domingo, 30 de mayo de 2010

EMPADRONADOR DE VERSOS


EL NACIONAL - Sábado 29 de Mayo de 2010 Papel Literario/1
La lírica del cemento o la difícil belleza de las esquinas
La antología poética Los materiales humanos que reúne parte del trabajo poético de Leonardo Padrón acompañado por diez pinturas de Alirio Palacios fue publicada este año en Colombia por Común Presencia Editores
ALEXIS ROMERO

Sé que la miopía perderá su imperio. También que sus siervos y emisarios le darán la espalda. Sucedido esto, ocurrirá la lectura que le otorgará a la poesía de Leonardo Padrón el lugar que le corresponde en las tradiciones de la poesía venezolana.

Es tautológico afirmar que sus poemas constituyen una singular crónica de la vida cotidiana del zoológico urbano, del paisaje de cemento, con sus inevitables y necesarios surgimientos y hundimientos.

Uno sabe que cada poema padroniano es una alegre rapsodia urbana sobre un crimen, un engaño, un nacimiento, un derrumbe, un izamiento.

Uno sabe que el poeta pudo haber elegido la tragedia o el drama para registrar y describir lo que de celestial o infernal tienen los oficios de ser un animal urbano; pero optó por la fiesta del buen decir, por la celebración natural de las palabras que dan lugar a los lenguajes de la memoria o el olvido larvario: esas fuentes secretas de la poesía. Así sus textos siempre se han distanciado de lo tragicómico, de la falsa profundidad, de las falsas contenciones y tensiones pulmonares de la métrica y cesura, de las torpes y afónicas formas, de lo temas absurdamente poéticos. Todo lo que pudo haber sido llanto se convierte en lenguaje, en esquinas de asombros.

A partir de sus poemas podríamos construir un diccionario de la intimidad urbana, de los respiraderos del cemento, del resplandor de las cloacas y las alcantarillas, de la muerte de los animales del Guaire, ese río, nos dice el poeta, que todos los días olvidamos; un diccionario de las ventanas de los edificios, de lo que ven u ocultan. No son las palabras, frases u oraciones sobre lugares materiales e inmateriales de la ciudad, ya Caracas, ya Grecia, ya Roma, ya Barcelona, ya París, ya Nueva York, las que nos revelan sus textos como delicados y discretos aparatos urbanos. No.

No son urbanos por nombrar lugares urbanos, sino porque respiran, laten, gritan, susurran, callan con las cuerdas vocales del hombre y la mujer urbana. Son descripciones de latidos, ahogos, agonías. Nos encontramos con la garganta y la porosidad de un hombre que no sabe sino ser ciudad, esquina, tráfico, ascensor, centro comercial, estafa y estafado, café, boulevard, pasaje, vitrina, vidriera, edificio, parque de cemento, sonrisa blanca y negra, oración sorda, animal muerto en la acera, hombre asesinado, una bala fría perforando la inocencia, un hospital vacío de salud, una mujer que se va, un hombre callado mirando el paisaje de la nada.

En la poesía padroniana el misterio es que no hay misterios, trucos, torpes herencias estilísticas. Es una propuesta que parecería fácil, banal, superficial a quienes consideran que deben hundirse hasta el ahogo en los pozos para comprender lo que superficialmente llaman profundidad. Este poeta escribe para que nadie se hunda; sino que emerja, flote, respire, ande y se marche celebrando la vida. Cuando leemos sus poemas presenciamos el aplastamiento del lamento, la queja y el ombliguismo. Hallamos los pulmones y los ojos de hombres y mujeres dispuestos a morir de ciudad. Seres vacíos de nostalgias rurales y pastoriles; seres que hace rato desmoronaron, clasificaron y vaciaron en bolsas negras los conflictos bellistas sobre lo rural y lo urbano.

Afirmar que la poesía de Leonardo Padrón está fundamentalmente centrada en las mujeres, significaría un congraciamiento con lo miope. Revela la incomprensión que muchos delatan cuando de ella hablan.

