un dolor al que cabria aplicar aquellas famosas palabras de Buda: «esta es la noble verdad sobre el origen del sufrimiento:... del deseo brota el dolor; del dolor brota el miedo» A. En este caso ha sido el deseo loco y convencido del cambio histórico total, que nos movía hace unos años, y que fue bandera de la Modernidad. De aquí me gustaría que brotaran nuestras reflexiones. Porque la PM, antes que una filosofía o un sistema racional, es una experiencia y un estado de ánimo. Eso es lo que hemos de intentar describir.
1. EXPERIENCIAS CONSTITUTIVAS DE LA POSMODERNIDAD
1.1. LA REVOLUCIÓN IMPOSIBLE
Quiero recordar que, antes de hablar de PM (postmodernidad), estuvimos durante una temporada hablando del «desencanto»: esta palabra me parece importante porque hace de eslabón-de-empalme entre Modernidad y PM. La PM comienza a nacer cuando parece constatarse palpablemente la imposibilidad de ese cambio histórico soñado. Cuando el hombre cae en la cuenta de que ya «hace siglos que pensaron: las cosas mañana irán mejor», (CC) y, por tanto, cuando la ilusión de Prometeo se transforma en la repetida constatacion de Sísifo.
Notemos además que ese desengaño de la revolución viene a continuación del desengaño sobre la metafísica. La famosa frase de Marx, de que no hay que interpretar el mundo, sino transformarlo, había ido siendo leída en el sentido de que no es posible interpretar adecuadamente al mundo, pero sí que es posible transformarlo (aunque pueda discutirse si era ése su sentido original). Ahora se constata que tampoco es posible transformarlo.
Por consiguiente, si Marx escribió antaño con pasión que «Prometeo es el santo mayor del calendario laico», los postmodernos proclaman hoy, con pasión no menor, que Prometeo solo era la mayor idiota de la historia. Algunos incluso afirmarían que ni siquiera fue idiota sino aprovechado: que Prometeo no robó el fuego a los dioses para darlo a los hombres, sino para montarse con él algún «holding» transnacional.
Pero quedémonos con que Prometeo fue sólo un idiota. La razón de su idiotez es que se dejó devorar las entrañas por una empresa desprovista de sentido. Pues todo cambio histórico radical que apunte a realizar mas Justicia, más libertad y más humanidad, es un círculo cuadrado histórico. Justicia, libertad y humanidad son palabras que no significan nada o, en todo caso, son realidades que el hombre sólo puede buscar por sí solo y para sí solo, y con cuentagotas. Esta es una experiencia histórica innegable. Valdrá la pena preguntar a la PM cómo teoriza esa experiencia, y por qué cree tan inamoviblemente que toda revolución es imposible.
Y, substancialmente, yo creo encontrar dos tipos de respuestas:
a) la revolución es imposible porque el hombre no es de fiar, y el hombre es precisamente el sujeto de la revolución pendiente. Al menos vale esto del hombre blanco: «hombre blanco hablar con lengua de serpiente», le canta J. Sabina a Felipe González. Y frente a esa lengua de serpiente, todo presunto revolucionario sincero no pasa de ser un «cuervo ingenuo». Preciosa y dolorida expresion!.(4)
Releyendo lo del .«hombre blanco» quizás habría que decir que la PM es la crítica más atroz a las posibilidades de hacer esa revolución soñada, dentro de los cánones y las coordenadas de la ilustración occidental. En algún sentido esto mismo va lo había insinuado H. Marcuse, pero sin proponer otra alternativa que la de un romántico .«NO absoluto», y sin acabar de percibir que nosotros los occidentales ni debemos, ni queremos, ni sabemos cómo renunciar a esa ilustración. Este mismo error de esperar la revolución dentro de los cánones de la Modernidad Occidental, ha sido probablemente el gran fallo histórico del marxismo, del que algunas voces críticas ya habían dicho antaño que era «hijo de la misma madre» que el capitalismo occidental. Aquellas voces críticas y desatendidas quizás reciben ahora una tardía legitimación inútil.
b) Y una segunda razón: la revolución es imposible además porque crea represión, y la represión actúa sobre el mundo nuevo como «la soda con el güisqui» (GSS), es decir: lo agua y lo falsifica.
