lunes, 17 de mayo de 2010

Rudo pegamento oficial


Del Estado Empegostador
Luis Barragán



Digamos que México ejemplificó, en tiempos distintos, una situación que asombraba. Por un lado, la profesora de historia estructural de Venezuela, según la vieja denominación del bachillerato, nos sorprendía al comentar que la “mordida” era moneda de curso legal hasta en los agentes policiales, algo que nos hacía sonreír de descreimiento; y el por el otro, un amigo de vez en cuando hacía referencia al cobro de impuestos por ventanas, obligando a la construcción de viviendas con un reducido agujero de ventilación al principiar el siglo pasado azteca, provocando otra sonrisa.

Evidentemente, la corrupción generalizada en Venezuela constituye una nota de resignación y hastío, mientras el gobierno ha disfrutado como nunca antes de la forzada contribución de quienes – también con resignación y hastío – no esperamos nada de él. Sin embargo, podemos resaltar un reciente y típico aporte en el empegostamiento sistemático de un Estado que somete al desprecio público a la ciudadanía, siendo incapaz de emplear otros medios que digan de una convincente, justa, eficaz y remediadora capacidad administrativa y punitiva.

El incumplimiento o, mejor, la presunción misma de incumplimiento de muchas de las obligaciones del comercio formal, acarrea la inmediata y hasta antiestética condena a una calcomanía elocuentemente visible en los locales o negocios que faltan o retrasan su pago al Seguro Social, Seniat/Sumat, INCE u otros de los renglones sobrevenidos en el arco castigativo del régimen. Aquella modesta calcomanía, difícil de arrancar del parabrisas del automóvil infractor, se ha convertido en suerte de estampilla gigantesca para el comerciante que falta a sus compromisos en medio de la inamovilidad laboral, sin reparar en el propio incumplimiento del Estado en relación a los servicios básicos que ha de prestar. Por añadidura, sería el gobierno mismo merecedor de un gigantesco timbre de censura, por la debacle económica a la que nos condena, oculta tras la demagogia pertinaz.

Faltaba más, Corpoelec cuenta con sus herramientas empegostadas y, a la entrada de cualquier edificio de oficinas, ya acumula en las vidrieras sendos carteles, unos denunciando a sus ocupantes como despilfarradores y otros, dizque premiándolos como ahorradores de energía ya en cuatro magníficas entregas que afean el lugar. Y la modesta tienda interneteana de otro amigo, empapelada de comunicaciones oficiales que testimonian otras supervisiones, exhibe en la puerta de vidrio otras estampas aferradas que lo advierten como moroso con un impuesto que ya pagó, pero debe esperar al ejercicio de los recursos correspondientes, mientras que no puede anunciar los demás servicios (impresión, envío de faxes o “desvirulamientos”), porque generan impuestos en la asombrosa tarifa que debemos pagar todos los venezolanos por vivir acá.

Tamaña sentencia la del Estado empapelador y afeador, incapaz de ensayar las consabidas vías administrativas para imponer – precisamente – el Estado de Derecho, lleva al descreimiento y la sonrisa … ajena. Ocurre que, por lo menos en las extensas inmediaciones del palacio de gobierno, configurando una carga parafiscal, obligaron a comprar el material y pintar las fachadas de los inmuebles con motivo de la fecha bicentenaria (claro, en el itinerario que cumplieron las caravanas presidenciales), bajo amenaza de multa y cierre de los negocios, aunque Miraflores no garantizara que al día siguiente grafiteros espontáneos y ajenos, o asalariados y simpatizantes, hiciesen de las suyas: total, hay que adquirir la pintura y de nuevo evitar una sanción que es como inherente a la enorme agencia de festejos en la que también se ha convertido el régimen.

Fuente: http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/4571-del-estado-empegostador
Ilustración: Entrada del edificio "José Vargas" (CTV) /Caracas. Dos calcomanías denuncian al despilfarrador y una lo reconocen como ahorrador. Difíciles de quitar, porque también supondría una fuerte sanción, teóricamente puede empapelarse el portal. Acaso, ¿no subyace un cierto espíritu de álbum de barajitas a completar por siempre?.

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