Y ello casi siempre es consecuencia de una triste trinidad cultural: el gusto transformado en criterio, la costumbre de valorar sólo lo que se parece a nosotros y, finalmente, la envidia que subyace en las incompetencias interpretativas y comprensivas de los objetos culturales. Y todo poema es un objeto cultural, un aparato espiritual, una máquina de asombros que nos propicia una realidad alternativa, que nos ha de permitir trascender la otra realidad, esa que despertamos con ansia, miedo o terror de cambiar. Ya los títulos de sus libros y sus poemas constituyen revelaciones, árboles cartográficos de los ejes temáticos y rítmicos: los materiales humanos o los activos, pasivos y capitales emocionales, espirituales y criminales del zoológico urbano. La orilla encendida, Balada, Tatuaje, Boulevard y El amor tóxico son los títulos de manuscritos del amor y la ira urbana. Y en esto el poeta no se ha traicionado, ha sido fiel a los lugares vitales que escogió desde los inicios de su oficio. Discurso y obra: un acto.

Y lo que vislumbran o profetizan sus poemas es la refinada continuación y pulimento de la arista de ese diamante siempre rudimentario, bruto y ansiado de brillo que constituye la ciudad. Somos de aquel texto en la pared; ha destrozado los rincones de la calle; Sólo para plegarme más al silencio; tengo las manos calladas; recuerdo un poema; tu cuerpo es una luna violenta; de esperar a una mujer en el reflejo del día; poca verdad poca mentira; soy tan lentamente joven en la tierra; tengo un aparente vidrio en la garganta; con la casa en ruina;, Busco una música que te lo diga todo; Buscaba jirones de luz; decir mujer; Manuscrito y café; Mi memoria; lunes; Solía morir por las tardes; Somos edificios; La risa negra de los desechados; La ciudad al fondo, indeleble, como pintura de labios; Línea Recta; Video Clip; Los verdaderos solitarios; La vida lenta de Caracas; El ascensor; Leyenda Urbana; Monólogo del solo; Óxido; Ciudad Capital; Plazas; Al fondo, una furia de guitarra: la autopista; El odio lírico; El adúltero; Récipe; Poema del colesterol... Versos y títulos de poemas que muestran rastros inequívocos de los dilemas que atraviesan las interrogantes y respuestas, cuando las halla, que permiten el brote, el erguimiento del canto en la página. Una crónica, una biografía, un testimonio del concreto, el escombro y el abandono; de la fuerza psicológica del tráfico y de la visible y pública agonía del río Guaire. Es el lenguaje encantado de un hombre cuyo paisaje materno es la urbe.

Todo esto lo contiene Los materiales humanos, una decantada antología de lo hasta ahora escrito por Leonardo Padrón, acompañada de diez pinturas del maestro Alirio Palacio.

Ochenta y un poemas, que nos obligan a recordar a nuestro amado Eugenio Montejo, quien siempre repetía que uno sólo debe aspirar la publicación de un librito delicado que contenga los cien poemas más amados. Esos poemas con los cuales aspiramos ser recordados por nuestros hijos, amigos y algunos lectores. Los que le dirán al tiempo que fuimos verdaderos; que se nos fue la vida, pero pudimos oír el canto secreto de la tierra; que no decepcionamos a los pájaros, pero sí al tiempo que nos soñó eternos.

Y estos materiales testimonian el paso violento de la vida. El instante que somos, nuestras empresas del engaño, nuestras industrias internas de la muerte, nuestros talleres del cariño, nuestros botiquines de la amistad y el enamoramiento.

Los materiales humanos confirma la huella dactilar de la tráquea de Leonardo Padrón, aquella marca del espíritu que Joseph Brodsky llamó la voz de la memoria, esa alta nostalgia por algo antiguo cuya morada, en el caso de Padrón, brota como los árboles invocando los pájaros, de los lazos químicos y temporales de la piedra, el agua y el cemento: las montañas, los parques de concreto, invocando no pájaros de trino, sino lo humano con sus susurros, gritos, ahogos y silencios de relojes. El verso simple y preciso de un hombre culto.

Una tensión velada, subrepticia, inadvertida que nos impone la obligación de detenernos para que podamos oír los ríos urbanos del alma humana. Esta antología es poema largo: la ciudad. Esa suerte de pezón femenino por donde anda la singularidad de las calles: los crímenes, el tráfico, el suicidio, el desengaño, la muerte de una esquina, una casa derrumbada o abandonada, una plaza, un árbol, una brisa, una rama, una acera, un orgasmo, una eyaculación precoz, una caricia atendida o desdeñada, una mejilla, un poro. En fin, un hombre, una mujer.

Alguien que murió o morirá de ciudad. Un honesto, responsable y verdadero video clip de lo que somos y de lo que nunca volveremos a ser, ni seremos.


Fotografía: Jesús Castillo

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