Esta constatacion revela una curiosa confesión sobre el papel del deseo en la pasada Modernidad. En el fondo fondo, la revolución se quería hacer en realidad para «liberar el deseo,», aunque luego (para hacerla creíble) se la presentaba como imperativo de la historia. Con ello resultó que se aspiraba a liberar el deseo, pero por medios que exigían la represión del deseo, y una represión que no iba a ser sólo momentánea (el compromiso, la militancia y, en resumen, la entrega de la vida). Esta contradicción tenía que saltar en algún momento. Y ahora que ha saltado, el postmoderno decide no apuntarse ni al engaño de una revolución que no libera al deseo ni, menos aun, al esfuerzo de una revolución que exige reprimir el deseo. El postmoderno opina con Sade que al deseo los frenos le sientan fatal, (GSS). El postmoderno no tiene ante el deseo otra argumentación ni otra salida que la del «¿qué voy a hacerle yo?»:
«¿qué voy a hacerle yo?
si me gusta el güisqui sin soda,
el sexo sin boda,
las penas con pan?»...(GSS).
Sólo que, con una confesión de este tipo, la PM se pone a la altura del «hombre blanco». Y Felipe González podría contestarle a Joaquin Sabina: ¿qué voy a hacerle yo, si me gusta el poder sin ellos, como a ti el güisqui sin soda?. Y todos contentos, que es como decir: nadie contento porque ya se ve que no hay cambio posible.
1.2. LA SORDIDEZ DE LO REAL
La PM ha hecho también la experiencia, dura pero innegable, de que nuestra realidad es sórdida, y que la ilusión moderna no había mas que enmascarar esa sordidez con bellas palabras altisonantes o de color de rosa, pero que (para aludir a la famosa novela de Eco), de rosa no tenían más que «el nombre».
Me parece sintomático, en este contexto, el que un director español haya decidido filmar recientemente las «Divinas Palabras» del viejo Valle Inclán. Sospecho que hay aquí algo mas que un retorno al clásico tema de la España negra. Aparte de que la película le haya salido con cierta belleza y cierta dignidad (un detalle que también es muy postmoderno), lo significativo de ella está más bien en su tema y en su titulo, es decir: la puesta en evidencia de una realidad sórdida, cuyos únicos contenidos son avaricia secreta, envidia corrosiva y afán de poder destructor; pero en la que todos esos contenidos van envueltos siempre con palabras altisonantes de amor al desvalido, de defensa de la moral, o de citas del evangelio. El significado de la película me parece entonces claro: sólo las palabras son divinas; y todo envoltorio verbalmente tranquilizador o racionalmente convincente, vehicula en realidad unos contenidos sórdidos. (Puede ser interesante insinuar cómo una critica de este género habrá de afectar más intensamente a la Iglesia, dado que ésta es la que mas pretende manejar palabras divinas o razones absolutas. Pero esto no podemos desarrollarlo ahora, y nos hemos de limitar a apuntarlo).
En este sentido, la PM es simplemente el intento honrado de quitarle a la realidad sus «divinas palabras», sus «nombres de rosa», encarando mas bien al hombre con la «insoportable levedad» de lo real. Para quitar a la realidad todas esas palabras pseudodivinas, la PM se vale sustancialmente de este doble recurso:
a) El uso destructor de la palabra
El empeño de «poner sus sucias manos sobre Mozart», para decirlo con otro titulo conocido. Hay en la PM un afán ingénuo de escandalizar, de «epater le bourgeois», de decir cosas fuertes, como modo de defenderse contra ellas. Ahí esta la canción de Sabina sobre este ,«fin de siglo cansado», (otra vez llamo la atención sobre el adjetivo): hacia el fin de siglo, en lugar de llegar a «una tierra que ponga libertad». hemos llegado a un «espectáculo» en el que «perversas jóvenes rubias se masturban para Vds.», en el que «hermosos jóvenes nazis bailan el rock and roll» y «el marqués de Sade sodomiza a una monja» (OL). Es el uso demoledor de las palabras, erigido en criterio o en defensa contra el engaño de las «divinas palabras».
Las alusiones que acabo de hacer, tanto a U. Eco como a «la insoportable levedad del ser», están más largamente comentadas en el estudio de J.M. Rovira Belloso ya citado. que califica como «cultura del gran Vacío» más o menos lo mismo que yo he calificado aquí como «divinas palabras». Remito pues a sus análisis, que son excelentes. Y quiero recoger otra evocación que allí se hace? muy de pasada pero muy intuitivamente: una alusión al cineasta M. A. Antonioni. Al leer a Rovira no pude menos de revivir una escena de una de las películas de Antonioni (no sé con certeza cuál, pero quizá sea El desierto rojo). En ella reaparece Mónica Vitti en su primer papel de deprimida perpetua. Y cuando, en un momento dado, explica la solución que dan los sabios a su desesperación insuperable, todo se reduce a que tiene que comprender que «lle cose che mi capitano sono la mia vita,l. Así de simple: no hay que apelar a nada ni a nadie: nl a Dios, ni al psiquiatra, ni a traumas infantiles, ni al confesor, ni a algún encuentro prometedor que deje todavía flotando la esperanza de un «rayo verde» en medio del «desierto rojo». Nada de eso. No hay que apelar más que a ese positivimos absolutizado de que «las cosas que pasan son la vida». Esa canonización de lo fáctico, esa renuncia a combatirlo o a cambiarlo que la protagonista de Antonioni aún no lograba digerir, eso es lo que la PM parece haber digerido ya.
