domingo, 30 de mayo de 2010

LA OTRA BITACÓRA


EL NACIONAL - Sábado 29 de Mayo de 2010 Cultura/4
Lo erótico/lo pornográfico de Rubén Monasterios se presentó el jueves
Frente a lectores poco excitados la narrativa venezolana pierde su libido
El ensayo es el punto de partida de la reflexión sobre el sexo como tema en las letras nacionales
MICHELLE ROCHE RODRÍGUEZ

Cuando Rubén Monasterios, en la década de los años setenta, quiso vender su primera obra pornoerótica, El encanto de la mujer madura, lo echaron de casi una decena de oficinas porque los editores decían que la gente no compraba textos de ese género y no se atrevían a publicar el libro. Sin embargo, Ben Amí Fihmann se arriesgó a hacerlo.

Pronto Monasterios obtuvo una venganza poética, cuando la novela se convirtió en una de las más vendidas del año. Pero, como las victorias más importantes son las íntimas, los libreros le hicieron saber una tendencia insólita: muchos interesados mandaban a un intermediario a comprarla.

"La producción del desnudo en Venezuela, por ejemplo, en las artes plásticas, es reducida, aunque el tema ha sido reiterado desde el tiempo de los antiguos griegos", explica Monasterios, quien presentó el jueves Lo erótico/lo pornográfico: ensayos sobre la sexualidad, editado por la Fundacion para la Cultura Urbana.

Victorianos del siglo XXI. Lo escrito hasta ahora muestra la pacata moral venezolana, que el autor compara con la inglesa de la época victoriana. Y no son tantas las diferencias entre ambas sociedades: hoy casi nadie en el país parece interesarse por estos temas, aunque hubo incursiones editoriales en el género. Por ejemplo, hasta hace un lustro el Grupo Alfa convocaba el Premio de Novela Erótica Letra Erecta, que murió por indiferencia de los lectores. Gracias a la iniciativa, sin embargo, se publicaron las novelas pornoeróticas nacionales más recientes, como La columna que dibujaste dentro de mí (2003) de Vivian Jiménez, El sabor de tu piel (2004) de José Luis Muñoz y La diosa es un pretexto (2005) de Jorge Gustavo Portella, entre otras.

Leo Felipe Campos, escritor de Sexo en mi pueblo (Puntocero, 2009), una colección de relatos cortos eróticos, niega, por el contrario, que el escaso desarrollo de lo pornoerótico en las letras nacionales tenga relación con un país de timoratos: "Los pacatos son los medios de comunicación y algunas instancias del poder. Pero la sociedad, aunque se tape la cara nerviosa, habla y curiosea en torno a sus cosquilleos carnales. Lo he visto en peluquerías, fiestas, iglesias, taxis y bodegas".

La delgada línea del pudor. En las formas artísticas que tratan el tema sexual, muchos consideran las agradables como eróticas y las vulgares pornográficas, pero los entendidos en la materia sostienen que los asuntos del deseo nada tienen que ver con la estética.

"No existe una línea que separe lo erótico de lo pornográfico, es más bien un círculo que los une, es la serpiente que se muerde la cola, porque en la experiencia amorosa tú comienzas en lo erótico, con un juego sutil, eufemístico y velado, y termina siendo pornográfico, porque cuando estás en la cama es la carne la que domina: comenzó el ángel y terminó la bestia. Pero después del orgasmo vuelve lo erótico, porque de nuevo están los amantes agradeciéndose recíprocamente el amor que se han dado", señala el también autor de Caraqueñerías. Crónicas de un amor por Caracas (Fundación para la Cultura Urbana, 2003).

Campos, en este punto, concuerda con el estudioso de la sexualidad: "La línea entre lo erótico y lo pornográfico es el pliegue que deja la marca de la liga de la pantaleta, que sólo se puede palpar cuando la tocas, más que cuando la muestras".

Lo erótico es el territorio de las sutilezas en el tratamiento de la sexualidad, en tanto que lo pornográfico lo hace de forma descarada, pero ambos, según sus cultores, pueden convertirse en verdaderas obras de arte.

Ilustración:
http://www.anunico.com.ar/fotos/cuadros_modernos_al_oleo-4a835ceb1783131a43495200d.jpg

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