b) El recurso a la «pequeña palabra»
Al pequeño envoltorio del que uno puede sospechar que, al menos, podrá encerrar menos sordidez que el gran envoltorio. A ver si así el «pequeño placer», que no tiene otra pretensión ni otro nombre que ése, y que no esconde su afán de ser sólo pequeño placer, consigue evitar la inagotable sordidez de la avaricia y del afán de poder. Por aquí, la PM se abrirá al «carpe diem» y a la «áurea mediocritas» del lejano poeta Horacio. Y este pequeño placer tiene además su raíz y su justificación en toda la cosmovisión propia de la PM, que podría resumirse en esta frase: la vida es tan dura y tan insoportable, que vale más morirse viviendo a bien», que conservarse la vida privándose de vivir bien. En el fondo, la ética del ,"egoísmo ilustrado" de Fernando Savater, es todavía demasiado moderna y, por eso mismo, demasiado anticuada. Al postmoderno ya no podemos decirle: «eh, eh, Sabina, ten cuidado con la Josefina»... porque la respuesta invariable será: «naranjas de la China» (ES). La rima es inevitable vulgar, deliberadamente vulgar. Pero la notable capacidad esloganesca con que formula el cantante da a sus palabras una fuerza y una penetración, que son totalmente lo contrario de la seductora poesía vácua de muchos mesianismos de antaño.
Y, para concluir este segundo apartado, quisiera llamar la atención sobre cómo complementa al anterior: la PM no ha sido sólo la destrucción de un mito (el mito moderno de la revolución), sino la destrucción de todos los mitos. En la «divina» palabra de la revolución no había sólo un error de cálculo histórico, que dejaba intactas otras grandes palabras, sino un error metafísico de visión de la vida: en esta vida no cabe ninguna gran palabra y, por eso, la PM se desmarca incómodamente tanto de la izquierda como de la derecha, y hace que a nosotros nos sea tan difícil enjuiciarla, o que la enjuicemos sólo parcialmente, desde nuestras posturas previas más revolucionarias o más conservadoras.
Pero de hecho, además del mito de la revolución social, quedan destrozados otros mil mitos que enumeraré aludiendo otra vez a canciones de Sabina:
El mito del progreso
El tan cacareado progreso se reduce a la cenestesia que uno tiene cuando es joven: «mañana era nunca y nunca llegaba pasado mañana»; y por eso era posible esperar. Pero cuando «mañana» llega, se acaba toda esperanza, y se acaba de la manera más ramplona: «pasaron los años, terminé la mili, me metí en un piso -hice algunos discos, senté la cabeza, me instalé en Madrid,» Y eso es todo. Eso es la vida, como tenía que aprender Mónica Vitti. Podrá ser que uno añore el ayer, que uno sepa que «cuando era más joven la vida era dura, distinta y feliz». Mientras que ahora: «hoy como caliente, pago mis impuestos, tengo pasaporte- pero algunas veces pierdo el apetito y no puedo dormir» (CMJ). Eso podrá ocurrir y ocurre. Pero no queda más que el derecho a la añoranza. «Hacen quinielas, hacen hijos, van al bar»: esto es lo que queda de los componentes de un antiguo grupo, y a esto se han limitado las seductoras promesas de los antiguos pontífices del progreso.
El mito del amor y de la mujer
El Sabina que quiere «sexo sin boda» y «sexo y rock and roll», siente sin embargo así de sus compañeras de relación:
hay mujeres envueltas en pieles sin cuerpo debajo,
hay mujeres que van al amor como van al trabajo...
hay mujeres que dicen que sí cuando dicen que no,
hay mujeres que buscan deseo y encuentran piedad,
hay mujeres que ni cuando mienten dicen la verdad,
hay mujeres que empiezan la guerra firmando la paz»...(HM).
El amor será por tanto otra «divina palabra». Es posible que alguna vez le toque a uno la lotería en alguna «rebaja de enero» (título de Sabina que expresa precisamente la historia de un amor que resulta inesperadamente afortunado). Y seguramente los hombres seguirán soñando con esa lotería rápida, porque también «hay mujeres capaces de hacerme perder la razón» y contra eso no puede hacerse nada. Pero al menos será conveniente no abrigar ilusiones desrazonadas y, por supuesto, no arriesgar nada para que, si el asunto falla, quede el consuelo de decir: «aquella noche que fallaste, tampoco fui a la cita yo» (TI). Eso es todo. Hay un claro deseo de no sufrir: «cómo decirte que el bien es el espejo del mal, cómo contarte que al tren del desconsuelo, si subes no es tan fácil bajar»... (CDCC). Pero se trasluce también un deseo vengativo de aprovecharse de esta realidad que obliga al hombre a arriesgar tanto: deseo calculado, incapaz de entregar nada, y muy semejante al de Ulises en los mitos de Circe o de las sirenas: «el cielo está en el suelo» y «el alquitrán del camino embriaga mas que el suave vino del hogar» (CDCC).
El mito de la diversión
En nuestra juventud de modernos la diversión apuntaba a «pasárselo de puta madre»: expresión pretendidamente desaforada y contradictoria, que utilizaba el insulto mayor para expresar la felicidad mayor, y que traslucía así un afán no sólo de traspasar todo limite y toda barrera de finitud, sino incluso de encontrar la armonía plena en esa transgresión. Ahora no: la diversión es simplemente «zumo de neón -contra la depresión» (ZN). Es simplemente «una especie de mueca en lugar de sonrisa» (P). Quizá los ingénuos padres modernos continúen recelosos ante los posibles «desmanes nocturnos» de sus hijos postmodernos. Pero deberían saber que no hay tal. Que lo único que ocurre es que «el club del desengaño -de madrugada está superpoblado»: este club en el que «todos se miran, na-na-nadie se toca»; y en el que a lo mejor «acabo vomitando en los lavabos de un antro moderno» mientras que, en perfecta desconexión con lo que pasa por el interior de nadie, «un grupo está tocando rock and roll a las puertas del infierno» (ZN).
Estas son las posibilidades postmodernas de felicidad. A pesar de todo, se mantiene la voluntad de no salir de ellas: «¿que voy a hacerle yo?»,
El mito del empeño ético
¿Por qué se mantiene esa voluntad? Pues porque el empeño ético no pasa de ser otro mito a derribar: «después de toda una vida sublimando los instintos... después de toda una vida poniendo diques al mar... de pronto un día pasaste de pensar qué pensarían tu mujer, tus hijos, tu portera, cuando supieran...» (JL). Si tales son las perspectivas «¿qué voy a hacerle yo?»
Y es así porque la PM está convencida de que el empeño ético no tiene más objetivo que el «qué dirán» ambiental (5). En cuando se ve desligado de ese que dirán, el hombre se muestra como realmente es: carente de todo norte ético, ancestralmente insolidario e incansablemente trepador. Lo saben muy bien el cantante joven, el pintor inexperto, el escritor primerizo, el «joven aprendiz» de lo que sea, que se vieron duramente rechazados por todos cuando comenzaban y, ahora que han llegado, perciben cómo todos se les acercan amablemente:
«La propia Caballé que me negó sus favores,
la diva que pasaba tanto de cantautores,
llamó para decirme: estoy en deuda contigo,
mola más tu Madrid que el Aranjuez de Rodrigo....»
«Y ¿qué decir del manager audaz y decidido,
que no me recibió, que siempre estaba reunido?
Hoy, moviendo la cola, se acercó como un perro
a pedir que le diéramos vela en este entierro»...(JAP)
Eso es el ser humano. Y aquel famoso «hombre nuevo» por el que tanto se desvivió el Che Guevara, no era más que otro mito estúpido, del que no quedan mas que esos escombros humanos por entre los que debe aprender a caminar «el joven aprendiz».
Y así sucesivamente: «cada noche un rollo nuevo. Ayer el yoga, el tarot, la meditación. Hoy el alcohol y la droga. Mañana el aerobic y la reencarnación» (CDCC)... Ya he aludido antes a la destrucción del mito de la política (otra de las divinas palabras de la Modernidad) que se contiene en la canción «cuervo ingenuo». Yo personalmente he echado de menos alguna alusión al «mito de la ciencia», porque quizás es el único mito que se mantiene en pie entre los budas de esta España postmoderna; y se mantiene precisamente cuando ya ha caído -como mito- en el resto de Europa. Pero este detalle no hace ahora al caso. El resultado de toda esta destrucción es el descompromiso mas absoluto. No hay partido, ni iglesia, ni causa, ni ser humano, ni objetivo histórico con el que valga la pena comprometerse: «desconfía de quien te dice "ten cuidado" -solo busca que no escapes de su lado» (PA). Pero desconfía también de quien parezca tocarte el corazón:
«cuando unos labios amenazan
con devorarme el corazón,
enciendo la señal de alarma
y escapo en otra dirección (AA).
Y así, del descompromiso mas absoluto, la PM pasa a la soledad mas total: soledad de padres y hermanos, de maestros y de amigos, de dioses y de amantes..Unos y otros solo buscan siempre «que no escapes de su lado». Y por eso, el único consejo que se atreve a dar J. Sabina es el de «pisar el acelerador»: «sientete viva, no este cautiva -mientras tengas gasolina tu motor, pisa el acelerador».
1.3. CONCLUSIÓN: LA CALLE MELANCOLÍA
En conclusión: no hay salida. Y como no hay salida, sólo queda la misma realidad de antes (y de siempre), pero con burla cínica en lugar de exaltación mítica. En todo caso cabrá preguntar por el papel catártico que, en esa realidad sórdida, juegan la música, la burla, la misma calidad de la frase.
Esta es quizá la conclusión mas llamativa y más destacable: la PM tampoco es feliz. Quizás es incluso menos feliz que aquella Modernidad esforzada y voluntarista, y supuestamente engañada. La PM sabe que «si dos no se engañan, mal pueden tener desengaños» (RE). Perfecto. Pero esta receta resulta también insuficiente porque, eliminada la posibilidad del desengaño, queda aún la nostalgia producida por la prohibición de soñar, queda la melancolía, y la añoranza de algo en lo que ya no se cree. Ante una constatación así, Camus daría, como es sabido, el consejo de «imaginarse a Sísifo dichoso», como única salida para el ser humano. La PM tampoco se aviene a eso: y unas veces prefiere imaginarse a Sísifo cínicamente corrosivo, mientras que otras veces optará por otra pequeña cátharsis romántica que consiste en cantar la propia desdicha. Ahí está esa canción, terriblemente nostálgica, pero también terriblemente egótica:
«Vivo en el número siete. calle Melancolía,
quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento, ha salido ya el tranvía.
Y en la escalera me siento, a silbar mi melodía» (CM).
¿Por qué esa imposibilidad de subir al vehículo que lleva a la alegría? Porque todo es inalcanzable: el cielo está «cada vez más lejano y más alto». Pero ¿y la tierra? ¿Y esa tierra nueva en la que tanto creyeron los modernos? En la tierra, es verdad, hay campos verdes y primaveras; pero «el barrio donde habito no es ninguna pradera - desolado paisaje de antenas y de cables» (CM). En la tierra parece haber también tiendas y puertas, pero son sólo «puertas que niegan lo que esconden» (CM). Y es cierto que existen en la tierra grandes supermercados repletos; pero el postmoderno se pasea a veces por ellos gritando: «¿quién me vende un poco de autenticidad?» (CDCC). En la tierra, el hombre presiente la posibilidad de «un encuentro que me ilumine el día», pero luego ese presentimiento es «como una enredadera que no encuentra ventanas donde agarrarse»; y no le queda más salida que «abrazarse a la ausencia que dejas en mi cama» (CM). Esta es, no ya la calle, sino la ciudad Melancolía; porque la melancolía ya no es nombre de un sólo individuo, sino que engloba a todos sus moradores; y deja de ser enfermedad personal para convertirse en epidemia: «esa absurda epidemia que sufren las aceras». O para convertirse en «un barco enloquecido que viene de la noche y no va a ninguna parte» (CM). Sólo queda efectivamente cantar la desdicha.
Y la razón de esa melancolía es un desequilibrio que parece inherente, no ya a la realidad ambiental, sino al ser humano mismo: el desequilibrio entre lo que llamaríamos «esperanza expectante» y la «esperanza esperada». La primera es la que «busca acaso un encuentro que le ilumine el día», como acabamos de decir. Pero la esperanza esperada se ha de limitar a «encender un cigarrillo y resolver un crucigrama». En estas condiciones siempre ocurrirá que «es pronto para el deseo y muy tarde para el amor» (CC). Doy importancia a esta frase, que me parece una de las definiciones más intuitivas del fenómeno que estamos analizando: siempre será «pronto para el deseo» porque éste lo quema todo; pero también «muy tarde para el amor» porque en el amor uno ya no se atreve a creer. Será pronto para el deseo porque, por culpa del deseo.
«vivo del cáncer a un paso,
del trabajo me han echado,
....
me he quedado tan delgado
como un papel de fumar»(ES)
Pero, a pesar de ello, «¿qué voy a hacerle yo si me gusta...?» Y sobre todo: ¿cómo voy a hacer caso de los que me dicen: «eh cuidado», si no creo que me lo digan por amor a mí, sino «para que no escape de su lado»? Decididamente, es pronto para el deseo y tarde para el amor. Esta es la vida.
Y si es así, ¿cómo no va a vivir el hombre en el número 7 (que además es el número perfecto) de la Calle Melancolía?
2. POSTMODERNIDAD COMO ANTIMODERNIDAD
Una vez hecha esta breve descripción, quisiera mostrar ahora, en un comentario sociocultural, que la PM no se limita simplemente a suceder en el tiempo a la Modernidad, sino que más bien reacciona (y muy duramente) contra ella. Es por eso antimodernidad más que postmodernidad. Quiero mostrar esto aunque yo sospecho que, a pesar de todo y por paradójico que parezca (pero por una ley que se repite en muchos procesos históricos), la PM no deja de estar marcada por la Modernidad, aun en medio de su dura reacción contra ella (6).
Esta última observación dejara abierta una pregunta futura a la que aun no podemos responder, a saber: que pesará mas a la larga: si el ser hijo de tal padre, o la reacción contra el padre. A esta pregunta responderán los años futuros. Nosotros ahora nos limitamos a analizar qué factores son aquellos en los que se percibe el talante reactivo y hostil de la PM para con la Modernidad, Esos factores componen en mi opinión un proceso que podemos describir así: la Modernidad puso la utopía humana en lugar de Dios; y la PM ha puesto el pequeño burgués en lugar de la utopía.
Con ello tenemos, casi sin querer, las dos partes de este apartado 2.
2.1. EL MILENARISMO PRIMER MUNDISTA DE LA MODERNIDAD O:
"DIOS HA MUERTO, VIVA MARX"
Hay un detalle elemental, pero no sé si olvidado en muchos discursos, y es que lo que llamamos Modernidad no se identifica sin más con todo empeño «revolucionario» o de transformación del mundo, sino sólo con la revolución europea o primermundista. Y una característica fundamental de esas revoluciones europeas (desde la revolución francesa hasta mayo del 68), han sido sus escatologismos, sus promesas de felicidad paradisíaca, y su falta de respeto a los medios. Nuestra Modernidad confundió probablemente la llamada de la solidaridad (y de la libertad), con el mito voluntarista del «cielo en la tierra».
Y este mito es infinitamente nefasto, porque acaba generando la convicción inconsciente de que no es necesaria la educación del hombre (pues está claro que, para vivir en el cielo, no necesitamos educación: ¡el cielo mismo nos la comunica!). Yo me he planteado varias veces esta pregunta por las relaciones entre Modernidad y educación; y no precisamente ahora que tengo que hablar sobre la PM, sino mucho antes, en el contacto con gente joven o en el trato con sus padres preocupados. No hace demasiado tiempo que un matrimonio obstinadamente ateo, que andaba buscando un lugar de estudios para su hijo mayor (y ya problemático), me decían textualmente que les importaba un comino que fuera un lugar confesional o no, «carca» o «progre»: que lo único que querían es que el chico aprendiera «que no todo el monte es orégano». Sólo eso.
Y efectivamente, habría que preguntar hasta que punto nuestra modernidad europea y prometeica, prometiendo el cielo en la tierra o el paraíso en la historia, educó a sus hijos inculcándoles la tácita convicción de que "todo el monte es orégano" (7). La airada reacción postmoderna se produce entonces ante la constatación cruel de que no es así. Más aún: que la gran mayoría del monte no es orégano. Y que la raíz de ese desengaño no puede reducirse a que uno tiene la particular desgracia de que «sus padres -o sus familiares- no le quieren» (que es lo que piensa todo adolescente hijo de la Modernidad, antes de cuajar como postmoderno). Sino que eso pertenece a la estructura misma de la realidad. De toda realidad.
Y este detalle me parece muy importante porque, en su despertar aún balbuciente, nuestra Modernidad había cifrado todas sus esperanzas en «la educación del género humano». Dos siglos después hay que constatar quizás que esa educación es lo que no se ha dado. En su lugar, la Modernidad «real» prefirió la capacitación técnica del género humano (y hasta llegó a confundir capacitación técnica con educación). Quizá porque el mito del «cielo en la tierra» le hizo apartar cada vez más los ojos del interior del hombre, y volverlos hacia el exterior de la tecnología, único lugar en el que siguen pareciendo posibles todos los milagros y hasta la llegada al cielo (8). Pero esa desviación ha acabado por pasar su factura: y el hecho es que los postmodernos se han limitado a rebelarse con toda razón contra aquella seguridad, gestada en el desarrollismo v el consumo loco, de que la vida era un camino de rosas. Ellos han vuelto a descubrir con horror que la vida es un valle de lágrimas (aunque en ese valle también crezcan las rosas, regadas tantas veces por las lágrimas. Pero ahora este inciso les importa poco: ellos han hecho su descubrimiento sin la posibilidad de otra patria que permita percibir este valle de lágrimas como destierro (y a si mismos como «desterrados hijos de Eva»), y sin la posibilidad de algún Rostro materno al que acudir «gimiendo y llorando en este valle de lágrimas».
Y, una vez hecha esta primera constatación, se imponen unas breves observaciones sobre ella.
a) En primer lugar cabe señalar que todo el continente latinoamericano (a pesar de la impresionante colonización cultural por parte nuestra), no tuvo exactamente la misma «modernidad» que Europa y, por eso, tampoco está teniendo (hoy por hoy al menos) la misma postmodernidad. La historia de A.L. siguió siendo (no sólo tras la conquista, sino incluso) tras la independencia, una historia de despojo y esclavitud. El mito del «cielo en la tierra» resulta bastante innecesario cuando uno se sentiría satisfecho con una simple «tierra habitable». Y las posibilidades de enmascaramiento del proceso transformador o modernizador, son mucho más escasas y más burdas, por cuanto las tareas primeras o urgentes siguen siendo mucho más evidentes: sólo con una ceguera voluntaria se podría, por ejemplo, calificar a la Contra nicaragüense como «luchadores de la libertad» y este juicio es absolutamente independiente de la hipotética o real degradación del proceso nicaragüense a lo largo de estos últimos años.
Este parece ser el aspecto de la Teología de la Liberación que nosotros europeos percibimos peor, quizás porque hay que estar hambriento o sangrando para poder percibirlo. La Teología de la Liberación no es hija de la modernidad europea sino del dolor latinoamericano. Uno de los importantes errores científicos (no precisamente teológico) del primer documento del cardenal Ratzinger contra la Teología de la Liberación, era la confusión imperdonable entre los elementos marxistas que puede haber en algunas teologías de la liberación, y el marxismo cosmovisional y pseudoescatológico de aquellos »marxistas bien alimentados» que Ratzinger debió conocer en la Alemania del 68 (y que según algunos están en las raíces psicológicas de su involución). Recuerdo la impresión de un obispo latinoamericano (de la que fui testigo), cuando leía alguno de los papeles previos a aquel Documento: el pobre hombre no sabía literalmente de qué le estaban hablando. Su reacción era algo parecido a la reacción de Domitila Barrios, cuando ve confundido su feminismo con el de las lesbianas norteamericanas (9).
b) En segundo lugar, resulta casi una obviedad el decir que, en la PM que hemos presentado, se adivina con facilidad un triunfo de elementos existencialistas y anarquistas sobre el marxismo revolucionario. De este último -del derrotado- hablaremos dentro de poco. Ahora quisiera decir una rápida palabra sobre los vencedores del momento. Pues ese triunfo tiene algo de venganza contra aquel ambiente de nuestros años setenta, en el que citar a Heidegger o a Proudhon, entre la gente más de vanguardia, equivalía a traicionar toda la revolución y a privarse de toda credibilidad. Mi comentario va a ser muy breve:
b.1.-Por lo que toca al existencialismo me parece que, en la PM, falta aquella altura trágica que fue típica de éste. Hay si una cierta dignidad, pero... sin demasiados riesgos. Más que con la belleza de lo trágico, el postmoderno se contenta con la tragedia de lo limitadamente bello. Más que asumir heroicamente la nada, la contingencia o la muerte, el postmoderno procura paliarla o acallarla con la pequeña evasión, la mujer del momento, «un vino y una buena titi» como ya hemos citado.
b.2.-Y, por lo que toca al anarquismo, no tiene demasiado mérito indicar esto, cuando el propio autor comentado afirmaba que, por lo «zurdo» de sus ideas, «escora Bakunin». Sin embargo si que merecería un comentario un poco más detenido. Antaño afirmé varias veces que el contencioso marxismo-anarquismo había sido la gran tragedia y el «pecado original» de la revolución moderna en el primer mundo. Ahora sólo quiero evocar que esa enemistad secular contribuye a que todas las osicilaciones del péndulo de la historia hacia un lado o al otro, sean siempre reactivas y unilaterales. Y entonces, si el marxismo acabó confundiendo solidaridad con imposición, será casi inevitable que el Bakunin sabiniano, al reaccionar hostilmente contra la imposición, arrastre con ella a la solidaridad. Ello hace aflorar la cuestión de si lo que «escora» por el izquierdismo sabiniano es Bakunin, o más bien Nietzsche como ahora diremos. Pues me parece válida la ley que afirma que, así como Marx sin Bakunin degenera en Stalin, así Bakunin sin Marx acaba travestido en Nietzsche (10).
c) Estas dos observaciones permiten comprender en qué sentido lo que se ha llamado postmodernidad es, en el fondo, una antimodernidad, como habíamos apuntado. En este contexto sólo quisiera añadir aquí, en otro rápido comentario, que la verdadera postmodernidad fue quizás eso que se llama «Escuela de Frankfurt», primera corriente que constató las decepciones de la Modernidad, mucho antes de que fueran moneda de uso común; y que se preguntó preocupada por sus causas, pero desde dentro de los afanes mismos de la Modernidad, y sin renunciar a ella. Esta creo yo que seria la diferencia entre un Horkheimer o un Adorno, y cualquiera de los filósofos postmodernos que ya tienen algo o mucho de antimodernos. Pero habría que preguntarse además por qué fracasó también el intento de la Escuela de Frankfurt, dando lugar, o a una integración excesiva y resignada en el sistema (algo de eso sería la que se llama «segunda generación»), o a una mera «nostalgia de lo enteramente otro», cuando no a una intranquilizadora profecía de ''autodestrucción'' (11).
2.2. CONTRA EL AURA MARXISTA DE LA MODERNIDAD O:
"MARX HA MUERTO, VIVA JOAQUIN SABINA"
Además de esa protesta genérica contra la ambición prometeica de la Modernidad, hay en el talante postmoderno una reacción muy clara contra otra forma particular de aquel prometeísmo: me estoy refiriendo al profundo desengaño frente al marxismo. Que el lenguaje de «crisis del marxismo» es coetáneo del lenguaje de «postmodernidad», constituye un dato de observación cotidiana. Pero pienso que conviene precisar bien y centrar lo más posible ese desengaño, dado que puede servir para usos muy interesados.
En realidad, y en paralelismo con la reacción antimilenarista ya comentada, habría que decir ahora que la PM no niega los análisis de Marx, sino sus soluciones. Que la sociedad capitalista no es más que sordidez envuelta en divinas palabras (como la de «libertad»), debe haber quedado claro a estas alturas de nuestra exposición. Por si acaso, evoquemos otra vez lo que piensa el «cuervo ingenuo» de J. Sabina:
«Tú no tener nada claro
Cómo acabar con el paro.
Tú ser en eso paciente.
Pero hacer reconversión,
y, aunque haber grave tensión,
tú actuar radicalmente».
Digamos entre paréntesis que esta canción es anterior a Reinosa, por ejemplo. Pese a ello, la crítica de la PM al marxismo no ha sido menos brutal. Y, si tomamos como punto de partida que el verdadero nervio de esa crítica reside en las promesas no cumplidas más que en las injusticias denunciadas, creo que podremos llegar hasta su raíz más claramente marxiana (no ya simplemente marxista): me refiero a los duros ataques de Marx y Engels contra los llamados «socialistas utópicos» de su época. En el fondo, aquellos ataques, que pretendían sustituir toda la interpretación utópica o ética por una garantía científica, acabaron convirtiéndose en una utilización de la ciencia como seguridad tecnocrática, para eludir así la «travesía por el desierto» necesaria para toda liberación. Marx y Engels solían decir que «cuando se es hombre de ciencia no se tienen ideales». No sospechaban ellos de qué distinta manera suena hoy esa frase, y cómo puede volverse contra ellos bajo la forma de esta respuesta (que es, a la vez, una deducción lógica): «cuando no se tienen ideales hay que conformarse con los hechos». No lo sospecharon porque ellos estaban religiosamente (¡que no científicamente!) convencidos de que los hechos estaban a su favor. Pero hoy, cuando ya hemos experimentado los hechos, sí que podemos dar esa respuesta a los padres del marxismo.

Fuente:
http://www.fespinal.com/espinal/castellano/visua/es22.htm
Ilustración:
Lucas Raspall El abrazo de la soledad Óleo sobre lienzo

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